Por Bruno Ceschín *
“Alpargateado de carpincho y en chatas descomunales anda el diablo de carancho profanando los nidales”,
José Luis Aguirre.
El hecho es que Bill Gates se ha transformado en el mayor terrateniente de Estados Unidos, con alrededor de 100.000 hectáreas, en 18 estados del país norteamericano. La mayoría es terreno cultivable destinado a la producción agropecuaria, 28 mil Ha en Luisiana, 19 mil Ha en Arkansas, 8 mil en Nebraska, entre las posesiones más destacadas.
Resulta que la tierra es mucho más que polvo; es territorio, es biosfera y biodiversidad, allí hay riquezas en estado vegetativo esperando que el hombre y su capital incidan sobre ella para extraerlas. Y no solo hablamos de agua, minerales, vegetación, animales, también hablamos de los hombres y las mujeres que la habitan, la trabajan y producen. La humanidad se desarrolla en un sistema social de producción basado en las necesidades, ya sean fisiológicas o espirituales, y tanto los minerales como los alimentos son una necesidad impostergable de esta humanidad creciente. Hablamos de litio, de oro, de cobre, como también de soja, de maíz, de trigo, entre otros.
En Argentina la disputa por la tierra tiene su punto inicial en la conformación de la oligarquía terrateniente del siglo XIX, cuando la Campaña del Desierto financiada en parte por la Sociedad Rural Argentina, le permitió a 538 propietarios en total apropiarse de 18 millones de hectáreas. La conquista determinó que las mejores tierras de nuestra Patria quedaran en manos de terratenientes, quienes desde sus características de ocioso especulador de granos e inmobiliario, han ejercido un rol en detrimento del desarrollo de los capitalistas nacionales y, por consiguiente, de los trabajadores.
Ejercen una presión especuladora y rentista, elevando el precio de los productos básicos y obligando así a los industriales, empresarios PyMEs, productores, cooperativas, por un lado, a subir los salarios de sus trabajadores, sin aumentar la productividad, obstaculizando y deteniendo el aumento del ingreso nacional y la acumulación del capitalismo nacional, del que depende la creación de trabajo y la riqueza para el país. Por otro, disminuye la competitividad de los bienes producidos por sobre los de la industria extranjera, haciendo que la importación destruya la industria nacional.
Esta decadencia general es provocada en forma parasitaria por quienes son “los dueños”, que aprovechan todas las ventajas del conjunto del sistema productivo, aportando una escasa contribución a la sociedad o sin aportar nada, cada vez que los gobernantes se lo permiten. Arrodillan al conjunto de ciudadanos al plan externo, someten al resto de los sectores y los territorios productivos al desarrollo de lo que el mercado externo necesita. Entregan soberanía sobre el territorio productivo y geoestratégico a terratenientes extranjeros, priorizando la propiedad privada de “los dueños” por sobre la propiedad pública del conjunto de los compatriotas.
Esta clase terrateniente sabe que sin capital ni trabajo, la propiedad de la tierra es algo sin vida y sin valor. Es por eso que subsumen a la fuerza de trabajo y a quienes aportan el capital para trabajar mediante la apropiación de la tierra, el control del comercio exterior, el paquete tecnológico y el financiamiento para iniciar cada campaña.
Para apropiarse de la tierra además utilizan el Estado, ya sea que éste funcione por acción u omisión. Así lo hicieron en el siglo XIX, en el XX y en la actualidad. Las casi 12 mil hectáreas en el Lago Escondido, en Río Negro, apropiadas por Joseph Lewis, amigo personal de Mauricio Macri; o las 12 mil hectáreas que el gobernador de Mendoza, Rodolfo Suarez, le entregó a Azufre SA para la construcción de un centro de esquí, son una muestra de que la tierra y los terratenientes mantienen vigente el uso del Estado para su acumulación privada.
Según Oxfam, en la Argentina el 0,94% de los dueños de las grandes extensiones productivas maneja el 33,89% del total del territorio nacional. Casi el 40% de las tierras es propiedad de 1200 terratenientes, según el Registro Nacional de Tierras Rurales (RNTR), que son aproximadamente 65 millones de hectáreas.
Fue en la provincia de Mendoza donde el RNTR, entre 2016 y 2017, emitió más certificados para posesión de tierras a extranjeros: 75 por 11.784 hectáreas, en su mayoría para viñedos procedentes de EE.UU., Canadá, Brasil y Chile.
Enfrentar el problema requiere de la conciencia ciudadana, de comprender la importancia de la propiedad pública, de entender la lucha por la tierra como un tema de impacto colectivo. “Los dueños” son los responsables de que nuestra Argentina presente un desarrollo desigual, quienes impusieron un programa que impide el desarrollo federal e inclusivo del conjunto social, tanto de los trabajadores como de empresarios PyMEs, cooperativas, productores agroalimentarios, industriales. En definitiva, el capitalismo argentino ha sido subsumido al plan externo, ya sea británico, estadounidense o trasnacional – poco importa -, del cual esa clase parasitaria de oligarcas locales ha sido un engranaje clave.
(*) Diputado Provincial de Mendoza del Frente de Todos – Partido Justicialista por el 3º Distrito
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