“Canta con especial delectación la canción gauchesca este zorzalito que va echando alas de milagroso vuelo…”.
Por Roberto Luis Martínez y Alejandro Molinari*
Mucho se ha escrito sobre la evolución artística de Gardel, su transformación de cantor criollo a cantor de tango, pero siempre se ha omitido analizar las causas por las que se produjo ese cambio. Se ha dejado de lado algo tan elemental como tener presente que la cultura es la expresión de un pueblo y que todas las transformaciones operadas en una sociedad se reflejan en sus expresiones culturales.
El tiempo de Gardel se corresponde con el momento de mayores transformaciones sociales en la Argentina, un período caracterizado por profundos cambios políticos, económicos y sociales, es el momento en que aparece, al decir de Homero Manzi, el “nuevo argentino de la patria vieja”, producto de esa confluencia de culturas que se daba desde mediados del siglo XIX.
Cuando Gardel comenzó su carrera como cantor, las figuras más populares eran Gabino Ezeiza, José Betinoti, Arturo de Nava, José María Silva y Ambrosio Río, además de quienes fueron sus compañeros en los primeros pasos de su carrera: “Pancho” Martino y el “Víbora” Salinas, todos ellos payadores e intérpretes del canto criollo.
En el libro Carlos Gardel y su época, Francisco García Jiménez habla de esos primeros tiempos artísticos de Gardel y su relación con el canto criollo: “Canta con especial delectación la canción gauchesca este zorzalito que va echando alas de milagroso vuelo. De todos los atributos del proscripto hijo de las pampas, son su facultad ingénita para el canto y los sentimientos propios con que nacionaliza antiguas melopeas, lo que se salva de su extinción y queda en la lozana supervivencia. Si el gaucho ha muerto, su canción perdurable le ha dado el gran desquite al paisano que acosaron patrones, alcaldes y comandantes de campaña”. Esto es toda una descripción de lo que resonaba en las calles de la ciudad que todavía guardaban los ecos de la pampa y de su mítico personaje: el gaucho.
Esa música era la creación que a través de los años había generado el hombre común, pero detrás de la popularidad que mantenía existía una decisión política que impulsaba la recreación de la cultura del gaucho que, como bien dice García Jiménez, había muerto acosado por patrones, alcaldes y comandantes de campaña. La inmigración, que fue lo que la oligarquía gobernante y sus ideólogos supusieron que cambiaría el país, comenzó a producir temores por la posibilidad de que ingresaran con ella nuevas ideas que pusieran en peligro sus intereses.
Como ya señaláramos, al desaparecer el gaucho como grupo social reconocible había dejado de ser un peligro y resultaba útil como arma ideológica para enfrentar el peligro de la inmigración. A partir de su extinción en el último tercio del siglo XIX se lo recreó y pasó a representar las virtudes de la argentinidad.
Pero la cultura del gaucho no sólo cumplió con esa función que le asignaron quienes los habían despreciado y perseguido hasta su desaparición, sino que también fue incorporada por el inmigrante que la tomó como modelo y entonces contribuyó de manera sustancial a generar las expresiones representativas de esa confluencia de culturas que se estaba gestando.
Gardel reunía la condición de inmigrante y había adoptado como propia la cultura del gaucho y naturalmente se expresó en sus inicios a través del canto criollo. Ese canto que era la expresión de los sectores más humildes que apreciaban su arte en los cafés del Abasto y en los comités y era también la que demandaban los concurrentes del Armenonville, que según cuenta García Jiménez: “… fue el primer cabaret-restaurante, con pujos rumbosos, que tuvo Buenos Aires”.
Gardel fue también uno de los tantos hombres que estaban generando esa nueva cultura que tendría en el tango su máxima expresión. Pero fue mucho más que eso, fue el elegido para llevar al tango a su más alto nivel artístico y popularidad porque era parte de esa confluencia cultural que le dio origen. Esto nos lleva a concluir que resulta destacable que fuera Gardel, quien reunía la doble condición de inmigrante y cantor criollo, quien pusiera la piedra fundamental del Tango-canción.
Para los años 1916 y 1917 ya estaban formalmente instaladas dos manifestaciones que hemos visto surgir paralelamente como fruto de un marco social, económico y político común: la democracia popular y el tango ya consolidado como tal, que inician juntos su desarrollo, pleno de vicisitudes que volverán a mostrarlas coincidentes en su mayor o menor vigencia a lo largo de todo el siglo.
Esto nos lleva a imaginar que cuando se apagaba la voz de uno de los últimos payadores, el negro Gabino Ezeiza y su referente político Hipólito Yrigoyen asumía la Presidencia de la Nación, Gardel tomaba la posta y fundía en una sola voz el canto criollo y el tango que comenzaba a ser la expresión de la nueva ciudad y de su pueblo.
Del libro De Villoldo a Gardel. Tango, sociedad y política.
*Integrantes de la Academia Nacional del Tango y autores de varios libros. Para más información www.facurbana.com
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