El debate sobre la clase media se amplía en los medios de comunicación, los círculos políticos e intelectuales, pero sobre todo en la calle cuando el gobierno nacional propone revisar la política en los Penales de la provincia de Buenos Aires para evitar la propagación de la pandemia o anuncia la expropiación de la empresa Vicentin. ¿Pero qué es la clase media? ¿Son los grupos que estarían en el medio de la sociedad entre el poder económico y las clases trabajadoras y que expresarían intereses específicos de ese sector o es una identidad, una imaginación reaccionaria –Roberto Arlt la llama “traición” en El juguete rabioso-, una operación política de las elites para confrontar cualquier subjetivación descolonizadora que resiste y disiente con el orden social injusto y subordinado al capital financiero? Ezequiel Adamovsky, historiador, ensayista, investigador, Doctor en Historia por la Universidad de Londres, autor de Historia y sentido (2001), Euro-Orientalism (2006), Historia de la clase media argentina. Apogeo y decadencia de una ilusión, 1919-2003 (2009), Historia de las clases populares en la Argentina. Desde 1880 hasta 2003 (2012) y El cambio y la impostura. La derrota del kirchnerismo, Macri y la ilusión PRO (2017), estudió la génesis en nuestro país de la expresión “clase media” y cómo se ha transformado en “sentido común” a partir del primer peronismo. En diálogo con Lucas Molinari en Radio Gráfica, analizó por qué esta representación de “clase media” continúa cruzando la discusión social y política en la Argentina.
Lucas Molinari: ¿Por qué es una ilusión la “clase media”?
Ezequiel Adamovsky: La pregunta es cuándo se comenzó a imaginar este país como dividido en tres clases, una clase alta, una clase media y una clase baja, siendo que a principios del siglo XX, la visión que tenían los argentinos de esa época era que el país estaba dividido en dos clases: clase alta y clase baja. El modo de imaginar las diferencias sociales cambió a lo largo del tiempo y eso creó, entre otras cosas, esta representación mental, esta imagen de una clase intermedia entre ricos y pobres. Por eso en el subtítulo del libro la llamo “ilusión” porque es una representación mental.
LM: Que tiene que ver con una decisión de querer diferenciarse, aspiracional…
EA: Sí, tiene que ver con varias cosas, la identidad de clase media en nuestro país tiene una historia larga y lenta de formación. Los primeros que trajeron la expresión “clase media”, que era una expresión poco conocida porque no era de uso común, fueron algunos políticos e intelectuales más bien de derecha, conservadores, nacionalistas, católicos sociales, recién a partir de 1920. Y la trajeron en un momento muy particular que era el de la mayor extensión del activismo obrero. Recordarán los oyentes la Semana Trágica de 1919, una insurrección obrera de gran magnitud, en un momento en que los trabajadores tenían ideologías revolucionarias. Algo que se recuerda menos es que gran parte de lo que hoy consideramos “clase media”, los trabajadores de comercio, los trabajadores del Estado, los chacareros, los estudiantes y muchos otros sectores estaban en alianza y sintonía con el movimiento trabajador y permeados también por las ideas revolucionarias. En ese momento es que este grupo de derecha empieza a instigar un orgullo de “clase media”, de alguna manera para tratar de convencer a todos los empleados, a los trabajadores intelectuales de que pertenecían a otra clase diferente que de los trabajadores. Por ello no les convenía andar mezclándose con los trabajadores manuales en las calles o en las huelgas.
LM: Y de ese 1919, 1920, luego viene el peronismo. ¿Podemos afirmar que ese concepto de “ilusión de clase media” se afianza?
