Por Leonardo Martín
El 25 de mayo de 2003, el día que Néstor Kirchner asume la presidencia, lo cierto es que el 90% de los argentinos no sabíamos quién era, qué pensaba realmente y los detalles de su trayectoria política. Incluso en el 22,25% que lo había votado en esa primera vuelta, lo hacía más en apoyo a la continuidad del proyecto de Duhalde o como un voto por descarte en una elección particularmente atomizada.
Siempre me interesó la política, leerla, discutirla, aunque en esos años mi formación era bastante precaria y la etapa en que había crecido no ayudaba. A eso había que sumar que veníamos de un período bastante oscuro que implosionó el 19 y 20 de diciembre de 2001, en la consigna “que se vayan todos” y en un sentimiento generalizado antipolítico.
Los noventa y los temprano 2000 fueron un desierto mirando en forma retrospectiva. Caída constante en lo económico (especialmente pos 95), desesperanza, individualismo, empobrecimiento generalizado con un gran dique de contención que era el 1 a 1. Con algunos pesos/dólares te podías dar gustos impensables años a atrás, pero era una economía que se iba mordiendo la cola, y que fue comiendo todo el resto del cuerpo. Ahí llegó el estallido social de diciembre de 2001.
Para entender la importancia de Kirchner en la historia argentina hay que entender desde donde veníamos, que es de una triple derrota política y cultural (nunca son definitivos los triunfos ni las derrotas). La primera había sido con la dictadura cívico-militar que había asesinado, masacrado y torturado salvajemente a una generación en los 70 de militantes de la izquierda peronista, de la izquierda clasista, militante gremiales, intelectuales.
La segunda derrota había sido la de la democracia. Alfonsín prometía en su campaña del 83 que con la democracia “se come, se cura y se educa”. Bueno, Alfonsín dejó su gobierno con seis meses de anticipación en medio de un cataclismo inflacionario. Con Ménem hubo una mejora circunstancial, aparente en el primer período, pero ya sabemos como terminó la Convertibilidad.
La tercer derrota había sido cultural, con un clima de abatimiento en esos años. De queja amarga, pero de poca confianza en la fuerza propia para generar un cambio político. Hubo sectores que pelearon, estuvieron el MTA, la CTA, los organismos de derechos humanos, pero eran minoritarios. Era el momento del neoliberalismo triunfante en el mundo en años donde, además, habían caído la Unión Soviética, el Muro de Berlín y la experiencia cubana sobrevivía en medio de una absoluta precariedad económica.
Teníamos una falta total de perspectiva y referencias realmente transformadoras. Estaba ahí el FREPASO con Chacho Álvarez, Graciela Fernández Meijide, Anibal Ibarra, que representaban en alguna franja una esperanza, pero tampoco era un espacio que entusiasmara demasiado. Vino la Alianza y la verdad es que los radicales difícil que despierten una esperanza, sobre todo proponiendo a De la Rua. Un viejo conservador, avinagrado, que solo podía tener chance como contraparte de la desfachatez de Ménem y en el diagnóstico de que el problema era la corrupción y no el modelo económico.
Empezaba a ir a la facultad en esos años. Siempre para un estudiante de Sociales es una tentación tener simpatía por la izquierda, pero repartían los volantes y leía “las contradicciones del capitalismo lo están llevando a su fase terminal”. Ya está, fin del diálogo. El capitalismo es así y estaba más triunfante que nunca en esos años. Otra opción cancelada.
Se hablaba mucho en esos años de la apatía política, de la generación x, del hedonismo, la superficialidad y nihilismo de la época. A la distancia, creo que no era tan así. Nos faltaban espacios donde referenciarnos, ideas que sintiéramos reales, líderes en los que creer. Estábamos, pero confundidos y desanimados.
