“Uno se parece a los recuerdos que elige conservar”
Julio Cardozo, cineasta argentino.
Por Miguel Ángel Trinidad *
Había amanecido y la zona donde estaba desplegado nuestro regimiento -al sur de Puerto Argentino, al este del monte Sapper Hill y como frente el mar- estaba cubierta por un manto cuasi blanco de escarcha, blanco sin ser nieve y de turba congelada.
Mi jefe, el Tte. 1ro Blanquet, a cargo de la zona que quedó vacía con la partida el 11 de junio de los 200 hombres de la Compañía (que habían ido a apoyar al Regimiento 7 que estaba combatiendo en Monte Longdon, la batalla más sangrienta de toda la guerra), me dice alarmado: “Mirá, mirá, el cañón de Santarelli está apuntando al helicóptero ingles”.
Era un Sea King que había sobrepasado la cima del Sapper Hill y estaba a unos 500 metros de nosotros. Era un cañón Czekalski de 105 mm, anti tanque de tiro directo y rasante por lo cual podía impactar en el helicóptero el que estaba preparando el Tte. 1ro Santarelli, aquella mañana del 14 de junio de 1982.
Salí corriendo a gritarle a este oficial, la orden de Blanquet: “¡Hay un cese al fuego, no dispare!”. Tuve acercarme más para que oyera el grito. El helicóptero seguía suspendido a una mediana altura, no sé si la tripulación había o no visto el preparativo del cañón referido. Lo concreto es que Santarelli y sus hombres escucharon nuestros gritos y finalmente no dispararon. Si lo hubieran hecho, por las características del cañón, diseñado para impactar blindados, lo hubieran hecho explotar en el aire. El proyectil de 105 mm es muy poderoso.
La pregunta sobre “¿Qué hubiera pasado si…?”, no tiene respuesta al no haber acontecido la acción prevista. Lo que recuerdo con precisión es la tensión que vivimos pues el cese al fuego no solo era evidente por el silencio aplastante y turbador que había luego de tantas horas de estruendos infernales de la batalla que se desarrolló tanto por mar, aire y tierra y desde todos los puntos cardinales.

El contraste con las estampidas de nuestra artillería –cuyas baterías estaban muy cerca de nuestra posición- y la de los británicos que impactaron con pocas pausas sobre nuestras posiciones desde el viernes 11 de junio, era enorme.
Un silencio sepulcral acompañaba la soledad y el frio que nos rodeaba. Atrás había quedado el entierro de Jorge Soria, nuestro primer caído, también la noticia (por el tráfico de comunicaciones al que teníamos acceso) de que Julio Cao había caído hacia un par de horas. Atrás quedaba un aluvión de sensaciones confusas y vivencias buenas y malas.
Hace exactamente cuarenta años el 14 de junio viví una ambigüedad de sentimientos una dicotomía de pensamientos: Ante la caída de Puerto Argentino, los compañeros muertos y la entrega de las armas. Volvíamos con vida, eso daba un alivio. Pero quedaron muertos cinco soldados de nuestra Unidad, uno de ellos sepultado por quien esto escribe, el otro, el ya eterno Maestro que fue Soldado, Julio Cao con quien al despedirnos antes de su partida al combate de Wireless RIdge, con esa truculenta convicción que solo tienen los que presienten su muerte, me hizo un pedido que tarde 30 años en cumplir.
Como en la escena del final del film “Rescatando al soldado Ryan”, cuando este, ya anciano retorna a Normandía acompañado de su familia, hijos y nietos, y frente a la tumba del Capitán Miller recuerda la escena en que este, agonizante en sus brazos, le dice a Ryan: “Ya que hallarte y rescatarte costó tanto, al menos cuando regreses vive con dignidad“.
Hoy levanto la mirada y pregunto a mis seres queridos y los amigos más entrañables que la vida me regaló, si he vivido una vida digna. Al menos lo he intentado. En esta fecha (14 de junio) tan especial para nosotros, pero ausente en la prensa argentina y en la memoria de muchos, es inevitable reflexionar que el olvido del que fuimos objeto es porque existen segmentos en la sociedad que siempre además de acomodaticios -un día se acuestan patriotas y al otro se despiertan cipayos- no se atrevían a mirarnos porque los combatientes de una batalla no ganada suelen ser el espejo de las frustraciones de los oportunistas.
Muy a pesar de esos tilingos, que lamentablemente tienen -como reza un antiguo tango- “la sartén por el mango, y el mango también“, que son los que (des) informan y (de) forman la opinión pública, la memoria sigue incólume en la ciudadanía de a pie. No obstante, el poder que ejerce esa hegemonía de lo convencional y el pensamiento único, el ADN patriota de nuestro pueblo no ha podido ser modificado, y su sentir malvinero, ni domesticado ni domado.
En esta fecha tan especial al cumplirse cuarenta años de los sucesos que nos cambiaron la vida, di profundas gracias a Dios por haber vuelto, por la oportunidad de militar por la Causa Malvinas, por haber podido modestamente operar en la Cuestión Malvinas, por el amor de mis seres queridos, por haber resistido y forjado una vida profesional, familiar y de militante de causas utópicas.
Pervive en los recuerdos que luego de confirmarse la rendición, al día siguiente aun conservábamos nuestro armamento, y partimos encolumnados el camino de unos 8 kilómetros hacia el aeropuerto donde ingresaríamos a lo que formalmente se llama un campo de prisioneros. A un kilómetro de la salida de Puerto Argentino había una suerte de terraplén con marines británicos apostados a ambos lados del camino a quienes fuimos entregando nuestras armas. El mío era un FAL Parac, que minutos antes había empezado a golpear con el cañón hacia abajo, sobre una piedra a fin de entregárselo al enemigo lo más inutilizado posible. Recuerdo que un oficial me dijo: “No haga eso soldado, nada va a cambiar para ellos con un fusil más o menos inutilizado“.
Luego de ese instante breve y eterno a la vez que fue la entrega de mi fusil, ni los miré, seguí caminando y de repente aparecieron en formación sobrevolando varios helicópteros Sea King, y la mente, esa maravillosa máquina humana, activó mis recuerdos al oír en mis pensamientos unos acordes (“Earworms” se llama en inglés, tiempo después lo supe identificar) de uno de los dos jingles del Mundial de fútbol de 1978. Me taladraba la mente, pues era la asociación involuntaria de un recuerdo con la realidad del presente. Ese jingle nos presentaba a la Patria como un sentimiento deportivo, o al revés, al deporte como una muestra de patriotismo.
La marcha a pie con todo el dolor al hombro, dejando atrás nuestros muertos, nuestras armas, nuestro deber cumplido, era la verdadera Patria. No un mundial de futbol.
Hace cuarenta años empezaba a entender mejor el significado de Patria. Como diría San Agustín “Creo para entender, entiendo para creer“. Primero tuvimos que creer que lo que habíamos experimentado y vivido era cierto, primero tuvimos que enterrar a nuestros muertos, mordernos el dolor, para luego entender el profundo y prolífico concepto de Patria. Esta experiencia vivida y comprendida me acompaña desde hace cuarenta años.
*Miguel Ángel Trinidad, VGM, clase 62, pertencio al Regimiento de Infantería Mecanizado 3 “General Belgrano”, estando desplegado al sur de P. Argentino. Fue co fundador y ex secretario del primer Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas de BsAs en 1982. Los ultimos 30 años ha desempeñado misiones en organismos multilaterles en diversos países. Actualmente es el Representante de organismo internacional en Perú.

