Por Nicolás Podroznik
Invitamos a usted, querido lector, a cerrar los ojos e imaginar la siguiente situación: el club del cual es hincha disputa la final del Mundial de Clubes con el poderoso y aparentemente invencible Real Madrid. En el minuto 90, su club se pone en ventaja. Mientras usted festeja alocadamente, los futbolistas de su equipo apenas lo hacen y vuelven rápidamente a su campo, mientras el entrenador hace gestos de que no demoren en la celebración. ¿Usted se imagina la privación de semejante alegría? ¿No, verdad? Bueno, aunque no lo crea, esto puede llegar a suceder.
El sábado 4 de marzo la IFAB -la entidad encargada de determinar los parámetros reglamentarios del fútbol, mejor conocida como International Board- se reunió a fin de tratar nuevas pautas que serán incluidas dentro del reglamento a partir de 2024, aunque algunas podrán añadirse con anticipación según considere la FIFA. La relevancia de cada una difiere entre sí, y si bien reflejan especiales intereses para la entidad madre, da la sensación que nuevamente el enfoque no es el correcto.
Comencemos por la norma que impedirá la libre intervención de los arqueros previo a que se ejecute un penal. La actuación de Dibu Martínez en el Mundial no pasó desapercibida para nadie. Sus intervenciones de Octavos de Final en adelante fueron preponderantes, siendo la atajada a Kolo Muani en el minuto 123 una de las más determinantes de la historia de los Mundiales junto a la de Iker Casillas a Robben en 2010. Sin embargo –y aun habiendo recibido el premio al mejor arquero del Mundial y el reciente The Best– sus artimañas para desconcentrar a sus rivales no pasaron desapercibidas y mucho no gustaron en FIFA.
La International Board está conformada por ocho miembros: cuatro propios de la FIFA y cuatro ingleses, país creador de las reglas del deporte. El peso de los integrantes de la Pérfida Albión –falsos reyes de la corrección desde 1966 y el gol fantasma de Hurst– fue determinante. Así fue entonces que se resolvió que los arqueros no podrán realizar movimientos ni acciones que distraigan al pateador, como golpear los postes, acercarse al punto del penal o todo aquello que tenga como intención influir sobre el rival. Cabe cuestionarse dos hechos: ¿por qué esta actitud se cuestiona recién ahora y no cuando Andrew Redmayne, arquero de Australia (miembro del Commonwealth británico), bailó para distraer a los ejecutantes peruanos durante el repechaje que clasificó a los oceánicos? Si es considerada de manera tan negativa el accionar de Martínez, ¿por qué se le otorgan dos premios? La contradicción está a la vista. Y no es la única.
El segundo punto a dilucidar será nuevamente el tema fuera de juego. La Copa del Mundo dejó un tendal de sanciones por offside bastante polémicas, donde el trazado de las líneas y la consideración de hombros y botines para marcar posiciones fue milimétrico. Desde hace más de un año que Arsene Wenger, ex técnico del Arsenal inglés y miembro FIFA, viene insistiendo con un cambio drástico en la consideración del fuera de juego. Para el francés, si defensor y delantero comparten parte del cuerpo sobre la raya trazada para determinar el offside, se debe considerar que el jugador está habilitado. Una solución lógica a tantos problemas que han llevado a los espectadores a preguntarse qué se está sancionando.
Aquí nos encontramos con otra contradicción. La FIFA viene desde hace años subido a caballo de la idea que goles es sinónimo de espectáculo, pero la regla del fuera de juego y la negativa a dar paso a la denominada Ley Wenger no se condice con el concepto que pregonan. Además, la comprensión del espectador sobre qué se sanciona y que no va fluctuando enormemente, dado que al disponer inmediatamente de las imágenes puede comparar situaciones de juego recientes. Si el VAR vino a hacer un fútbol más justo, no debería ser complejo distinguir qué lo es y qué no. ¿Podría ser casual tanta contradicción?
