Por Carlos Aira (*)
La Maquina es uno de los mitos más importantes en la historia del fútbol mundial. ¿Porqué un mito? ¿existió ese engranaje ofensivo riverplatense, casi perfecto, que la pluma de Borocotó bautizó para siempre como La Máquina?
La respuesta es que si. Existió. Cautivó. Fue un símbolo de su época. Pero, en tiempos reales, no se extendió como otras grandes delanteras del fútbol argentino. En los últimos años de la década del treinta y principios de los cuarenta, muchos quintetos de ataque habían dado que hablar. Por ejemplo, aquel Racing de 1938, el de los 24 goles en tres partidos; con Guaita, Scopelli, Barrera, Zito y el Chueco García. El inmenso Independiente, bicampeón 1938-39, con una delantera para el recuerdo: Maril, De la Mata, Erico, Sastre y Zorrilla.
San Lorenzo, Newells y River fueron los animadores del campeonato de 1941. Los Gauchos de Boedo tenían en Rinaldo Martino y el vasco Isidro Lángara el gol asegurado. Los rosarinos sumaban en ataque a Gayol, Morosano y al notable René Pontoni.
River Plate, dirigido por Renato Cesarini, tenía en el santafesino Roberto D´Alessandro un delantero tan fenomenal como olvidado por la historia. Era alto, fuerte y tenía un notable olfato goleador. Había llegado a River desde Rosario Central en 1939 y sus números con la banda roja son envidiables: hasta 1943 – año en el cual fue transferido a Racing por la fortuna de $60.000 y una maratónica asamblea de socios que decidió venderlo – el rosarino marcó 52 goles en 59 partidos. Evidentemente, no había nacido para héroe: en la Academia también tuvo registros sensacionales (64 goles en 99 partidos) pero se marchó justo antes del tricampeonato 49/50/51.
El ataque riverplatense, hasta aquel septiembre de 1941, estaba conformado por Juan Carlos Muñoz, José Manuel Moreno, Roberto D´Alessandro, Ángel Labruna y Adolfo Pedernera. El 31 de Agosto, ante muy poco público, un River segundo en el torneo, perdió un punto increíble ante Gimnasia. Ganaba 3 a 0, pero en el segundo tiempo los triperos igualaron. Renato Cesarini agarró del cuello al árbitro D´Espósito. San Lorenzo goleó a Ferro y parecía que se iba solo hacia la gloria.
A la semana comenzó la recuperación. Con algo de trampa, porque igualaba ante Ferro en Caballito (Los Millonarios enfrentaban a los rivales que dejaba el Ciclón) y sobre la hora, Moreno metió la mano (una especialidad de la casa) para doblegar a Sebastián Gualco y marcar el triunfo riverplatense.
Pero la Máquina nació por una acción fortuita. Una semana más tarde, en horario matutino, River recibió a Rosario Central. Nadie brindó importancia al partido. Sobre todo porque a la tarde jugaban San Lorenzo-Independiente. Los $3.514 recaudados en Núñez no se comparaban con los casi 15.000 de Racing-Banfield o los más de 40.000 del clásico en el Gasómetro. Pero aquella tarde sucedieron dos hechos fundamentales: regresó al primer equipo Aristóbulo Deambrossi, un malabarista y la lesión de D´Alessandro. Lo que debió ser un fastidio en los escasísimos hinchas presentes, con los años fue una bendición.
En la semana previa al clásico frente a Independiente, Cesarini probó con un movimiento estratégico vital: movió a Pedernera de su posición de wing izquierdo. Allí entró Deambrossi. Lo colocó como número 9 atrasado, una posición extraña para una época de centrodelanteros tipo tanque.
Labruna quedó como hombre de punta, junto a Moreno y Muñoz que armaban juego desde el ala derecha del ataque. Nacía La Máquina. Aquella tarde de la Primavera de 1941, Independiente y River jugaron más a las patadas que al fútbol. Si hubo juego, lo puso todo la visita. A los 30 segundos le anularon un gol a Pedernera, que se vengó por partida triple: en su nueva posición convirtió tres golazos. El restante lo hizo Tomate Muñoz de cabeza, luego de un centro de Deambrossi que dejó pasar magistralmente Moreno.
Esa tarde San Lorenzo perdió 3 a 2 ante Lanús en el Sur. River igualaba la línea de los Santos. El domingo siguiente, River debía viajar a Montevideo para disputar el partido homenaje por los 50 años del club Peñarol. Adelantó para el viernes 26 de septiembre su partido ante Lanús. Goleó 4 a 0. El tercer gol, una obra de arte: caño de Moreno a Strembel, toque a Muñoz, devolución a la carrera y definición del Charro con caño a Yustrich.
La consagración llegó dias después en cancha de Estudiantes. Una tarde de 1942, el Mono Deambrossi le dijo a Cesarini: «maestro, porque no prueba a éste chico, Loustau, en algún partido, que vengo medio cansado». Pobre Mono, casi no volvió a jugar. Luego de una paliza del Millonario ante Chacarita, Borocotó, en El Gráfico tituló «River jugó como una maquina«.
Muñoz, Moreno, Pedernera, Labruna y Loustau. La Máquina. Un pedazo de gloria mitológica de nuestro fútbol.
(*) Periodista. Autor de Héroes de Tiento. Conductor de Abrí la Cancha (Lunes a viernes, de 20 a 21hs, por Radio Gráfica FM 89.3). Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames.
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