El disco del legendario Ozzy Osbourne llega como un epitafio. Un plantel de lujo, canciones lúgubres y hasta un trap moldean la última obra del Príncipe de las Tinieblas.
Por Nehuén Gusmerotti*
Hubo que esperar 10 años. Luego de una década, Ozzy Osbourne lanzó nuevo disco. Probablemente sea el último. El músico lo sabe, el disco lo refleja en cada canción. Su delicado estado de salud fue una constante durante todo el 2019. El 2020 no comenzó mejor. Fake news sobre su muerte, el maléfico Parkinson confirmado en la propia boca del mítico fundador de Black Sabbath. Poco a poco vamos cayendo en la cuenta de que los días de uno de los padres del metal se agotan. Quizás este disco, Ordinary Man, sea precisamente la despedida de nuestro querido Ozzy.
Alejado de aquel rockero controversial que le arrancó la cabeza a un murciélago durante un concierto en 1982. Este Ozzy se nos presenta agotado y preocupado. El fantasma de la muerte acecha, “mirame desaparecer, más cerca de casa porque el final está cerca”, reza “Under The Graveyard” promediando la mitad del disco en una clave sabbatesca con un riff pastoso y apagado. Durante todo el disco la música contrasta con las líricas. Con un repertorio fresco, moderno y más cerca del rock que del heavy, se trata de un gran recorrido musical. La versatilidad que muestra Osbourne a sus 71 años es brillante. La participación de Andrew Watt (más reconocido por sus trabajos en el pop que en el rock) en la producción hizo de Ordinary Man un disco que lejos está de mostrar el ocaso en la carrera de un artista.
Pero las letras son otra cosa. Cada canción de este álbum es un encuentro con la muerte, un mensaje de despedida. El punto más estremecedor se encuentra en la canción que da nombre al disco. “Ordinary Man”, acompañada por la sensibilidad blusera de Slash y el piano melancólico de Elton John, es el lamento de alguien que no se aferra a la vida, pero que tiene dudas sobre su muerte. “Sí, fui un mal chico. Estuve más alto que el cielo azul. Y la verdad es que no quiero morir como un hombre ordinario. Hice llorar a mi madre. No sé por qué sigo vivo. Sí, la verdad es que no quiero morir como un hombre ordinario”. Escuchar a Ozzy entonar esas estrofas es un puñal en el corazón de cualquiera que ame la obra del príncipe de las tinieblas. Frágil, preocupado, consciente de que quizás este sea su último legado.
“Cada canción de este álbum es un encuentro con la muerte, un mensaje de despedida”.
Si de eso se trata, sin dudas Ozzy eligió una compañía de lujo. Slash también aporta su frenético riff en “Straight to Hell” primera canción del disco. La banda estable durante las once canciones la forma con Chad Smith (Red Hot Chili Peppers), Duff McKagan (Guns´N Roses) y el mencionado Andy Watt en la guitarra. El cierre del disco es una joya, donde está acompañado de los raperos Post Malone y Travis Scott. Primero, “It´s a Raid”, bien rockera y más clásica. Después el partido se juega en cancha visitante. Ozzy se le anima a un trap en “Take What You Want”. El resultado está a la altura de los intérpretes.
Ordinary Man llega como una despedida agridulce. Es bueno ver a un músico como Ozzy en su plenitud artística, incluso en el ocaso de su vida. Hace poco más de diez años expresaba “La gente me pregunta cómo es posible que siga vivo y no sé qué responder”. Una década más tarde la realidad de la muerte está más palpable que nunca y Osbourne no quiso irse sin darnos un último regalo. Dinámico, moderno, rodeado de grandes músicos, no quedará como un disco más en el olvido. Uno de los abuelos fundadores del metal empieza a despedirse. No sabemos cuanto le quedará de tiempo entre nosotros. Sabemos sí, que no vamos a recordarlo como un hombre ordinario.
*Conductor Resistiendo con Ideas (Sábados 18 a 20 hs.)
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