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Paulo García será el nuevo secretario General de APINTA

Asumirá como secretario General del sindicato que nuclea a trabajadores del INTA en marzo próximo.

21 octubre, 2025
en Entrevista
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Paulo García será el nuevo secretario General de APINTA

Hubo elecciones en APINTA donde ganó la lista que conduce el gremio con Paulo García como nuevo secretario general. Para conocer al dirigente, compartimos una entrevista realizada por Carlos Avondoglio, del Centro de Estudios para el Movimiento Obrero (CEMO), de abril de 2021, publicada en el libro “¿Adónde vamos los trabajadores?”.

Pregunta: Contanos un poco de tu historia familiar y de la generación a la que pertenecés.

Paulo García: Mi viejo era un tipo de laburo, del interior, que laburó de gomero —su oficio de toda la vida—. No quería saber nada con la política, creía poco en lo colectivo. Él agachaba el lomo y laburaba, pero bueno, eso no construye una sociedad. Vino de chico a hacer la colimba, se quedó acá en Buenos Aires y siempre laburó por su cuenta. Mi mamá era de familia radical, pero de la época que solamente había radicales y conservadores, en la década infame. Mi viejo era antiperonista porque justo cuando vino a la ciudad lo agarraron las dos revoluciones contra Perón, las que le hizo la Marina, y él estaba en la colimba. Su vivencia personal hizo que le echara la culpa al peronismo.

En mi familia no había una historia de militancia y yo, hasta un poco antes de la entrada en el INTA [Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria], laburaba por mi cuenta, tuve un negocio, laburé de forma autónoma, en mensajería. Lo que sí, eso me fue moldeando. Ahí empieza mi vinculación con el sistema económico, en el trabajo con otras personas, en relación de dependencia, como motoquero de una agencia. Empecé a tener contacto con fábricas, con Envases del Plata, con Zanella, con Gatic que era la representante de Adidas, con grandes fábricas. Y ahí me empezaron a hacer un poco de ruido algunas cosas, porque uno trabajaba en la parte de finanzas. Luego empecé a estudiar Agronomía en Luján y se dio mi ingreso al INTA, al programa Pro Huerta, como contratado.

En cuanto a mi generación, yo terminé el secundario en 1985, así que me agarró la democracia en tercer año. Se volvió a los centros de estudiantes, aunque las familias seguían un poco marcadas por el miedo. Yo me acuerdo que enfrente de mi casa cayó una patota del Ejército y se llevaron a dos compañeros, a Bottarini y a Desidúe, y eso lo vi y lo viví de chiquito. Lo mismo las razias en los colectivos. Todavía mi generación vivió la dictadura. Por ahí las generaciones más nuevas creen más en la democracia.

¿Te acercás a la política mediante el sindicalismo?

Un poco antes. En el 2001 estaba trabajando con la moto en el rubro de finanzas, me quedo sin laburo y vuelvo a la agencia a seguir haciendo fletes, trámites. Me roban la moto y ahí viene mi corte. En esa época, mi viejo tenía unos locales debajo de casa y con un amigo de la escuela ponemos una unidad básica. Tratamos de dar una mano desde ahí, ayudar en el contexto de la crisis social. La sostenemos un par de años, armamos charlas. Trato de participar en la política, pero bueno, la desocupación me desorganiza y ahí queda el proyecto de la unidad básica ‘Justicia Social’ sobre la Avenida Ratti, que sería el primer acercamiento a la política. Antes participé en el centro de estudiantes en el colegio José Hernández, en el comienzo de la democracia.

 

¿Tu generación siente el hueco de la generación inmediatamente anterior que es sobre la que recayó el accionar represivo de la dictadura?

Sí, falta una generación de lucha. Queda una generación que sobrevivió a la dictadura por acción u omisión. En los sindicatos se nota esa mentalidad más defensiva, y la ausencia de aquellos que no estaban dispuestos a bajar los brazos y entregarse.

¿Cómo se desarrolla tu experiencia en el sindicalismo?

