Por Mara Espasande*
Revolución, crisis y guerra. Desde 1780 el orden absolutista conocido hasta entonces, se encontraba en descomposición: los levantamientos en el Alto Perú de 1780 y 1781; las juntas absolutistas en Chuquisaca –hoy Sucre- y La Paz de 1809; primera junta de Buenos Aires en 1810, son distintos momentos de este proceso de larga duración. Años donde se pierde la supuesta paz y orden de la sociedad colonial. En ese contexto, en el marco de una sociedad atravesada por el conflicto y la militarización total -donde 1 de cada 5 varones adultos integra alguna fuerza armada(1)- se generó un espacio para la participación de las mujeres en distintas esferas que sobrepasó la estructura social y política establecida en la etapa colonial donde estaban condicionadas a las tareas domésticas (ya sea realizándolas físicamente como las mujeres afroamericanas e indígenas y organizándolas como las mujeres blancas).
A partir de la crisis del orden colonial y de la Revolución de Mayo en particular, las mujeres comenzaron a participar en distintos ámbitos y múltiples tareas. Tuvieron un papel destacado en el campo de batalla y en los ámbitos de decisión política. Se convirtieron en protagonistas como negociadoras políticas; mediadoras de conflictos; comandantes y dirigentes de batallas; combatientes (generalmente disfrazadas de hombres); consejeras intelectuales; estrategas políticas y militares; propagandistas y también en roles tradicionales como cocineras, lavanderas y enfermeras.
Sin embargo, los relatos históricos no suelen mencionar dicha participación en la construcción de la nación americana. La independencia se presenta en la historiografía liberal como la “gesta de los grandes hombres”. Hombres políticos, militares, escritores, intelectuales. ¿Cómo aparecen las mujeres en el relato de Mitre? Cociendo las banderas, haciendo los trajes militares, donando sus joyas para el engrandecimiento del ejército de los Andes. Las mujeres aparecen instaladas en un lugar complementario, servicial a las demandas del momento, “colaboradoras necesarias” pero no protagonistas y siempre actuando dentro del ámbito privado.
La historia de miles de mujeres nos muestra que esto no fue así. Nombraremos solo algunas: Cesárea de la Corte de Romero González (1796-1865), mujer jujeña que combatió en el ejército de Güemes; Manuela Cañizares (1769-1814) nacida en Quito, organizó encuentros que impulsaron el proceso revolucionario en el actual Ecuador; Josefa Camejo (1791-1862) también realizaba reuniones clandestinas en Caracas, hoy Venezuela; la colombiana Polonia Salvatierra y Ríos (1796-1817) conocida con el nombre de “Policarpa”, trasladaba los mensajes anticoloniales camuflados en naranjas y al ser descubierta, fue fusilada; Juana Azurduy (1780-1862), nacida en Potosí, lideró la guerra de Republiquetas del Alto Perú luchando junto a los indígenas; la salteña María Magdalena “Macacha” Güemes (1787-1866) llevó adelante misiones de espionaje, participó en la vida política salteña.
Cada una de ellas tiene una historia para contar. Muchas, ya han comenzado a ser escritas, otras quedan por descubrir.
(1) Garavaglia, J.C., Construir el Estado, inventar la Nación…, Prometeo Libros, Buenos Aires, 2007.
*Historiadora, directora del Centro de Estudio de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” de la UNLa.
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