Por Carlos Aira *
Los hinchas se agarran la cabeza en la tribuna. No lo pueden creer. El gol que erró fue imposible. Harto de estar harto, uno de esos hinchas se acerca al alambrado y grita: “¡Perro! ¡Sos un perro! ¿Cómo pudiste errar eso?”. Desde que el fútbol es fútbol y existen hinchas, esa frase se ha repetido en infinidad de oportunidades…
Pero el perro es el mejor amigo del hombre y por ende, nuestro fútbol tuvo sus mascotas. Más bonitas que Striker, la anodina mascota de la Copa del Mundo 1994. No estamos hablando de futbolistas profesionales que hayan tenido el apodo de perro, como el delantero cordobés Javier Arbarello o Sebastián Prediger. También podríamos recordar a Luis Américo Valoy, volante tucumano de los ochenta, a quién la tribuna reconocía como Caniche.
Pero vamos a meternos con perritos de verdad. Porque no sólo son grandes amigos, sino que en algunos casos, fueron sinónimos de buena suerte.
En los albores mismos del fútbol argentino, el Club Atlético San Isidro fue uno de los grandes animadores de los campeonatos. En 1914 llegó a desempatar el título ante el Racing de Academia. En esos días, por el club apareció un perrito con una característica peculiar: era manco de su pierna derecha. Los jugadores lo adoptaron como propio y lo bautizaron Can. A pesar del prodigio de creatividad que deparó su nombre, Can comenzó a ser reconocido en todas las canchas. Cuando el bichito murió en 1918, el club decidió enterrarlo en las instalaciones y recordarlo con una plaqueta que aun se conserva.
NAPOLEON: EL EMPERADOR DE ATLANTA
Con los años el Club Atlético Atlanta tuvo su mascota perruna. Napoleón fue una verdadera sensación. Su historia se remonta a 1936. En aquellos días, Chacarita Juniors y Atlanta tenían sus canchas continuas sobre la calle Humboldt. Cuentan que Camilo Di Bella, portero de la cancha funebrera, se encontró con un perrito negro, bajito, con pinta de salchicha. Como no podía tenerlo, se lo ofreció a un vecino del barrio llamado Francisco Belón, socio bohemio desde la primera hora.

El perrito tuvo su tarde de gloria el 22 de noviembre de 1936. Ese día, Atlanta visitó a Talleres en Escalada. Napoleón llegó al sur escondido dentro del tren. Una vez en el vestuario visitante, a minutos de salir a la cancha, se asustó por el estruendo de unas bombas y huyó espantado. Hubo caras desencajadas. Los jugadores bohemios preguntaban por su mascota. Mientras Belón lo buscaba, el equipo hizo agua. Los primeros 45 minutos fueron demoledores: Talleres ganaba 5 a 1, con tres goles de Ángel Unzué, Rubén Peluffo y Amadeo Massolini.
Cuando los futbolistas volvieron al vestuario, allí estaba Napoleón. Belón lo encontró asustado, acurrucado debajo de los tablones de una tribuna. Lo alzó con sus brazos y lo llevó junto a sus amigos. Fue un volver el alma al cuerpo para el once bohemio. El equipo salió al campo de juego con Napoleón como emperador de una remontada histórica: el partido finalizó igualado 5 a 5.
La fama de Napoleón trascendió Villa Crespo. Félix Frascara, la pluma más delicada de El Gráfico en aquellos años treinta, dio cuenta de las peripecias de Napoleón en la previa de un Atlanta-River jugado en octubre de 1937.
Esa tarde, los bohemios no pudieron hacer nada ante un banda roja que tenía una delantera conformada por jugadores de la talla de Carlos Peucelle, Bernabé Ferreyra, Adolfo Pedernera y José Manuel Moreno. River ganó 4 a 1, pero todos los aplausos se los llevó Napoleón quién realizó todos los malabares posibles con el balón. Frascarita escribió: “Empujándola con la cabeza, entre el cogote y la espalda, a toda velocidad entre las piernas de quienes intentaban quitársela, el perrito atajaba y gambeteaba y era saludado por una ovación del público”.
