La Avenida de Mayo es un símbolo inconfundible de Buenos Aires. La propuesta de un recorrido por la misma. Con su historia y sus grandes edificios. Esos que los porteños transitamos cotidianamente pero no reconocemos.
Por Tony Aira (*)
La Avenida de Mayo es una arteria inconfundible de Buenos Aires. Primera avenida porteña y sudamericana. Inaugurada el 9 de julio de 1894 con un propósito que hoy parece inconfesable: borrar todo vestigio de la vieja colonia. La piqueta progresista debía borrar la Recova y el Cabildo para dejar atrás todo símbolo de atraso hispánico. Un kilómetro de republicanismo ilustrado entre la Casa de Gobierno y el Congreso de la Nación. Tiempos en los cuales la Generación del 80 pretendió convertir Buenos Aires en la París del Plata.

Con el inicio del Siglo XX, la Avenida de Mayo tuvo vida propia. El Cabildo de mayo de 1810 zafó de su destrucción pero fue mutilado en sus arcos. Desde ese momento, un camino de expropiaciones. Idas y vueltas. La Reina del Plata tendría su avenida europea. Una gran vía con farolas instaladas en el centro de cada calle, adoquinado de madera londinense y frondosos plátanos.
Jamás un tranvía circuló por Avenida de Mayo pero la masividad del automóvil obligó a pensar en nuevos medios de transporte. Fue así que en 1911 comenzó la construcción del primer subterraneo del hemisferio sur. El 1 de diciembre de 1913 se inauguró la línea Anglo-Argentina con el trayecto Plaza de Mayo y Plaza Misserere. La Avenida de Mayo capital de Sudamérica.
La Avenida de Mayo se pensó con un propósito que hoy parece inconfesable: borrar todo vestigio de la vieja colonia. La piqueta progresista debía borrar la Recova y el Cabildo para dejar atrás todo símbolo de atraso hispánico. Un kilómetro de republicanismo ilustrado entre la Casa de Gobierno y el Congreso de la Nación.

La década del 20 del siglo pasado fue de máximo esplendor. Diez cuadras de vida urbana y arquitectura art-noveau. Se construyeron hoteles, galerías comerciales, grandes edificios, teatros, restaurantes y cafés. En la Avenida de Mayo estaba el pulso de la prensa porteña. También sus grandes edificios. El imponente edificio de La Prensa se ubicó al 575. Cada pieza del mismo fue importada desde Francia y se destaca la estatua que sostiene la farola, representación de la libertad de prensa.
En el 1333 se encuentra el edificio Crítica. Inaugurado en 1927, su estilo art-decó tiene el sello del arquitecto húngaro Andrés Kalnay. En la actualidad funciona allí la Superintendencia de la Policía Federal. El diario La Razón también tuvo su sede en Avenida de Mayo.

El Palacio Barolo es otro edificio distintivo de la Avenida de Mayo. Ubicado al 1370, su construcción fue un pedido del empresario textil Luis Barolo. Inaugurado en 1923, sus referencias a la Divina Comedia escondían el sueño final de Barolo: ubicar las cenizas de Dante Allighieri en la cúpula del palacio, junto al gran faro que debía iluminar de positivismo la ciudad. Ese faro que el 14 de septiembre de 1923 fue epicentro de la atención popular. En Nueva York combatían Luis Angel Firpo y Jack Dempsey. Una luz roja emitida desde lo alto del Barolo confirmó la derrota del púgil juninense.
El pasaje Urquiza-Anchorena tiene una galería comercial con salida a la calle Rivadavia. Allí funcionaron los primeros ascensores de la ciudad que aún están en servicio. Allí también tuvo su estudio el dos veces presidente Hipólito Yrigoyen.

Pero la Avenida de Mayo tiene una marca distintiva que son sus cafés y confiterías. Los 36 billares es un clásico. También el London, lugar de culto para Julio Cortázar cada vez que regresaba al país. Para sus admiradores es inevitable sentarse a tomar un café en las mismas mesas que gustaban al autor de Rayuela. Pero el café más emblemático es el Tortoni. Entrar a su salón es transportarse en el tiempo. La sensación de encontrarse en sus meses con alguno de sus célebres parroquianos: Carlos Gardel, Jorge Luis Borges o Roberto Arlt. Si prestamos atención y nos dejamos llevar por el tiempo, tal vez escuchemos a la mítica Josephine Baker porque el Tortoni fue un reducto del jazz.

Cruzando la Avenida 9 de Julio nos encontramos con la parte hispánica de la Avenida de Mayo. La pequeña Madrid. Allí está el Club Español y su magnífica cúpula de bronce y el magnífico restaurante. El hotel Castelar es famoso por sus baños turcos ubicados en su subsuelo. Muchos famosos eran fieles clientes y sus nombres aun están en la puerta de sus casilleros. En el Castelar se alojó Federico García Lorca cuando en su estadía porteña entre 1933 y 1934. Su habitación sigue siendo una atracción para muchos turistas.
Durante la Guerra Civil Española (1936-1939), la Avenida de Mayo fue epicentro de pasiones. Así como la La guerra dividió familias, amistades y también la avenida. Los porteños buscaban noticias permanentes en los diarios de la gran avenida. Crítica, abiertamente a favor de la República. La Razón, estaba con los Nacionales. La Prensa era neutral pero criticaba el fervor anticlerical de la República.
Los bares de Avenida de Mayo fueron refugio de pasiones y termómetros del odio. En la esquina de la avenida y Salta estaban enfrentados Iberia y El Español. El primero, tan republicano que al mediodía un mozo sacaba un parlante a la calle y emitía a todo volumen el Himno de Riego. Enfrente, falangistas de camisa azul mahón, yugo, flechas y brazo en alto. Las refriegas eran cotidianas. Desde marzo de 1938, un grupo de policías custodió en todo momento esa esquina porteña que, por momentos, pareció un campo de batalla español.
(*) Columnista de Hay Che Domingo (Domingos, de 9 a 12hs).














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