Por Victoria Lencina *
Una ceremonia anodina, sin dinámica en su funcionamiento y con errores garrafales, dejó expuesta un proceso de degradación del habitual prestigio y legitimidad del que gozan estas estatuillas. Años atrás ganar un Oscar era símbolo de orgullo, hoy muchos/as de los/as ganadores/as casi se lo olvidan en el atril donde se lo habían entregado. ¿La Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas está sufriendo una crisis como instancia específica de consagración y difusión de las obras?
Parecía algo imposible que la vidriera que cubría el brillo del glamour y la frivolidad podría resquebrajarse en algún momento. Lo sucedido el día 25 de abril pone en evidencia un desajuste, una inconsistencia, un corrimiento del convencional aspiracionismo para terminar aproximando y “terrenalizando” la fábrica de sueños hollywoodense. Acorde al contexto de emergencia sanitaria mundial, se anuló la pomposidad y los excesos festivos. Hubo un cambio de sede, la majestuosidad e inmensidad del Dolby Theatre, sala con capacidad para recibir a 3.400 personas, fue reemplazada por la estación de tren de Los Ángeles Union Station que, tal como lo demostró un plano secuencia que recreaba los títulos de crédito de una película, contiene un salón central donde los/as invitados/as se reunieron en pequeñas mesas redondas junto a sus acompañantes.
La actriz y directora, Regina King, abrió la gala anunciando que los 200 asistentes no utilizarían barbijo cuando las cámaras se enfocaran en ellos/as y que se los pondrían únicamente en los cortes comerciales. Y aclaró, inmediatamente, que todos los allí presentes se sometieron a tres testeos de Covid, se les había tomado la temperatura antes de ingresar al recinto y que la gran mayoría había recibido la vacuna. Fue también así que la alfombra roja estuvo desértica, no hubo fotógrafos, ni publicistas, ni asistentes, salvo un mínimo de medios audiovisuales autorizados para emitir la transmisión en simultáneo. Las entrevistas se realizaron brevemente, a dos metros de distancia y a doble micrófono. Asimismo, los/as periodistas encargados/as de cubrir la alfombra, recibieron todos los elementos necesarios para realizarse los hisopados correspondientes y conocer los resultados con anticipación.
Por primera vez, en los históricos 93 años de esta célebre premiación, los productores de la ceremonia del domingo -entre otros, Steven Soderbergh, director de la trilogía y franquicia La gran estafa– tomaron una serie de decisiones desafortunadas. Alteraron el orden habitual de las categorías entregando varias de las más importantes (Mejor Película Internacional y Mejor Dirección) durante la primera hora y otorgando el de Mejor Película antes del último bloque, dejando para el cierre de la velada a los rubros de Mejor Actriz y Mejor Actor. Decisión caprichosa y temeraria que impidió a las ganadoras Chloé Zhao y Frances McDormand, la primera directora y la segunda protagonista de Nomadland, llevarse el grueso de los aplausos finales. Fue un cierre patético debido a que esa elección quizás, también, un poco machista de que la culminación glorificante se la lleve un hombre y no un grupo de mujeres sufrió un traspié, el ganador Antonhy Hopinks no se encontraba presente en la gala y ni siquiera había enviado un video agradeciendo a la Academia por la estatuilla obtenida. Se trató de una clausura con un ganador ausente, aplausos apagados y un anfitrión que balbuceó los saludos de despedida. Esta incoherencia puede leerse como un auto-boicot de los propios organizadores, quienes también decidieron modificar la expresividad cromática de la famosa alfombra de la previa, eligiendo un rosa saturado próximo al fucsia en vez del habitual rojo.
