La CTA esta semana oficializó dejar de plantear ser una central paralela para convertirse en una corriente interna de la CGT. Esta vuelta se da en el marco de grandes desafíos para el sindicalismo argentino.
Por Lucas Molinari*
El acto en Lanús tuvo mucho de electoral por el cierre con candidatos, pero también mostró que la consigna “unidad de los trabajadores”, debe ser una realidad orgánica para la etapa que viene.
El macrismo destruyó mucho más de lo que se podía prever al comienzo del mandato. Claramente la dirigencia política que se pronunciaba, casi en su mayoría, a favor de la “gobernabilidad”, tuvo su contraste en el sindicalismo. Que, a pesar de la campaña cotidiana de los medios de prensa del poder, demostró confrontar, hasta el límite de sus fuerzas con la administración oligárquica.
Este paso de la CTA se da luego de muchos debates en todo el país donde el movimiento obrero ya estaba unido. La experiencia en Santa Fe, entre otras provincias, demuestra que “por abajo” no hay divisiones.
Sin embargo, otra marca de estos cuatro años es el debate interno de la CGT. Una cúpula tibia producto de una unificación que fracasó. Me refiero al Congreso Normalizador del 22 de agosto de 2016, que parió el triunvirato.
Esa dirección de la CGT quedó atrapada por el “corporativismo” que en la década de 1990 se hizo hegemónico en muchas estructuras (no solo sindicales). Esto se expresa por ejemplo en gremios de empresas que fueron privatizadas, que en función de sólo discutir lo salarial dejan de abordar “lo nacional”. Se vuelven entonces un eslabón más de la dependencia.
De allí la importancia de los programas. Esto lo comprendió la Corriente Federal de Trabajadores que publicó sus 27 puntos en 2016. Que en muchos momentos críticos de estos cuatro años se rumoreaba: “van a romper para armar una nueva CGT de los Argentinos”. Allí estaba Radio Gráfica para que dirigentes clarifiquen y desmientan a los operadores periodísticos, que en el mundo gremial abundan.
No se rompió porque la búsqueda fue, es y será, dar la pelea para tener una CGT que luche y tenga una estrategia de poder en un proyecto nacional y popular.
En marzo de 2017 un sector de militantes de base de diferentes gremios se quedó con el atril de ese triunvirato en crisis. Fue la foto de dirigentes que no pudieron convertirse en líderes. Uno de ellos, Juan Carlos Schmidt, de tradición combativa, integrante junto a Hugo Moyano del Movimiento de Trabajadores Argentinos (MTA) que resistió en los ´90, era la esperanza de muchos. “Si ponía la fecha del paro general iba a lograr un gran apoyo”, me comentó un dirigente cegetista. Pero no ocurrió. Quizá porque se buscó contener el conflicto social más que potenciarlo, que no fue exclusivo de quienes les tocó estar al frente de la central obrera.
Ahora bien, volvamos al acto de esta semana. En Lanús no hubo dirigentes del Consejo Directivo de la CGT, lo que anuncia un tránsito complejo de esta vuelta que tendrá un necesario capítulo legal. Valga la referencia histórica: cuando Raimundo Ongaro gana la conducción en 1968 en el Congreso “Amado Olmos”, el argumento de la burocracia dialoguista con la dictadura era que los gremios que no tenían la cuota al día no tenían el derecho a voto. Esto, en un contexto en que muchos sindicatos estaban intervenidos. Lo que ocurrió es conocido, votaron todos los dirigentes eligiendo a Raimundo y quienes desconocieron el resultado fueron los “colaboracionistas” que rompieron, surgiendo así la CGT de los Argentinos.
Actualmente CTERA tiene casi tantos afiliados como el sindicato de Comercio, por lo que le corresponderían un gran número de congresales, para intervenir en la elecciones de autoridades de la central obrera.
El caso de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) es diferente porque su secretario general a nivel nacional planteó estar en desacuerdo con la unidad. Con el sindicato del subte seguramente habrá resistencia de la Unión de Tranviarios Automotor (UTA), que dirige Roberto Fernández.
