Por Fernando Muñoz
En recuerdo y reconocimiento al compañero Piraña Colovos.
Los contemporáneos, los que hoy entramos en la tercera o cuarta fase de la vida, solo pudimos tener nuestro Día del Trabajador con el General Perón en 1974. Una sola vez.
En 1972 Perón volvió a la Argentina, en noviembre, desde su exilio y proscripción, en lo que se convirtió en el Día de la Militancia.
Casi un mes estuvo el Líder en la Argentina, suficiente para que terminara de armar el Frente Justicialista de Liberación, se reuniera con el principal adversario político para romper la cultura proscriptiva del movimiento popular (Ricardo Balbín, líder de la Unión Cívica Radical), y proclamara la fórmula Cámpora-Solano Lima para los comicios de marzo de 1973.
Perón fue proclamado por tercera vez Presidente de la Nación, el 12 de octubre de 1973, luego de ganar las elecciones de setiembre con el 62% de los votos contra el 24.5% de Balbín.
El 1 de mayo de 1974 fue su última Plaza de Mayo, y quizás uno de sus mensajes más cortos. El escenario parecía cambiado de lugar, como una multitud diferente, enfrentada entre sí, con cánticos que iban dirigidos al Líder pero para hacer valer cada sector su propio peso.
En tiempos donde la Historia parece transitar como una ráfaga, y los acontecimientos se superponen diariamente, parece mucho más que remoto imaginar que el Líder inició su discurso diciendo: “Compañeros: hoy, hace veintiún años que en este mismo balcón, y con un día luminoso como el de hoy, hablé por última vez a los trabajadores argentinos”.
Habían pasado 20 años, en realidad de su último discurso, el 1 de Mayo de 1954, cuando se refirió a los mártires de Chicago y a los atentados que el año anterior habían provocado muertos y heridos entre los trabajadores que concurrieron a la Plaza histórica y se sorprendieron ante los explosivos colocados por dirigentes de la UCR balbinista.
Dos décadas después, envejecido, y habiendo construido pacientemente la derrota de los gobiernos ilegítimos e ilegales, civiles y militares, se encontró frente a frente con otro Peronismo, aquel que conjugaba la tradición del movimiento obrero, sus tiempos y sus luchas, con el que se fue haciendo y rehaciendo en la Resistencia, gregario y desordenado, juvenil y movilizado, dispuesto a dar vuelta como una media el sistema dominante.
Ese Primero de Mayo de 1974, de confluencia masiva en la Plaza, terminó entre corridas, palos y piedras. Y a la vez iniciaba una complejidad de contradicciones sin una conducción única -a partir de la muerte del Líder-, un tobogán histórico que culminará en la noche más intensamente larga que vivió el Pueblo argentino.
Y seguramente centenares o miles de aquellos protagonistas de los enfrentamientos en la Plaza (en la calle Florida, en las Diagonales y hasta en el Obelisco) fueron víctimas comunes de la represión y el genocidio.
La dictadura y luego la gigantesca ola liberal de los 90, dejaron en la memoria popular únicamente ese Primero de Mayo, el de una Plaza con un General Perón rodeado por alcahuetes y separado con un vidrio de seguridad, enojado pero no sorprendido, porque dos décadas de proscripción habían transformado al Movimiento, a Latinoamérica y al mundo, desde el primer día de la Revolución Fusiladora, setiembre, 1955.
Hoy miramos para atrás y ni siquiera llegamos a ver el 83, la nueva democracia, el triunfo alfonsinista, la caída del Muro, la década más liberal de la historia moderna nativa.
La Historia recomienza en el 2001, sobre todo en el 2003. Otro Peronismo, que tan inesperadamente como la vuelta del General a la Patria, volvió a reagrupar y poner en debate los tiempos y las velocidades del movimiento que recreó el 1 de Mayo nacional y popular, desde 1946.
Un Peronismo que volvió a interpelar e interpretar otra configuración social, identificar a una clase trabajadora sin trabajo, reconstruir otra épica juvenil, y empujar otra “nueva” región con ansias de soberanía.
Pero a pesar de la reconstrucción, en 2015 volvió lo peor del conservadurismo, y esta vez de la mano de elecciones, con votos y no con botas. Y nuevamente se remó a la manera que la nueva conductora del Movimiento resolvió para poder interrumpir esta nueva “proscripción democrática”.
Y parió un nuevo Frente, irregular, torcido, contradictorio. Con más voluntad de gobierno que vocación de poder. Y otra vez el debate se mete por los pliegues de la Nación, como necesidad de no perder el hilo de la Historia.
Nos duele este Primero de Mayo, fragmentado, rebasado de fracciones, saturado de confusión, necesitado de una identidad de clase que le ponga ritmo y pasión al movimiento nacional.
Pero aun así nos ocupa un lugar importante en nuestra conciencia cada convocatoria que consolide la búsqueda constante de cada parte del movimiento popular, aun así, fraccionado, porque es mucho más que un retazo de memoria colectiva: son expresiones de un movimiento nacional que siempre asoma, aflora, está ahí y se prepara, a pesar de la confusión general.
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