Por Rodrigo Ávila Huidobro*
Cómo construir espacios que propicien la integración, pensándola como una ética de trabajo, una forma de articulación. La unidad, a partir de la escucha y de la valoración de nuestras raíces. David Choquehuanca Céspedes, Ex Canciller de Bolivia y Ex Secretario General del ALBA-TCP durante los gobiernos de Evo Morales, compartió un conversatorio en la Universidad Nacional de Avellaneda, el pasado miércoles 1 de Julio. Integración Latinoamericana en tiempos de crisis. Debates y desafíos desde el Buen Vivir. Con un hablar tranquilo, pausado y firme, certero, el ex funcionario compartió con un auditorio virtual de docentes, estudiantes y organizaciones su pensamiento en este momento histórico. A partir de esa charla, comparto algunas reflexiones que fueron tomando forma en estos días.
En nuestra Argentina hemos podido superar el macrismo, en tanto expresión de una política de despojo, una política de subordinación total de la vida al capital financiero. Un capital además trasnacionalizado. Y fue gracias a que el campo nacional y popular pudo construir, con la pujanza de su pueblo organizado en las calles, esa integración de quienes habían estado en veredas separadas. En el conversatorio se destacó la importancia de la lectura del mundo a través de otros códigos que trasciendan las clásicas concepciones imperantes en la política, como el que expresan los pueblos indígenas, y los andinos en particular. Esto nos compartió el sindicalista y dirigente aimara Choquehuanca. Porque eso hay que destacarlo, antes de ser canciller era sindicalista, con esa particularidad del sindicalismo campesino boliviano, que es el de estar íntimamente entrelazado con las distintas comunidades indígenas. Como ha dicho la socióloga boliviana Silvia Rivera Cusicanqui, en su clásico Oprimidos pero no vencidos, conviven la historia larga y la historia corta. La Revolución de 1952, con sus sindicatos y su Reforma Agraria, conseguida a punta de fusil; y la organización ancestral del ayllu –sistema de reproducción de la vida, subraya Choquehuanca–, la historia de la conquista y de las resistencias. Por eso el recuerdo de Atahualpa preso por los españoles, y los yatiris -sabios- yendo en su auxilio, decidiendo convertirse en piedra, por quinientos años. Emergiendo ahora, en estos momentos, que no son semanas, ni siquiera años. Porque los tiempos en que se piensan, en que han resistido, y se han organizado estas comunidades, han sido tiempos largos. Choquehuanca nos dice “1532-1533… estamos cerca, 2032-2033 es mañana. Y empezamos a hablar, poco a poco, nadie nos ha hablado de nuestra whipala en nuestras escuelas, en nuestros colegios, en los institutos, en las universidades, en los cuarteles.”
El camino del Buen vivir es un código, nos dice. Qué importante recuperar esos códigos. Crisis civilizatoria, plantea Francisco, crisis de valores, afirma el ex Canciller. Y nos invita a buscar en nuestros orígenes, en nuestras raíces. Casualmente, o no, cada quien que haga su interpretación, la charla sucedió un 1 de Julio. Y justamente cuando Choquehuanca nos recordaba la importancia de valorar a los abuelos, los achachilas. Y no sólo los vivos, por supuesto que éstos son importantes, que hay que respetar y escucharlos, en tiempos de descarte, en tiempos en que la vejez pareciera ser sólo una carga en los presupuestos. Los que ya no están, los que estuvieron, hombres y mujeres que lucharon y construyeron antes que nosotros. Se recordó entonces la figura de Juan Domingo Perón. El mismo que en 1974, en el Modelo Argentino para el Proyecto Nacional, nos plantea que “Son necesarias y urgentes: una revolución mental en los hombres (…) y el surgimiento de una convivencia biológica dentro de la humanidad y entre la humanidad y el resto de la naturaleza”. Recuperación crítica de la historia podríamos decir nosotros, apropiación de nuestras tradiciones. Para la cosmovisión andina, y es un denominador común de los pueblos indígenas de América, no hay futuro si no honramos a nuestros muertos. No podemos saber quiénes somos sin ese mirar hacia quienes nos precedieron..
Escribo estas palabras desde la ciudad puerto. La misma a la que viniese caminando hace más de dos siglos Tomás Katari, para hacer valer los derechos de las comunidades indígenas aymaras que representaba, de la región de Potosí. Probablemente haya recorrido ese camino que hoy atraviesa la ruta nacional número 9 y la 34, por Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Santa Fe, hasta llegar a Buenos Aires. Una ciudad puerto con una fuerte tendencia a dirigir la mirada hacia Europa, ya sea en busca de orden, progreso o revolución. “¿Cómo se llama esa senda? Desarrollo nos han impuesto. Y cuando se trata de reconstruir lo nuestro con pensamiento propio estamos hablando de recuperar lo que tenemos, tenemos nuestro Qhapac Ñan, nuestro noble camino de la integración”.