Estuve contratado entre 2001/2002 y 2007, que entré a planta. A partir de ahí intenté acercarme a los sindicatos buscando una solución a este problema de la inestabilidad laboral y todo eso y empezamos a participar, a entender un poco más, a leer —si bien siempre me gustó la lectura— para tratar de informarme y tomar decisiones en base al conocimiento de la historia. A partir de eso es que empezamos a participar sindicalmente. Primero pasé por otro espacio, porque las autoridades de APINTA, cuando era contratado, no me permitían afiliarme. Los compañeros de ATE [Asociación Trabajadores del Estado] estaban muy radicalizados, eran la línea bordó, la línea ‘troska’ del Partido Obrero y tampoco me sentía contenido. Unos compañeros del PAMI [Programa de Atención Médica Integral] me acercaron a UPCN [Unión del Personal Civil de la Nación], empezamos organizando algo ahí, pero sentimos que no era el espacio.

Desde APINTA nos vinieron a buscar pero ya estando en planta y la verdad que era todo un desafío porque la dirigencia que había en ese momento era una compañera de origen radical, más conservador, donde si venía alguien con algún problema no lo afiliaba, porque no cumplía el fin de un sindicato sino que era más una mutual.

Pero como se estaban quedando sin afiliados necesitaban una renovación dentro de la Comisión Directiva, y me acerqué, nos invitaron a participar a mí y a Alberto Evans, el secretario de Finanzas, y a partir de ahí empezamos a pedir que se hicieran las reuniones de la seccional —que no se hacían— y las cosas no se resolvían con participación y votación, sino que la Secretaría General iba cambiando las comisiones y tomaba las decisiones, y no había reuniones de Comisión Directiva. Empezamos a exigir, como lo dice el mismo Estatuto, reunirnos una vez por mes, discutir las cosas, votarlas. Empezamos a afiliar compañeros nuevos, que entendían que es un sindicato y no una mutual. Los compañeros que había antes eran todos mayores, entre 50 y 65 o 70 años. Acá sumamos a compañeros jóvenes de veintipico que les interesaba participar. También queríamos tener un lugar, porque antes la seccional no estaba abierta, salvo algunos días y en algunos horarios, tenías que llamar para ver si podías venir. No era un sindicato de puertas abiertas.

A partir de eso, hicimos esta transformación. Creo que ahora está mucho más abierto, más participativo. En ese momento había alrededor de 120 afiliados en la seccional, hoy tenemos 200. A su vez, hubo un recambio generacional en el organismo, que venía de los años 90 con su planta congelada. A partir de 2003, bajo la presidencia del ingeniero Carlos Chepi, hubo un recambio generacional, se descongeló la planta. Para mí uno de los mejores presidentes del INTA. Hizo las gestiones correspondientes para incorporar, como en el caso mío, a los contratados de Pro Huerta a la planta del INTA, descongelar la planta, cambiar la flota vehicular, conseguir financiamiento para reequipar los laboratorios.

Hubo todo un cambio de época y generacional en cuanto a la planta de personal. Y eso abrió otro montón de cosas, sobre todo nuevos investigadores con otras inquietudes, con otra participación, hasta política. Antes la participación política dentro del INTA era escasa y reacia porque, justamente, el 29 de marzo, a una semana del golpe de Estado del 76, los militares tomaron este lugar, el CNIA [Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias]-INTA Castelar estuvo un mes tomado, en el marco de la intervención del INTA. Durante ese mes, con el predio tomado y con listados secuestraron gente, se llevaron chupados unos cuantos compañeros, diez de los cuales permanecen desaparecidos. Pero además hubo 900 cesanteados. Todas las líneas de investigación que apuntaban más al desarrollo nacional, como la genética de diferentes cultivos, todo eso se desarticuló. Todo ese material de investigación se abrió a la sociedad y se le entregó a las multinacionales del agro y, posteriormente, Martínez de Hoz sacó la ley de patentes mediante la cual todas esas investigaciones nacidas en el campo científico-tecnológico nacional se las apropiaron las empresas privadas. Eso dejó una marca en la institución. Ya de por sí, la institución fue creada en 1956 con la “Revolución Fusiladora” y hasta los edificios y los predios tienen una impronta muy militar y elitista. Durante mucho tiempo fue muy difícil la inserción o la permeabilidad dentro de la institución de la militancia del campo nacional y popular. Un espacio bastante conservador.

