Por Leila Bitar *
Irlanda del Norte. A principios de abril, circularon por el mundo imágenes de jóvenes norirlandeses enfrentando a la policía e incendiando autos en las calles de Belfast. La paz lograda en la isla tras casi tres décadas, corría el riesgo de romperse. Los principales reclamos estaban dirigidos al gobierno de Boris Johnson, considerado un traidor por los sectores probritánicos en Irlanda del Norte, que pedían un Brexit duro, pero ahora se sienten incómodos con las fronteras aduaneras establecidas, porque los “aleja” de Gran Bretaña, y los acerca a la temida República de Irlanda.
Para entender a fondo lo que está pasando, hay que hacer un poco de historia. La República de Irlanda logró su independencia hace 100 años tras siglos de dominio británico. Sin embargo, la zona territorial con mayor presencia de irlandeses protestantes (descendientes de los colonos), decidió permanecer integrada al Reino Unido. Fue así que la división de Irlanda, por muchos años generó enfrentamientos entre dos bandos: católicos republicanos (independentistas), y protestantes unionistas (defienden la unidad con Reino Unido). Los grupos que rechazaban el dominio del imperio, entre ellos el Ejército Republicano Irlandés (IRA), combatieron a las fuerzas probritánicas durante un largo período conocido como “The Troubles” (la época de los problemas).
El conflicto terminó con la firma del Acuerdo de Viernes Santo en 1998, cuando el gobierno británico, irlandés y los partidos políticos de Irlanda del Norte acordaron crear un gobierno, para el territorio en disputa, integrado por irlandeses católicos y protestantes.
El Brexit reavivó las viejas disputas, porque al salir de la unión aduanera europea, el Reino Unido debe pagar aranceles para comerciar con países de la UE. Eso obligó a los funcionarios a establecer un acuerdo para delimitar entre otras cosas, la frontera aduanera entre la República de Irlanda- miembro de la UE- e Irlanda del Norte -nación del Reino Unido-. Crear una frontera terrestre no era una opción viable porque violaba el acuerdo de Viernes Santo que fijó la libre circulación entre las dos Irlandas.
La solución de último momento fue establecer la frontera comercial en el Mar de Irlanda; lo que fue leído por los irlandeses unionistas como un “alejamiento” de la isla de Gran Bretaña, y una oportunidad que podrían aprovechar sus compatriotas republicanos.
Un dato que genera temor en el sector tiene que ver con el crecimiento demográfico de los irlandeses católicos; el último censo realizado en 2011, reflejó que el número de protestantes excedía sólo en un 3% al de los católicos. Las cifras más recientes muestran una mayoría de católicos, independientemente de la edad de la población. Y entre los niños de edad escolar, la brecha es aún mayor: 51% contra 37% de protestantes.
El referéndum celebrado en 2016, en el que Reino Unido votó por el Brexit, también demostró la división entre las naciones en este aspecto: tanto Escocia como Irlanda del Norte votaron por la permanencia, y ahora sufren las consecuencias comerciales (y culturales) de una decisión que no tomaron.
Escocia. El 6 de mayo pasado los escoceses fueron a las urnas para darle un respaldo contundente a Nicola Sturgeon, la primera ministra que no sólo logró mantener su cargo sino que también aumentó el número de representantes parlamentarios de su partido, hasta casi alcanzar la mayoría absoluta. La líder del Partido Nacional Escocés (SNP), sabe que su mandato es claro: convocar a un referéndum independentista, promesa central de su campaña electoral.
El primer ministro británico, Boris Johnson, salió a posicionarse fuertemente ante la posibilidad de una nueva votación: “Creo que un referéndum en el contexto actual es irresponsable y temerario”, sostuvo en una entrevista con el diario The Telegraph. En 2014 los escoceses habían votado por permanecer en Reino Unido, y el premier británico considera que sólo se puede realizar un referéndum por generación.
Pero el Brexit cambió las reglas de juego; en Escocia el 62% votó por la permanencia en la Unión Europea, y ahora tras el respaldo abrumador a la líder independentista, la lectura no es muy difícil de hacer. En Londres, estas señales ya habían sido analizadas y sin perder el tiempo, Johnson creó en febrero el “Comité Estratégico para la Unión”, encargado de “trazar la agenda que el Gobierno pondrá en marcha para mantener la unidad”. Hasta ahora, la única estrategia del imperio fue prometer inversiones millonarias y rechazar nuevos referendos secesionistas.
Malvinas Argentinas. El acuerdo post Brexit firmado por Londres y Bruselas, determinó la exclusión de los territorios de ultramar que Gran Bretaña considera propios (entre ellos Malvinas y Gibraltar). Esto implica que los productos (recursos argentinos saqueados) que el gobierno local de las islas comercializa con la Unión Europea, deberán pagar aranceles.
“La Unión Europea en el futuro tendrá que debatir sobre este tema, lo cual no significa necesariamente que habrá una posición en común”, dijo Christian Ghymers, presidente del Instituto para las Relaciones entre Europa, América Latina y el Caribe. “El tema no se debatió en las negociaciones del Brexit, aunque sabemos que algunos países son favorables a la Argentina como Italia, España, Portugal, Suecia, Austria y Grecia”, agregó.
Todos los países de la UE apoyaron la resolución de la ONU para la descolonización de las islas, pero durante la guerra se alinearon con Reino Unido, que ya era parte del bloque. Con el Brexit, se abre una oportunidad diplomática para buscar un respaldo que fortalezca el legítimo reclamo soberano de nuestro país sobre sus archipiélagos.
El gobierno británico, ante el reclamo de los funcionarios de las islas, reafirmó que mantendrá la presencia militar en Malvinas para protegerla de amenazas externas, particularmente, las argentinas.
En la primera revisión estratégica de seguridad, defensa y política exterior presentada por Johnson a principios de marzo, se confirmó que desde el gobierno de Reino Unido “disuadirán y desafiarán las incursiones en las aguas territoriales británicas de Gibraltar” y “mantendrán una presencia permanente en las Islas Malvinas, la Isla de Ascensión y el Territorio Británico del Océano Índico”.
Pero el documento publicado, va mucho más allá y proclama un rediseño de la estrategia exterior británica; anuncia un incremento del arsenal nuclear de hasta un 40% de aquí a 2030, la mayor inversión en defensa desde la Guerra Fría (unos US$9.700 millones entre 2024 y 2025). Además, destaca las riquezas de América Latina, sin ocultar su interés en nuestros recursos naturales; “el 23% de las selvas tropicales, el 30% de las reservas globales de agua dulce y el 25% de las tierras cultivables del mundo”, señalan.
“Frente a la presentación realizada (…) por el primer ministro británico Boris Johnson en la Cámara de los Comunes, en la que expuso una Revisión Integrada de Seguridad, Defensa, Desarrollo y Política Exterior, la República Argentina sostiene una vez más que el Reino Unido debe escuchar a la comunidad internacional que promueve el fin del colonialismo en el mundo”, contestaron desde la cartera a cargo de Felipe Solá.
El Brexit parece haber resquebrajado la unidad del viejo imperio, que no se siente cómodo en esta transición hacia un mundo multipolar donde su principal aliado –EEUU- tiene cada vez menos influencia. El impulso de los movimientos independentistas, y el fortalecimiento global de China y Rusia, no representa el escenario más prometedor para los británicos. En ese contexto, la posición estratégica de nuestras islas, como puerta de entrada a la Antártida, es insoslayable para los ingleses, que continúan con sus ejercicios militares en el territorio argentino ilegítimamente ocupado.
(*) Periodista de Radio Gráfica
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