Por Nicolás Podroznik
“El del domingo será mi último partido en un Mundial”, dijo Lionel Messi hace unos días. Sus veinte años de trayectoria incansable -e inalcanzable- piden una pequeña tregua. Quiere irse en lo más alto, como realmente se merece un jugador de su clase. Y para eso, en la final lo espera Francia, la última campeona del mundo.
Dentro de lo que se puede esperar en términos épicos, confimar lo contrario sería sobredimensionar la confianza: Francia es un equipazo. Se dieron el lujo de no contar con Pogba, Kanté, Kimpembe y Benzema (último Balón de Oro, nada menos). Aun más: dejaron otros muy buenos jugadores fuera de la lista. La derrota frente a Túnez no es parámetro: ya estaban clasificados. Además, tiene un entrenador brillante como Didier Deschamps, un notable lector de situaciones de juego: tiene pulso firme para sacar y poner jugadores según lo amerite. Aquello que hizo en la final en Rusia lo reiteró frente a Marruecos: sacó a Giroud y puso a Marcos Thuram. La misión era que Mbappé no tuviese que seguir a Hakimi. Mandó a Thuram a la izquierda y le cerró la banda. Además, de sus pies nació la jugada del segundo gol.
Su arquero, Hugo Lloris, tuvo un Mundial relativamente tranquilo, pero cuando lo llamaron a la acción respondió muy bien. Un arquero del estilo Marcelo Barovero, callado y de perfil bajo, que no suele equivocarse… aunque muy de vez en cuando se manda una macana. Nadie recuerda el segundo gol croata de aquella final: Lloris quiso salir jugando, Mandzukic se le fue encima y propició el error del arquero.
Su defensa se compone de cuatro defensores muy duros en el juego físico. La dupla Varane-Upamecano ha sido una garantía, y cuando a alguno no le ha tocado jugar, Konaté los reemplazó en buen nivel. La amenaza ofensiva está en la izquierda: Theo Hernández es uno de los mejores laterales izquierdos del mundo, al igual que su hermano Lucas a quien tuvo que reemplazar en esta Copa tras romperse los ligamentos cruzados frente a Australia. El jugador del Milan es potente, de buen manejo, tiene gol y conoce tanto de ir por afuera como por adentro. Así lo demostró en su tanto frente a Marruecos. Acá Scaloni deberá prestar suma atención, ya que es sin duda la mejor banda izquierda del mundo: Hernández y Mbappé se complementan a la perfección.
La línea de volantes tiene tres nombres que merecen un párrafo aparte cada uno de ellos. El primero es Antoine Griezmann. El nivel que ha tenido en esta Copa ha sido descomunal: jugando fuera de su posición, como “ocho” cerrado, es el jugador que decide donde empieza y donde termina todo. Cuando le toca defender, lo hace con el cuchillo entre los dientes. Cuando ataca, es el cerebro de la ofensiva gala. Cumple casi las mismas funciones que Rodrigo De Paul en nuestra selección, pero con una diferencia clave: en la balanza del sacrificio y el juego, el nuestro corre más de lo que juega, y el francés a la inversa. Esto no es un juicio de valor: hacen lo que el equipo necesita, y lo hacen bien.
El volante central es Aurelien Tchouameni. Con tan solo 22 años, es el dueño del medio en su selección y en el Real Madrid. Un número 5 que hace todo bien y tiene todo lo que tiene que tener un 5. El volante a su costado es Adrien Rabiot, jugador que alguna vez estuvo envuelto en una polémica cuando no fue convocado para Rusia 2018. El zurdo cumple las funciones de Griezmann pero por el otro lado y con una función más defensiva: con el tándem Hernández-
Mbappe, su tarea es cubrir ese sector ante cualquier eventualidad. Sin embargo, no es ajeno al buen pie y tiene un respetable juego aéreo.
La delantera sale de memoria: Dembelé, Giroud y Mbappé. No mucho más que decir, excepto precisiones puntuales. El primero ha tenido un Mundial en silencio y se vio muy poco de la gambeta endiablada que muestra en el Barcelona: ojalá no se despierte. Giroud tenía destino de suplencia por la presencia de Benzema, pero la lesión de éste lo hizo titular y pudo tomarse revancha del Mundial pasado, en donde fue campeón sin convertir un solo gol. Y por último, Kylian Mbappé. Velocidad, potencia y un verdadero instinto cazador. Eso sí: cuando la pelota no le empieza a llegar, comienza a fastidiarse. Una de las claves está por ahí.
Ahora bien: Didier Deschamps tiene que lidiar con un problema inusitado como es el virus del camello, una enfermedad con síntomas muy similares al del Covid-19 y de la que se han contagiado cinco futbolistas de su plantel. Rabiot y Upamecano -los más afectados- no pudieron jugar la semifinal y en los últimos días se han sumado Kingsley Coman, Varane y Konaté -estos dos últimos, zaga central frente a Marruecos-. Esto podría suponer un dolor de cabeza para el entrenador francés, pero bajo ningún punto de vista le baja el precio al equipo.
Si uno analiza el derrotero francés en este Mundial, descubre que Francia ha ido de mayor a menor: arrancó con una goleada frente a Australia y de allí, los partidos le han costado cada vez más. Inglaterra mereció más suerte ante un equipo galo abocado a defenderse, algo que también hizo en gran parte del encuentro frente a Marruecos. ¿Que podemos esperar entonces? Un equipo agazapado, que no se saldrá de su libreto en la mayoría del encuentro y que apelará a pelotas internas para sus delanteros más rápidos, pero que también tiene un centrodelantero que sabe tanto pivotear como resolver en el área. De todos modos, lo que más importa es la estrategia argentina.
Quizás suene arriesgado, pero si la misión es evitar que Mbappé sea el arma principal, darle la pelota a Francia sería lo más adecuado. Jugar al contragolpe y a evitar que le llegue juego, cortando los circuitos en el mediocampo. Si la estrategia es otra, entonces habrá que tener un poco más la pelota y compartir ese ir y venir de contragolpes.
El sistema táctico todavía es un misterio. Lionel Scaloni ha sabido jugar con todos ellos y lo ha hecho de la mejor manera. También resta saber si será de la partida Angel Di María: la presencia o no del surgido en Rosario Central hace que se modifique todo. De todos modos, la tranquilidad está: si Argentina juega como lo hizo los últimos partidos, difícilmente pierda.
Es una final. Se acabaron los análisis. Hay 47 millones de argentinos detrás de este sueño. Muchos lo deseamos, pero hay uno que más que nadie. Messi merece ser campeón del mundo y ser elevado, finalmente y sin posibilidades de discusión, a un olimpo reservado para pocos. El fútbol es el deporte más injusto, dicen por ahí. Pero también es el que le da más posibilidades al que menos tiene. Y a Lio, la que le falta es esta. Ojalá el lunes todavía estemos festejando.
Periodista / Abri la Cancha
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