En medio de ese estallido económico, incipiente recuperación pos 2001 y clima social convulsionado, cae Kirchner desde una provincia inhospita desde la mirada porteña y de gran parte del país. No sabíamos quiera era ni confiábamos en él como no lo hubiéramos hecho con casi ningún dirigente del peronismo después de la inmensa traición de los noventa. El peronismo eran los libros de historia, los derechos laborales y sociales, las vacaciones pagas, las obras de infraestructura, el crecimiento industrial o la versión setentista con Montoneros y la Triple A. En el presente que nos tocaba el peronismo era todo lo contrario de su idea original, sumado a la corrupción que parecía tocar cada acción del Gobierno, un farandulismo que teñía todo de banalidad y dirigentes que no despertaban pasiones, al menos positivas.
A mí me costó entender a Kirchner. Esperaba la traición, la puñalada, pese a que veía el crecimiento económico, la mejora en el empleo y los ingresos, la vuelta de paritarias, medidas como la moratoria previsional, la política de derechos humanos descolgando el cuadro de Videla y con la anulación de las leyes de Obediencia de Vida y Punto Final. La contracumbre del ALCA en 2005 fue un punto fuerte, pero nos quedamos mirando más a Chávez con su “Alca al carajo” y a la hippeada de Manu Chao y del Tren del Alba con Maradona y un Evo Morales que meses después ganaría las elecciones en Bolivia. Veníamos tan descreídos que hubo cosas que a muchos nos costaba entender y aceptar que era parte de un proceso más profundo de las expectativas que podíamos tener.
La epifanía (perdón la exageración del término) para mí vino en 2008, en el conflicto por la Resolución 125, en el enfrentamiento con las patronales agropecuarias y el poder real de la Argentina. Fue el momento donde se terminó de activar la carrera de dominó y empezaron a caer todas las fichas; que intereses estaban de un lado y cual de otro; que era el peronismo, de donde provenía ese odio y desprecio por el peronismo. En esos meses agitados, a mí y a muchos otros nos terminó de cambiar la cabeza. Empezamos a creer en un proyecto político, sentimos pertenencia, empezamos a defenderlo en un momento donde la grieta era bastante adversa. Ahí los años previos tomaron otro sentido, otro valor.
Y en ese momento el entonces ya gobierno de Cristina respondió con medidas medulares: estatización de la estafa de las AFJP; Asignación Universal por Hijo; un Estado activo sosteniendo la economía en medio de la crisis financiera de 2008/2009 con altos niveles de empleo y mejora en los ingresos; ley de Servicios de Comunicación Audiovisual (habiendo sido estudiante de Comunicación sabía el valor que tenía) y matrimonio igualitario, entre otras medidas con un espíritu de ampliación de derechos.
10 años antes todo eso nos hubiera parecido una utopía. Por eso muchos nos acercamos a la política, en mi caso siempre me interesó desde lo comunicacional, porque teníamos representación, porque sentimos que podía cambiar la realidad de las personas para bien. Y eso fue Kirchner, y también Cristina, que tuvieron la virtud de sacar al peronismo de los libros de historia, de traerlo al presente, reactualizarlo para las nuevas generaciones y una oportunidad de ver algo que muchos veteranos de militancia ya no creían posible. Le dieron vitalidad al movimiento que venía de ser colonizado por el neoliberalismo y por oportunistas que reivindicaban la figura de Perón y Evita con toda la liturgia, mientras en la práctica concreta hacían todo lo contrario. No había ni independencia económica, ni soberanía política ni justicia social, la vara con la cual se debe medir si un gobierno es o no peronista más allá del sello con el que haya llegado al gobierno.
A 10 años de la partida de Kirchner vale retomar su discurso al asumir la presidencia y esa frase genial que es más genial si el que la dice la cumple: “No voy a dejar las convicciones en la puerta de la Casa Rosada”. Cumplió. Por eso a 10 años de su partida lo recordamos, lo admiramos y lo posicionamos dentro de los dirigentes que hicieron el bien por su pueblo.














Discusión acerca de esta noticia