A esto debe sumarse que los números musicales se filmaron previamente a la gala y solamente se mostraron tres de los cinco anunciados en la categoría Mejor Canción Original, y uno de los que faltó fue precisamente el de la canción ganadora, Fight for you, compuesta por H.E.R., Dernst Emile II y Tiara Thomas para la película Judas y el mesías negro. No dejó de ser llamativo tampoco el gesto de distracción por parte del equipo de Nomadland, quienes luego de conseguir la ansiada estatuilla en el rubro Mejor Película, dejaron el Oscar en el atril e insólitamente uno de los técnicos regresó al escenario para buscarlo. Semejante olvido puede interpretarse como un descuido ocasional, lo cierto es que se aproxima más a una omisión e indiferencia. Ese gesto que en la gala duró unos breves segundos me recordó a un episodio de la sitcom animada Los Simpsons en la que Homero, luego de recibir un Grammy, se encuentra en un hotel esperando la llegada de una botella de Champagne. Al arribar el botones, Homero le da el premio a modo de propina, el joven lo mira y decepcionado dice: “¡pero qué porquería es un Grammy!” y lo arroja por el balcón. Pareciera que en 2021 recibir un Oscar ya no es símbolo de alegría, orgullo y efusividad, sino más bien de “una porquería que debe arrojarse por el balcón”.
Cuando Frances McDormand subió al escenario para agradecer a la Academia la concesión de la estatuilla por su desempeño como Mejor Actriz, su discurso fue breve e irónico: “me gusta trabajar, gracias por reconocerlo, y gracias por esto”. La risa pícara de la actriz cuando tomó el Oscar y lo movió de un lado a otro como si se tratara de una botella de gaseosa pone en evidencia una crisis de legitimidad de estos premios. En Twitter, muchos usuarios burlonamente comentaban que al finalizar la gala seguramente Frances le daría como propina el Oscar al trapito que le cuidó el auto. Resulta indiscutible advertir que estamos presenciando un momento particular de la historia de esta premiación donde la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas se encuentra en estado de crisis. Esta institución caracterizada por ser, desde hace 93 años, una instancia específica de selección, consagración y difusión de las obras cinematográficas; en 2021 ha sufrido una degradación, ha bajado su reputación como instancia legitimante y ahora se ha convertido en un premio más, aproximándose a la categoría de “porquería”.
Las razones del triunfo de la indiferencia podemos rastrearlas tempranamente en la serie de decisiones desafortunadas que los/as organizadores/as tomaron no sólo esta nueva edición, sino también en entregas anteriores. En 2015, la premiación recibió el título “Oscars So White” (Oscars muy blancos), aludiendo a la poca o, mejor dicho, nula nominación de artistas y trabajadores/as audiovisuales afroamericanos/as en la totalidad de los rubros. Las mujeres también fueron inadvertidas en las categorías más jugosas. Solamente siete mujeres, a lo largo de los 93 años de trayectoria de los premios, fueron nominadas en el rubro Mejor Dirección, y solo dos de ellas lo obtuvieron: en 2009, Kathryn Bigelow por The hurt locker, y en 2021, Chloé Zhao por Nomadland.
Semejante omisión tanto para las mujeres como para los/as afroamericanos/as no hizo más que marcar una consistencia, una continuidad del conservadurismo más inhóspito y planetario, megalómano y despiadado. Los premios se celebraron durante mucho tiempo con trajes de etiqueta, vestidos de alta costura, joyas preciosas, champagne, reflectores y dosis de exitismo. Esa cobertura de vidrio que protegía la banalidad de un ámbito conservador se ha demostrado el pasado domingo 25 de abril que puede resquebrajarse mediante un golpe, que el vidrio no es resistente a los martillazos, sino que puede hacerse añicos con lo intempestivo de un gesto indiferente: olvidarse el Oscar en el atril como quien olvida un paraguas en la estación de subte o en el asiento del colectivo. El Oscar devino botella de gaseosa, trámite burocrático que se resuelve vía mail, es fácilmente reciclable, perdió credibilidad y probablemente legitimidad. Ya ni los/as realizadores/as se visten de gala (la sencillez del look de Chloe Zhao, de zapatillas y trencitas, lo certifica) y, esto no tiene que ver solamente con la pandemia, sino con una degradación que venía desde hace varios años atrás. Hoy, los Oscars son “esa porquería que se arroja por el balcón”.
(*) Licenciada en Artes. Columnista de Abramos la Boca (lunes a viernes de 16 a 18)
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