Por Viviana Civitillo *
Con esta frase, cerraba Beatriz Sarlo el primer segmento de la entrevista en Todo Noticias, el 23 de septiembre pasado.
Leí la frase en forma de título abreviado en La Nación (que hasta no hace mucho era tribuna de doctrina) y me corrió un frío gélido por la espalda. Busqué el video para ubicarla en su contexto. Y sí, no había por qué dudar de su lugar en el discurso de la escritora: “bajá la noticia Fernández, no seas descerebrado”.
En un país en el que las Abuelas de Plaza de Mayo llevan recuperados 130 nietos apropiados durante los años del Proceso de Reorganización Nacional y continúan la búsqueda de los otros que faltan de los 400 de los que se tiene conocimiento, las palabras de Sarlo no pueden ser ignoradas desde su significación más profunda y trascendente.
Mucho se ha dicho acerca de si los medios de comunicación debían o no instalar la noticia para favorecer o descalificar la imagen presidencial y no es intención de estas palabras abonar ese debate desde el convencimiento de que otra es la cuestión. Sea que se esté hablando del hijo, hija o hije del Presidente de la Nación y de su compañera o de la persona gestante sea cual fuere su condición social, en un país como la Argentina, parir en silencio no puede más que remitir a los nacimientos en cautiverio durante una dictadura cívico-militar-eclesiástica que hizo de la desaparición forzada de personas, nacimientos clandestinos y apropiación de niños, su plan sistemático.
Estamos de acuerdo en que la pobreza nos ha desbordado y las pandemias nos han desarticulado económica, social y políticamente; pero aún en esta coyuntura extrema, no debería ser posible seguir reduciendo los discursos de odio a una mera cuestión de opinión o de medios sin poner en riesgo la democracia que, hasta ahora, viene siendo el modo en que, mayoritariamente, la sociedad ha elegido como forma de vida política. El silencio obligado e impuesto remite a la censura y ésta a la violencia.
La pandemia del Covid puso en riesgo la vida humana y los desafíos anticuarentena y antivacunas no sólo incrementaron el peligro, sino que abonaron discursos y prácticas tanáticas, de naturalización de la muerte. Cuando las políticas sanitarias (y esperemos que las reparadoras de la otra pandemia neoliberal también) permiten abrir una rendija para la reconstrucción de la vida, ¿se hará necesario reeditar, bajo falsas formas republicanas, la clandestinización de la vida? ¿habrá que silenciarla para que la prolongación indefinida del sufrimiento cancele la esperanza y naturalice el desencanto? ¿O es que, en la más rancia tradición judeocristiana-occidental vestida de progresismo, celebrar la vida pasará a ser un pecado laico?
Desde este lado del mundo, en el que asumimos encontrarnos en el campo popular, no deberíamos dejar pasar expresiones de este tenor sin reflexionar acerca de sus significaciones más profundas (la trayectoria de Sarlo no las ignora) y, sin entrar en polémicas banales, visibilizar los peligros que se esconden en discursos y prácticas que, por su alto grado de exposición, generalización y replicación en medios y redes, terminan por agotarse en el desinterés sobre la cosa pública. Y, sobre todo, abonan pulsiones de muerte y fertilizan tierras oscurantistas.
(*) Profesora del INDEAL (Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina) – Facultad de Filosofía y Letras (UBA).
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