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Postales de diciembre

El testimonio doloroso de los que sufren. Las vidas que se nos escurren entre las grietas de la miseria. Y una ofensiva que amenaza con condenar nuestra existencia. Diciembre, siempre diciembre para pensar nuestra historia en clave de futuro.

20 diciembre, 2025
en Opinión, Política
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Postales de diciembre

Foto: Reuters (Tomás Cuesta)

Por Fernando Gómez *

José había estado sacando cuentas y pintaba que el aguinaldo le acanzaba. Pero no.

José cobró la jubilación el 18 de diciembre, calculó que se iba a hacer largo enero. Compró las milanesas de pollo y la verdura la semana, pagó los servicios y una changa que le debía al pibe que le había arreglado una chapa floja que permitía el ingrato ingreso de unas cuantas gotas con una lluvia.

José contó dos veces la plata. Pensó que le alcanzaba para algo menos que un juguete, al menos para un gesto, un mínimo regalo para ponerle en el árbol de navidad a su nieta. Pero no.

Sintió esos dolores que estrujan fuerte las tripas. Ese que entrevera la tristeza con la injusticia.

Volvió al banco a revisar los números, y en el camino pasó por la juguetería, los números se hacían inalcanzables. Llegó al banco y la tarjeta se había manoteado el mínimo de la cuenta, medio aguinaldo a cubrir intereses de una deuda que sólo acumulaba intereses.

José se mordió los labios y se atragantó las lágrimas para no sentir, además, la vergüenza del interrogatorio inevitable.

José llegó a la casa, fue hasta la pieza y se sentó en la cama donde tantas veces fue feliz con la patrona que ya no está. Lloró con ganas. Se desahogó lo suficiente para inventar un enmiendo. Se fue al armario a buscar el oso que le regaló a su hija cuando ésta había nacido. Un oso grande, de peluche, desinflado hasta el raquitismo por falta de relleno.

Pensó. Pensó que podía ser emotivo rellenar el oso con tanta historia y regalarselo a su nieta. Cargarla de nostalgia y emociones. Y la creatividad le arrancó una sonrisa.

Agarró trapos viejos, le descosió la cabeza al Oso y empezó a meter la pilcha que aún conserva de la patrona, algunas camisetas viejas y una sábana que no daba para mas. Cosió como pudo el cuello del oso, lo apoyó en la cama y lo miró. Era un espanto.

José rompió en llanto. Recordó un viejo poema que decía “Era un juguete pasado ya de moda que ya nada valía // Cualquier amanecer echarán // Al viejo juguete de mi amor a un carro de basura”.

Las tripas sonaban de angustia y dolor. De bronca y de injusticia.

—

No era José. Pero un 18 de diciembre un jubilado entró a la delegación de ANSES en Córdoba, su único objetivo era pedir un préstamo. Asfixiado de deudas, la jubilación y el aguinaldo no le permitían vivir dignamente.

Le explicaron que no tenía acceso a una línea de crédito. Tomó un bidón de nafta y se roció.

El personal de seguridad lo redujo y evitó el desenlace inevitable justo cuando estaba por lograr hacer fuego con el encendedor.

La noticia ocupó menos líneas que la desazón de Wanda Nara por sus desencuentros en Navidad.

—

José es lo suficientemente analógico para no recibir estímulos emocionales con memes y fake news en sus teléfono celular. Está lo suficientemente alejado de las redes sociales, como para que la dopamina que circula en un like, le permita cubrir la mierda a la que pretenden condenar su existencia de azucar negra.

Entre llanto y llanto, recordó que aquel poema que le invadía las angustias, cerraba con la esperanza de la llegada de una niña que “Con mocos y pecas en la cara // Limpie con su manga grasienta // La suciedad que la sociedad pegó a mi alma // Y volveré a ser un juguete reluciente de amor y de alegría.”

Abrazado a la tristeza

21 años tenía Rodrigo. Una oportunidad lo había llevado al ejército y un sueño lo depositó en el Escuadrón Chacabuco del Regimiento de Granaderos a Caballo “General San Martín”.

La guardia de la madrugada del martes 16 de diciembre, la superioridad lo trasladó hasta la Quinta de Olivos, ahí donde descansaba el personaje ungido para disfrazarse de presidente y ser la cara visible de un programa de miseria planificada.

Rodrigo tenía su arma reglamentaria y su puesto de imaginaria asignado. Y tenía un cúmulo de deudas que le evaporaban los sueños y lo empujaban al deterioro de su salud mental.

En la madrugada del 16, Rodrigo tomó el emblemático FAL y tras una proyectada maniobra, logró accionar el gatillo, la aguja percutió el fulminante, la polvora detonó y la vida de Rodrigo se evaporó. Con su fusil en la mano, sus sueños evaporados y abrazado a la tristeza.

