El próximo martes 24 de marzo se cumplen 44 años del golpe cívico – militar de 1976. Quien esto escribe, nacido en aquella dictadura, propone repensar los acontecimientos a más de cuatro décadas, en medio de la cuarentena tras la pandemia del coronavirus, en pos de un camino útil para comprender los tiempos del ayer, los actuales y hacia dónde vamos.
Por Emiliano Vidal *
El silencio es total. Adentro y afuera. Escribo cerca de la primer hora del viernes 20 de este marzo 2020, el año “belgraniano”. Manuel Belgrano, al que la historia oficial precintó a la mera creación de la insignia nacional. Ese periodista y abogado que no dudó en alzarse en General de una causa. El presidente de la Nación, Alberto Fernández, acaba de presentar y en persona dando a conocer, el Decreto de Necesidad y Urgencia sobre el “Aislamiento Social Preventivo Obligatorio”. Se puede leer de los portales. El diario Página 12 desde su sitio web, ya lo tiene publicado. El decreto es una maraña de normas y tratados ideales para un estudiante de abogacía o un letrado de tendencia constitucional.
Es imposible no divagar en aquellos pasatiempos fílmicos o formato de serie de situaciones apocalípticas. Un libro vuelve a la escena mental. Es la Tierra Permanece de George Stewart. Mi viejo me lo regaló y marcó un camino. En la obra, escrita pos segunda guerra mundial, no hay guerras ni armas nucleares. Sus primeras páginas detallan lo siguiente: “Si hoy apareciera por mutación un nuevo virus mortal (…) nuestros rápidos transportes podrían llevarlo a los más alejados rincones de la tierra, y morirían millones de seres humanos. W.M. Stanley, Chemical and Engineering News, 22 de diciembre de 1947”. Un libro que siempre recomiendo y aún se puede conseguir u obtener por la matriz de la internet gratuitamente.
Los dos retoños, Facu, quien está transitando la escuela primaria y Eva, con sus dos meses recientes, duermen bajo la ala atenta de su mamá y del felino Titán, nombre en honor al máximo goleador del flamante campeón Boca Junior e inspirador de lo imposible, Martin Palermo. Escribo mientras pienso. El teclado no es un pantano que traba los dedos. Raros momentos estos, tantos días en casa. Nacido en dictadura y criado en democracia, es hora de ayudar a pensar desde mi condición de alumno natural y que quiere aprender. Todo. Pienso en ese niño dibujando soldados de Malvinas tras la guerra y reacio a aprender inglés, abrazando la causa del fútbol, que desde hace más de treinta años representan a mis amigos y seres queridos y al astro Diego Armando Maradona tras las dos pepas a los británicos, que sintetizan el deporte creado por ellos, el fútbol.
Este 24 de marzo se cumplen cuarenta y cuatro años del golpe cívico – militar contra el gobierno constitucional peronista en ese otoñal marzo de 1976. Una trágica fotografía de una larga película que comenzó con la globalización, que pretendió dar cuenta del mundo después de la Guerra Fría, y quedaría asimilada al enorme período de poder de los Estados Unidos. Una etapa que arrancó con el llamado Consenso de Washington, cuyo lanzamiento coincidió con el derribamiento del Muro de Berlín, hace justo treinta años. En esos años, la Organización Mundial de Comercio, los tratados de libre comercio y los planes de ajuste del FMI permitieron al capital financiero salvaje y a un grupo de grandes corporaciones con actividades muy diferentes, derribar los otros muros, contenedores de los sectores industriales y las economías regionales.
Ese capitalismo global no sólo agrupó a la ex Unión Soviética y al este europeo a sus negocios, sino que hizo retroceder a los llamados países periféricos. En América latina el caso más cruel fue el de México, que en 1994 se sumó al Nafta, el tratado de libre comercio del lado norteamericano, con alto costo en materia de soberanía. El resto de las naciones al sur cayeron, de distinto modo, en los planes neoliberales. El combo de privatizaciones, desnacionalización del petróleo y los recursos minerales y achicamiento del Estado provocaron que los años noventa convirtieran al continente en uno de los lugares más pobres e injustos con relación a la distribución de la riqueza.
En una Europa copartícipe, con el patio trasero subordinado y con China como un gigante que todavía no irrumpía en la historia como un actor fundamental, la oligarquía estadounidense asaltó el poder global, primero con el hijo de George Bush, caída de las Torres Gemelas en septiembre de 2001, tras la invasión a Afganistán. Con Obama en el poder, el debilitamiento de los Estados Unidos coincidió con la crisis de su principal socio comercial, la Comunidad Económica Europea. Hoy, las relaciones internacionales de poder tienen el tinte de la potencia emergente, China y la lenta recuperación de los Estados Unidos con el particular Donald Trump.
La pelea contra la pandemia del coronavirus retorna la antigua disputa entintada por intereses de unos pocos contra el bienestar general de muchos otros. En la Argentina, y en casi toda América latina, hay una lucha entre los anhelos neoliberales y el rol estatal administrado por un gobierno nacional y popular. ¿Debe el Estado intervenir en el libro flujo de la economía? Con José Martínez de Hoz, ministro de Economía de la última dictadura cívico – militar tras el golpe, se escucha que achicar el Estado es agrandar la Nación. Es el Estado, quien meramente deberá garantizar el orden espontáneo del mercado. Libre mercado y democracia se alimentan mutuamente; uno es la garantía del otro, aunque no sean compatibles. Según el filósofo, José Pablo Feinmann, el mercado tiene primacía absoluta. John Keynes tras la crisis de 1929, comenzó a implementar en los Estados Unidos las teorías del New Deal, que consistían en la intervención del Estado en la economía y pleno empleo. Así, el acceso al trabajo garantizó la capacidad de consumo de la población que aseguraría el desarrollo de las industrias. Era un plan para el salvataje del mercado interno.
Aun en esta época de pandemia, el gobierno de Alberto Fernández intenta generar una dialéctica entre la producción y el consumo. Un mercado interno nacional con el respaldo de un Estado benefactor de los intereses nacionales y de los pequeños y medianos empresarios que producen para ese mercado. Aquello que los neoliberales llaman “populismo” y Mauricio Macri lo calificó de “peor que el coronavirus”.
Precisamente, a 44 años del golpe, no hay que dejar de analizar e investigar el trunco paso por el gobierno de Macri. Si los popes de aquella Junta Militar fueron el “Nunca más” tras el histórico juicio de 1985, el ex mandatario debe ser el símbolo del Nunca más civil. Es difícil los nunca en política y en democracia, pero Macri ha sido un aplicado enemigo del Estado.
Ya cerca de las 2, el teclado comienza a empantanarse víctima del sueño. Es un momento histórico. La Tierra PermanecE, ardua tarea la de Alberto Fernández. Un fuerte sistema presidencial exige la figura del primer mandatario. Mi querido profesor de Derecho Penal de la universidad pública. El coronavirus no da lugar a grietas. Allí están los gobernadores de todos los colores políticos. Están el jujeño Gerardo Morales y el porteño Horacio Rodríguez Larreta. Jamás habrá grieta en lo que nunca fue ni será. Será una semana larga. Facu y Eva duermen, y allí sigue Titán, inmutable. ¿Será que la naturaleza está dando una lección? Pienso en el apotegma del ex diputado nacional, el misionero Héctor Dalmau, tan golpeado por la reciente partida de su hijo Rolo. ”Dios perdona, el hombre a veces, pero la naturaleza nunca”.
(*) Conductor de De acá para allá














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