El retorno de las imágenes de un pasado de intervencionismo, gobiernos de facto y de tutelaje de las instituciones del estado por parte de las fuerzas armadas se abisma en el preciso instante en que un oficial del Ejército boliviano le coloca la banda presidencial tricolor a la senadora Jeanine Añez. Nada resulta más paradójico: la senadora asume la presidencia de la nación elegida por nadie, mientras el presidente en funciones, no habiendo finalizado su mandato, nuevamente reelecto hace 20 días por la mayoría de ciudadanos y ciudadanas de su país marcha al exilio en México.
Por Ariel Weinman*
La reacción golpista habla de futuras elecciones “limpias” pero para extirpar de un navajazo al principal movimiento político del país: el Movimiento al Socialismo. Aunque con historias dispares, singulares y específicas, pero con un enemigo en común, la experiencia boliviana de estas horas empuja irremediablemente a la analogía con la Argentina de la Fusiladora de 1955, que borró de un plumazo una Constitución e imaginó hacer lo propio con el subsuelo sublevado de la nación a golpe de persecución, detenciones arbitrarias, fusilamientos, proscripciones. Pero fracasaron una y otro vez para pesadilla de los sueños oligárquicos.
Frente a la complicidad del gobierno de Mauricio Macri con los golpistas, ante una Cancillería representante de los intereses coloniales ante la patria, en medio de la catástrofe informativa que protagonizan los medios de comunicación locales que, negando lo innegable, los hechos más crudos interpretados en clave colonial, donde incluso la vertiente “progresista” comunica que “hay 8 muertos en Bolivia a causas de las protestas”, y no como consecuencia de la represión de las fuerzas de seguridad sublevadas, actúan en sintonía con la matriz discursiva del Departamento de Estado quien “felicitó a las Fuerzas Armadas victoriosas” por el derrocamiento del primer presidente indígena en la historia del estado-nación boliviano, el mandatario electo Alberto Fernández advirtió el martes en la radio AM 710 que Estados Unidos, el gobierno de Donald Trump, vuelven a las peores estrategias de intervencionismo de los años ’70 cuando planificó, impulsó y pergeñó todos los golpes de estado en la Región.
El golpe de estado en Bolivia, que tiene la marca distintiva de una restauración oligárquica contra la multiplicidad de pueblos originarios cuyas luchas de siglos volvieron a ser reivindicadas en los 14 años de gobierno del MAS, no tiene un ápice de cuestión económica.
No es por la economía que un sector de la comunidad acompaña a los “cívicos” rebelados contra el orden constitucional. No es por hambre ni por desempleo que se abalanzan como hordas sobre los cuerpos y las viviendas y los símbolos de los pueblos indígenas.
Algo que descoloca al pensamiento de izquierdas aprisionado como está por una visión de las cosas como resultado de una “determinación” económica, y que asisten una vez más a sucesos que se le escapan, pues están al margen de las supuestas “leyes de la historia” que regirían el devenir de los pueblos.
Por el contrario, el eje de la disputa está en la política lisa y llana, desde el momento en que los sectores que concentran el poder económico les resulta insoportable que “los desheredados de la tierra” ocupen los lugares claves en la estructura estatal, aún a pesar de que en los años de los gobiernos del MAS, esos sectores continuaron acumulando ganancias, resultado de administraciones ordenadas por parte de Evo Morales que posibilitaron un crecimiento económico sin precedentes y una distribución de la renta que benefició a las clases sociales más explotadas y oprimidas.
Lo que no soportan es que la brecha de las desigualdades de todo tipo se haya estrechado
La quema de wiphalas y un obrar con la Biblia en la mano por parte de los grupos facciosos son los signos visibles de la pretensión de restituir el orden social de la Conquista, para reactualizar aquí y ahora el debate entre Sepúlveda y Las Casas acerca de si los “indios tienen alma o no”.
Para los cívicos es evidente que no, después de apreciar las imágenes de suplicios públicos a los originarios con funciones gubernamentales y de reinstalar el señorío que impide a las mujeres indígenas circular por las calles de los estados del oriente.
La reacción en Bolivia es contra un proceso de reformas que fue muy lejos, que hizo temblar la tierra, no sólo por el crecimiento del PBI, sino porque trastocó el orden de las cosas: los que siempre vivieron agachados ahora podían levantar el lomo, y hasta gobernar un país.
Por eso las comunidades de pueblos originarios ya no piden sólo respeto, o que se los acepte como pobres víctimas de un orden inescrupuloso, mucho menos exigen derechos civiles como “matrimonio igualitario “y otras cosas como imagina la buena conciencia occidental, sino lucha por otras formas de existencia, confronta con los modos imperiales por el dolor de tanto sufrimiento y las heridas coloniales, y reclama para sí el derecho a gobernar y gobernarse.
Por eso la experiencia del MAS, más allá de sus aciertos y sus limitaciones, es la experiencia de que es posible un estado gobernado por indígenas, aunque fueron los aymaras y los quechuas quienes hegemonizaran el proceso. Es la humillación de los blancos lo que las clases dominantes no toleran.
El golpe de estado en Bolivia tiene la marca distintiva de una restauración oligárquica contra la multiplicidad de pueblos originarios
Lo que se pone en juego en estas horas dramáticas en Bolivia y en Suramérica a favor de los golpistas es el racismo y el clasismo de siglos, anteriores por mucho a la asunción de Evo Morales en el año 2006, una clasificación social de los cuerpos que se actualiza a pedir de los intereses geopolíticos del Norte imperial. Desde aquí sí se actúa por intereses que tiñen al golpe con el color del litio y del petróleo bolivianos.
Lo que pone a luz este golpe contra Evo Morales es que el law farecontra los líderes que se parecen a sus pueblos, la concentración de la información y la comunicación para domesticar conciencias y cuerpos, la compra de voluntades de dirigentes políticos y sociales con los dineros amasados con el sudor de nuestros pueblos nuestroamericanos NO ALCANZAN. La actuación de agencias de inteligencia y bases militares camufladas en USAID, NAD y un evangelismo anglo-sajón cuya génesis habría que hallar en la Reforma protestante ya tampoco, para sostener la dominación de un imperio en retroceso.
Las imágenes de Fuerzas Armadas no para custodiar las fronteras frente al colonialismo ni para ser garantes de la soberanía de la patria grande, sino como guardias pretorianas al servicio del imperio es la película que la mayoría del pueblo argentino no quiere volver a ver.
Ahora para mantener la dominación volvieron al golpe de estado abierto, socavaron el republicanismo liberal, y la democracia pasó a ser un simple eufemismo. Se trata ni más ni menos que otro dilema abierto para el peronismo en la Argentina.
(*) Conductor de Panorama Federal – Radio Gráfica
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