Por Agustín Montenegro*
De la amplia familia de los bandidos rurales. Mezcla de gaucho y caudillo, ladrón, antiEstado, saqueador, famosa figura de enorme conocimiento de su geografía. No puede ser conocido ni concebido sin su escenario: hablamos del sertón, un desierto que contiene en sí geografías vastas y casi indescifrables, en donde la naturaleza y el clima son parte de las líneas de los horizontes futuros. Ubicado en el Nordeste y ocupando parte de los estados de Pernambuco, Bahía, Sergipe, Alagoas, Paraíba, Río Grande Do Norte, Ceará y Piauí, en su dimensión supo contener a esta especie particular de héroe/antihéroe: el cangaceiro (en el nordeste) y el yagunzo (en Minas y Bahía), un despiadado bandolero que se dedicó al saqueo y a ser objeto de una verdadera leyenda folklórica, hasta su desaparición alrededor de los años 30 tras la guerra con el Ejército brasileño de Getulio Vargas.
El más famoso de los cangaceiros fue Virgulino Ferreira da Silva, alias Lampiao, que nació en Pernambuco en 1898, hijo de la clase baja media sertanera: un pequeño pastor que sabía leer y escribir.
La historia de Lampiao en el crimen comienza como tantas otras: una disputa vecinal, un arreglo a favor de su vecino, y la unión a un grupo de bandidos, en este caso la de Sinho Pereira. Tiempo después, Lampiao se convierte en líder definitivo. Durante años arrasan con el sertón: los yagunzos y cangaceiros son hombres de temer. Afilan sus dientes para parecer temibles, cargan rifles y sables, y se dedican a violar, robar y matar a aquellos y aquellas que se cruzan en su camino. Y sin embargo el pueblo los apoya y los busca como sinónimo de algún tipo de justicia en una tierra abandonada a su suerte por las instituciones y donde ley que aparece es ley de hacendado. Los conocimientos y saberes del cangaceiro son notables, y su capacidad de resistencia a los elementos y la geografía, únicos. Su violencia y despiadada crueldad con los enemigos era, por otra parte, notoria.
Es 1931, y Lampiao se esconde en una hacienda. Conoce ahí a María Déia Nenen, la mujer de un zapatero. Se enamoran, y a partir de allí, será conocida como una fugitiva más: María Bonita. A partir de ella, varias mujeres se sumarán al cangazo de Lampiao. Con ellos también viaja un soldado que luego se hará nombre propio: Corisco, el Diablo Rubio. Líder él mismo, pronto se separará de la banda y formará su propio emprendimiento de saqueo.
En 1938, la banda de Lampiao es asediada en Angico, y el legendario cangaceiro y sus secuaces son derrotados. Por supuesto, tras la batalla las cabezas del líder, de María Bonita y de todos los capturados son exhibidas a modo de lección pública. Hasta 1968, las cabezas de Lampiao y María se mostraron en el Museo Nina Rodrigues, en Salvador de Bahía.
La historia de Corisco merece letras aparte: vale decir que se ocupó de vengar la muerte de su antiguo compañero asesinando a toda la familia del hacendado que lo había delatado.
Como sucede con todas las figuras populares, el folklore se le adelantó a la historia, y pasó tiempo hasta considerar la verdadera dimensión del cangaceiro como justiciero, como bandido popular, poniendo el enfoque en la tensión entre la violencia civilizatoria y la violencia “bárbara”. Como diría Roberto Carri de Isidro Velázquez, lo mismo podemos decir de Lampiao: los cangaceiros no eran santos, pero generaban un verdadero sentimiento popular.
Paso a dar algunos lugares de la literatura y el cine donde podrán encontrarse con estos personajes: una novela, dos películas, y algunos antecedentes.
Gran Sertón: Veredas (1956). La novela de João Guimarães Rosa da para hacer varias notas, videos o ensayos. Organizo mi devoción absoluta a ella, y digo: Riobaldo, alias Tatarana (la Yarará Blanca), es un yagunzo (Rosa era del Estado minero) que relata sus aventuras en el sertón a un médico de provincia. El lector se encontrará con un largo monólogo en el que se entrelazan la divagación filosófica, la apreciación geográfica y el más puro relato de aventuras. Si no fuera una novela algo intrincada, sus personajes deberían estar en cualquier panteón clásico: el bello Diadorim, su amigo del alma, el díscolo Zé Bebelo, yagunzo que va y viene según sople el viento del Estado, el yagunzo “político” Joca Ramiro, traicionado por sus segundos, el Hermógenes y Ricardón, los “Judas”… Me extenderé en otra ocasión. Agrego: la mejor traducción disponible sigue nuestra mejor tradición argentina, hecha por Gonzalo Aguilar y Florencia Garramuño y publicada por Adriana Hidalgo, lleva al hablar rioplatense la difícil música de este bandido ilustrado.