Por otra parte, el INTA es un ente autárquico, descentralizado, que tiene un Consejo Directivo, o sea tiene un órgano rector que está integrado por diez miembros: cinco del Estado (presidente, vice y primer vocal que los pone el presidente de la Nación a través de un decreto); un representante de las universidades de Agronomía y uno de Veterinaria; y cinco representantes del sector privado que son las cinco grandes entidades del campo. La Sociedad Rural, el principal enemigo del movimiento popular, CRA [Confederaciones Rurales Argentinas], CONINAGRO [Confederación Intercooperativa Agropecuaria Limitada], Federación Agraria y, últimamente, AACREA [Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola], que lo pusieron como miembro a partir del golpe del 76. Que esas cinco entidades del lock out patronal sean parte del Consejo Directivo del INTA es toda una señal. Y, por ejemplo, que la agricultura familiar o los trabajadores no tengamos representación dentro de ese Consejo, es también sumamente llamativo y tiene su impronta en el funcionamiento de la Institución.

Vos entraste como contratado en el Pro Huerta, que trabajaba con desocupados en el marco de un país que se había ido pauperizando a partir de 1976, ¿cómo viviste esa experiencia?

El programa Pro Huerta nace en 1989 después del primer estallido social y la hiperinflación, donde el Estado sale a repartir alimentos, las famosas ‘cajas PAN’ [Plan Alimentario Nacional], que era todo alimento seco. Ahora, eso al poco tiempo demostraba la falencia de la falta de aporte de vitaminas, minerales, sobre todo en el sector infantil. Entonces se le encarga al INTA el desarrollo de un programa para el aporte de estas vitaminas y minerales y la autoproducción de alimentos. Así nace el programa, allá por el año 89/90, con muy pocos compañeros. Después va creciendo y llega al 2001, al segundo estallido, como una herramienta para paliar esa crisis, esa falta de alimentación en un país rico y agroexportador como el nuestro, donde una buena porción de su población no tenía para cubrir su alimentación básica.

Antes eran insurrecciones políticas y sindicales, después del 76 son estallidos sociales.

No hay que olvidarse del tema de la tenencia de la tierra, que es muy importante y no siempre lo visibilizamos. La gente se va del campo porque tiene que tener unas porciones muy grandes de tierra para que sea productivo, y va a buscar salud y educación a la ciudad, pero el problema es que la ciudad no tiene espacio.

¿Cuánto tiene que ver la soja?

El boom de la soja empieza en los 90, antes era un grano más. El INTA tiene mucho que ver con eso. Después de la llamada “revolución verde” se empieza a trabajar sobre la modificación genética de los cultivos y el auge, o la explosión, tiene que ver con la siembra directa. Antes para poder hacer un cultivo tenías que arar, que es dar vuelta el suelo, poner las raíces al aire y las hojas para abajo, dejar que la capa vegetal se muera, pasarle el disco para dejar la tierra suelta y hacerle un control de malezas mecánico.

Después de todo eso se sembraba. Llevaba un tiempo, un laboreo, y todas esas pasadas de los tractores eran combustible y trabajo. A partir de que aparecen los agroquímicos y empezás a aplicar un producto químico que mata todo el pasto, todos los vegetales, salvo el cultivo que vas a poner que es tolerante a ese producto químico, es que se empieza a utilizar la siembra directa. Primero se esparce el glifosato y a los tantos días se hace la siembra, en una sola pasada. Ahorrás mano de obra, ahorrás costos, y así comienza el boom sojero en nuestro país. Empieza a perder volumen el maíz, el trigo, la cebada y el resto de los cereales, hasta los animales, y se empieza a estabular y hacer los feedlot. Es a partir de los 90, y el promotor desde el Estado fue Felipe Solá.