Pero la historia de Napoleón no tuvo final feliz. En mayo de 1938 murió arrollado por un coche en el momento que salió corriendo de su casa para chumbarle a otro perro. En sentida necrológica, El Gráfico le dio dos páginas enteras al perrito bohemio. Borocotó realizó un elegante semblante lleno de sensaciones:

“Caía la tarde. Napoleón estaba quietito junto a su dueño que charlaba de fútbol con un amigo. Pensaban ir el domingo a La Plata para ver a Atlanta contra Estudiantes. Se cotizarían a fin de alquilar una bañadera porque en el tren no lo dejarían viajar a Napoleón. ¿Y como iba a faltar al match Napoleón? El perrito futbolero tenía que ir. Su condición de socio honorario de Atlanta, con carnet en el que iba su fotografía, y su calidad de hincha del club de barrio, obligaban su presencia en la cancha platense”…
…”Fue un espectáculo. Cuando salía el team de Atlanta al field, Napoleón corría con la pelota hacia un arco. Allí quedaba atajando. A veces abandonaba la valla y la empujaba con el hocico, esquivando, haciéndola rodar sobre la gramilla entre aplausos. Y al sonar el silbato, mientras el dueño se instalaba en los tablones, Napoleón seguía la jugada del otro lado del alambre, chumbando, cinchándola desde afuera…”
… “El miércoles 5 de abril, a la caída de la tarde, estaba allí, en la puerta de su casa de la calle Muñecas, juntito a su dueño que charlaba de fútbol. De pronto, por la acera contraria, surgió otro de su especie. Le ladró. Quizás fuera de Chacarita Juniors. Napoleón sintió vibrar su alma de hincha bohemio. Picó en búsqueda de explicaciones y cayó para siempre bajó las ruedas de un automóvil”.
….”¡Napoleón! ¡Napoleón! seguía gritando su dueño. Las palabras se perdían sin eco siquiera. Apenas un imperceptible temblor transmitía el perrito a los brazos de su amo que lo iba viendo borroso a través de las lágrimas. Ya no jugará más. Atlanta saldrá solo, sin su perrito gambeteador que tenía alma de futboler rayada de azul y amarillo. Tornaroli no comprará mas pastafrola para darle al pichicho. No se escuchará del otro lado del alambre el ladrar de Napoleón que la hinchaba de afuera”…
… “Atlanta tuvo un gesto: lo mando embalsamar. Ahora quedará en la secretaría quietito como antes del accidente. Igualito como era; así de oscuro, de lustroso, de simpático, pero con dos ojos de vidrio y relleno de paja”.
La historia de Napoleón trascendió su tiempo. Se convirtió en un mito bohemio. La familia Belón custodia a su perrito y en cada gran acontecimiento bohemio, lo sacan a relucir. La última vez fue el 12 de octubre de 2004, centenario del Club Atlético Atlanta. Aquella tarde estuvo presente en los festejos bohemios. La historia de Napoleón, el perro futbolista de Atlanta.
CHESTER Y JAGGER, DE SAN MARTIN AL EQUIPO DE JOSE
Si Atlanta tuvo su perro mascota, los vecinos no pudieron ser menos. En 1999 una nota de color estuvo en boca de todos. Ezequiel Gandiaga, un fanático del Club Atlético Chacarita Juniors, animado por el regreso funebrero a Primera División, asoció a su perro. Jagger, su simpática mascota, fue socio tricolor hasta su partida en 2007.

Tita Mattiussi fue – sigue siendo – una institución dentro de Racing Club. Bichera de alma, en una extensa entrevista, Miguel Angel Wirtz recordó su experiencia con una de sus mascotas mas desmesuradas: el caballo Cecilio. Tita vivía rodeada de perros, y uno de los tantos que tuvo, fue Chester.
Este perrito fue la mascota del mítico Equipo de José. Amado por los jugadores, testigo de charlas, alegrías y discusiones. El amor de Tita por los perros era enorme. Alimentaba a decenas de ellos, los cuales bautizaba y cobijaba dentro del Cilindro de Avellaneda. Cuando Tita falleció en agosto de 1999, el cortejo fúnebre dio una vuelta por el playón del estadio. Un momento que llamó la atención de los presentes fue cuando sus perros hicieron un piquete en la entrada de calle Colón. Buscaban treparse e impedir la salida de su ama. Aquellos perros despidieron durante más de una hora a un pedazo grande de la historia racinguista como la enorme Tita Mattiussi.
BONECO, EL PERRO CAMPEON DEL MUNDO
Pero tal vez haya sido Boneco, la mascota de Independiente de los años setenta, el perro más famoso del fútbol argentino.
Su historia es hija de otra historia. Juan Carlos Mandolín era un argentino que vivió años en Brasil donde había desarrollado una carrera periodística. Enfermo, regresó al país para morir. Decidió hacerlo desposeído de propiedades, a orillas del río a la altura de Martínez. Mandolín, conocido como Lolo, adoptó un perro al cual bautizó Boneco, muñeco en portugués. Postrado por una gangrena que lo tenía al borde de la amputación de sus piernas, mantenía una relación muy particular con su mascota, tanto que de lamer las heridas de su dueño, Boneco salvó a Mandolín de una segura amputación.
