Por Fernando Protto *
Aunque a muchos de nosotros y nosotras, como parte de un movimiento nacional y popular, nos sorprendieron los dichos del mandatario peronista, algunos y algunas preferimos apuntar los cañones para otro lado. Aunque la preparación política e ideológica de nuestro compañero en el poder ejecutivo, es altamente calificada, no dejaron de extrañar sus dichos. ¿Por qué cayó en un sentido común tan básico? ¿Por qué sostuvo una idea tan antigua como extraña a los sentimientos de nuestro movimiento? ¿Por qué hay que mostrar un costado “europeo” ante el mandatario español? ¿Por qué quien visita y acompaña a Milagro Sala, salvó a Evo de la muerte por un golpe de Estado y saluda al electo maestro presidente Castillo en el Perú, termina negando el aporte originario, negro y mestizo de nuestra cultura y sociedad? La respuesta es igual de sencilla, porque se formó en un ambiente cultural, social y educativo que nos mostró que no hay mundo sin Occidente y que ese Occidente es blanco y europeo.
Nadie puede decir o creer que el presidente sea racista, xenófobo o negador de los derechos de las minorías, pero el error involuntario en sus dichos, no deja de ser parte de un discurso común que se cimento en las escuelas, en las calles y en la cultura de la hoy “autónoma” ciudad de Buenos Aires. La pequeña aldea de antaño se fue transformando en la cosmopolita ciudad de mediados del siglo XX y en la mega ciudad del siglo XXI. Que desde finales del siglo XIX, tuvo la iniciativa de constituirse en la Paris de Sudamérica.
Los grandes edificios del centro, tener la primer gran tienda Harrods fuera de Londres, el primer subte suramericano, el art noveau y el modernismo presentes en las edificaciones de la Avenida de Mayo, un palacio hecho en base a la Divina Comedia del Dante, los palacios de las familias porteñas en el norte de la ciudad y del naciente conurbano, el principal Teatro Lírico de América del Sur con el nombre del primer conquistador o estatuas que nos recuerdan a los héroes nacionales del viejo mundo en Palermo y Caballito, son parte de la configuración cultural y territorial que la vieja oligarquía conservadora quiso imprimir en la portuaria capital. Y así lo fueron copiando en gran parte de las capitales y ciudades importantes de la Argentina, ser Buenos Aires era acercarse a Europa un poquito más. Pero el problema eran los inmigrantes, que venidos del viejo continente exigían derechos, que buscaban mejorar sus vidas, que pedían la tierra o que solo querían cobrar y volverse a su tierra. Ese inmigrante ahora era sucio, feo y malo, recordándole a nuestros grupos dominantes al negro, el indio o el gaucho que habían logrado dominar y “domesticar”. Pero estos “nuevos seres” llegados a la Argentina de unos pocos, no solo pelearon y reclamaron, con el paso del tiempo se constituyeron en un grupo dominante y esa misma educación, creada para nacionalizar al extranjero, ayudo a fomentar que el esfuerzo, el trabajo y la educación también llegó Europa.
Pero si la cultura, los edificios, el arte y las personas vinieron en barco, ¿antes qué había? ¿Lo anterior no fue cultura? ¿Nadie trabajaba? ¿Quiénes hicieron la revolución? ¿Cuál era el color de la patria?
La patria no se hizo solo dice el verso cantado por Cafrune. Antes hubo pueblos nativos (integrados, aliados y separados), africanos y africana que vinieron obligados a estas tierras y mujeres y hombres que cometieron el “error” de no hacerle casos a las diferencias de sangre y dieron nacimiento un mestizo, que fueron los criollos y criollas que tomaron el nombre de gauchos y chinas. Y ahí, en ese mundo anterior a la inmigración, fue forjándose una sociedad nueva, distinta, que también exigía mejores condiciones de vida, expresar sus historias y ser partes de la historia. La zamba, la chacarera, las empanadas, el mate, el candombe, las bombachas, las alpargatas y muchas otras cosas más, fueron conformando el uso y costumbre de una sociedad que se comenzó a forjar antes de las guerras de independencia y después se potenció. La poesía gauchesca, los cielitos, el carnaval, el primer sindicato de barrenderos (creados por los negros ya libres), la payada, la marcha de San Lorenzo, el tango y, lo más importante, los edificios de la nueva Buenos Aires o las principales producciones del país “granero del mundo” contaron con la mano de obra barata de indígenas, negros y criollos explotados. Pero esa historia no convenía contar y saber.