Dios y el diablo en la tierra del sol (1964). Ubiquemos la película de Glauber Rocha en el tiempo: todavía colgaban las cabezas de Lampiao, María Bonita y el resto de los bandidos de su grupo en el Museo de Bahía. En Argentina moriría Isidro Velázquez solo unos años después. La historia de la película es, como ya hemos dicho, repetida: un hombre mata a un estanciero que se rehúsa a pagarle lo que debe. Es perseguido por la “ley”. Para sobrevivir, él y su mujer se unen primero a un profeta del sertón, el padre Sebastián, cura de los pobres. Y luego se unirán a la banda de Corisco, el Diablo Rubio, quien se enfrentará mortalmente con Antonio Das Mortes, personaje típico de western: similar a su enemigo, pero abocado a su tarea de mercenario, busca matar al cangaceiro en una mezcla de cinismo y ética.
El dragón de la maldad contra el santo guerrero (1969). La secuela resuelve, en cierta medida, el dilema moral de Antonio Das Mortes, matador de cangaceiros. Años después de los eventos de Dios y el diablo…, el sertón ve resurgir a un nuevo líder: Coirana, que busca resucitar el espíritu justiciero del antiguo bandido popular encarnado por Corisco y Lampiao. Es un héroe trágico y romántico, porque carga con la tristeza de no encajar por completo en su época. Como si se tratase de un sueño repetido, nuevamente aparecerá Das Mortes. El desenlace lo verán ustedes.
Rocha capturó la verdadera dimensión mesiánica, trágica y épica del cangaceiro: vio ahí un western social de vanguardia, dio cuenta del sincretismo (placer brasilero) entre el cangaceiro y la leyenda cristiana de San Jorge, y lo hizo desde esa utópica búsqueda tan de los sesenta: la búsqueda de la unión entre cultura popular y vanguardia estética.
Los de la foto no son otros que el mismísimo Lampiao, María Bonita y la banda, fotografiados por Benjamin Botto. Acá tienen la historia de esa sesión de fotos. Lxs que tengan más estómago pueden ver acá solo sus cabezas cortadas.
Dios y el diablo en la tierra del sol puede verse acá, con subtítulos en castellano. “La tierra es de los hombres, ni de Dios, ni del Diablo”. Rocha, plena década del sesenta.
El dragón de la maldad contra el santo guerrero no está disponible con subtítulos. La comparto con subtítulos en inglés, y recomiendo igualmente mirar, por ejemplo, la secuencia desde el minuto 23: la fiesta popular en la que se enfrentan “San Jorge” y “el dragón”. Para lxs muy curiosos, hay una entrevista en la que Martin Scorsese cuenta su amor por la película del bahiano.
Gran Sertón: Veredas, de João Guimarães Rosa puede leerse acá en una edición venezolana. Recomiendo la de Adriana Hidalgo por la musicalidad propia del rioplatense, porque son traductores argentinos y porque es producción nacional íntegra.
Hay otras cosas que rodean al asunto, por supuesto. El libro de Euclides Da Cunha, Los sertones, sirve de base a todo esto y delinea la figura del cangaceiro. El libro de Mario Vargas Llosa La guerra del fin del mundo, sin encantarme, permite conocer la cuestión sertanera y su relación con la religión, ya que narra los sucesos de la guerra de Canudos. El Isidro Velázquez de Roberto Carri da un buen panorama de la cuestión sociológica del bandido popular, continuando a los Bandidos sociales de Eric Hobsbawm. En Brasil, las historias de cangaceiros se venden en los quioscos de diarios como literatura de cordel, libritos baratos en prosa o verso…
Corisco, María Bonita, Lampiao, Isidro Velázquez, Mate Cosido, Robin Hood, y por qué no, Pancho Villa, Severino di Giovanni, John Dillinger y todo bandido, salteador o pirómano que en su época supo enardecer al pueblo contra la ley tienen en la literatura y el cine un recuerdo romántico de sus andares. Sus figuras legendarias son, en los relatos, bastante más encantadoras que en la vida real: estos son solo algunos ejemplos para aquellxs que gusten del yagunzaje… rifle en mano, figura solitaria, poetizando por el sertón.
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