Por Carlos Avondoglio y Javier Vitale *
Seis días atrás recordábamos una de las efemérides más dolorosas de nuestro calendario. En un nuevo aniversario del golpe genocida de marzo de 1976, el pueblo argentino se movilizó en todo el país para reafirmar su compromiso con la memoria y con el pedido de verdad y justicia en torno al horror desatado por la última dictadura.
Con esa rememoración fresca, creemos importante traer al presente otra fecha, también de marzo e igualmente enmarcada en la dictadura pro-oligárquica. Nos referimos al 30 de marzo de 1982. Esa fecha, consideramos, se debe vincular con la anterior -la que marca el desembarco de Videla, Agosti, Massera y Martínez de Hoz en el poder- en el sentido de que es su exacto reverso, la otra cara de ese funesto episodio. Es por eso que, aunque cobijen sentidos opuestos, la importancia que les debemos otorgar debe ser simétrica.
Recordemos los eventos de aquella jornada del otoño de 1982. Se venía de una creciente lucha de los sectores más dinámicos y combativos del movimiento obrero, que se había iniciado en el histórico primer paro general del 27 de abril de 1979. Posteriormente se realizó una segunda huelga general el 22 de julio de 1981 con el corolario, durante ese mismo año, de la primera gran movilización contra la dictadura hacia la iglesia de San Cayetano el día 7 de noviembre. Ya en 1982, la ofensiva obrera se tornará constante. Al cumplirse el sexto aniversario del golpe genocida la CGT de la calle Brasil publica un comunicado con un posicionamiento integral sobre el periodo: “La CGT escucha asombrada supuestos reclamos de cordura y de acuerdos para una transitoria concertación cuando se ha destruido el aparato productivo; cuando la desocupación y el hambre acechan a millones de hogares argentinos, cuando los dueños del proceso niegan el derecho elemental del ser humano que es el derecho a peticionar. Cuando se reafirma constantemente una línea económica fundada en la especulación, la entrega del patrimonio nacional y la concertación del capital en minúsculos sectores del privilegio”.
El hastío social y el poder de convocatoria alcanzado posibilitaron que los sindicatos que integraban la CGT “Brasil” decidieran dar un salto cualitativo y cuantitativo en su enfrentamiento con el régimen. Hacia fines de marzo, bajo el lema “Paz, Pan y Trabajo” (consigna que nace unos meses antes para la marcha a San Cayetano), la central obrera liderada por Saúl Ubaldini convocó a un paro con movilización a Plaza de Mayo en repudio a la dictadura cívico-militar. La política de articulación federal de aquella CGT estipuló un amplio protagonismo de las regionales, generando a su vez importantes concentraciones y marchas en Mendoza, Rosario, Neuquén, Tucumán, Córdoba y Mar del Plata. Otro aspecto relevante de la jornada fue la masiva presencia de obreros despedidos y desocupados producto de las políticas económicas y laborales instauradas desde 1976 en adelante. Es fundamental remarcar este punto, ya que da cuenta del persistente tejido solidario y el sentido de clase que se encontraba activo y sin los desmembramientos que sobrevendrían después. Hubo una clara directiva de los sindicatos de convocar, contener y hacer partícipes a los trabajadores que estaban siendo excluidos del modelo económico de Martínez de Hoz. Otra de las consignas fundamentales que enunció reiteradas veces Ubaldini fue “la patria convoca al pueblo”. Detrás de ese llamado hubo una manifiesta voluntad por parte de la CGT “Brasil” de convocar a diferentes sectores sociales y políticos que, en menor medida, se venían manifestando en contra de la dictadura y podían encontrar en la conducción estratégica de la central sindical un cauce para golpear con fuerza.
La protesta fue ferozmente reprimida: los heridos y detenidos se contaron por miles -entre ellos los directivos de la mencionada central obrera, mientras intentaban movilizarse en columnas hacia la Plaza de Mayo- y un trabajador (José Benedito Ortiz) fue asesinado en Mendoza. Hasta esa fecha no se había observado un despliegue represivo como el que la dictadura se dispuso utilizar en las movilizaciones del 30 de marzo. Por mencionar un ejemplo que ilustra la escala operativa de aquel día, en Capital Federal se tuvieron que utilizar colectivos de línea urbanos para trasladar a los miles de detenidos dado que los camiones de la policía no dieron abasto. “Se va a acabar la dictadura militar” y “Luche y se van” fueron algunas de las consignas que marcaron la jornada.
De este modo, así como el 24 de marzo de 1976 nos permite penetrar en las entrañas del drama argentino, drama que, en muchos aspectos, se prolonga hasta el presente, el 30 de marzo de 1982 –y las incontables jornadas de lucha que lo antecedieron- nos proporciona la muestra cabal de que, lejos de irse por su propia descomposición, la Junta Militar (aunque usada y más tarde desechada por el imperialismo) debió abandonar el poder por la firme y tenaz resistencia del pueblo trabajador. Incluso en los momentos más atroces, ese pueblo no se rinde, se organiza, se religa, se arroja contra todas las probabilidades y logra torcer la historia.
La memoria, desde esta perspectiva, debe nutrir los pedidos de justicia y reparación, pero también la autoestima de los pueblos que luchan por su liberación. La memoria colectiva sobre el 24 de marzo necesita fortalecerse de las historias de lucha y resistencia del pueblo trabajador. No hay memoria sobre el 24 de marzo sin recordar en toda su dimensión histórica el 30 de marzo de 1982.
(*) Integrantes del CEMO – Centro de Estudios para el Movimiento Obrero
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