Desde el 9 de diciembre Rebelde Way, la tira adolescente de Cris Morena que fue furor en 2002, se puede ver completa en Netflix. La noticia revolucionó las redes sociales. Sin ir más lejos, el nombre de la productora llegó a ser Trending Topic en Twitter la semana pasada. A la luz quedaron la política como mala palabra, el odio de clase, la violencia machista, la gordofobia y la xenofobia de una novela que tiene 17 años.
Por Erika Eliana Cabezas*
Las críticas son válidas, pero el contexto histórico no es un dato menor. No sólo porque los comienzos del 2000 encontraron a una Argentina sumergida en una crisis económica, social e institucional sino también porque había marcos teóricos y políticos que no formaban parte de la agenda, como es el caso del feminismo.
Trama. La novela televisiva protagonizada por Luisana Lopilato (Mia Colucci), Felipe Colombo (Manuel Aguirre), Benjamín Rojas (Pablo Bustamante) y Camila Bordonaba (Marizza Spirito) trata sobre un grupo de jóvenes que estudian en la Elite Way School, un prestigioso colegio privado al que asisten personas de clase alta. También hay becarixs, a lxs que se les permite el ingreso luego de un examen exhaustivo que determina – puesto en palabras de uno de los personajes – “si tienen el nivel intelectual necesario”. “Las mejores familias, los más distinguidos apellidos de todo el país acercan a nuestro templo de saber a sus hijos, confiando que haremos de ellos hombres y mujeres de bien”, dice en el primer capítulo el director de la institución, que luego pondrá de manifiesto su deseo de pertenecer y codearse con gente importante en una conversación con Pilar, su hija.
El odio de clase es un componente central del argumento. La clase baja no debe tomarse el atrevimiento de “codearse” con la alta, ni aspirar a “ser más”. “Los becarios tienen que tratar de hacer el menor ruido posible”, le dice Felicitas a Manuel para advertirle que tenga cuidado con la Logia, un grupo de alumnos que hostiga a los becados con el fin de que dejen el colegio. En el combo también juegan la xenofobia y el antisemitismo.
Los que se pelean (no) se aman. Las relaciones afectivas entre parejas se presentan bajo los parámetros o, mejor dicho, mitos del amor romántico. En los primeros capítulos tanto Mía como Marizza son amenazadas y violentadas por quienes – alerta spoiler – serán sus novios. “Aunque grites, nadie te va a escuchar. Ahora eres toda mía. Colucci ¿Vés? Podría hacerte lo que se me da la gana. Nadie sabe que estamos aquí. ¿Qué pasa baby caprichito? ¿No te gusta ser la víctima?”, le dice Felipe a Mia mientras la agarra del cuello al borde de un acantilado. Una escena parecida tiene lugar con la otra pareja protagonista de la tira juvenil. Pablo amedrenta a Marizza al límite de una cascada, luego de que ella le tirase la guitarra al agua para vengarse de él por haberla empujado de la banana y hacerla caer al mar: “Yo te mato. Te equivocaste conmigo, nena ¿Vés? No tendría ningún problema en tirarte al agua. Te resbalaste y te caíste. Encima no sabes nadar ¿Quien va a pensar que fue un accidente?”. El amor que se construye está asociado al sacrificio, la exclusividad y lo incondicional.
Contar las calorías. La gordofobia – o el gordo odio – es una constante. Felicitas (Ángeles Balbiani) una y otra vez es asediada por sus pares debido a su peso: “Si ese es tu novio debe ser porque jugó una apuesta”, “Estás más gorda. Por Dios, qué castigo, sos una máquina de comer”, “¿Te la imaginas a ella delante de nosotras dos?”, “Mirá qué dulce, acá Feli anota todos los centímetros que baja”. El secreto se encuentra en la imagen, porque la actriz que interpreta ese personaje lejos está de ser gorda. Pero, obvio, al lado de personas extremadamente delgadas lo termina siendo. El final es cantado: tanto bullying desemboca en trastornos alimenticios. ¿Hay más? Sí, el recuento de calorías, el comer con culpa y la necesidad imperiosa de quemar grasas es moneda corriente.
Observaciones. La ficción no necesariamente debe tener una perspectiva de género. Pretender que eso pase es un absurdo y limitaría bastante el panorama. No se le puede caer con cuestionamientos a una telenovela que fue pensada y creada hace casi dos décadas, y en otro contexto social y cultural. Sería injusto. No obstante, hay que decirlo: la producción de Cris Morena fue pensada para un público juvenil y hubo toda una generación que creció – y cuando digo creció quiero decir hizo parte – con esas nefastas concepciones. La misma generación que ahora se encuentra reviendo Rebelde Way en Netflix y criticando el contenido por machista, gordofóbico y xenófobo. La misma generación que ahora se indigna y dice “por suerte todo esto ya fue”.
(*) Periodista de Radio Gráfica
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