Por Mara Espasande *
En 1816 sesionó el Congreso Constituyente de Tucumán, en el que Belgrano participó como invitado especial. Los diputados de Buenos Aires, Córdoba, Catamarca, Mendoza, San Juan, San Luís, La Rioja, Tucumán, Charcas, Mizque y Chichas habían declarado la independencia de las Provincias Unidas de Sud América, pero los debates sobre qué forma de gobierno adoptar, continuaban. No se trató de la independencia argentina. Las provincias del Litoral no estaban presentes ya que integraban la Liga de los Pueblos Libres que, bajo la conducción de Artigas, habían declarado la independencia un año antes. Tampoco los territorios libres aún gobernados por los pueblos originarios, como la región chaqueña y la patagónica. Las provincias del Sur era un territorio amplio y diverso habitado por españoles, españoles americanos, afroamericanos y pueblos indígenas que, especialmente en el norte, eran muy numerosos. Expresión de dicha importancia fue el hecho que el acta del 9 de julio se presentara en castellano y en quechua.
La independencia se declaró en momentos de gran dificultad, sin saber qué forma de gobierno adoptaríamos. San Martín -que en ese momento se encontraba en Cuyo preparando la expedición del Cruce de los Andes- lo sintetizó diciendo: «Primero seamos, después vemos cómo». Era urgente darle legitimidad a la revolución para continuar las luchas contra los ejércitos realistas en otras regiones de América. Pero, ¿seríamos una República liberal, una República conservadora o una monarquía? ¿Se llevaría a cabo un cambio social profundo o solamente un cambio político institucional?
En esas acaloradas jornadas de debate, Belgrano propuso coronar a un Inca como Rey. Si bien él no era congresista, había sido invitado especialmente para que contara su experiencia en Europa donde había estado hacía poco en una misión diplomática. Belgrano escribió sobre este momento: «el Congreso me llamó a una sesión secreta y me hizo varias preguntas. Yo hablé, me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación infeliz del país. Les hablé de la monarquía constitucional con la representación de la casa de los Incas: todos adoptaron la idea». Con el proyecto de formar una monarquía inca, Belgrano intentó conjugar un proyecto político que se adecuara a la situación internacional (con la restauración de las monarquías en Europa luego de la caída de Napoleón) pero que también respondiera a las necesidades de la naciente nación americana. Se proponía una monarquía constitucional que permitiría evitar la fragmentación del territorio mediante la creación de un gran Estado Americano basado en los valores democráticos, que reconciliara la revolución porteña con Europa y principalmente con su ámbito americano, que transformaría definitivamente la revolución municipal en un movimiento de vocación continental, brindando un proyecto económico, político y social alternativo al que proponía las clases portuarias. Por esto recibió gran apoyo popular.
La Historia liberal ocultó este proyecto porque significaba unir nuestro nacimiento como patria a la patria boliviana, chilena, peruana. Inconcebible para la burguesía comercial porteña comprometida con la creación de una sociedad «civilizada» en la cual necesariamente debían eliminarse signos de «barbarie» como la de estos pueblos americanos. Pero los documentos existentes muestran el apoyo que Belgrano obtuvo por parte de personalidades tales como San Martín, Güemes, el diputado catamarqueño presbítero Manuel Antonio de Acevedo, el diputado José Mariano Serrano de Charcas, los altoperuanos Mariano Sánchez de Loria, José Andrés Pacheco de Melo, Pedro Ignacio de Rivera por Mizque, el catamarqueño Pedro Ignacio de Castro Barros y el tucumano José Ignacio Thames.
La oposición, como era de esperar, provenía claramente de Buenos Aires: Rivadavia reflexionaba «cuanto más medito el proyecto menos lo comprendo» (1). La burguesía comercial porteña rechazó terminantemente este proyecto. Las razones fueron de diferente índole, pero principalmente culturales por el rechazo a lo americano y la admiración a la cultura europea. Además, este proyecto atentaba contra el centralismo porteño, poniendo en jaque su propia existencia. El diputado porteño Tomás Manuel Anchorena fue quien levantó la voz como representante del grupo opositor contando la reacción cuando se escuchó esta propuesta: «nos quedamos atónitos con lo ridículo y extravagante de la idea, pero viendo que el general insistía en ella y que obtenía el apoyo de muchos congresales debimos callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tal pensamiento» (2). Más tarde afirmó que no le molestaba el proyecto monárquico, sino que «se piense en un monarca de la casta de chocolates, cuya persona si existía probablemente había que sacarla cubierta de andrajos de alguna chichería para colocarla en el elevado trono de un monarca» (3).
La prensa porteña tomó el proyecto en forma irónica y realizó diversas bromas sugiriendo que el Inca era un indio viejo borracho. Este fue el caso del periódico La Crónica Argentina que atacó constantemente al proyecto de Belgrano. Otros periódicos como El Censor apoyaron la facción de la monarquía moderada y publicaron las proclamas de Belgrano y Güemes a favor de la monarquía Inca.
La crítica de Buenos Aires estaba basada en la ausencia de un candidato apto para ser coronado. Estas críticas eran infundadas, había varios candidatos posibles. Uno de ellos era don Dionisio Inca Yupanqui, nacido en Cuzco y educado en España. Hombre con experiencia militar e ideológica semejante a la de San Martín, coronel de un regimiento de Dragones de España y diputado de las Cortes de Cádiz en 1812. En estas se destaca por la lucha de la igualdad de los americanos españoles e indígenas con los metropolitanos, defendiendo principios democráticos de avanzada, tales como: «un pueblo que oprime a otro pueblo no puede ser libre». Otro candidato era el hermano de José Gabriel Túpac Amaru, Juan Bautista Túpac Amaru, quien participó activamente en la sublevación que encabezó su hermano por lo que estuvo en prisión en España hasta 1822, año en el que regresa a Buenos Aires y recibe una pensión, bajo el título de 5º nieto del último emperador del Perú. Era el símbolo viviente de la sublevación indígena.
Con la presentación del proyecto de la coronación del Inca claramente se observa la puja de dos proyectos: uno centralizador, cohesionador, centrípeto, presentando un gobierno fuerte con recursos suficientes para sustentar la independencia y la unificación, con el apoyo de las masas indígenas y mestizas, y el otro enmascarado de republicanismo, cuando su verdadera pretensión era usurpar la revolución a favor de la minoría de Buenos Aires.
El proyecto fracasó no por ser absurdo ni ridículo. Los diputados de Buenos Aires tenían mucho que defender: a la ciudad puerto y su hegemonía mercantil. Buenos Aires fue el foco de la contra-unidad americana de la burguesía mercantil. Allí quedó sofocado el plan de la Gran Nación de Belgrano y San Martín.
(*) Directora del Centro Ugarte, UNLA (Universidad Nacional de Lanús).
(1) Carta de Rivadavia. Citado en Romero Carranza; Rodríguez Varela; Verntura Flores Pirán. Historia política de la Argentina desde 1816 a 1862. Tomo 2. Buenos Aires, Ediciones Panne, 1971. Pg. 422.
(2) Carta de Tomás de Anchorena a Juan Manuel de Rosas del 4/12/1846. Citada en Julio Irazusta. Tomás de Anchorena. Editorial Huemul, Buenos Aires, 1962. Pp. 23 y 55.
(3) Carta de Tomás de Anchorena a Juan Manuel de Rosas del 4/12/1846. Citada en Julio Irazusta. Tomás de Anchorena. Editorial Huemul, Buenos Aires, 1962. Pp. 23 y 55.
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