Por Leonardo Martín
¿Cómo sintetizar a Diego Armando Maradona? ¿Cómo transmitir la inmensidad de su figura y la tristeza personal y popular por su muerte? ¿Cómo recordarlo en un texto que mínimamente le haga honor a su figura?
Escribir hoy algo sobre Maradona es hacerlo desde la conmoción de una muerte a la que bordeó en más de una ocasión, pero cual ave fénix lograba la resurrección. Siempre confiábamos en su capacidad de recuperación, en que que iba a salir de las situaciones más bravas. Era Maradona, un mito terrenal.
Para escribir sobre Diego hay que ir a buscar palabras al terreno de los sentimientos, las vivencias y las emociones, a la memoria emotiva de un pueblo. El Mundial 86, los goles a los ingleses, la épica del Mundial del 90, el momento devastador del “me cortaron las piernas” en el Mundial de Estados Unidos, Boca, Argentinos Juniors, el Napoli los domingos a la mañana.
También en sus caídas y regresos, en sus excesos y escándalos, en las frases tan filosas como ingeniosas, en ese volcán en erupción constante que era Maradona. Tenía una presencia magnética dentro de la cancha y fuera de ella, la pelota al pie del 10, dentro del campo de juego y fuera de él. Siempre en el centro y protagonista, nunca actor de reparto.
Como jugador fue extraordinario, en el sentido pleno de la palabra. Habilidoso, guapo, líder, dueño de una zurda prodigiosa, inteligente y al mismo tiempo un jugador de una belleza, en términos estéticos, incomparable. Al único jugador que emocionaba solo verlo juguetear con la pelota, también sentir un verdadero placer visual al verlo dar un pase, poner la pelota bajo su suela o patear un tiro libre. Había una elegancia y un talento fino, detallista y al mismo tiempo voluptuoso en su técnica. Magia y misterio.
El tándem de mundiales de México e Italia marcó a fuego la relación con el pueblo argentino porque fueron momentos de altísimo voltaje emocional. Campeón en México con una torneo brillante e inolvidable que lo catapultó a una fama global perdurable. El nivel superlativo, los dos goles a Bélgica y sobre todo los que le marcó a Inglaterra, que además de los que significaron a 4 años de la Guerra de Malvinas, fueron dos genialidades de diverso orden. El talento absoluto y la picardía criolla.
El Mundial del 90 fue otro matiz, con un equipo que un poco a los ponchazos, con Maradona lesionado, tuvo mística y épica. Es el pase a Maradona a Caniggia en el partido contra Brasil, pasar a Italia en semifinales cuando parecía imposible, llorando tras perder la final con Alemania o puteando a los italianos que silbaban el himno. Diego no brilló esa Copa, pero representó el sentir de muchos argentinos.
Como en toda buena historia, también hay momentos tristes, golpes bajos. El dóping del Mundial 94 fue un momento de tristeza colectiva inmensa, había que ser de piedra para no llorar con la frase “me cortaron las piernas” en ese reportaje televisivo, en una Selección que había despertado enormes expectativas en ese comienzo de la Copa.
Pero también había otros Maradonas, el que llenó las páginas de los diarios y televisión con escándalos maritales con Claudia y posteriores parejas, Dalma y Giannina, los hijos e hijas no reconocidos, sus peleas constantes con periodistas, políticos o quien tuviera enfrente. Ese Diego que parecía nunca tener paz, con la mecha siempre encendida.
Y hay otro Maradona, el más desafiante, rebelde, el que abrazó causas populares y latinoamericanas, con amistades con Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y su simpatía declarada por el peronismo en nuestro país. También el que eligió oponentes de la talla de George Bush Jr en la recordada Cumbre de las Américas de Mar del Plata en 2005 o al mismo Joao Havelange, mandamás en la FIFA al que criticaba recurrentemente.
Como ningún otro jugador y deportista, despertó pasiones. Basta un repaso de las imágenes de Diego en cualquier lugar del mundo, no hay figura comparable en carisma. Los pueblos no solo le reconocieron el enorme talento deportivo, también lo sintieron como uno propio sea el lugar del mundo que sea. Si hay una característica de Maradona es que pese a la fama y el dinero, nunca dejó de ser pueblo, siempre habló desde esa posición y sostuvo esa mirada. Con contradicciones, por supuesto, ¿quién no? Diego fue un dios, un mito viviente, una leyenda y al mismo tiempo humano, demasiado humano.
Basta recorrer las redes sociales, los diarios en el mundo, para ver que el dolor por la muerte de Maradona conmovió en todas partes. Lo lloramos y lo vamos a extrañar. Nos deslumbró, nos asombró, nos conmovió, nos divirtió, por momento nos preocupó. Maradona es parte de nuestras vidas, de momentos memorables y de alegrías. Por todo eso, y por muchas otras cosas más, lo queremos y nunca lo vamos a olvidar. Diego se fue, pero sigue siendo un poco parte de todos nosotros.














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