Por Fernando Gómez*
Te di mi corazón y lo perdiste
Me lastimaste cuando me mentiste
(el pájaro vio el cielo y se voló)
Los auténticos decadentes
Asumió Javier Milei. Un soleado domingo 10 de diciembre, a media mañana, el tercer día de un fin de semana largo y con la promesa de dirigir su discurso inaugural de mandato a una multitud que habría de reunirse en la Plaza de los dos Congresos.
Así se dispuso el operativo. Pantallas gigantes sobre la calle Virrey Cevallos, que divide la Plaza de los dos Congresos, a la esperan de cientos de miles de personas que habrían de acompañar en la asunción presidencial a quien promete un “cambio de era” en nuestro país.
Las expectativas colisionaron con la realidad, como un camión que se estampa de frente contra un muro de hormigon. Un puñado de personas se agolparon frente a la valla del Congreso, 10 mil, 20 mil, 25 mil como muy generoso conteo de asistentes, en el que se entreveraban turistas que aprovechan una economía devaluada y curiosos que observaban el paso de granaderos en medio de una despoblada asunción presidencial.
Es cierto, las fuerzas a Milei le vienen del cielo -según dice-, pero sin lugar a duda, la presencia de humanos en el aspecto terrenal quizás le hubiera permitido sortear la innegable imagen de debilidad en clave de representación política que arrojó la asunción presidencial.
No se trata de medir la calle como herramienta de imposición política. De hecho, enormes movilizaciones surcaron las calles frente a las narices del gobierno de Alberto Fernández y no modificaron un ápice la inercia que lo depositó en el altar del desprecio popular. Sin embargo, en el medio de una crisis de representatividad política brutal que vive nuestro país, y con una democracia que exhibe síntomas de anemia importante, la falta de pueblo en la asunción de Milei, permite contrastar el apoyo en las urnas con la encarnadura de la adhesión política que genera.
A Javier Milei en la Ciudad de Buenos Aires lo votaron 370.000 personas, más de un millón de personas en el conurbano bonaerense. En el balotaje, muchos más, pero asumamos como absolutamente propios los votos de las elecciones generales.
De ese millón y medio de votos que estaban a -cuanto mucho- 20 km de la Plaza de los dos Congresos, apenas 20 mil decidieron dejar su media mañana de lado para acompañar en una soleada jornada la asunción de un Presidente que consideró la elección que lo transformó en primer mandatario, como el evento mas importante en términos mundiales desde la caída del muro de Berlin.
Sin lugar a dudas, la postal de la asunción de Milei, marca con nitidez la intensidad de la adhesión política con la que cuenta el nuevo Presidente entre sus propios votantes. Cuánto de cariño acompañaba el voto, cuánto de voluntad tienen sus votantes en superar la adhesión virtual y transformarla en apoyo presencial en la calle.
Las fuerzas se quedaron en el cielo, qué lindo el cielo. Y abajo, en el Congreso, sólo quedó un olor a debilidad que espanta.
Es determinante poder analizar el grado de convicción con el que los votantes empujaron a Milei a la presidencia, dado que a lo largo de su pobre discurso de asunción, parecía muy convencido que tenía un mandato irreductible de nuestro pueblo para llevar adelante un ajuste feroz sobre el bolsillo de la mayoría de nuestros compatriotas y condenarlos a largos años de miseria para consolidar la libertad económica de los dueños de todas las cosas.
Retazos de un desgobierno
El experimento Milei empezó a ser conducido en Estados Unidos cuando se reunió con Jake Sullivan, lo narrábamos en nuestra anterior editorial. Se ve reflejado en un gabinete que entrevera radicales negados por los radicales, autoridades del PRO, macristas, massistas, menemistas de saldo con olor a rancio, cordobeses dispuestos al desvalije de la cosa pública y una profesora de Reiki con un megaministerio que no sabe cómo funciona.
Un entrevero de acartonada “unidad nacional” que exhibe gobernabilidad prestada. Un cotolengo que destila debilidad.
Alberto Fernández ya inauguró el tiempo de la raquítica democracia en el que se puede ser Presidente y no conducir el gobierno, Milei amenaza con profundizar ese ciclo.
