Por Esteban Chiaradía (*) y Viviana Civitillo (**)
La batalla de Curupaytí constituye el triunfo más importante del Paraguay y la derrota más contundente de las fuerzas conjuntas de Argentina, Uruguay y el Imperio del Brasil que formaban la Triple Alianza contra aquél. El 22 de septiembre de 1866, los aliados registraban un total de 8.000 á 10.000 bajas entre muertos y heridos mientras que las víctimas paraguayas no llegaban al centenar. Sin duda, el resultado de este enfrentamiento marcaba un punto de inflexión en la Guerra Guasú (Guerra Grande) -como la denominan sus víctimas paraguayas- (1864-1870), tanto para el curso de la guerra como para el ciclo de guerras internas argentinas.
A partir de aquel resultado, la resistencia al reclutamiento para reponer la tropa destinada a recomponer las fuerzas bélicas terrestres se volvió revolución abierta contra el régimen liberal porteño que encabezaba el presidente Bartolomé Mitre, siendo necesario retirar tropas en el frente paraguayo para reprimir el levantamiento de las provincias. En noviembre de 1866, estalló la Revolución de los colorados en Mendoza, a partir de una sublevación de las tropas que debían marchar al frente en Paraguay, liberando a numerosos presos políticos de los tiempos de la represión a la montonera de Peñaloza y repartiendo trigo a los sectores populares urbanos. Pronto la revolución se extendió por la región cuyana, y se incorporaron los hermanos puntanos Juan y Felipe Saá y Felipe Varela desde su exilio en Chile, convocando a las anteriores montoneras y a voluntarios chilenos. Otros líderes se sumaron a Varela, como Aurelio Zalazar y Santos Guayama. Mantuvieron a raya al ejército nacional, pero iniciaron su declive en abril de 1867, en las batallas de San Ignacio y Pozo de Vargas, hasta la derrota definitiva de Varela en enero de 1869.
A diferencia de las guerras independentistas, no exentas de crueldad, violencia y destrucción, la Guerra Guasú materializa, en una región fronteriza del Cono Sur, los crímenes contra la humanidad que conlleva el “deliberado exterminio” que la caracteriza, también observable en las operaciones técnico-militares desatadas por la expansión colonialista sobre las áreas “periféricas” de la modernidad occidental durante ese periodo.
A partir de Curupaytí, la guerra externa se articuló con la guerra interna y la lucha facciosa encabezada por el partido liberal le otorgó carácter de “guerra nacional” a la primera y de “guerra de policía” a la segunda. El exterminio se intensificó y se extendió a las dos orillas del Paraná: al finalizar la guerra, Paraguay había perdido más del 60 % de su población y “la razón por sexo al final de la guerra era de 37 % habitantes de sexo masculino contra 63% del sexo femenino, o de 31% a 69%, respectivamente, según una encuesta parcial de 1872.”[1] No disponemos aún de datos consolidados sobre los innumerables cuerpos desaparecidos de los combatientes argentinos sin nombre, obligados a integrar las filas de los ejércitos aliados y de quienes se resistieron al reclutamiento para no ser cómplices del “deliberado exterminio” del pueblo paraguayo pero, en las guerras lejanas, todo herido es un cadáver pues la “distancia … aumenta los sacrificios que ella cuesta en hombres, dinero y tiempo”[2].
