Por Florencia Vespignani*
“Somos las rurales”, me dice Gabriela Reartes para referirse a ella y a sus compañeras de trabajo. Gaby es salteña, tiene 38 años, está orgullosa de ser trabajadora rural y parte de ATRES (Asociación De Trabajadores Rurales y Estibadores De Salta), que integra Federación de Trabajadores Agrarios de la Actividad Primaria (FETAAP). La actividad principal que desarrollan en su provincia es la cosecha de tabaco, pero también de citrus, uva, ají, poroto y maíz.
Estamos en la vereda del Sindicato de Obreros y Empleados Aceiteros de Rosario, donde se realiza la segunda jornada del II Encuentro Feminismo y Sindicalismo. Es la primera vez que en esta sede se realiza una reunión de mujeres. Gaby está entusiasmada: encontrarse con otras mujeres sindicalistas le reafirma el camino y le abre nuevas perspectivas. Habla claro y preciso, y me va contando cómo es su trabajo, la situación de “las rurales” y las tareas que lleva adelante.
Su sindicato representa a trabajadorxs rurales en relación de dependencia, sus patrones son los dueños de las fincas. En una provincia donde el nivel de trabajo informal supera el 45%, ese reconocimiento como trabajador/a asalariado/a es un gran desafío. En Salta, donde Gaby vive, milita y trabaja es fácil para los dueños de la tierra tener peones y peonas sin registrar.
En algunos sectores hablar en género femenino sigue siendo lejano, la palabra peona no es muy habitual escucharla ni escribirla. Históricamente no era la peona, sino la mujer del peón, que sin salario tenía que ayudar a su marido. Una vez más no reconocidas. También el nombre de los sindicatos y federaciones se siguen enunciando en masculino: trabajadores, estibadores, empleados, aceiteros. Incluso Gaby usa el genérico masculino cuando habla, y pienso en las disputas de sentido que damos desde los feminismos.
Otra dificultad que debe abordar es que les mismes trabajadores no conocen sus derechos, lo cual hace el trabajo gremial más difícil. Por eso, una de las primeras tareas que encaró Gaby fue recorrer finca a finca explicando los derechos laborales: “Nosotros hicimos trabajo de hormiga, recorrer fincas y barrios capacitando: ¿sabés que te toca el aguinaldo?, ¿sabés que te tocan las vacaciones?, aunque sea temporal te toca, aunque sea 50 pesos son tus vacaciones, te toca un porcentaje”. Y así también se ganaron la bronca de los patrones, que prefieren que les trabajadores sigan como venían: sin conocer ni reclamar lo que les corresponde.
¿Cómo es la situación de mujer rural y sus derechos?- le pregunto. “Totalmente nulos –responde–, nos acostumbramos a enfocarnos en el trabajo, en lo poco que ganás, vos sabés que te pagan mal, pero que te quedás callado porque no hay quien te represente”.
A Gaby y sus compañeres les juega en contra el sentido común que prima en su territorio, donde está naturalizado que la política y los sindicatos son malas palabras. Es parte del discurso elaborado desde el poder para aplacar la organización y la posibilidad de que los sectores populares reclamen y se organicen. Contra este sentido común que desmoviliza se enfrentó Gaby: “De dónde venimos ven que la política es mala y el sindicato son chorros. Así nomás… mi mamá al principio me decía ´no te metas, porque yo no te enseñe a robar´”. Pero ella empezó a participar y al principio dice: “Yo no sabía ni quién era el presidente… vos trabajás, te levantás, vas a trabajar, volvés, descansás y luego te levantás para trabajar otra vez… ni siquiera en los estudios nos enfocamos, lamentablemente”.
La participación en el sindicato le sirvió para formarse políticamente y representar a sus compañeros y compañeras, la hace sentir protagonista. Hoy habla de política con naturalidad, y de sindicalismo con claridad.
“El gobierno de Macri nos sacó derechos, una herramienta fundamental que es la intercosecha, y teníamos a la Uatre (Unión Argentina de Trabajadores Rurales y Estibadores) aplaudiendo eso… Recorras donde recorras no hay trabajador que se sienta representado por la Uatre”.
Para garantizar derechos y pelear contra el trabajo no registrado, desde la FETAAP, exigen que el registro de trabajadores rurales esté en manos del Estado y que sean parte los sindicatos que genuinamente representan al sector. Por eso está orgullosa de integrar lo que ella denomina “el nuevo sindicalismo rural”, para diferenciarse claramente de la UATRE. También reflexiona sobre los problemas que están atravesando en el sector: el reemplazo de personas por tecnología. Y están pensando alternativas. Se fueron acercando a las organizaciones de pequeños productores porque hay que “mostrarle al gobierno que hay tierras para trabajarlas, que nos ayuden con las herramientas… sabemos cómo trabajar la tierra, estamos empezando a pensar esto. Y con este proyecto nos unimos con el campesinado y pequeños productores para poder salir juntos a pelear”.
Gaby también se animó a de ser candidata a diputada. “Imaginate, en mi provincia gobernada por garcas y re machista, donde los políticos son también nuestros patrones”. Para dar pelea contra ese conservadurismo dio debates en el Frente de Todos. “¿Por qué los únicos que pueden ocupar esos lugares son los patrones, los abogados, los contadores?”, les preguntó a sus compañeres. “Esos lugares los podemos ocupar los obreros, no solo el sector rural, sino el de la construcción, de la metalúrgica, etc.”, insistió. Y aunque no llegó (todavía) a ser diputada, la experiencia le resultó “espectacular”.
Pero, ¿qué costo pagamos las mujeres cuando decidimos ser sindicalistas y hacer política?
“A mí me tocó la parte más fea”, cuenta. “Mi hijo tenía 6 años cuando empecé a enfocarme en el trabajo (sindical) y empezamos a recorrer las fincas. Volvía de trabajar tipo siete y me iba al sindicato a capacitarme, empezamos de esa manera. Dejaba mucho a mi hijo y ahí la familia se te pone en contra, porque dice que lo hacés que no se entiende”.
Durante un tiempo ella y sus compañeres tuvieron que viajar a Buenos Aires para lograr la certificación del nuevo sindicato. “En uno de esos viajes me llega una notificación de mi expareja, para sacarme a mi hijo; pusieron abandono de mi hijo, y una tiene que retrucar que no abandonó, que mi hijo seguía estudiando, se quedaba con los tíos, y una tenía que viajar por su trabajo, por lo que hacés. Por suerte no logró sacarme la tenencia, pero fue duro”.
Ahora sabe que su hijo está contento, que entiende lo que ella hace y valora la constancia que tuvo en este camino. Me cuenta otra anécdota que ayuda a entender la situación en su provincia: desde la escuela la llamaron y le preguntaron por qué le metía política en la cabeza al hijo.
El crecimiento y la visibilidad del movimiento feminista impulsa a compañeras como Gaby. No sólo por la lucha a la par de sus compañeros varones del sector rural, sino por el desafío de tener que demostrar a su familia y sus vecines que luchar vale la pena. En estos años Gaby dio batalla contra el sentido común que la recluía adentro de la casa y la traccionaba a quedarse quieta, contra el mandato que establecía que una mujer como ella no podía ser protagonista. Gaby se animó: salió de su casa, se organizó, se capacitó, debatió con su familia, en su barrio, recorrió fincas, representó a sus compañeres, es sindicalista y fue candidata a diputada. Se animó y, siguiendo su ejemplo, hoy son muchas más las mujeres que, aún en una provincia conservadora como Salta y un sector históricamente postergado como el rural, cada vez se animan más.
(*) Docente, artista popular y feminista.
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