Por Leila Bitar
“El estado opresor es un macho violador” es como inicia el canto de protesta feminista que a fines de 2019 recorrió el mundo entero y se transformó en un himno del movimiento. Nació en Valparaíso, de la mano del colectivo chileno “Las Tesis” y tras la performance masiva el 25 de noviembre (Día Internacional de la Eliminación de la violencia contra la Mujer), cientos de miles de mujeres la repitieron en múltiples ciudades del planeta.
“Un violador en tu camino”, inició como un grito de protesta contra la violencia de los carabineros en Chile; surge de las revueltas populares que en octubre de 2019 estallaron contra el modelo neoliberal de Sebastián Piñera. Aquella histórica rebelión (que arrancó con niñas estudiantes evadiendo el pago de tarifas del metro) culminó con un gobierno contra las cuerdas que no tuvo otra alternativa que la de cumplir con la demanda de redactar una nueva constitución nacional, que cierre el ciclo pinochetista de una vez y para siempre.
La necesidad de enmarcar el fenómeno en su correspondiente contexto social, no es menor. Primero, para derribar los argumentos de quienes maliciosa o ignorantemente le imprimen a los feminismos una intencionalidad elitista y alejada de las demandas populares. Segundo, para poner en su justo sitio a un movimiento que cómo pocos en este siglo ha logrado imponerse en las calles para modelar las agendas gobernantes.
El canto de las chilenas adquirió un color propio según el suelo desde donde se entonaba. A las argentinas y mexicanas, les sirvió para exigirle al estado el aborto legal seguro y gratuito, a las brasileñas para denunciar el avance de las derechas evangélicas que llevaron a Bolsonaro al poder, a las colombianas para gritar contra la violencia estatal y paraestatal. Y es que los feminismos en América Latina, en su inmensa diversidad, luchan por contener a esa gran heterogeneidad que nos caracteriza como región: campesinas, indígenas, afrodescendientes, lesbianas, putas, trans; todas trabajadoras y latinas.
El concepto de “feminismo” todavía genera resistencia para quienes aún no logran dimensionar su lugar en la historia de los pueblos. La incomodidad que genera la palabra, de todas maneras, queda desdibujada cuando la suprimimos y hacemos un recorrido histórico de las luchas de las mujeres en este continente, mucho antes de que el término se generalice.
Las trabajadoras latinoamericanas se venían organizando desde muchísimo antes de que cobraran notoriedad las sufragistas europeas. Ocuparon roles importantes aunque invisibilizados en la lucha por las independencias de las monarquías europeas, luego por el acceso al voto, en procesos revolucionarios (cubanas y nicaragüenses) y posteriormente en la resistencia a las sucesivas dictaduras militares (ya sea desde las guerrillas, o a través de organizaciones de DDHH, como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo). Hoy las trabajadoras son, en muchos casos, el altavoz que llama a las calles para contrarrestar los planes neoliberales en la región.
Particularmente en Argentina, con el histórico “Ni Una Menos”, el movimiento se posicionó como un verdadero fenómeno social de masas con gran incidencia política. La furia por los femicidios y la violencia de género en todas sus formas, que se plasmó en las calles aquel 3 de junio de 2015, (no sin contradicciones y tensiones) se fue transformando en organización que, a su vez, permitió la constitución de un nuevo e insoslayable actor político y social; el mismo que enarboló la histórica victoria feminista del aborto legal seguro y gratuito, aprobado el 30 de diciembre de 2020.
Quedan grandes desafíos para los feminismos latinoamericanos, y éstos están íntimamente relacionados a la articulación con las izquierdas de la región: la cuestión religiosa sigue jugando un papel decisivo en este escenario. Líderes políticos de la talla de Evo Morales, Rafael Correa o Daniel Ortega, son ejemplos evidentes. El boliviano ha sido fuertemente criticado por su impermeabilidad a las demandas feministas, y tanto el ex mandatario ecuatoriano, como Ortega, se han opuesto vehementemente por ejemplo, a la legalización del aborto en sus países.
Tal vez, el caso argentino, es el que demuestra que con destreza política, se puede avanzar en la agenda feminista sin generar rupturas fuertes ni con la iglesia ni con otros poderes conservadores, y sumar a las filas de los movimientos populares, a los feminismos, deseosos de cambios profundos y dispuestos a dar pelea (con gran poder de fuego) contra los verdaderos enemigos del pueblo.
- Este artículo es parte del “Dossier 8 de marzo 2021. Día de las mujeres trabajadoras“, elaborado por las periodistas de Radio Gráfica.
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