Amuyu, k’umara, pachamama, tupu, pachakuti. David Choquehuanca Céspedes recorre con sus palabras un camino antiguo, de conceptos, de ideas, de experiencia. “Nosotros tenemos una bandera de la integración, que no es precisamente bandera sino un código. Lo llamamos whipala, es un código de la integración que los pueblos indígenas empezamos a levantar frente a la crisis global del capitalismo”. Interpela a su público, y comparte.
Y escuchamos con atención, palabras que cargan con el peso de siglos, como las piedras de Tiwanaku, nos dice. Y con el peso de quien estuvo quince años en un gobierno popular que reformó la Constitución Política del Estado, que institucionalizó esa whipala, que no es emblema, sino código, guía. Una constitución que en su preámbulo destaca la historia de la que son tributarios. En la que se menciona a la Madre Tierra, en la que el estado y el pueblo tienen el deber de proteger el ambiente. Y el peso del golpe de estado de noviembre. Y un futuro-presente, 6 de septiembre, en el que debe revertirse el asalto al estado de una alianza de sectores que tienen un denominador común: la subordinación a los Estados Unidos.
Es que estos tiempos de incertidumbre, tiempos de crisis, tiempos en que esperamos la “post pandemia”, mientras no tenemos claro si no será una “transpandemia”, y en que discutimos cómo tendría que ser esa otra sociedad, ese otro modelo, o ese otro “mundo”, según la radicalidad, o la profundidad del debate o según la mirada se extienda en el horizonte… estos tiempos están caracterizados por un fuerte proceso de recolonización. Y como bien nos advierte David Choquehuanca Céspedes, aymara, boliviano, sindicalista, ex canciller, el colonialismo opera fragmentando, descuartizando. Como descuartizaron a Tupac Katari, como desmembraron el Abya Yala. Y sin embargo: “Siempre hemos luchado contra el descuartizamiento de nuestro continente, siempre hemos luchado contra el colonialismo interno y el colonialismo externo. No nos hemos dejado por vencidos, sabemos que un día vamos a construir la integración. Y vamos a recuperar nuestra casa grande, y vamos a levantar nuevamente códigos. Ése es el camino, vivimos una crisis sanitaria, alimentaria, hídrica, ambiental, energética, financiera, institucional. Crisis global del capitalismo. Y frente a la crisis global del capitalismo provocada por este modelo de desarrollo, se busca el vivir mejor. Surge desde nuestras raíces, emergen desde las resistencia valores, códigos, principios, que no sólo garantizaron la armonía entre los seres humanos, sino garantizaban la armonía con la naturaleza”.
Nos surgen preguntas de una vital importancia, recuperando ese sentido de lo vital al que nos invita a pensar Choquehuanca: “Jallalla, por la vida”. La vida más allá de los humano, de lo antropocéntrico. ¿Cómo se operan hoy estos “desmembramientos”? Y algunas certezas, por eso la famosa “grieta” fue la bandera, y su código, de quienes buscan debilitar la nación y con ello la capacidad de los pueblos de ser dueños de sus destinos: romper, fracturar, dividir.
En Latinoamérica hay un modelo de urbanización, con ciudades crecientemente fragmentadas, con periferias empobrecidas, pobladas de aquellos que dejaron sus territorios. Esos territorios de origen donde está el agua, el monte, los cultivos… Fue un modelo que no se alteró o que no se pudo revertir en los distintos procesos democráticos populares que se sostuvieron en la región. En el caso de la Argentina, gran parte del “progreso económico-monetario” desembocó en la creación de barrios privados, que intentan replicar, de mala manera, un contacto con la naturaleza. Muchos de esos barrios se construyeron sobre antiguos humedales o llanuras de inundación de los ríos, con lo cual se empobreció el ambiente periurbano, y se empeoraron las condiciones de vida de muchos barrios populares.
