Por Fidel Fourcade *
En general, parte de la magia de las películas se encuentra en los rincones perdidos del rodaje. Semanas y semanas de trabajo que en general comparten una máxima tanto en producciones inmensas cómo otras más humildes: nada sale como se imaginó. Esperar lo inesperado es la propuesta de los artífices de “El Jockey” y la entrada a la sala del cine, el cheque en blanco que firmamos los espectadores.
Una película que merece sus propias leyendas, y sin ir muy a fondo, las tiene. Pistas de caballos ilegales al oeste de alguna provincia, gente que vive en la calle haciendo de gente que vive en la calle y escenas en hospitales rodadas en noches de encuentros cercanos del tercer tipo forman parte de una obra hipnótica.
Por otro lado, lo de Fanego fue una profecía autocumplida. Comienza la historia manejando un coche fúnebre, comenta que “lo mato y me retiro de este trabajo” y antes del desenlace le dejan un beso de piedad en el vidrio del auto. Daniel Fanego, actor, director y sobre todas las cosas, artista, falleció luego de luchar con una enfermedad en septiembre pasado. Lindo (y sombrío) gesto de Ortega.
Antes de contar los pergaminos de Ortega o hablar de donde se estrenó “El Jockey”, sería más sensato leer el prospecto de la película, que viene con algunas contraindicaciones pero con muchos beneficios. Visualmente es hipnotizante, planos de una cercanía casi claustrofóbica que logran sublimar muy bien la euforia y el peligro de las carreras.
El punto de partida del film encuentra a Remo Manfredini durmiendo en un bar. Él es una figura mítica del turf y su comportamiento errático y autodestructivo empieza a opacar sus logros. Su pareja, Abril, una talentosa corredora espera un hijo de él. Ambos compiten para “Sirena”, un empresario obsesionado con Remo. Pero cuando Remo sufre un accidente y desaparece misteriosamente del hospital, comienza a vagar por las calles de Buenos Aires sin identidad. Mientras Sirena lo busca, vivo o muerto, Abril se embarca en la misma carrera contrarreloj para encontrarlo antes de que sea demasiado tarde. La fragilidad que surge de la precariedad de la vida de este tipo va agregando capas y capas a la historia que coquetea con la idea de un propósito no tan claro.
“El Jockey” no es una película fácil, no caeremos en la trampa elitista de decir que “no es para cualquiera” porque si lo es. Si requiere de un tiempo de maduración, de ver crecer la fruta y de abandonar cualquier pretensión de normalidad aparente.
El casting y su elenco es un punto fuerte en esta historia. Personajes que dicen poco pero que cargan mucha mística. En una historia de anti héroes tenemos a Rubén Sirena (Giménez Cacho) en una mezcla de Durán Barba y Cositorto del turf y sus gangsters Fanego (Daniel Fanego), Oscar (Roberto Carnaghi) y Luis (Osmar Núñez), tres tipos old school que viven dentro de algún tango vetusto que se escucha con una púa cansada del olor a whiskey criadores. La triada de jockeys compuesta por Remo (Nahuel Pérez Biscayart), Abril (Úrsula Corberó) y Ana (Mariana di Girolamo) mientras que el dúo carcelario tiene a Rolly Serrano y Adriana Aguirre cómo el capo de cárcel y su mujer.
Lo que nos lleva al otro punto fuerte de esta historia prima de Paul Thomas Anderson que coquetea con una Lynch, la música. A veces la canción construye la escena y a veces se da de forma inversa. Podremos decir que hay una sinergia propia de grandes películas de la historia. Fumemos un cigarrillo, de Piero; Lo mismo que usted, de Palito Ortega, Trigal, de Sandro; Soy una fiera, en la voz del zorzal, Carlos Gardel y que cierra con Un beso y una flor, de Nino Bravo. Quizás nos pase a todos lo mismo, en la primera parte de la película, el baile entre Remo y Abril, mientras suena Sin disfraz de Virus quedó impresa en mi pupila. Es como un teaser premonitorio de lo que será “El Jockey”, fantástica, abrumadora y un exoticamente sensual.
Ahora sí, si no te convenció nada de lo relatado (qué público difícil) , te cuento el CV de Luis Ortega. Artífice de Caja negra (2002), Monobloc (2005), Los santos sucios (2009), Verano maldito (2011), Dromómanos (2012) y Lulu (2014). Probablemente lo tengas de El Angel (2018), que cuenta la historia del infame Carlos Robledo Puch, que perforó el millón de tickets en las salas del cine. Por su parte, para llegar al cine y a esté reseña “El Jockey” pasó por los festivales de Venecia, Toronto y San Sebastián.
Una hora y cuarenta minutos. Tik tokers friendly. Regálese esta experiencia absurda e imprevisible, revisite grandes canciones de nuestro país y, ocasionalmente, apoye al cine industria nacional.
(*) Columnista de Resistiendo con Ideas (Lunes a viernes de 20 a 21 horas)
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