Por Rodolfo Pablo Treber *
Ante los enormes, y permanentes, desequilibrios económicos que expusieron los gobiernos de los últimos 12 años, una vez más se instaló en el sentido común (el más boludo y manipulable sentido) la necesidad de “sincerar” la economía mediante ajuste de las cuentas públicas y reducción de gastos. En el discurso hegemónico, tanto oficialistas como opositores, aceptan la idea de que un ajuste era indispensable y que, solo así, se podían comenzar a estabilizar los índices macroeconómicos; junto con el aumento de inversiones extranjeras y exportaciones.
Así, instalando lo que supuestamente está bien hacer desde la técnica económica, la sociedad toma de manera aceptable uno de los mayores y crueles ajustes de la historia argentina sin, ni siquiera por un instante, ponerse a pensar críticamente los fundamentos, intereses y origen político de esas falsas teorías que ellos denominan “ciencia económica”.
Comenzando con “el ajuste para crecer” y el fantasma del déficit fiscal como problema principal de la economía; el gobierno de Javier Milei quedará en la historia como un ejemplo más de la falsedad de estas definiciones ampliamente aceptadas y naturalizadas (porque ya pasó lo mismo con Martínez de Hoz en la dictadura militar y con Cavallo en el período menemista).
Mientras que, en el primer semestre de gobierno, el ajuste logró un superávit fiscal de 2,5 billones de pesos, el mismo generó una recesión económica que derrumbó la actividad productiva y comercial por lo que, ya en el tercer trimestre de este año, se dejó ver una severa caída de la recaudación que llega al 5% y va aumentando progresivamente con la llegada de las consecuencias de las medidas económicas tomadas desde diciembre del 2023.
Entonces, mientras el ajuste del gasto total representa un 27% respecto al año anterior (78% obra pública, 21% jubilaciones, 25% asignaciones sociales, 32% presupuesto educativo, etc.), la enorme caída de la recaudación generó que en el tercer trimestre exista un déficit financiero de $131.000 millones, evidenciando lo insostenible de mantener este esquema sin tener un plan de reconstrucción productiva y de fortalecimiento del mercado interno. También queda expuesto que el brutal ajuste no es parte de una gestión para el saneamiento de las cuentas públicas, sino que tiene que ver con el interés de desposeer de bienes y riquezas al pueblo en beneficio de las corporaciones extranjeras. Esto lo demuestra que, en el mismo período, hubo un superávit comercial externo de 17 mil millones de dólares sin que aumenten las reservas del BCRA.
En contraposición a lo que esa delirante, instalada y naturalizada teoría liberal dice, en la realidad sucede todo lo contrario. En cualquier circuito económico, siempre pero siempre, la emisión de dinero es el primer paso. No existe producción sin el pago de un salario, ni inversión sin compra de un bien de capital, ni venta posible sin comprador con dinero en mano. En el mismo sentido, tampoco existe crecimiento económico posible sin expansión monetaria, dado que para aumentar la producción hay que pagar más salarios y así, aumentar la demanda en el mercado. Por lo tanto, una economía en crecimiento siempre es deficitaria, en términos fiscales en un comienzo, y luego tiende a equilibrarse en el mejor de los casos. Entonces, el déficit fiscal y la emisión monetaria nunca pueden ser los factores principales ni primarios de los problemas económicos nacionales ni de un proceso inflacionario.
Lo que ocultan adrede, es que el problema no radica en el déficit fiscal sino en la ausencia de una planificación económica que oriente esa emisión monetaria a un aumento de la producción (oferta). Si aumenta la producción, el empleo y el salario, como consecuencia de la planificación económica de la expansión monetaria, la misma es virtuosa; de lo contrario, genera desequilibrios monetarios y de precios internos. La teoría de que la emisión monetaria o el déficit fiscal sean un problema, solo demuestra la ausencia de proyecto político soberano y productivo de parte de quien la expone.
Lo mismo ocurre con la necesidad del aumento de las inversiones extranjeras y las exportaciones: otra mentira con objetivos de saqueo.
Hacia 1980, el monto de exportaciones argentinas era de 8,021 millones de dólares y pasados 42 años donde se encontró vigente un modelo de economía primarizada, netamente exportadora, aumentó más del 1,100%, a 88,445 millones. Sin embargo, el enorme aumento de divisas no se tradujo en desarrollo económico y social; por el contrario, la apertura de importaciones ocasionó que la ocupación formal cayera de 77,4% a 40% de la población económicamente activa. Los resultados a la vista: un gran aumento del ingreso de dólares, y una drástica caída del trabajo.
El modelo exportador supone un crecimiento económico en base a lo que el mercado global y las potencias económicas determinan para nuestra región: el aumento de las exportaciones primarias o con poco valor agregado (granos, cereales, forraje, energía, minería, alimentos). Este principio trae aparejado un aumento natural de las importaciones y, por ende, una destrucción sistemática del trabajo local. Luego de más de cuarenta años, que demuestran el atroz resultado de este modelo, todo el arco político nacional (oficialismo y oposición) sigue repitiendo que la salida a la crisis es aumentar las exportaciones.
En cuanto a la necesidad de inversiones extranjeras sucede exactamente lo mismo; todo el arco político repite hasta el hartazgo que la Argentina tiene su principal traba en el problema de escasez de divisas.
Sin embargo, contradiciendo tan facilista como acomodaticio relato, los datos oficiales del comercio exterior muestran que, en los últimos 40 años, Argentina tuvo un superávit comercial de 220,000 millones de dólares netos.
Sucede que en paralelo se encuentran vigentes, sin que nadie discutiera o busque revertir sus nefastos efectos, la ley de entidades financieras de Videla y Martinez de Hoz de 1976 y la ley de inversión extranjera de la década del 90 (que hoy se perfecciona y profundiza con el RIGI). Este plexo jurídico habilita la fuga de capitales para que el excedente de divisas no quede dentro del país y solo sirva para engordar las abultadas cuentas de las corporaciones que explotan nuestros bienes comunes naturales.
¡Por esto es que el problema de la Argentina no es de escasez de divisas! Es el modelo productivo, la liberación y la extranjerización de su economía.
En conclusión, todo lo instalado por la “ciencia económica” hegemónica no tiene nada de cierto y mucho de interés político en el marco de un plan de saqueo. Lo que hace falta, y brilla por su ausencia, es la exposición del modelo de desarrollo nacional; es mostrar mediante una alternativa política que existe otro camino que el ajuste y el aumento de la matriz exportadora.
Salir de este laberinto neocolonial conlleva construir organización política, nacional, popular y revolucionaria para la liberación nacional.
(*) Analista económico , dirigente del Encuentro Patriótico.
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