El aparato escolar argentino, uno de los mejores del mundo en crear la idea de Nación en miles de chicos y chicas durante varias generaciones, su primera función fue adoctrinar a esos hijos e hijas de la inmigración europea masiva. La oligarquía nacional se valió de los mejores métodos educativos del momento, del ideal positivista y de la formación de docentes que replicaran su mirada del mundo y del país, para que ese niño o niña supiera cuál es la patria que recibió a su familia, les dio un trabajo y les saca el hambre, pero no tenían que copiar el mal ejemplo anterior, el de indios, negros y gauchos. Debían ser buenos, obedientes y respetuosos de sus maestros, maestras y del poder establecido. Pero todo salió tan bien, que estos hijos de inmigrantes se transformaron en quienes ahora dirigían y organizaban el país, aliándose o no con la antigua oligarquía (los Di Tella, los Macri, Perez Companc fueron algunas familias que cambiaron el mapa de nuestras élites dominantes), tuvieron que mejorar su propia historia.
No podían ser descendientes del tano ingenieri que firmaba con el dedo, del almacenero gaita con el lápiz en la oreja, del turco que vendía escobas y le patinaba la erre o de la polaca o francesita que limpiaba pisos en las casas de los Alzaga Unzué. Había que hacerse una historia, crear su mito de origen, sacarle su costado plebeyo y darle un altar nacional. Y para eso la estructura cultural, mediática y educativa dieron el marco a la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. De Europa vino todo, de Europa vino la cultura y de Europa bajo la Argentina y llegaron los argentinos. No hubo pasado, no fueron plebeyos y, lo que es peor, no hubo mestizaje.
Entonces lo evidente se obvio, la cultura y la educación jugaron su rol, e hicieron que el sentido común construyera la naturalidad de lo que en realidad ocurrió. Porque fue la unidad del pasado y del futuro lo que paso. Donde el mestizaje pasó andando. Donde no éramos ni más ni menos europeos. Eramos otro producto de la América Latina, con nuestras características pero que también nos emparentaba. En lo cotidiano se notaba pero no lo enseñaban. Porque al fútbol se juega en la cancha (palabra de origen nativa) y no en el field (campo en inglés), que el tano Manzi hacía canciones criollas que aprendió en su infancia santiagueña, que el camión del fletero correntino estaba fileteado al estilo genovés o que los sirios tomen mate en taza de vidrio.
Tal vez como plantea el compañero “Piraña” Colovos, en su nota El perro y el collar o la correa, el problema de los dichos de Alberto está en cómo nos paramos frente al mundo. Si nos pensamos como solo un país que debe pasar su destino colonial de la mejor manera posible o lograr la última y definitiva independencia. Y en eso juega un sentido común que no solo desprecia su pasado nativo, afro y mestizo, que también es presente. Para mirar con los ojos abajo y la cabeza gacha al europeo, blanco y occidental que queremos que nos acepte.
Considero que fue solo un furcio pero no es cualquier furcio. Es el que marca el pensamiento de miles de argentinos y argentinas, donde la cultura y la educación jugaron un rol fundamental. Discutir, debatir y poner sobre la mesa esas palabras, son las que van a ir abriendo el camino para que salga, como dice la canción, la verdadera historia. La de un pueblo plebeyo, nativo, afro, europeo, etc, en definitiva, MESTIZO.
(*) Profesor de historia. Columnista de Desde el Barrio (lunes a viernes de 10 a 13, por Radio Gráfica)
Discusión acerca de esta noticia