En cuarentena, muchas personas han empezado a manifestar la presencia creciente de sueños raros, densos o de una psicodelia por encima de lo normal. Los especialistas han determinado que esto puede deberse a la relativización casi completa que ha sufrido nuestra rutina a la hora de irnos a dormir: despertarnos muy tarde, o extender el momento de los “cinco minutos más” hasta la “hora y media más” puede ejercer un efecto en aquellos sueños que más recordamos, los últimos antes de despertar.
Por Agustín Montenegro
De más está decir que cualquier persona que haya dormido (aunque sea alguna vez) es una soñadora experta, y por lo tanto no vale la pena aclarar qué relación hay entre la literatura y los sueños: todxs aquellxs que hayan intentado relatar un sueño o escribirlo se darán cuenta de que la particular combinación de los elementos oníricos no es tan fácil de representar con simples palabras. Asimismo, el verbo soñar y el sustantivo sueño son ambivalentes. Todxs también hemos visto esas aleccionadoras frases en las cafeterías que emulan a las de las películas estadounidenses, en donde se obliga prácticamente al cliente a perseguir sus sueños o a atreverse a soñar o, directamente, a cumplir sus sueños. Como soñadorxs expertxs, sabemos que es mejor no hacerlo.
Sabemos, también, que Frankenstein nació, esencialmente, de un sueño pesadillesco. Ya sea como fuente de inspiración o como relación específica, algunxs autores han trabajado acerca de esta relación compleja o imposible entre los sueños, la literatura y la realidad.
Un poeta sueña un poema
Una noche de 1797, el poeta romántico Samuel Taylor Coleridge tuvo un sueño. Según lo narra Jorge Luis Borges en su ensayito “El sueño de Coleridge”, mientras se hallaba retirado en una granja, el poeta se sintió “indispuesto”, estado que lo obligó a tomar un hipnótico. Cabe aclarar que estos poetas eran habituales consumidores (o acaso adictos) al opio, por lo tanto esa “indisposición” puede ser relativa o acaso una simple excusa.
Esa noche, Coleridge se durmió leyendo un libro sobre el palacio de Kubla Khan, el emperador chino y quinto último kan del imperio mongol que en sus aventuras conoció Marco Polo. Lo curioso, para nuestros fines, es que Coleridge sueña directamente con el poema: no sueña con el palacio ni con el emperador, sino con el poema. Se despierta, recuerda las palabras con claridad. Empieza a escribir los trescientos versos, hasta que un vecino lo interrumpe… y Coleridge se olvida del resto. Publica el poema en 1816, como “Kubla Khan, visión en un sueño”.
El ensayo de Borges, por supuesto, le da una vuelta borgeana a la historia. Veinte años después de la publicación del poema, aparece un compendio de historias del siglo XIV, es decir: se publica un libro de historias que transcurren en un momento previo a la existencia de Coleridge, pero cuya publicación es posterior al poema soñado. Ahí, dice Borges, se lee que el palacio de Kubla Khan (que no era otro que Xanadú, símbolo del lujo y la opulencia) fue hecho a partir de un plano que el emperador había visto en un sueño. Con lo cual, no solo Coleridge soñó un poema sobre el palacio del emperador… sino que el propio palacio del emperador fue construido a partir de un sueño.
El autor de este relato, por supuesto, es Jorge Luis Borges.
¿Cuál es el sueño de los héroes?
Para mí, uno de los sueños más lindos de la literatura (de la que yo conozco) y uno de mis libros favoritos es el de un amigo de Borges, Adolfo Bioy Casares. La novela es El sueño de los héroes, y cuenta la historia de un hombre, Emilio Gauna, que allá por los años veinte gana en las carreras una buena guita y decide gastarla en los carnavales. El problema es que Gauna tiene una serie de amigotes bastante despreciables, todos malevos de muy mala calaña. Es una serie de noches de degradación moral y humana bastante difuminada la de Gauna. Cuando despierta en una casillillita del KDT, días después, sabe solo un puñado de cosas:
- que vio a una mujer con una máscara que lo cautivó.
- que tomó muchísimo.
- que no recuerda nada más que vagas visiones de pelea y honor.
- que en una de esas noches perdió algo fundamental para su vida.
- que, a partir de ahí, jamás volverá a ser el mismo si no hace algo al respecto.
Es una historia fantástica muy hermosa, que además tiene algo que a veces en Borges se extraña: una dimensión más humana, la de hombres (preferentemente) que cometen errores, que van por caminos errados, que sufren, que hacen doler, y que aspiran de forma terrenal a lo que, en los relatos de su amigo, se aspira para la eternidad.
Esta novela tiene dos adaptaciones. Una es casi una “trasposición”, de la novela al cine, y no es, en mi opinión, muy buena. Se llama El sueño de los héroes es de Sergio Renán, con Soledad Villamil y Lito Cruz. No la recomiendo, porque además, se van a arruinar la novela. Lo mejor, sin dudas, es la canción que Jaime Roos hizo para el film: la “Milonga de Gauna”.
La mejor adaptación, una gran película, es Los paranoicos, de Gabriel Medina, con Daniel Hendler, Walter Jakob y Jazmín Stuart. Se puede ver gratis en CINEAR, el protagonista es Daniel Hendler, y ahí en la presentación pueden ver una frase que resume el espíritu de la novela, el argumento de la película, y sin espoilear: “Soy Luciano Gauna y he sido un maldito cobarde toda mi vida”.
Te voy a contar un sueño…
Habrá muchos más ejemplos y casos de entrelazamiento entre la literatura y los sueños. El propio Borges tiene una compilación de fragmentos titulado Libro de sueños, pedacitos de literatura que van desde la Biblia y el Corán hasta su propia obra. La novela El diván victoriano, de Marghanita Laski y publicada por editorial Fiordo, relata la curiosa historia de una mujer que, convaleciente, se acuesta en un diván para luego despertar y ser otra mujer, en otro año, y con otro nombre. ¿Realidad o sueño? En Borges, así como en Bioy, también aparece este motivo casi privativo de la literatura fantástica: el sueño nos distorsiona con imágenes perversas que a veces son iguales a nosotrxs mismxs. De allí que, junto al espejo y al doble, los sueños posean por lo general un elemento terrorífico. Cabe preguntarse si algunos relatos de Kafka (por ejemplo, “Ante la ley”) no tienen la configuración de una pesadilla a la que se le sustrae la instancia previa (alguien que las sueña), transformándolos en relatos realistas de profundidades simbólicas abismales. Podemos también, para exaltar nuestra imaginación, pensar cómo sería el relato de “La pesadilla”, de Henry Fuseli: quizás no está lejos de algún terror nocturno común corriente.
A mí, para terminar, me cautiva la versión de Mica Farías Gómez de “Te voy a contar un sueño”. Primero, porque un sueño aparece, por ejemplo, así:
Tranquen las puertas, que afuera gritan
las aves grises buscando llevarse un alma
sobre los techos, ya han hecho nido
triste esta el cielo, la paz del pueblo se ha ido.
Y segundo, porque después (como siempre, por suerte) se sale del sueño, y ya se llame unx Samuel Taylor Coleridge, Jacinto Piedra, Mary Shelley, Luciano o Emilio Gauna, o Kublai Kan, el o la soñante, después de una noche demasiado ominosa, siempre amanece diciendo…
Pucha, ¡qué sueño fiero he tenido!













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