Por Fernando Gómez *
La narración del pasado, desnuda edad, destellos de nostalgia… pero también memoria.
Geloso era una marca de grabadores -y pensar que hablar de grabadores ya resulta viejo-. Un grabador a cinta. Con su Geloso en el morral y acompañado del fotógrafo Pablo Alonso, en 1966, Rodolfo Walsh llegó hasta la Provincia de Corrientes, allí donde las consecuencias de una grave inundación habían destrozado a las familias humildes. Allí también, donde se aprestaban otros tantos a celebrar el carnaval.
Una serie de crónicas indispensables fueron el producto de aquel viaje. Entre ellas, “Carnaval caté”. La crónica del carnaval correntino que terminó publicada en la Revista Panorama, una pieza necesaria para abordar el noble oficio del periodismo, tan sepultado debajo de la costra de operaciones y basura que producen los medios hegemónicos.
En “Carnaval caté”, Walsh se obliga a narrar las rivalidades de la comparsa de Copacabana, cuyos directivos provenían de la oligarquía local. Eran los caté, la “gente bien”. Y del otro lado, los emergentes de los sectores de la clase media nacida de profesionales y comerciantes urbanos enrolados en la comparasa “Ara Berá”. Y de manera magistral, Walsh incrusta en la crónica a los invisibles de la historia. Aquellas familias humildes “hombres vencidos, mujeres con resto de pánico en los ojos, chicos semidesnudos” que “miraban con asombro las comparsas” desde una “prudente distancia, en calles vecinas”.
Walsh nos explica que “sobre el fondo de la inundación, se celebra el carnaval más fastuoso del país”.
Radiografía de la desigualdad, una crónica que desnuda de manera lacerante el resultado de aquella certeza que muchas décadas después, desde el otro lado de la orilla -y también en tiempos de carnaval- nos llegara desde las rimas de Tabaré Cardozo. Sucede que aquí y allá “la miseria es culpa de los hombres miserables.”
Y arranca el feriado de carnaval nomás. Algunos narrarán el éxito turístico de los días festivos, otros cargarán en el cuerpo cansado algunas horas de alegría en el corso del barrio. Y otros muchos, invisibles de nuestra historia, seguirán arrastrando un carro, para ver si entre el descarte, alguien tiene un poco de felicidad de la tanta que le fue arrebatada.
Vos apretá el pomo…
“Por lo que vemos, los números que recibimos, los focus, la gente percibe que ellos en su vida individual están mejor, pero que todo el mundo está mal o que toda la situación está mal. Esto es una construcción, no es algo que tiene que ver con la vida cotidiana” dijo Gabriela Cerrutti, portavoz presidencial en una conferencia de prensa.
Lo dijo un día después que se diera a conocer que la Canasta Básica Alimentaria (CBA) y la Canasta Básica Total (CBT) aumentaran 7,2% durante el mes de enero, en un porcentaje aún mayor que la propia inflación, que el Indec midió en un 6% para el mismo mes. La CBT es la que determina la línea de pobreza. Debajo de la canasta básica total, el Indec considera a la persona pobre. Debajo de la CBA, la considera indigente.
Una familia tipo ya debe destinar $163.539 para no ser pobre. Al mismo tiempo que la portavoz decía semejante desatino, la web del Ministerio de Trabajo informaba que el salario promedio en el sector privado formal es de $161.939. Un puñadito de trabajadores ocupan el privilegiado sector de trabajadores registrados.
Lo dijo el mismo día en que un acampe frente al Ministerio de Desarrollo Social fue utilzado como excusa por el conjunto de la clase política para destilar prejuicios, desprecio y odio sobre los humildes de nuestra Patria. El programa Potenciar Trabajo, “los planes” como le gusta vulgarizar los medios hegemónicos, otra vez en el centro del verdugueo de personas que gastan en dos cenas lo que reciben por mes 1.300.000 compatriotas en nuestro país.
Cuatro veces ya, entre registros, reempadronamientos, validación de datos y auditorías, tuvieron que pasar en tres años los beneficiarios del Potenciar Trabajo. El único sentido de cada actualización de datos es voltear los programas de aquellos que no llegan a tiempo al plazo que le otorgan.
100.000 beneficiarios menos en un mes con la última actualización obtuvo el programa. En un año, esos 100.000 programas, representaban lo mismo que el Estado le paga a los Bancos por intereses de Leliq en apenas tres días. De hecho, en apenas un mes el Estado imprime 600.000 millones de pesos para darle a los Bancos por intereses de esas letras. Es la inversión total que se lleva todo el programa Potenciar Trabajo en el año entero para 1.300.000 personas.
32.000 pesos por mes cobran los beneficiarios del Potenciar Trabajo. 1 cada 40 Argentinos son beneficiarios del programa. Si en una familia conviven dos personas que lo cobran, aún así, no llegan a superar la línea de indigencia. Y con todo esto, andan preocupados para que los beneficiarios efectivamente lo merezcan, que trabajen todos los días por esa plata y que se reempadronen cada vez que el FMI pide expresamente un recorte sobre ese programa.
No es ociosa la comparación de números. Son la radiografía de la miseria, y los miserables que operan como responsables.
Pero claro, el complejo cuadrante de la exclusión no puede ser resuelto. Sencillamente porque no existe, según la portavoz de Narnia. Es apenas una construcción ficcionada.
Y un día nomás, les explotará la realidad en la cara.
