Por Vivian Elem y Mariana Baranchuk
Nadie que tenga experiencia dice todo lo que sabe y todo lo que vivió, hay cosas que se callan para siempre.
Esto nos dijo una vez durante un almuerzo en el que no estábamos grabándola, mientras hablábamos de cuestiones sin importancia. Tomamos nota, la confrontamos con nuestras propias vivencias, cada una de nosotras en silencio, por separado, y luego, conversando, entendimos que ésa era otra de las enseñanzas de Stella. De ella aprendimos mucho en estos meses de conversaciones, de una lograda intimidad. No hicimos ningún esfuerzo en tratar de ser imparciales, no intentamos en absoluto mantener la objetividad. Llegamos a Calloni admirándola. Terminamos este libro con Stella como parte de nuestra vida. Ambas ampliamos nuestra familia, porque Stella pasó a ocupar parte de ella.
El arte de la elegancia: cosas de mujeres
Pensar en el legado de Stella, darle forma, sintetizarlo en estas pocas últimas páginas. Desear que la lectura hasta aquí haya sido amena y al mismo tiempo que haya permitido extraer algunos tópicos acerca del hacer periodístico, de la militancia, de la escritura y, claro, del ser mujer y querer hacer todo incluyendo, a conciencia y no por mandato, la maternidad y el goce.
Stella rememora ese lugar por el que tuvo que luchar ella y tantas otras, lo pone también en una cadena de sentido familiar. Una suerte de gen de mujeres libres que pasa de generación en generación:
“Mi madre era foránea y no era foránea. Todavía quedaba mucha gente que había conocido a mi abuelito y su familia que eran vascos que habían venido del Paraguay. Una parte se fue a Entre Ríos, otra a Salta y así (…) Fijensé qué avanzada era mi abuelita que mandaba a sus hijas a la escuela normal que inauguró Sarmiento, las primeras fueron mi tía Manuela y mi mamá. La mujer no iba a estudiar en ese momento. Las ‘chicas bien’ quedaban confinadas al piano, la cocina, la casa… Me imagino la primera que estudió medicina y fue cirujana no la dejaban ejercer (…) Yo vi todo eso también, la lucha de las mujeres. Mujeres solas como mi abuela, que quedó con todos los hijos y de alguna manera fue estafada por ese hermano de mi abuelo que se fue quedando con muchas cosas que le correspondían a ella”.
Y la lucha por la vida, por hacerse un lugar en la profesión sin ser humillada por el hecho de ser mujer y, al mismo tiempo, no abandonar ese gusto por lo que hoy en forma coloquial, y entre amigas, mencionamos como cosas de minita y a las que les dedicamos parte de la charla, en simultáneo con la conversación sobre política, literatura, trabajo o amoríos.
Stella es elegante, siempre maquillada, bien arreglada, la casa decorada, la variedad de copas, la mesa bien puesta:
“El concepto de elegancia me lo transmitió mi mamá. Donde estuvieras, en un cuartito de hotel, vos tenías que colgar algo. Vamos a un ranchito de barro y paja y veías que estaba blanqueado con un poco de cal y que le colgaban huevitos vaciados pintados de colores. Ahí hay elegancia. No es la elegancia idiota de los tiempos de los famosos y el ridículo, sino la elegancia de vivir. Yo anduve por varias casas, pasé por muchos cuartos, aun en los hoteles pongo algo, para que sea mío, una elegancia que no perdés”.
(…)
Su mirada del mundo está mediada por la poesía, por la belleza del lenguaje, por la empatía con los pueblos que sufren y los pueblos que bailan y los pueblos que bailan más allá de todo sufrimiento. Porque están vivos y no los han vencido.
Y porque el poema pide a gritos ser la crónica de la historia y perdurar.
Basta,
basta de poemas geniales para divertimento
de los núcleos cerrados de los genios,
aquí sólo sirve el poema vivo,
el que descarna
el que tiene dientes
el que abomina de las banderas
el que pierde el pelo, pero se amaña
con ternuras ciertas,
el poema que se puede decir en manicomios
y catacumbas,
el que abre cárceles y se desboca,
el que advierte y subvierte,
el que puede incendiar los panfletos y tumbar
la tristeza metafísica,
el que mueve las alas como una paloma ciega
orientándose por el mugido del viento
y el olor de los hombres,
poemas que desnuden y abismen
que se atrincheren
que jueguen
que imaginen.
Nunca más la palabra convertida
en fuente de cementerios,
hagamos la historia viva,
seamos este continente de brumas verdes
que lo salpica todo
y se mueve como un océano.
- Este artículo es parte del “Dossier 8 de marzo 2021. Día de las mujeres trabajadoras“, elaborado por las periodistas de Radio Gráfica.
Discusión acerca de esta noticia