Roberto Arlt nació el 26 de abril de 1900, fue un novelista, cuentista, dramaturgo y periodista argentino, hijo de inmigrantes pobres recién llegados al país. Muy prolífico para su corta vida, falleció a los 42 años debido a una afección cardíaca.
Por Paloma Garrido*
“Escribe mal”, dijeron de él muchos autores canónicos de su tiempo. Por entonces Arlt era muy discutido por su lenguaje, su estilo y los tópicos que abordaba, que en más de uno generaban escozor. Más cercano estéticamente al grupo literario de Boedo que al de Florida, fue gracias a Ricardo Güiraldes, identificado con este último grupo, que logró publicar su primera novela, El juguete rabioso. Sin embargo él nunca adhirió plenamente a ninguno de los dos grupos. Sus influencias más apreciables, especialmente en sus novelas y cuentos, son las de Dostoievsky, muy marcada en la construcción de sus personajes, y la de los franceses Zola y Balzac, entre el naturalismo crudo y sus ladrones, prostitutas, rufianes del bajo mundo.
Arlt se escapó de su casa y de su padre violento a los dieciséis años. Luego de ejercer varios oficios se volcó al periodismo. Fue cronista de policiales en el Diario Crítica, experiencia de donde extraerá, como él mismo afirma, muchísimo material para componer sus personajes. Luego pasó al diario El Mundo, donde se hicieron célebres sus aguafuertes porteñas, en las cuales describía escenas de la Ciudad de Buenos Aires y sus habitantes.
En 1926 publicó su primera novela, El juguete rabioso, cuyo protagonista es Silvio Astier, un adolescente que ansía escapar de su destino proletario. Él quiere desesperadamente “ser alguien”, e influido por sus lecturas de aventureros busca la fama, sin obtener más que humillaciones y fracasos. Finalmente la manera que va a encontrar de trascender, será aquella de Judas: la traición. Un perro apaleado puede volverse peligroso, parece decir Arlt mientras asistimos a la degradación de éste y otros personajes de la novela.
Los personajes de Arlt son, por destino o por vocación, marginales. Para estos personajes desclasados, alucinados, la cruda realidad es una herida infligida permanentemente.
Con la excusa de responder la carta de un posible lector que le pregunta por su nueva novela Los siete locos, “para saber si vale o no la pena de gastarse el tiempo y unos pesos en su lectura”, Arlt hace un comentario de la novela, y define a sus personajes como “individuos simultáneamente canallas y tristes; viles soñadores que están atados o ligados entre sí por la desesperación. La desesperación en ellos está originada, más que por la pobreza material, por otro factor: la desorientación que, después de la gran guerra, ha revolucionado la conciencia de los hombres, dejándolos vacíos de ideales y esperanzas”.
Y es que Arlt escribe en la era de la técnica, luego de la Primera Guerra Mundial, cuando cada día se presentaba un nuevo avance en la ciencia y la tecnología que prometía nuevos horizontes de prosperidad, pero donde en cambio parece haberse perdido una instancia ordenadora del mundo, y la felicidad tan prometida y mil veces vendida no parece estar nunca al alcance de la mano.
Continúa Arlt su comentario a Los siete locos: “Hombres y mujeres en la novela rechazan el presente y la civilización, tal cual está organizada. Odian esta civilización. Quisieran creer en algo, arrodillarse ante algo, amar algo; pero, para ellos, ese don de fe, la «gracia» como dicen los católicos, les está negada. Aunque quieren creer, no pueden. Como se ve, la angustia de estos hombres nace de su esterilidad interior. Son individuos y mujeres de esta ciudad, a quienes yo he conocido”.
En Los siete locos (1929) hay siete personajes principales, siete ejes, dice Arlt, que confluyen en el protagonista motor de la novela: Remo Erdosain, que es ni más ni menos que un pobre tipo, desesperado porque ha cometido un desfalco y humillado por su esposa, humillación en la que se regodea. Erdosain, como el mismo Arlt, pretende ser inventor, y está obsesionado con crear “la rosa de cobre”, y cuando parece que no puede humillarse más, arrastra al lector a nuevos niveles de abyección en una espiral que sólo se profundiza.
Erdosain se une a una sociedad secreta liderada por El Astrólogo, un personaje eunuco delirante y alucinado que pretende hacer la revolución, que sería financiada por una red de prostíbulos en todo el país bajo la administración del Rufián Melancólico. Es decir, una revolución basada en la explotación de mujeres. En la semblanza de la Revolución resuena sin dudas Los demonios, de Dostoyevsky. Sin embargo Dostoyevsky ensaya en su novela una crítica dirigida a los revolucionarios que años más tarde concretarían la Revolución de 1917, mientras que para la “Revolución” planteada en Los siete locos, los personajes tienen discursos tanto socialistas como fascistas, que parecen primero develar una incoherencia ideológica, para luego revelarnos el verdadero propósito de los “revolucionarios”, que es romper con el orden establecido que les resulta profundamente doloroso. Ni ideales, ni superación. La lógica es puramente la del estallido, un golpe de Estado violento con participación militar que acabe con todo.
Los lanzallamas (1931) es la continuación de Los siete locos, y su Prólogo es el manifiesto que Arlt hace para su literatura. Contesta a sus detractores, los desafía y reivindica la escritura como un oficio: “Orgullosamente afirmo que escribir, para mí, constituye un lujo. No dispongo, como otros escritores, de rentas, tiempo o sedantes empleos nacionales. Ganarse la vida escribiendo es penoso y rudo. (…) Se dice de mí que escribo mal. Es posible. De cualquier manera, no tendría dificultad en citar a numerosa gente que escribe bien y a quienes únicamente leen correctos miembros de su familia”. Y más adelante finaliza: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un ‘cross’ a la mandíbula”.
Para finalizar, y para quienes se le animen en esta cuarentena a ponerle el mentón a este “cross”, queda hecha entonces la recomendación de El jueguete rabioso y Los siete locos. Por supuesto también de las “Aguafuertes”, no se pierdan He visto morir, donde Arlt relata la profunda impresión que le provocó presenciar el fusilamiento del anarquista Severino Di Giovanni. Es posible ver también sus obras de teatro La Isla desierta y Saverio el cruel, que se presentan asiduamente en los escenarios.
(*) Periodista y productora general de Feas, Sucias y Malas
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