Si te digo que es carnaval…
Los que festejan…
Argentina consolidó el 3º lugar en el ranking mundial de productores de soja, mismo lugar que en el ranking de los países exportadores. Somos el 4to país productor y el primer exportador de harina y aceite de soja, el quinto productor y el tercer exportador de maíz, el décimo país productor y el séptimo exportador de trigo.
Somos, además, el quinto productor y el quinto exportador de carne bovina. Estamos ubicados en el famoso triángulo del litio, siendo uno de los países que más capacidad de producción tiene sobre un producto que creció en su valor un 600% en el último año. Somos el 29no país productor de petróleo, el sexto que más incrementó su producción en la última estimación global.
Miles de embarcaciones depredan nuestro calamar Illex en el mar argentino, nuestra cordillera incorpora recursos mineros y la meseta patagónica está en franca disputa por multinacionales que pretenden desde oro y tierras raras, hasta la novedad del famoso hidrógeno verde.
Ante todo, tenemos tierra. Mucha tierra, como las 600.000 hectáreas que le cedieron a la multinacional Fortescue en Río Negro, misma provincia donde se escandalizan por el reconocimiento de un puñado de hectáreas a una comunidad mapuche. Nacientes de ríos, agua potable, lagos y manejo integral de recursos hídricos son parte vital de una de las mayores reservas de agua potable del mundo.
De granos a litio, pasando por alimentos, petróleo y gas, han evidenciado en el último tiempo un incremento fabuloso de sus precios internacionales. Con la excusa, primero, de la pandemia y luego, con el primer cohete que se escuchó en la frontera de Rusia y Ucrania, la carrera por ver quién se queda con la rentabilidad que ofrece la propiedad de estos recursos, ha trazado un nuevo horizonte de disputa global.
Si existe una sóla razón para que semejante capital natual ubicado en nuestra certeza geopolítica, no edifique un destino de grandeza para nuestra Patria, ni consolide un futuro de felicidad colectiva para nuestro merecido Pueblo, es porque la clase política argentina ha decidido subordinar los intereses nacionales a las pretensiones geopolíticas de Estados Unidos.
El comercio exterior hegemonizado por intereses foráneos, los recursos energéticos a disposición de Europa para reemplazar la dependencia que tenían con Rusia; la minería regida por las normativas de Domingo Felipe Cavallo, el sistema financiero hegemonizado por las leyes impuestas por la dictadura y diseñadas por Martínez de Hoz.
Las exportaciones de materias primas como bandera, la inversión extranjera como motivo de celebración y la timba financiera para cubrir las expectativas de rentabilidad para locales y satisfacer la fuga de capitales para foráneos.
Y después alguien se pregunta por qué tenemos tantos “planes”. Porque donde nos falta soberanía, allí donde se consolida la dependencia, nos falta el trabajo.
Lucecitas montadas para escena
Nada de esto estaba arriba de la mesa política convocada por el Frente de Todos. Apenas estrategias electorales y silenciosas disputas por candidaturas. La nariz incrustada en el ombligo en los propios intereses de los que buscan acomodar los huesos en una futura lista.
Como si los problemas que padece la enorme mayoría de los que pisan este suelo se fuera a resolver con tal y cual nombre en una lista. Nombre que jamás pone en agenda, tensión y relación de fuerza material y concreta, las motivaciones para enfrentar las causas de esos problemas.
Como si por arte de magia, alguien llegara un día y las multinacionales de la minería comenzaran a llenar las declaraciones juradas con lo que efectivamente extraen, se ofrecieran a pagar mas tributos que los que la ley los obliga y efectivamente los pagaran.
Como si por magia las petroleras comenzaran a pensar en el abasto local, las gasíferas se propusieran conectar al 100% de los hogares a la red de gas, y no tenerla abandonada en la mitad de la población al mismo tiempo en que crecen las exportaciones.
O quizás, como una sorpresa de carnaval, los bancos ofrecieran crédito barato, financiamiento masivo y aliento económico a la producción popular y abandonaran las especulación como bandera.
Llegará el candidato con la varita mágica que así lo haga. O seguir en el laberinto del no se puede, no da la correlación de fuerza o traigamos a fulano, que tiene buena llegada en la embajada.
Afuera hay un pueblo que no les da ni cinco de bola. Que anda cansado de que lo tomen para la joda.
En Carnaval Cate, Rodolfo Walsh narraba sobre los de adentro y los de afuera que observaban el carnaval que “fuera de las dos mil personas que colmaban las tribunas partidarias, la actitud del grueso del público era ambivalente. Estaban allí desde temprano, se apiñaban en las veredas, aplaudían, pero la fiesta se les escapaba. Eran espectadores del show, no partícipes de una alegría colectiva, como si estuvieran presenciando un partido de fútbol ente húngaros e italianos.”
Algo de eso le pasa cada vez mas a menudo a la clase política en tiempo de elecciones.
Y aún así, es carnaval.
Tiempo para reivindicar la alegría colectiva. Para reclamar la felicidad que por derecho y merecimiento colectivo nos corresponde.
A pesar de los horribles, y del tiempo de mierda.
Walsh remataba su crónica reseñando: “Contra un fondo de pobladas tribunas se deslizaba una triste murga de inundados, campesinos en ruinas, electores desengañados. El versito decía:
Sobre la gran fiesta
de máscara y farsa
paseó su tristeza
la agraria comparsa.
(*) Columnista de Punto de Partida y directo de InfoNativa
- Artículo publicado originalmente en InfoNativa
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