AACREA y AAPRESID [Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa] son los grandes lobistas de la ‘revolución verde’.

Sí, y en un punto son la antítesis del INTA, de lo que es un organismo de ciencia y técnica nacional. Por eso es todo un símbolo que en el gobierno macrista las autoridades del INTA hayan sido copadas por AACREA. Era como que el presidente del Centro de Veteranos de Malvinas sea un soldado inglés. El famoso zorro en el gallinero. No les interesa que el desarrollo científico-tecnológico parta del Estado. Ellos creen que eso lo tiene que desarrollar el privado.

También tienen copada la Facultad de Agronomía de la UBA, con la bajada de línea de los planes de estudio y de muchos docentes.

Eso pasa en todos lados. En la Universidad Nacional de Luján el fin formativo de la carrera de Agronomía era hacer de la producción agrícola-ganadera algo rentable. El costo ambiental no entraba en ese cálculo, por ejemplo. Era ser rentable, que dejara guita.

Durante el kirchnerismo, más allá del conflicto de la 125, ¿se revirtió este proceso?

Empiezo por el tema del impuesto a la exportación de granos en bruto. La llanura pampeana es una placa tectónica que se hundió a lo largo de millones de años, la erosión de ese suelo generó un suelo muy rico en nutrientes, el famoso loess pampeano. Uno de los pocos lugares del mundo que tiene ese perfil de suelo, estas características ideales para el cultivo. Esos suelos no es que los inventó la actividad privada. Es un hecho natural. ¿Quiénes son los dueños del suelo? Aquellos que se los apropiaron, en principio, sobre todo a partir de la Conquista del Desierto. Una de las diferencias con Estados Unidos es la división de las tierras: mientras allá el modelo fue el de las familias de colonos como en “La familia Ingalls”, acá predominó el modelo de las grandes estancias, con castillos medievales, con mármol traído de Italia, las tejas de Francia. Ese latifundio siempre estuvo en manos de pocas familias. Avanzamos en el tiempo, y esas familias tienen la renta agraria; entonces la gran discusión es quién se queda con esa renta. El resto del país no tiene ningún beneficio.

Tenemos que entender que en nuestra sociedad no puede haber un multimillonario prendiendo un habano con un billete de 100 dólares, y una persona que no tiene un plato para comer. Tenemos que verlo con esa visión de conjunto. Que el que exporta el grano en bruto pague un costo. Yendo más lejos, tendríamos que transformar esa producción, elaborar la materia prima y darle trabajo al resto de los argentinos para que todos podamos vivir dignamente. Y después se complejiza con todo lo demás. No puede ser un país que exporta granos en bruto, paga el flete y tiene los puertos en manos privadas.
El otro día estaba viendo un documental de Netflix sobre el coque, que mostraba cómo morían millones de trabajadores con una expectativa de vida de 50 años por estar al lado del horno con los vapores, etcétera. Y los dueños eran archimillonarios porque pagaban sueldos de miseria. Es un poco esto, y no lo logramos cambiar, el poder de esa elite por sobre el de las grandes mayorías.

¿Cómo puede leerse, desde el movimiento obrero, la secuencia que va desde el kirchnerismo, pasa por el macrismo y desemboca en el momento actual?

Te lo puedo responder desde lo que nos pasó adentro del INTA, un organismo de ciencia y técnica, y desde la perspectiva de este lugar, el único Centro Nacional de Investigación Agropecuaria que se creó previo al INTA, en los años 40. Como comentaba anteriormente, este espacio estaba muy venido abajo, los laboratorios sin inversión, el retiro de muchos investigadores yéndose a la actividad privada por los magros sueldos del Estado. Acordémonos de Cavallo mandando a los científicos a lavar los platos.