EA: Sí, lo que yo encontré en mi investigación es que se introduce esta expresión “clase media” en los debates públicos en Argentina, pero durante bastantes años no se conviertes en una identidad. Es una idea, una expresión que utilizan intelectuales, políticos, pero que no prende en la gente común. Yo encuentro realmente que se convierte en una identidad en un grupo de la población amplio que hace propia esta expresión recién a partir de 1946 después de que Perón gana las elecciones para su primer mandato. Es en ese momento que hay un grupo importante de la población que empieza a pensar de sí mismo que es “clase media” porque le servía para dos cosas importantes: una, para distinguirse y diferenciarse de ese “bajo pueblo” que había votado a Perón, trazar una separación con ese “bajo pueblo”, pero además por otra cuestión, es que parte del discurso público de Perón tenía que ver con sostener que “los trabajadores, el pueblo trabajador era el núcleo de la nación argentina”. Perón decía que “el verdadero pueblo era peronista”, y que sólo había argentinos no peronistas en esa pequeña minoría que Perón llamaba “la oligarquía anti-patria”. Es decir, Perón no concedía ninguna legitimidad a ningún grupo social que no fuese trabajador y peronista. En ese sentido, la identidad de “clase media” servía para reclamar para sí un lugar legítimo, vale decir, somos una parte legítima del pueblo argentino, no somos trabajadores, tampoco somos peronistas, pero no somos esa oligarquía anti-patria que fustiga Perón. Es en ese contexto que se abre camino la identidad de “clase media”, también en este caso ayudada por la intervención político-cultural muy fuerte de políticos e intelectuales, sobre todo en esa época donde los referentes del catolicismo que fueron muy insistentes con este orgullo de “clase media”.
La identidad de “clase media” servía para reclamar para sí un lugar legítimo, vale decir, somos una parte legítima del pueblo argentino, no somos trabajadores, tampoco somos peronistas, pero no somos esa oligarquía anti-patria que fustiga Perón
LM: ¿Qué pasa en la década de los 90, cuando hay una degradación social del pueblo argentino que va a terminar con el Argentinazo del 20 de diciembre de 2001?
EA: Empieza un poquito antes de lo que señalás, lo que en el libro aparece como “la decadencia de esa ilusión”, yo registro que a partir de 1975, a partir del “Rodrigazo” (por la brutal transferencia de ingresos a favor del poder económico implementado por el ministro de Economía Celestino Rodrigo durante el gobierno de Isabel Martínez de Perón), que es el primer programa de ajuste estructural de lo que luego van a ser más comunes con los militares (dictadura, 1976-1983), con Alfonsín (1983-1989) y sobre todo con Menem (1989-1999). Comienza en 1975 una especie de sensación de que la clase media se achica, desaparece, se acaba, se muere. Con mucha insistencia en la prensa, por ejemplo, se encuentra esto. Es un momento de desconcierto, se suponía que Argentina era “un orgulloso país de clase media, distinto de América Latina por ello”, y de pronto los datos económicos parecían mostrar que la clase media se achicaba y que los hijos iban a tener peor suerte que los padres. En ese contexto se habilitan dos tipos de reacciones: por un lado, la de quienes afirmarse en una identidad de clase media, pero por otro lado, se va también habilitando un reencuentro de sectores medios con las clases más bajas. Toda la secuencia de la resistencia al neoliberalismo de Menem que se reactiva a mediados de 1990, tiene que ver con esa alianza creciente de sectores bajos y sectores medios. Recordarán ustedes que los gremios que más motorizaron la oposición a Menem fueron los gremios estatales y docentes, dos sectores asociados tradicionalmente a los sectores medios. Ese camino condujo a lo que vimos en el año 2001 y 2002, que fue esta confluencia tan poderosa entre sectores medios y sectores bajos graficada en esa consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”. Y me parece que ese encuentro político marcó la agenda de ese entonces y todavía la sigue marcando hasta hoy. El fenómeno del kirchnerismo es incomprensible sin tener en cuenta ese espacio de alianza que abrió la crisis de los años 90 y, sobre todo, el estallido de 2001.
LM: Quizás el oyente se pregunta que si este historiador afirma que la “clase media es una ilusión”, ¿qué concepto sería útil? Vos escribiste otro libro que habla de las “clases populares”…
EA: A mí me parece que la expresión “clase media” lleva a un equívoco con consecuencias políticas negativas, que es pensar que quienes ganaron un poquito más que los más pobres, están entre medio de ricos y pobres, como si lo que ganara un docente o como yo mismo, un investigador del CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) o un médico en un hospital estuviesen justo en un punto intermedio entre lo que gana un mega millonario y lo que gana un albañil, por poner ejemplos. La verdad que si uno ve la escala de gente como yo, de un médico o de un empleado de comercio, está infinitamente más cerca de lo que gana el más pobre entre los pobres que lo que gana el más rico entre los ricos, que son ingresos incalculables que la gente ni siquiera imagina la cantidad que ganan.