Calle y vidriera

El 18 de diciembre las centrales obreras convocaron una movilización en rechazo de la reforma laboral. Sabor a poco en el volumen, en la convocatoria y en la propuesta de lucha frente a una ofensiva que no reconoce límite más que en la fuerza que ofrece el ofendido.

Pero aún así, en medio de una fenomenal crisis de representación, de sentido y de lectura estratégica en el movimiento popular para encontrar el rumbo que permita enfrentar este ciclo de saqueo y miseria planificada, una porción de nuestro pueblo estuvo en la calle. Y no, de ningún modo estar en la calle es al pedo, por muy escueta que sea la convocatoria.

Con mucha menos vidriera, con el alcance material y concreto de una ofensiva que agrede a un pueblo entero, en los primeros días de diciembre una caravana multitudinaria comenzó una larga marcha desde Uspallata que provocó grandes movilizaciones populares en rechazo del proyecto minero San Jorge que amenaza los recursos hídricos de la provincia de Mendoza.

Localidades movilizadas casi en su totalidad en defensa del agua y en rechazo a un extractivismo en manos de multinacionales que dejan miseria al rastro de la explotación de nuestras riquezas.

Un modelo de despojo que encuentra rechazo en nuestro pueblo. Un pueblo que elige la calle para resistir al modelo de saqueo.

Y la nostalgia de un diciembre

Un asfalto tapizado en piedras y sangre de compatriotas, bajo al abrazador fuego de un infierno neoliberal que pensábamos sepultado aquel 20 de diciembre de 2001 reaparece en la memoria como nítidas postales del destino miserable que ésta etapa amnésica nos ofrece como propuesta de destino.

Hace 24 años, un pueblo herido en su dignidad, enfermo de desocupación y miseria, que velaba sesenta pibes por día que se morían por causas evitables; millones y millones de sueños rotos en las barriadas populares; comedores escolares, comunitarios y populares abarrotados de hambre; barrios maltrechos, surcados por la droga, la violencia y la desintegración social; el individualismo como cultura y la política como síntoma de frustración, hacían explotar por los aires un país condenado a la muerte por el neoliberalismo.

Pero claro, la historia no son postales, ni relatos testimoniales de una batalla. Son procesos dolorosos cargados de enseñanzas.

Aquel “que se vayan todos” que nacía como grito del hastío popular, se había forjado por una profunda crisis de representación política que operó durante años como legitimantes de una democracia que la constante traición al voto popular había puesto en su crisis mas honda.

La esperanza del retorno a la democracia en el 83, había sido enterrada por la entrega del modelo económico a manos de los poderosos que había llevado adelante el Gobierno de Alfonsín. La traición del menemismo, que llegó prometiendo revolución productiva y salariazo, y terminó profundizando el ciclo del neoliberalismo instaurado a sangre y fuego por la dictadura, operó como un palo en la rueda en al reconstrucción del peronismo como opción de poder para la construcción de una agenda popular.

La Alianza que tuvo como síntesis a De La Rua, llegó al gobierno como emergente de la antipolítica, tapizó los ministerios con representantes de los principales grupos económicos del sector financiero, y gobernó desde los despachos de la banca privada, hasta escaparse en helicóptero tras el fracaso del intento represivo con el que se intentó apagar el conflicto social.

La fortaleza de aquel modelo que representaba la agenda económica de las potencias extranjeras y la timba financiera, no la expresaba el gobierno de turno que le tocaba ejecutar sus intereses. La fortaleza la constituía la desintegración orgánica del Movimiento Nacional, la destrucción de la política como herramienta de transformación de la realidad, y el disciplinamiento represivo sobre la organización popular.

Veintitrés años han pasado, y paradoja forjada en la desmemoria, aquel modelo económico que condenó al pueblo argentino a la exclusión social, política, económica y cultural, se presenta remozado en la búsqueda de su restauración en manos de los mismos personajes que aquel 20 de diciembre se  escondían detrás de la debilidad de un gobierno que se escapaba por la más infame ventana de la historia.

En apenas dos años, aquellos que forjaron el blindaje y el megacanje como política de endeudamiento externo obsceno de las finanzas argentinas, regresaron para llevar adelante un nuevo ciclo que condena  los destinos de nuestra economía a las ruinas del desarrollo productivo e industrial.

La desocupación y el disciplinamiento de las condiciones de laburo reales, regresaron como prenda  de buena intención para convocar a las inversiones externas sedientas de apropiarse nuevamente de nuestros recursos estratégicos. La reforma laboral que escandalizaba por aquellos años, emerge tímida frente al intento de legitimidad de la explotación con la que se presenta el actual proyecto enviado a debate parlamentario.