A partir del 2003, con la presidencia de Chepi, se empieza con inversión en los laboratorios, se descongela la planta y se rejuvenece con nuevos investigadores, se vuelven a formar investigadores en el exterior, se cambia por completo la planta vehicular de la institución que era de los años 80, todo lo que es la aparatología dentro de los laboratorios también. Comienza un convenio sectorial de trabajo que antes el INTA no tenía. El convenio sale en 2006 y es fundamental porque vuelve a poner la carrera administrativa dentro de la institución, se mejoran los sueldos —que casi se duplican—, se vuelve a la ley del investigador que hace que todos los profesionales se jubilen con el 85% móvil, se repatrían un montón de investigadores y científicos. Hay un cambio sustancial y creo que es un reflejo de lo que pasó en la sociedad con la “década ganada”.

También está bueno recordar que, en este tiempo, no es que el campo deja de ganar plata, muy por el contrario. Se duplica la producción agropecuaria. No es que el campo no tiene rentabilidad. Es el boom de las commodities.

Toda la mejora material que relatás, ¿fue acompañada por una mayor intervención política de los trabajadores en el organismo?

Eso tanto no se dio por lo que te decía antes del Consejo Directivo. Lo que sí, la gestión hizo la diferencia con Chepi como presidente, que era un buen articulador político. Iba a negociar con las autoridades políticas los fondos para esta transformación, porque sin fondos no hay transformación. La dirección política nacional era permeable a la demanda de la institución.

También, en su momento, cuando estábamos buscando fondos, se hizo el intercambio con Venezuela de capacitación técnica y maquinaria por financiamiento y petróleo, y se vendieron muchas máquinas agrícolas, se hizo un trabajo de capacitación de ingenieros venezolanos. O sea, también el INTA ocupó ahí un rol importante en la transferencia de tecnología hacia América Latina y en el ingreso de divisas. Es un reflejo de lo que pasó en el país en otros sectores, como la industria.

En cuanto al macrismo, acá en el INTA, la mayoría votó el “cambio”. Mucho tiene que ver con la ilusión que vendían de que íbamos a estar mejor, de que se podía seguir avanzando. Se habían conquistado muchos derechos, la verdad que se estaba bien, teníamos un salario en dólares alto, estábamos en una época de bonanza, y los cantos de sirena de la derecha y las denuncias de corrupción calan en la gente común, sobre todo cuando ellos manejan a los medios. Por otro lado, decían que los trabajadores no iban a pagar ganancias (muchos trabajadores del INTA pagaban ganancias porque tenían buenos sueldos) y se pensaban que era un cuento de hadas, que iba a venir el PRO [Propuesta Republicana] y que los empresarios que eran exitosos en sus empresas iban a ser exitosos gestionando el Estado. Muchos no creíamos en eso pero prendió porque manejaban, como digo, la comunicación. Por un lado denunciaban la corrupción y por otro lado hacían promesas de que íbamos a poder comprar los dólares que quisiéramos. Promesas que no eran reales, se ganó a través de la mentira.

Hay una suerte de disociación. Durante el kirchnerismo los trabajadores pelean por conquistas materiales pero eso no se traduce necesariamente en una mayor conciencia de clase.