La idea de “clase media” nos invita a pensarnos como una clase disociada, separada del bajo pueblo y eso tiene consecuencias políticas que, desde mi punto de vista, son indeseables, son negativas. No hay ninguna obligación, ningún motivo por el cual una sociedad debe imaginarse como si estuviera dividida en tres clases. Podría imaginarse dividida en dos clases o en cuatro, en cinco o en diez. Es el modo en que cada sociedad se representa. El modo específico que hoy es más habitual en Argentina y otras partes del mundo de dividir la sociedad entres, eso es lo que trato de demostrar en mi trabajo, es un modo que surgió políticamente intencionado. Es una manera de ver la realidad que tiene consecuencias políticas: no es casual que tengamos esta manera de auto-percibirnos y no otra.
LM: El famoso “divide y reinarás”.
EA: Exactamente, tiene mucho que ver con eso. En los inicios de esta historia en 1920, cuando te contaba que los primeros intelectuales de derecha introdujeron en la Argentina la noción de “clase media”. Ahí estaba claro, ellos lo decían con todas las letras, en público inclusive, “que les preocupaba que los empleados se estén juntando con los obreros”, y que por eso entonces estaban inspirando este “orgullo de clase media”. Y es muy interesante que en ese momento que todavía no se había vuelto sentido común, si uno lee la prensa obrera, la prensa socialista, la prensa anarquista de esa época, los trabajadores identificaron perfectamente de que se trataba de una operación político-intelectual. Desde la prensa anarquista y socialista les respondieron a estos primeros intelectuales que trajeron la expresión “clase media” que “no existe ninguna clase media, que era un invento y que trataban de dividir al pueblo, partir al pueblo en dos partes”. En ese momento era claro y evidente, luego la expresión se naturalizó y ahora para nosotros parece sentido común que un maestro o un empleado es de una clase diferente que un trabajador manual.
La idea de “clase media” nos invita a pensarnos como una clase disociada, separada del bajo pueblo y eso tiene consecuencias políticas que, desde mi punto de vista, son indeseables, son negativas
LM: ¿Y cómo influye la cuestión “nacional”? Estoy pensando en las movilizaciones que ha habido contra la expropiación de Vicentin, eran distintas las consignas, incluso llegaron a cantar “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. También había gente que hablaba en contra de la cuarentena y las vacunas, y a favor de la propiedad privada. Fueron movilizaciones pequeñas, pero elocuentes por la cobertura mediática, no por la cantidad y representación. ¿Cómo juega la cuestión “nacional”, porque uno de los temas alrededor de Vicentin es que la empresa no se extranjerice?
EA: Una cosa muy particular en la Argentina es el vínculo entre identidades de clase e identidad nacional. Por un lado, y esto lo trabajo bastante en mi libro, la identidad de “clase media” está entrelazada con narrativas de la nación. Esta nación, la Argentina tiene una narrativa dominante, una narrativa maestra que propuso el Estado y los intelectuales hace mucho tiempo, que es la idea de que Argentina es un país en el cual la “civilización” se abrió camino de la mano de lo europeo, teniendo que barrer del medio “la barbarie” que tenía que ver con lo mestizo, lo criollo y sobre todo, con el bajo pueblo. Es un tipo de narrativa nacional que no necesariamente se encuentra en otros lugares y que tiene ya un sesgo muy anti-plebeyo instalado y un sesgo étnico-racial también muy fuerte: “lo blanco es lo bueno y lo no-blanco es lo malo”. Civilización y barbarie. Ya estaba presente en los textos de Sarmiento, Alberdi y en otros intelectuales y políticos posteriores. La identidad de “clase media” se entrelazó con ese relato, presentando narraciones personales o familiares que supone que la “clase media” es descendiente de esos europeos que bajaron de los barcos, y se distinguen de los “cabecitas negras”, el bajo pueblo que ese resto criollo incivilizado que encontraron cuando bajaron de aquéllos. Ahí hay narrativas que otorgan un valor moral mayor a la gente europea, blanca y de clase media y marginan, discriminan o inferiorizan a la gente de clase baja no sólo por su clase, sino también por su color u origen étnico.