¿Qué desafíos tiene hoy el sindicalismo?
Sobre todo, intervenir activamente en el proyecto político del amplísimo Frente que encabeza Alberto Fernández. El “pacto social” es sólo una consigna de campaña por ahora y los grandes empresarios siguen esgrimiendo la necesidad de la reforma laboral. A la vez los salarios están tan retrasados y el desempleo es tan alto, que la recuperación se sabe va a ser compleja. Pero ¿serán consultados los gremios para la elaboración de políticas públicas? ¿o sólo se les va a pedir tiempo y calma en función de la pesada herencia macrista?
Por otro lado están los desafíos como movimiento obrero.
La CTA aporta en su historia la representación de cooperativistas y desocupados. Esto ya está en debate en la CGT que en los últimos años generó articulaciones con la CTEP entre otros movimientos populares. Será necesario un cambio estatutario, como ya lo hicieron en particular los sindicatos Federación Gráfica Bonaerense y de Obreros Curtidores. Es decir, que la economía popular sea integrada formalmente a los gremios.
Porque lo que nos une es el trabajo, no la relación laboral. Puede ser bajo patrón o de manera cooperativa. Comprender esto para muchos dirigentes es complejo, pero hay que insistir que está en nuestra historia. Por ejemplo, el Primer Congreso de Cooperativas de Trabajo se hizo en la CGT con la presencia del presidente Juan Domingo Perón que afirmó en su discurso: “Nuestra función económica es capitalizar el pueblo. Así vamos cumpliendo la base de la nuestra doctrina, vale decir, que el capital esté al servicio de la economía y está al servicio del bienestar social que es lo que ustedes están realizando a través del Cooperativismo”.
Una CGT federal
Ahora que el candidato Fernández habla tanto de una argentina federal, valga volver al debate de la necesidad del protagonismo de las regionales en la CGT, otro de los planteos de la Corriente Federal de Trabajadores en estos años. Que no hace sino reivindicar la conducción que ejerció Saúl Ubaldini, que allá por la década del ´80 recorría el país de manera permanente. Porque era otra la estructura de la central obrera.
¿Qué pasó? El menemismo y la traición de toda una dirigencia que en algunos casos sigue estando al frente de sus gremios.
En el libro de Nelson Ferrer “El MTA y la resistencia al neoliberalismo en los 90” hay una interesante entrevista al dirigente molinero Carlos Alberto Barbeito que lo cuenta en primera persona: “Participé de reuniones llevadas a cabo en la sede de Sanidad donde se estaban modificando los estatutos de la CGT. Allí se proponían reducir la estructura del interior de la organización de seis Regionales. Recuerdo que cuando le pregunté a West Ocampo cuál era el criterio para proponer esa reestructuración me dijo ´Es muy simple para que no nos jodan más´. Era una maniobra para debilitar la influencia de los compañeros del interior”.
Muchas regionales se han normalizado desde el 2016. Hubo un trabajo activo del dirigente metalúrgico Francisco Gutiérrez, desde la secretaría del interior. Pero falta mucho, porque desde las provincias se han empujado planes de lucha estos años que no mellaron a la dirigencia porteña, que siguió negociando con el gobierno del industricio y el genocidio social.
Finalmente remarcar que hay más de 70 mil dirigentes sindicales en todo el país, que deben tener más espacios en los medios audiovisuales para dar el debate social y político, ante la campaña anti-sindical que es casi unánime en los medios comerciales. Y volver a recomendar el ciclo de entrevistas “En Movimiento”, donde, por ejemplo, el histórico Victorio Paulón explica con sencillez la fortaleza de nuestro sindicalismo, que radica en el accionar de las comisiones gremiales internas. Desconocer eso, es perder de vista la potencia del movimiento obrero, que fue la oposición real al macrismo y que sin su participación activa, será imposible consolidar un proyecto nacional, soberano y con justicia social.
(*) Periodista de Radio Gráfica, conductor de Punto de Partida (lunes a viernes de 8 a 10 am)
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