La tragedia de la Guerra Guasú corona un violento proceso que arrancó unos años antes. Tras la batalla de Pavón (17/09/1861), en la que el Estado de Buenos Aires se impuso política y militarmente a la Confederación Argentina, el gobierno de facto primero (1861) y constitucional luego, fue ejercido por el presidente Bartolomé Mitre (1862-1868). Con la finalidad de “apaciguar” la resistencia federal en el interior, la invasión porteña a las provincias se desplegó, en pocas semanas, con un ejército regular que contaba con mercenarios europeos y armamento más moderno que sus contrincantes y con el respaldo financiero porteño y de sus socios británicos. Enfrentaban a una población que resistió mediante una guerra de guerrillas –las “montoneras”–, con muy pocos recursos, bajo el liderazgo del riojano Ángel Vicente Peñaloza, apodado el “Chacho”. El presidente Mitre expuso al Director de Guerra, Domingo Faustino Sarmiento, la doctrina a seguir: “Digo a usted en esas instrucciones que procure no comprometer al Gobierno Nacional en una campaña nacional de operaciones … Mi idea se resume en dos palabras: quiero hacer en La Rioja una guerra de policía … Declarando ladrones a los montoneros sin hacerles el honor de considerarlos partidarios políticos ni elevar sus depredaciones al rango de reacciones, lo que hay que hacer es muy sencillo”.[3] La resistencia se extendió a toda la década del ’60. Así lo atestigua Nicasio Oroño en el Senado: “Desde junio de 1862 hasta igual mes de 1868, han ocurrido en las provincias ciento diez y siete revoluciones, habiendo muerto en noventa y un combates, cuatro mil setecientos veintiocho ciudadanos”.[4]
Los excesos configurados como apremios ilegales -especialmente el uso del “cepo colombiano”-, ayuda o provocación del suicidio, apropiación y sustracción de cosas muebles, extorsión, homicidio simple, con alevosía, con ensañamiento -decapitación y descuartizamiento de los cuerpos-, por impulso de perversidad brutal, fusilamientos ejemplificadores para amedrentar a los opositores al reclutamiento, persecución y ejecución in situ de desertores, incendios y otros estragos, instigación a cometer delitos, masacres, a los que se suman el reparto de cuotas de “lotes” de prisioneros entre los aliados que propició la creación de un amplio mercado de mano de obra coactivo, anudan un tipo de práctica delictiva común a la guerra interior –“de policía”- y a la guerra exterior contra el Paraguay: procurar la aniquilación de las propias fuerzas -en su condición de “barbarie”-mediante la guerra. Práctica delictiva asimilable a los crímenes de guerra que primero deshumaniza destrozando “el pedazo de hombre que aún llevaban dentro” para luego imponer el reclutamiento forzoso, particularmente (pero no sólo) en aquella provincia rebelde de La Rioja.[5] En nombre del progreso y la civilización, los crímenes de guerra cometidos por los coroneles de Mitre eran la negación misma de los principios libertarios de la Asamblea del Año XIII –que había abolido los instrumentos de tortura– y de la Constitución de 1853 –que en su artículo 18 establecía las garantías individuales–, ejecutados ahora por cuenta y orden de quienes se autoreferenciaban en la gesta revolucionaria de Mayo y en los propósitos igualitarios consagrados en las nuevas constituciones, aboliendo el Antiguo Régimen.
La invisibilización secular de la guerra y los crímenes “de lesa América y de lesa civilización”[6] comienzan a develarse en el marco institucional y multilateral del Parlasur (el Parlamento del Mercosur): organizadas por la Subcomisión de Verdad y Justicia, que forma parte de la Comisión de Derechos Humanos, desde el mes de junio próximo pasado, en las ciudades de Asunción, Caacupé, Buenos Aires, Montevideo y Foz de Iguazú, se llevan a cabo las Audiencias Públicas sobre la Guerra de la Triple Alianza que tienen como objetivo la construcción de criterios comunes alrededor de los eventuales crímenes de lesa humanidad y genocidio durante la guerra. Las grabaciones de las audiencias pueden visualizarse en el siguiente link:
Esperamos que esta iniciativa, de la que somos partícipes como expositores, contribuya al conocimiento público de los crímenes cometidos durante la guerra, en nombre de la “civilización”. Las guerras decimonónicas que acompañaron la expansión capitalista, al igual que las guerras de conquista de la primera modernidad, requirieron del exterminio, concepto incorporado en la literatura secular y práctica ejercida en el marco de un objetivo civilizatorio frente a la barbarie de toda forma de organización de la vida social y política (no tan) ajena a los presupuestos del universo ilustrado al que se aspiraba.
En tal sentido, Curupaytí encarna mucho más que un destacado hecho de armas, siendo la antesala de una escalada estatal regional de violencia y extermino que tiene por víctimas a los pueblos del Plata.
(*) Historiador. Investigador en el INDEAL – Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente en el ISP “Joaquín V. González” y el ISP “Alicia Moreau de Justo”.
(**) Historiadora. Investigadora en el INDEAL – Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Docente e investigadora en la Universidad de Morón
[1] Capdevila, Luc. Una guerra total: Paraguay, 1864-1870. Ensayo de historia del tiempo presente. Buenos Aires, Editorial SB. 2010, p. 20
[2] Alberdi, Juan Bautista. El crimen de la guerra, Homenaje del Honorable Concejo Deliberante en el cincuentenario del fallecimiento de Juan Bautista Alberdi. 1934, p. 81-82
[3] Mitre a Sarmiento, 29/03/1863, en: Correspondencia Mitre-Sarmiento, 1911, p. 106.
[4] Nicasio Oroño, en: Busaniche, José Luis. Historia Argentina. Buenos Aires. Solar Hachette, 1973, p. 783
[5] Mercado Luna, Ricardo. Los coroneles de Mitre. Buenos Aires. CONABIP, 2014, p. 31 y apéndice
[6] Alberdi, Juan Bautista. op. cit., p. 115














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