Por Nicolás Podroznik (*)
En la memoria del hincha argentino persiste – por bronca o lugar común – aquella polémica que se suscitó en el Mundial 2002. En aquella ocasión, Marcelo Bielsa no quiso alinear juntos a Hernán Crespo y Gabriel Batistuta. Veinte años más tarde, el fútbol y su dinámica ha cambiado sustancialmente. Sin embargo, en nuestro país parece no terminar de hacer mella una idea que responde a otras latitudes y que, desde ciertos lugares, se nos quiere imponer como una verdad revelada.
El fútbol argentino es muy complejo. Sobre todo, parejo. La idea de jugar de manera abierta, con extremos y rotación constante, pertenecen a ligas donde se prioriza el espectáculo y los goles, pero no la competencia. Aquí es completamente distinto: el que le gana al puntero el fin de semana, al siguiente puede perder con el último. Algunos detractores, consumidos por las pantallas, dirán que es una cuestión de falta de técnica o de velocidad. Lo cierto es que, si nos referimos a esto último, no es porque no haya jugadores rápidos, sino es porque no hay espacios para que desarrollen esa cualidad.
Podemos encontrar varias duplas de centrodelanteros: Reniero y Avalos en Argentinos Juniors, Lisandro Lopez y Jonatán Torres en Sarmiento, Mauro Boselli y Leandro Díaz en Estudiantes. Incluso Tigre juega con tres delanteros que supieron ser 9 y que hoy se reparten el frente de ataque (Colidio, Magnín y Protti). El caso de Colón con Pulga Rodríguez y Farías es particular: no tienen el porte físico de centrodelanteros, pero se mueven por esa zona y no se tiran tanto a los costados. Otros clubes, como Patronato o Talleres, cuentan con tres jugadores para ese puesto. ¿Cuáles son las razones por las cuales sigue en vigencia esta idea?
La primera razón la encontramos en el roce físico que propone nuestro fútbol. Ante el habitual ritmo que tiene, cuesta encontrar equipos que tengan una idea irrenunciable de salida prolija. Nadie se pone colorado si se la tiene que tirar al grandote que juega de 9 e ir a buscar la segunda pelota. El campeonato pasado le funcionó muy bien a Patronato con su dupla de uruguayos: Junior Arias y Sebastián Sosa Sánchez. Hoy lo podemos ver en el Estudiantes del Ruso Zielinski, quizás con un poco más de capacidad técnica, lo que le permite intercalar sus funciones. Tanto Boselli como el Loco Díaz tienen potencia y técnica por igual.
La segunda razón reside en lo táctico y estratégico. Prácticamente el enganche es cosa del pasado, y esa función es cumplida por un jugador en particular según el esquema, pero en un 4-4-2 con dos delanteros centro, suele ser uno de ellos el que se desengancha para pivotear o generar juego, y generalmente es el más experimentado de los dos. Pulga Rodríguez es quizás quien combina lo mejor de ambas funciones, con su claridad para el pase y la pasmosa tranquilidad con la que define de cara al arco rival.
Ahora bien, no todo remite a lo ofensivo. Una de las razones por la que aún persiste la idea de los dos delanteros centros es la de ser estampilla del volante central para marcar la salida, liberando de esa tarea a los volantes y permitiendo que el equipo este ordenado defensivamente. Unos cuantos años atrás, era incomprensible el concepto de “el delantero es el primer defensor del equipo”. Hoy es condición ineludible, incluso para equipos que no utilizan dos delanteros. Huracán es un buen ejemplo. Los uruguayos Candia y Coccaro no dan con el porte físico de un 9, pero el despliegue para molestar constantemente a los defensores le brindan aire al mediocampo quemero.
Por último, no hay que desestimar la profesionalización y el desarrollo que ha atravesado el fútbol. Hoy se ha prolongado la vida útil del futbolista al menos cinco años con respecto a otros tiempos. La mejora de los entrenamientos y los controles de alimentación potenciaron cualidades para un deporte que cada vez más requiere que el jugador requiera de condiciones mínimas para poder brindar un buen rendimiento. Ya sea velocidad, técnica o mismo manejo de perfiles. Es impensable un jugador profesional que no sepa usar su pierna menos hábil. Bajo esa misma tónica, un 9 de 1,90 de altura debe tener cierta velocidad y técnica. El fútbol actual se lo pide.
La conclusión es que el doble 9 en el fútbol argentino responde tanto a necesidades como a obligaciones. A diferencia de Europa, nuestro fútbol no requiere tanto de extremos velocistas, a punto tal que tampoco se forjan jugadores de ese estilo, sino quizás más gambeteadores (Thiago Almada, el mejor ejemplo, recientemente vendido a la MLS) y que juegan por todo el frente de ataque. Por eso se estilan tácticas menos abiertas, lo que tiene relación con la historia de nuestro fútbol. Tampoco predominan los mediocampos nutridos para sostener la construcción de ataque desde los pases, algo que se puede ver en la cantidad de victorias de equipos que no tienen la posesión (de 30 victorias, 19 han sido de equipos que tuvieron menos posesión que el rival), por lo que al no haber necesidad de tener tantos volantes, eventualmente eso se reproduce en disponer de un delantero más para concretar en el área rival.
El fútbol argentino resiste a la imposición moderna del fútbol abierto y de velocidad frenética con la impronta de delanteros que conjugan varias condiciones. En un campeonato tan difícil como el nuestro, prescindir de ellos es dar ventaja.
(*) Periodista / Abrí la Cancha
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