Al menos, si uno se detiene en la ideología expuesta en sus tiempos de panelista y candidato; o bien repara en las promesas de campaña de “La Libertad Avanza” u observa su núcleo primario de adhesión política, podrá notar que las decisiones políticas y económicas tomadas en la primera semana de gobierno, no nacieron del afiebrado laberinto mental de Javier Milei, ni de su troupe de gente rota que lo acompaña.
A ese cuadro de ministros prestados y ensamblados “made in USA”, se le suma una minoría legislativa atada con alfileres que mostró su último desorden con el mini cimbronazo que le provocó Victoria Villarruel a Javier Milei en el Senado de la Nación, allí donde designó a una persona contra la voluntad del Presidente.
¿Y del programa económico? Bueno, ahí las recetas de siempre, en manos de los de siempre y para beneficio de los de siempre. Todo lo que Javier Milei venía a combatir.
Saqueo, ajuste y olor a naftalina
En 1990 un economista inglés de apellido Williamson publicó un artículo llamado “El Consenso de Washington” que exhibía los planes de Estados Unidos con los organismos multilaterales de crédito de superar los planes del FMI de la década del 50 y reformatear la economía mundial para ponerla en clave de subordinación de los intereses geopolíticos yanquis en uso de su nueva hegemonía.
Tal y como explica en su nota Alejandro Marcó del Pont “Los diez mandamientos del Consenso planteaban: 1) disciplina fiscal; 2) racionalización y reorientación del gasto público; 3) reforma tributaria; 4) liberalización financiera; 5) tipos de cambio unificados y competitivos; 6) liberalización del comercio; 7) promoción de la inversión extranjera directa; 8) privatización de las empresas estatales; 9) desregulación amplia de los mercados; 10) garantías a los derechos de propiedad.”
Alejandro remata diciendo “Si uno no supiera que el artículo es de los noventa, se creería que son las políticas actuales diseñas por el nuevo gobierno argentino, pero no, estas serían el Consenso de Washington II o el regreso. Si la primera parte dejó el desastre que dejó, no hablemos de las segundas partes, que nunca fueron buenas”.
Los anuncios de Toto Caputo destilan olor a naftalina. Un ajuste feroz, clásico, viejo, sin atender a las cuestiones políticas y sin importarle un comino la gobernabilidad de un presidente que parece de prestado.
La devaluación del peso en un 118% aproximado, sin aumento de retenciones cuando se está en plena cosecha de trigo y con la soja y el maíz con las inversiones hechas, apenas provoca una brutal transferencia de recursos desde el bolsillo de todos los argentinos al selecto grupo de las corporaciones agroexportadoras que saquean la Argentina desde hace décadas.
Congelamiento de la obra pública, de transferencias a las provincias, aumentos miserables y atrasados a los más humildes y la amenaza de reformas estructurales que sólo agraven la situación por los próximos meses, resulta un guachazo insostenible para cualquier gobierno, aún en pleno romance de la primer semana de asumido.
El vocero presidencial Manuel Adorni sostuvo hoy (por el viernes) que nos encontrábamos en plena hiperinflación. Unos minutos después, el Presidente rodeado de gente que se filma a sí misma, dijo que estaba luchando contra la hiperinflación mientras sorteaba un sueldo, mostraba la banda presidencial y esperaba ansioso que le terminen los caniles para sus perros en la quinta de olivos.
En medio de una hiperinflación brutal, apuestan apenas a contener las consecuencias sociales exhibiendo números abultados de gasto público para que mastique mierda un conjunto de oyentes con capacidades debilitadas para comprender la dimensión de la economía básica, y echando la culpa al gobierno anterior, como si no fuera el latiguillo remanido de los últimos diez años del país.
En el medio de todo este desaguisado, y aprovechando el loteo de poder en el desgobierno de Javier Milei, Patricia Bullrich se lanza al autobombo de la publicidad de un nuevo protocolo antipiquete. Parecido al que no pudo aplicar en el 2016, lanzado el mismo día en que un conjunto de organizaciones populares cortaba el Puente Pueyrredon y 40 rutas en todo el pais para reclamar por la libertad de Milagro Sala.
Sufrimiento y represión son las ofertas con las que el gobierno intenta legitimar el saqueo económico que auguran, el ajuste que comenzaron a aplicar y la miseria planificada que intentan imponer en lo que dure el experimento.
Al menos hasta que se entere Javier Milei que ya asumió como Presidente.
*Fernando Gómez es editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado / Artículo publicado en Infonativa
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