Otro de los puntos álgidos que debatirá la IFAB será el tema de las demoras y el tiempo muerto de los partidos. A la FIFA le preocupa enormemente las pérdidas de tiempo, las cuales han ido aumentando al igual que las formas para hacerlo, como hacen los arqueros habitualmente al acusar lesiones cuando hay un compañero menos en el campo o cuando reciben una pelota fácil y se arrojan al piso intencionadamente sin necesidad de hacerlo. Ya se ha visto en el Mundial la cantidad de minutos que han llegado a descontar en los partidos por los minutos perdidos, pero la FIFA busca una alternativa a fin de no extender la duración total del espectáculo. Vale la pena aclarar este concepto: el partido puede durar 90 minutos, pero para la FIFA el espectáculo incluye ingresos y salidas del estadio sin demoras. Si se adicionan muchos minutos, un partido puede pasar de tener 105 minutos (90 + 15 de entretiempo) a tener 120 o más.
Las opciones que se manejan son dos. La primera es establecer un tiempo neto total de 30 minutos, con detención total del reloj ante cada situación en la cual el balón no esté en juego. El principal problema que remite esta idea es que se eliminaría el tiempo adicionado, con lo que una pelota en ataque a falta de pocos segundos podría determinar el final del encuentro, lo que llevaría a un sinfín de polémicas y protestas que se podrían evitar, por lo que no sería la opción más viable.
La segunda es continuar con los tiempos de 45 minutos, con detención del reloj sólo ante situaciones ajenas al juego, como una revisión del VAR o la atención médica de un futbolista. El reloj no se detendría si la pelota se va fuera del campo de juego o si hay una infracción. En este caso se formalizaría un híbrido entre el modelo actual y el modelo de tiempo neto. Esta idea es la que tiene más consenso dentro de FIFA. Ahora bien: como hemos señalado en los puntos anteriores, vuelven a chocar los preceptos que la entidad presidida por Gianni Infantino tanto pregona.
Dentro de las situaciones de juego que la FIFA contempla para computar tiempo añadido, una de ellas es el festejo de gol. Nuevamente vuelve a aparecer el buque insignia del espectáculo, y a fin de cuentas la razón de ser de este bendito deporte. Llama poderosamente la atención tan solo el hecho que se plantee esta situación: ¿de verdad quieren evitar el festejo de los goles? ¿Pretenden que no se celebre el mero objetivo del fútbol, que es convertir más tantos que el rival? La situación, inevitablemente, invita al análisis.
Desde hace unos años para acá que la FIFA no da pie con bola con los cambios reglamentarios. El único acierto en el último tiempo ha sido la ampliación del espacio de juego a la hora del saque de arco tras la salida de la pelota de los límites del campo de juego. El resto ha sido calamitoso: las consideraciones del fuera de juego tras un toque en un defensor, la utilización de las manos (y la interpretación de la misma) y los tiempos de uso del VAR para determinar ambas han atentado enormemente contra el placer que genera ver un partido de fútbol. Silbatinas generalizadas y reprobaciones constantes ante situaciones que, con tecnología mediante, deberían ser fáciles de resolver. La frase que resuena ante cada intervención es la misma: “están arruinando el fútbol”. Uno cree que la FIFA jamás mataría a su gallina de los huevos de oro, pero tantas situaciones de este tipo en el último tiempo conducen irremediablemente a pensar que no son fruto de la casualidad y que algo entre manos se traen. La FIFA, como toda corporación global, no se equivoca.
En términos de negocios uno puede aceptar disgustado que, a pesar del VAR, se sigue beneficiando a equipos poderosos en detrimento de otros pequeños. Lo que no se comprende es cuál sería el beneficio real de matar el único momento real de satisfacción tanto de futbolistas como espectadores. ¿Cuál sería el motivo por el cual se busca alcanzar y completar el descontento de millones y millones de seguidores?
Los pasos se vienen dando firmemente, aparentemente de manera equivocada. Curiosamente, uno de los apartados que no se tratará en esta reunión es el de las manos. La FIFA y la International Board han oscilado erráticamente a la hora de establecer que intervención de las manos debe sancionarse o no. A su vez, los árbitros -en pos de evitarse problemas- son cada vez más proclives a sancionar las manos como penal. Por suerte todavía no ha sucedido (y esperemos que no suceda), pero el día que determinen que todas las manos adentro del área sean penal, los gambeteadores no buscarán meterse en el área. Los grandes ejecutantes de tiros libres no intentarán colgarla de un ángulo. No habrá más centros atrás o grandes saltos para cabecear. Todos ellos buscarán que la pelota pegue en las manos del rival dentro del área. Y ahí si habrán matado definitivamente al fútbol.
(*) Periodista / Abrí la Cancha
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