Por eso mismo la identidad de “clase media” tiene una identidad muy ambivalente con la nación: por un lado, se reclama como un núcleo de la nación, cuando uno dice “Argentina es un país de clase media”, ese “de”, ese posesivo, implica que el que imagina así piensa que es dueño de ese país, que es el núcleo, que es la mejor parte. Por otro lado, una relación muy fuerte de ambivalencia, de rechazo, porque finalmente este país no se adapta a esos relatos y a esas narrativas. A este país si hay algo que lo distingue desde la Independencia en adelante es el protagonismo que han tenido las clases bajas en toda su historia y sobre todo en el siglo XX, y el lugar que han reclamado para sí los grupos plebeyos. Toda esta narrativa de desprecio hacia “lo negro”, esta idea de que la Argentina no avanza porque “los negros tal o cual cosa” o porque “hay fuerzas políticas que representan a los ‘negros’”. Ese sentido de ser superior y de poseer al país, se transforma en un desprecio por el país, desprecio por lo propio, desprecio de lo argentino allí donde lo argentino no se adapta a esas expectativas, las narrativa s en las que se apoyan esas identidades. Por esto no me resulta raro que haya un sector de la población donde no prenden las apelaciones o los llamados a defender los intereses nacionales, cuando ellos están asociados a proyectos políticos como los de un gobierno peronista o cualquier otro gobierno que aspire a representar a los trabajadores. Ahí esa ambivalencia se vuelve un odio de sí, y esto lo vemos con mucha frecuencia. De todos modos –quiero aclara algo-: no es la clase media como sujeto político la que hoy está pensando o actuando de esa manera. No hay, hace tiempo que no hay un sujeto político unificado de clase media, hay una porción enorme de los sectores medios que no obedecen a estas ideas más anti-plebeyas…
LM: Con el kirchnerismo se han peronizado, se han nacionalizado muchos sectores medios.
EA: Una porción enorme, quizás no mayoritaria pero muy grande, con lo cual no conviene hacer generalizaciones injustas para todos los sectores medios.
LM: Todavía no hemos hablado de la “grieta”. Qué importante generar desde los medios de comunicación este relato histórico, esta reflexión, porque si no se tiende a caer en figuras burdas como la de la “grieta”. ¿Qué pensás sobre esta figura que ha sido y que es tan recurrente en el lenguaje de periodistas?
EA: La verdad que a mí me entristece muchísimo ver cómo se ha empobrecido el debate político en los últimos quince años. Este país tenía un debate político razonable, por supuesto con sus posturas y sus diferencias que son legítimas, pero por lo menos era un debate político con algún acuerdo de criterios de calidad y de verdad compartidos. Realmente cuando estamos viendo que no sólo hay gente…, locos sueltos hay siempre, gente que puede imaginar cualquier disparate, cuando vemos que hay medios de comunicación, gente que con insistencia nos invita a imaginar cosas que son absurdas, como por ejemplo, “que estamos ante el peligro que se viene el comunismo”, o conspiraciones que tiene que ver con la cuarentena o “la negación de la efectividad de las vacunas” es muy triste, muy preocupante. La “grieta” nos invita a pensar que hay dos posturas políticas en el debate y la verdad que no es así, hay muchas posturas políticas. Pero además, los problemas de este país no se entienden por la dicotomía peronismo-antiperonismo, una dicotomía muy fuerte. Ahí hay una especie de solidaridad entre peronistas y antiperonistas para que todos entendamos los problemas del país en función de esos dos polos. Y algunos digan “el peronismo es buenos”, y los otros dirán “el peronismo es malo”, como si fueran las únicas opciones posibles. Cuando uno analiza la historia de nuestro país no se entienden las políticas públicas en función de esta dicotomía. Si uno analiza las políticas más pro-empresariales de los últimos treinta años, uno va a encontrar radicales, va a encontrar macristas y va a encontrar peronistas como Menem. Y si uno analiza la historia más a largo plazo, va a encontrar medidas populares tomadas por gobierno de signo no peronista. Sería bueno que vayamos cerrando este capítulo tan empobrecedor del debate público argentino, sin embargo, animado con tanta fuerza por figuras de los medios de comunicación y de políticas, que viven un poco de esta “grieta” que se ha planteado.
- Entrevista realizada en Punto de Partida (lunes a viernes de 8 a 10hs)
Redacción por Ariel Weinman
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