Post Data: Este relato fue remitido de inmediato vía correo electrónico y mensajería de textos por quien esto escribe a varios ex camaradas el mismo 14 de junio. Uno de ellos, fue el ex soldado Horacio Maldonado de la Cía. B del RI3, quien respondió que lo relatado era cierto pero que eran necesarias algunas aclaraciones, precisiones y datos complementarios al relato.
1) El Tte. 1ro Santarelli, si bien era el jefe de ese grupo a cargo de la pieza de artillería referida, no se encontraba en ese momento en el lugar pues había sido desplazado con una Sección de la Cía. B a otro sitio ante un eventual combate en localidad (defensa de Puerto Argentino).
2) En ausencia del mencionado oficial, el grupo había quedado a cargo del Cabo 1ro Shurman junto a tres soldados, y que efectivamente habían avistado el helicóptero y que habían quitado el enmascaramiento que ocultaba el cañón y ya estaba el suboficial preparando el sistema para apuntar al blanco (evidentemente al ser el blanco un helicóptero, aunque en posición estática, pues no se estaba desplazando, no era un blindado, blanco para el cual está diseñado el cañón referido) sin necesidad de realizar el procedimiento de “reglaje” del tiro. Ya Maldonado había introducido el proyectil en la pieza de artillería, y solo aguardaba a orden de “fuego” para disparar, cuando otro soldado del grupo les alerta: “Alguien está gritando que no disparemos”, entonces Shulman da la orden de abortar la operación.
Ya en ese momento no había combates, pero si se oían disparos aislados y vieron los movimientos de helicópteros.
Maldonado me mandó un mensaje de audio después de leer mi nota:
“Casi volamos un helicóptero enemigo sin saber nada del alto el fuego, éramos menos integrantes en el grupo por haber sido heridos algunos, y radio nunca tuvimos, aunque por nuestra función debimos tenerlo”.
“Qué loco todo esto, Miguel, cuarenta años después nos venimos a enterar de todo esto, de que vos eras quien nos gritaba que no disparáramos, y que vos ahora sepas que era yo quien estaba con el cañón, esto es increíble, y también muy reparador saberlo hoy”.
Quien esto escribe, en ese entonces no tuvo conciencia, al igual que Maldonado, por ser ambos soldados conscriptos, de la gravedad que tiene la ruptura de un cese al fuego.
Con el paso de los años, por razones inherentes al ejercicio de mi profesión, conocí tanto de manera teórica como in situ la importancia de un alto el fuego, un parlamento que interrumpe un combate, una tregua, el establecimiento de una “Zona de Seguridad”, y sobre los variados posibles escenarios que le siguen a una ruptura a cese al fuego de manera unilateral, máxime si esa ruptura no es el disparo a un hombre en el campo de batalla sino a un vehículo, en este caso una aeronave, con el impacto que puede producir la destrucción de una aeronave.
Más allá de los aspectos anecdóticos y de naturaleza emocional del relato, lo importante es que el crédito de una orden correcta que evitó el disparo al helicóptero enemigo, y por ende sus consecuencias, le corresponde al ya fallecido Capitán José Luis Blanquet, que, en su condición de oficial, si conocía de las implicancias de una ruptura del cese al fuego en una guerra convencional.
¿Las hostilidades pudieron haber continuado más horas, días, semanas? Tal vez. No lo sabemos.
Lo que seguramente si, hubiera acontecido es que las bajas en ambos bandos habrían sido mayores, y tal vez, muy plausiblemente, alguna decisión política de la entonces Primera Ministra del Reino Unido, que ella venia deseando, hubiera tenido lugar, según se desprende de la bibliografía británica disponible en el presente. Yo solo cumplí las órdenes que el oficial me instruyó esa mañana del 14 de junio de un ya lejano 1982.

Discusión acerca de esta noticia