En nuestro país están bajo el signo de la recolonización los territorios estratégicos, con recursos naturales, en la codificación de estos elementos en “naturaleza-objeto a utilizar o explotar”. “Fuentes de vida” podríamos decir en la clave propuesta: agua, selva, bosques, monte, biodiversidad, alimento, aire… Donde debemos entender, recuperando el escrito citado más arriba de Perón, que “el hombre no puede reemplazar a la naturaleza en el mantenimiento de un adecuado ciclo biológico general”. Territorios que para esos poderes globales, aliados a un sector de la clase política y el empresariado locales, necesitan ser vaciados, “desertificados”, como le gusta a nuestra oligarquía. Territorios vacíos, sin poblaciones o comunidades que puedan cuestionar el ejercicio de los dueños, su derecho a la explotación. Integración o desmembramiento. En estos días se ha planteado políticamente, públicamente, sin ruborizarse, que una provincia podría separarse de la Argentina. Y toman un vocablo, un concepto, una política, del centro del imperio agonizante. “Mendoexit”. ¿Qué pasará cuando el pueblo, a través de su legítimo gobierno nacional, electo democráticamente, quiera hacer primar el interés colectivo por sobre el individual? ¿Qué provincias o regiones querrán impulsar una separación, de la mano de los poderes trasnacionales que envían al mundo hacia el abismo, y que no cesarán de hacerlo? ¿Una república independiente del litio, de la soja, del agua cordillerana? En Bolivia se intentó tanto la división como finalmente el golpe de estado. Pareciera que la nación, la plurinación, se ha mantenido en pie, parte de la resistencia, nos recuerda David Choquehuanca, fue la whipala. No pudieron pisotearla, la identidad fue un código, de acción, de organización.
En la provincia de Buenos Aires 200 familias o sociedades anónimas tienen 11.000.000 de hectáreas, planteó Horacio Rovelli en el aire de Radio Gráfica, hace unos días. Un millón, son las que se le adjudican a Luciano Benetton, en la Patagonia. Por otra parte, en la Argentina existen al menos unas 2000 comunidades indígenas reconocidas por el INAI, el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, órgano del estado que debe coordinar las políticas públicas destinadas a garantizar los derechos de los pueblos indígenas. Desde la Constitución Nacional de 1994 el Estado Argentino reconoce la preexistencia de estos pueblos, así como “la posesión y propiedad comunitarias de las tierras que tradicionalmente ocupan”. En el 2006 se sancionó la Ley 26160, para llevar adelante el relevamiento de los territorios indígenas, suspendiendo además los desalojos. En el 2021 vencerá la tercera prórroga. Según Walter Barraza, Kamachej Tonokoté y referente del espacio OPINOA, que nuclea a 176 comunidades del noroeste argentino, en estos once años se ha relevado una tercera parte de los territorios de las comunidades. En el Congreso Nacional, esta organización ha presentado el año pasado un proyecto de ley de Propiedad Comunitaria Indígena de la Tierra. Algunos puntos a destacar: la propiedad comunitaria indígena es inalienable, indivisible, intransferible. La propiedad es comunitaria. La sanción de esta ley -en la actualidad hay tres proyectos sobre el tema en comisión- posibilitaría comenzar con un ordenamiento territorial que pondría fin a décadas de conflictos y despojos. Porque las familias que viven en estos territorios, esas comunidades, se reconozcan o no como indígenas, han sido avasalladas históricamente. Ese avasallamiento, que viene de la mano del estrangulamiento o asfixia de esas comunidades, ha alimentado históricamente las periferias de las grandes ciudades. Pregúntenle a cualquier vecino de las villas de la capital, de dónde vienen sus ancestros. Esas migraciones han alimentado de cultura, trabajo y vitalidad a Buenos Aires. Esa falta de oportunidades, esas fuentes de trabajo y posibilidad de ascenso social fueron el doble estímulo que sostuvieron ese flujo permanente que hemos caracterizado como migraciones internas.
Ahora, estas ciudades demuestran su fragilidad. El imperativo de poblar el país, cobra otro sentido, no sólo como resguardo de la soberanía frente a algún enemigo externo. Sino como necesidad de un modelo de vida. Y en esa invención tenemos mucho para recuperar, de nuestros abuelos, de quienes nos precedieron. Así como escuchamos la palabra de los pueblos indígenas de la Patria Grande, de la hermana Bolivia, debemos integrarnos con nuestros pueblos indígenas. El reconocimiento de sus territorios ancestrales no es sólo parte de un resarcimiento histórico, o la garantía de su existencia como pueblos. Forma parte de la integración territorial, del cuidado de esos territorios estratégicos para el desarrollo –desarrollo con identidad, aclaran las organizaciones indígenas- nacional. Integración o desmembramiento.
(*) Coordinador del Programa Desarrollo de la Cultura Nacional y Latinoamericana de la Secretaría de Extensión Universitaria y Docente de Trabajo Social Comunitario en la Universidad Nacional de Avellaneda.
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