¿Cómo llega Boneco a la vida de Independiente, donde se convertirá en la mítica mascota?. Un domingo de 1969, Hugo Doliani, allegado al Club Atlético Independiente, estaba paseando por Martínez. Un cartel le llamó poderosamente la atención. El mismo decía: “Yo vivo solo, como si fuera el destierro, pero lo tengo todo, porque lo tengo a mi perro“. Lo había colocado Mandolín. Trabó amistad con él. Una tarde, Lolo le confió que su sueño era que Boneco saliera al campo de juego junto a los futbolistas de su amado Independiente.
En aquel 1974 se permitía el ingreso de mascotas animales dentro del campo de juego. Boneco hizo su debut en un partido muy especial: el clásico de Avellaneda. 24 de marzo. Esa tarde los rojos golearon 4 a 1 a la Academia con tres goles de Ricardo Bochini y Rubén Galván. Desde esa tarde, Boneco no salió más de la vida de Independiente.
Boneco fue una cábala de lujo. La hinchada del Rojo lo amaba y las rivales lo respetaban y querían. Alguna vez, Enrique Pavoni, símbolo y capitán de aquel equipo, confesó a Pasión Libertadores su experiencia con Boneco: “Un día entró Lolo al vestuario y nos comentó que su sueño era que Boneco entre al campo de juego con nosotros. En ese momento se permitía entrar con animales a la cancha así que como él era un perro amaestrado no tuvimos problemas en aceptar”. Y agregó: “Siempre venía cuando jugábamos en Avellaneda y un par de veces nos acompañó cuando fuimos al interior. Era uno más del plantel, nosotros lo queríamos mucho y nos hacía muy bien que estuviera en los partidos”.
Boneco, con su ponchito lleno de parches de diferentes organizaciones, el banderín de Independiente y la bandera nacional en la boca, era una figura que trascendió el fútbol. Tanto es asì que era requerido para diferentes programas de televisión.
En 1978 falleció Lolo Mandolín. Boneco pasó todo el velatorio tirado debajo del ataúd. Una vez enterrado su amo, Boneco también decidió morir en una historia que sensibilizó a todo el mundo Independiente.
LA CARA B
Pero la Cara B de tanta devoción perruna se vivió en Tucumán. Una fría tarde de julio de 2013, Bella Vista visitó a San Juan de Banda de Río Salí, partido correspondiente a la Liga Tucumana. Promediando el segundo tiempo, José Jimenez, delantero visitante, apremiado por el resultado y el tiempo, tomó a Negrita, la perrita mascota del club, y la arrojó contra el alambrado. El futbolista fue expulsado y suspendido por seis meses.
También historias inverosímiles. El 4 de diciembre de 2018. Por el Torneo Federal A, en cancha de Juventud Unida de Gualeguychú, el local recibió a Defensores de Villa Ramallo. El arquero del conjunto granate quiso sacar rápido y fue bloqueado por un adversario del equipo entrerriano. El árbitro cobró la obstrucción, pero el club local continuó la jugada y pateó al arco. Cuando la pelota se dirigía de manera directa al fondo, una inesperada intromisión sorprendió a todos los presentes. Un perro ingresó al campo de juego y con un “cabezazo” evitó el gol.
TAMARA ASCENSO, LA PERRITA JUNINENSE
Finalmente, la última mascota futbolera fue Tamara Ascenso. En 1991, Sarmiento de Junín disputaba el torneo de Primera C, una cuarta categoría a la cual no podía salir desde 1986.

En aquel invierno de 1991, el plantel verde se preparaba para disputar el octogonal de ascenso. Una noche, una perrita se cruzó en la vida del equipo. Gustavo Enz, delantero verde, fue quién encontró y la adopotó: “Fue una noche que íbamos junto a Claudio Jara a cenar a Andy, el restaurant que auspiciaba la camiseta de Sarmiento. Nos siguió muchas cuadras y no se nos despegaba. En un momento, Claudio me dice que la teníamos que adoptar, que traía suerte, y que ibamos a ascender“. Pero la historia no terminó con una simple adopción.
Gustavo Enz nos confesó: “Llevamos a la perrita a vivir a la pensión, medio de contrabando. Ahí estábamos junto a Jara, Adrián Méndez y el Chaqueño Oscar Morales. Ellos la bautizaron Tamara, por una novia que tenía yo en esos días. La comenzamos a llevar a todos los partidos, incluso a los hoteles”.
Juan Carlos Montes era el entrenador del Verde en aquellos días. Quince años antes había hecho debutar a Maradona en Primera División, pero en 1991, durante aquel octogonal que finalizó con el ascenso de Sarmiento a Primera B, Montes no comenzaba la charla técnica hasta que Tamara, la perrita adoptada por sus dirigidos, no estuviera a sus pies. Era una jugadora más.
Discusión acerca de esta noticia