La conciencia de clase es muy difícil en este espacio, donde los compañeros profesionales tienen una visión más individual que colectiva, la formación dura de la ingeniería los lleva a la negociación no colectiva sino individual y es bastante difícil la participación, eso es una realidad. Ahora, un poco lo que decía el General: “La única verdad es la realidad”. Y la vivimos porque después de que vino el gobierno macrista, más trabajadores pagaron el impuesto a las ganancias, el sueldo se fue diluyendo, se perdió poder adquisitivo, se pidió el achique de la planta porque “éramos muchos”, se querían echar mil personas, y a partir de que teníamos mucha población “jubilable”, tuvimos un achique de mil personas, nada más que no fue porque se echó gente sino porque se jubiló y no repusieron, pero la planta se achicó. Los autos no se renovaron, las instalaciones se deterioraron, y eso lo vieron todos los compañeros, lo sintieron en carne propia. Un salario en dólares que en promedio era de USD 1000, se bajó a 500 o 400. Eso es bien cuantificable, no es interpretación. El poder adquisitivo del salario se redujo a la mitad. Una parte de los profesionales renunciaron a la institución y se fueron, también compañeros del personal de apoyo, que es el escalafón más bajo. Un muchacho de mantenimiento ganaba hasta hace poco 35.000 pesos, menos que en la actividad privada. Se cerraron agencias de extensión, se cerraron los centros de investigación para la agricultura familiar. Acá adentro de la estación experimental AMBA [Área Metropolitana de Buenos Aires] se cerró la agencia de extensión Ituzaingó, la puerta de atención al público. Tres de los cinco IPAF [Institutos de Investigación y Desarrollo Tecnológico para la Pequeña Agricultura Familiar] se cerraron. Eso vivimos en los cuatro años de macrismo, con la institución conducida por AACREA (Balbín, Bosch), que le dio la espalda a los pequeños productores y que sólo se interesó por el capital concentrado, el agronegocio, sin una visión de desarrollo nacional, con políticas donde el Estado intervenga lo menos posible. Esa es la realidad del “cambio”.

En ese marco, ¿cómo evaluás la resistencia que se llevó a cabo tanto en el organismo y como en el nivel nacional por parte del movimiento obrero?

Mirá, parte de las 700 hectáreas que ocupa el CNIA —que en su primera época contaba con 1300— se quisieron privatizar y vender para instalar un distrito de innovación agroindustrial con conexión con el aeropuerto de El Palomar, y poner hoteles Sheraton y empresas. Y no pudieron porque se resistió, con los vecinos. Nos acercamos al municipio de Hurlingham donde se sacó un Código de Ordenamiento Urbano que prohibía que las tierras del INTA se utilicen para otro fin que no sea para lo científico-tecnológico. Ese tipo de cosas hicieron que los trabajadores se dieran cuenta y voten en contra del PRO en 2019.
La resistencia al gobierno macrista la llevó adelante el movimiento obrero, de eso no me cabe duda. Estuvimos contra la reforma laboral, contra la de las jubilaciones. Los que le pusieron el cuerpo a la resistencia fueron los trabajadores. El movimiento obrero fue el que luchó. Hicimos movidas acá en las plazas, en William Morris, Ituzaingó, Hurlingham, visibilizando la falta de presupuesto. Porque al no darte presupuesto no podés trabajar, y después te dicen que no trabajás y que la gente sobra. Es el perro que se muerde la cola.

El movimiento obrero fue el artífice de la resistencia y lo que da bronca, porque pasa siempre lo mismo, es que a la hora de la lucha estamos los trabajadores pero a la hora de la política el movimiento obrero queda afuera de las decisiones. Nos preguntamos dónde estaban el resto de los sectores que después ocupan los cargos.

¿Cuál debe ser el rol del movimiento obrero en el frente nacional hoy?

Lo que falta es una representación en el seno del movimiento obrero, que es la CGT [Confederación General del Trabajo]. El tema arranca de ahí. ¿Quiénes representan al movimiento obrero? Yo creo que sus dirigentes de base son un ejemplo de lucha y de trabajo. El problema, que es el vicio de estas estructuras, son quienes están a la cabeza de estos sindicatos y de la CGT. Lo hemos visto cuando se afanaron el atril y los compañeros pedían que pongan la fecha del paro. Y cuando cambiaron la hora de la movilización porque la dirigencia le tenía miedo a la base, a sus representados. Está un poco obsoleta la dirigencia gremial de los grandes sindicatos. Sigue estando Cavallieri, un dirigente del menemismo. Están obsoletos, fuera de la realidad. Tiene que haber una renovación. También están los movimientos sociales que representan una parte de los compañeros desocupados. Creo que tiene que haber un trabajo de unión y llevar eso a una representación más combativa y activa. Lo vimos en su momento con Pedraza y los ferroviarios, los propios compañeros del sindicato estaban en contra de los tercerizados. Tiene que haber una renovación de los compañeros del movimiento obrero.

Tags: APINTAIntaPaulo García
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