Por Emiliano Vidal
Alguna vez desde este espacio cibernético, se sondearon cuáles podrían ser aquellos instantes en la vida de una persona que hace que la cosa cambie, que hace ruido, que deja una marca. ¿Cuándo fue ese momento que un tal Ernesto pasó a ser el Che, o un abogado de cargo institucional, Manuel Belgrano, convertirse en General de una revolución; o el de un jugador de fútbol profesional obligado a emigrar a otro país de apuro siendo un niño y décadas después ser el ícono del campeón mundial?
El pueblo argentino está feliz. Y si bien la felicidad es un trayecto y no un destino, este sentimiento está gestado en fragmentos de una larga película que, de verse en diapositivas, comenzó mucho antes. En la travesía para comprender esta situación, que mejor convocar los expertos: sintetiza al escritor y periodista, Gustavo Campana: “no se trata de exponer episodios antiguos solo por poner; hay demasiadas batallas silenciadas y en muchos de esos sonidos, se pueden respuestas para descifrar acontecimientos del presente”.
En el mundo pos pandemia y en el recorrido hacia un nuevo adagio histórico, social y político, aparece la figura del flamante equipo campeón del mundo, la Selección Nacional de fútbol. Y en la elaboración del llamado Proyecto Umbral, a instancias del filósofo Gustavo Cirigliano, su apotegma primordial principal aclara el panorama actual, al sostener que “toda la historia es nuestra historia. Todo el pasado es nuestro pasado. Aunque a veces preferimos quedarnos con sólo una parte de ese pasado, seleccionando ingenua o engañosamente una época, una línea, unos personajes”.
Desde hace un largo tiempo, los medios de comunicación oligopólicos y con asiento en la ciudad capital federal han decidido ser parte del poder real. Para calibrar la atención en lo que ocurre, su cauce no son las buenas o malas intenciones. Son los intereses particulares de las partes lo que está en juego en el manto de las relaciones internacionales y la geopolítica. En consecuencia, hay otro sector del periodismo que proviene de una matriz que comprende que en el pasado, en el archivo, están guardados todos los secretos del presente en la difícil tarea de explicar toda la película, desde el kilómetro cero de cada una de esas historias para poder terminar de descifrar qué pasa y qué puede suceder.
En el inminente año 2023, el pueblo argentino cumplirá cuarenta años de democracia ininterrumpida y con demasiadas deudas para tratar. También hay un país orientado a recuperar el autoestima tras tantas desilusiones de sus representantes políticos, que no son otra cosa que el destello de su propia gente.
“Pensar desde sí, para ser uno mismo, es liberarse. Despojarse de lo ajeno, deseducarse. Hay que pensar lo nuestro desde nosotros mismos”, afirma el mencionado filósofo Gustavo Cirigiliano. El fútbol está en esa misma ristra.
Y en esta línea encuadra la obtención de la tercera copa en el reciente Mundial qatarí. Durante todos estos años, el fútbol argentino, no supo qué hacer con Lio Messi en una cancha, salvo darle la pelota y esperar que decida todo por su cuenta. Exponente de este análisis fue el periodista Daniel Guiñazú, quien hace más de once años, en los albores de la Copa América de julio 2011 realizada en la Argentina, señaló que “suponer que los problemas habrán de resolverse ungiéndolo como capitán y voz a Lionel, mandante en la cancha y en el vestuario, no es lo mejor. Messi nunca será ese tipo de líder. Con la pelota, él habla en voz muy alta, más alta que la de ninguno. Sin la pelota, en la interna se lo respeta. Pero se lo escucha poco nada, porque querer que Messi derive en un jefe de grupo con la misma personalidad arrolladora con la que Diego Maradona marcó su paso por la Selección entre 1977 y 1994, es desconocer las extraordinarias diferencias que hay entre el carácter indomable de Diego y la mansedumbre de Lio. Entre sus orígenes y su historia. Maradona se crio en el barro y la miseria de Villa Fiorito. Y debió hacerse rebelde, peleador e inconformista porque el medio se lo impuso como fórmula de subsistencia. Fue la manera que encontró para trascender de allí y trepar adonde trepó. Lionel en cambio, fue un pibe de clase media, que además tuvo problemas de crecimiento. Y que, por eso, salió retraído y callado. A la edad en la que todos se volvían hombrecitos, él siguió siendo un chico”. Depositar la responsabilidad de ser el capitán del equipo en la personalidad particular de Messi, culminó siendo un peso que aceptó como una distinción y una renovada muestra de confianza Y si el tiempo todo lo ordena, el hoy campeón mundial, capitán de la Selección y hombre récord, es, parafesando al escritor Carlos Aira: “si Diego fue el comandante de mil armadas Brancaleone, a Messi le tocó lidiar con una prensa que lo tildó de catalán y pecho frío. Justo él. El mismo que se fue hace dos décadas y jamás perdió el acento de La Bajada, su barrio natal. Un milagro en tiempos que cualquier cusifai volvió de España luego de tres meses de viaje y te habla como si fuera la misma reencarnación de Cervantes. Sus tres hijos, que jamás vivieron en esta tierra, hablan con el mismo acento que sus padres. Es casi un milagro, pero en verdad es amor a una tierra”. Dos estilos de juego. Dos clases de argentinos que sintetizan las características de un pueblo: hábiles, pasionales, justicieros, leales, talentosos, solidarios.
El pensamiento nacional y la pelota van de la misma mano. La camiseta de la Selección Nacional es el símbolo nacional preferido por los argentinos, por encima del himno, la bandera o la escarapela o cualquier otro emblema patrio tradicional. La glándula patriótica se despierta y vibra en el Mundial de fútbol. En estas tierras, el fútbol llegó primero en barcos ingleses, luego en tren, acobijando negocios, deudas y muerte, pero también la formación de identidad de un pueblo detrás de la pelota.
Sentenciaba el recordado escritor uruguayo Eduardo Galeno en una de sus obras que “cuando el fútbol dejó de ser cosas de ingleses y de ricos, en el Río de la Plata nacieron los primeros clubes populares, organizados en los talleres de los ferrocarriles y en los astilleros de los puertos. En aquel entonces, algunos dirigentes anarquistas y socialistas denunciaron esta maquinación de la burguesía destinada a evitar las huelgas y enmascarar las contradicciones sociales. La difusión del fútbol en el mundo era el resultado de una maniobra imperialista para mantener en la edad infantil a los pueblos oprimidos”.
La clave es siempre el cambio cultural. Sin el cambio cultural no hay nada. Sin entender la preferencia de nosotros mismos, será más difícil realizar algo. Y no porque uno se crea superior a otros, sino porque es natural apreciar primero lo que es propio… vení para acá, compatriota, vení, que un amigo vas a encontrar… esto recién comienza.
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