La historia no se repite, ni como tragedia, ni como farsa. La historia, tan sólo, está anclada en la memoria de un pueblo para transformarse en enseñanza, que cuanto más rápido se aprende, en mejores condiciones nos encuentra para revertir su curso.

La fortaleza de esta etapa no la constituye la imagen reflejada por los fabricantes de narrativas virtuales que naturalizan al idiota de Javier Milei como presidente y lo ensalzan con adhesiones inexistentes. El presidente es, apenas, la imagen nítida de un movimiento neurodivergente, refugiado en una realidad que sólo existe en sus atribulados pensamientos, rodeado de su hermana y un puñado de personajes que aceleran los negocios que ejecutan a su sombra y buscan no quedar en el vacío cuando los grupos económicos descarguen las consecuencias trágicas de su planificación, sobre la legitimidad de un gobierno que cuenta sus días en la medida que se extienda el apoyo de la metrópoli norteamericana a la que eligieron servir una parte importante de quienes componen el sistema política..

La fortaleza de esta etapa se nutre de múltiples fuentes. Por un lado, un tiempo histórico marcado por un ciclo deshumanizante, con hegemonías controladas por personajes distópicos que asientan su poder en la capacidad de movilizar una parte importante de occidente desde el las emociones ordenadas por una inteligencia artificial que establece un conductismo microsegmentado y a la carta de los intereses de los que pretenden maximizar la riqueza de una ínfima minoría y condenar a la autoesclavitud a la inmensa mayoría que la produce.

En ese tiempo, en nuestra Patria, se materializa una hegemonía en las clases dominantes lograda tras décadas acumuladas de extranjerización de la economía nacional, que permite ordenar a ganadores y perdedores detrás de un silencio cómplice en un programa de saqueo económico y desmoronamiento político de la democracia ejecutado para subordinar nuestra riqueza a los intereses geopolíticos de la disputa global de los Estados Unidos.

Un poco por esto y un poco por la incomprensión de aquello, se suma como factor la debilidad del movimiento nacional, que atraviesa el cierre de una etapa marcada por 20 años de hegemonía y que sigue insistiendo en encontrar las respuestas necesarias para ésta etapa, en la nostalgia genuina que genera realizar recortes de aquella salida del infierno que significaron los gobiernos de Néstor y Cristina.

Un movimiento nacional que busca las respuestas a su impotencia en análisis políticos que describen un pueblo que vivió en el pasado, un país que fue asaltado por la ofensiva tecnológica y derrotado en una guerra cognitiva, y busca salidas en el falsete de una democracia que está escribiendo dolorosamente las últimas líneas de su epílogo.

Buscar candidatos y pensar en una salida mágica que emerja de las urnas tras una contienda interna marcada por debates que sólo entienden los dirigentes que la protagonizan y aspiran de algún cargo; pensar la salida de nuestra Patria desde la restauración de derechos a fuerza de voluntarismo en un tiempo de amenaza opresiva por una potencia en decadencia; no sólo exhibe desorientación, además, deja fuera del debate político a la enorme mayoría de las personas que habitan en éste país, también desagregan cotidianamente a una militancia que observa perpleja la ineficacia en la que insisten los dirigentes que antes aparecían como portadores de la única verdad.

Pero claro, la única verdad, es la realidad.

Y esa realidad, habitada por urgencias sociales y emergencias económicas que no ocupan las preocupaciones de una clase política, terminan por fogonear una monumental crisis de representación política que amenaza con prender fuego los libretos prefabricados por el repertorio de un sistema democrático raquitizado.

Ahí entonces, la historia marca la tarea principal de este tiempo. El esfuerzo militante para consolidar mayores niveles de organización popular, la movilización como herramienta para enfrentar el ajuste, la iniciativa política para reconstruir el sentido de mayorías que permita encontrarle el agujero al mate para la reconstrucción del proyecto político, constituyen las tareas principales para una etapa que nos demanda sacrificio e inteligencia.

Porque la historia también nos deja un testimonio indeleble en diciembre. Aunque todavía siga siendo lo suficientemente temprano para valorarlo.

Diciembre, siempre diciembre. En Santiago del Estero en los tempranos noventa, en el cierre de esa década en Corrientes, en los albores de un nuevo milenio en cada rincón de la Patria o en cualquier territorio donde explote la dignidad, a la vuelta de la esquina de ésta trágica historia.

En definitiva, cuando todos los caminos del sistema político conducen en forma inevitable a la frustración. El pueblo en la calle va decidiendo su propia historia, con la felicidad como destino común, siempre.

(*) Editor de InfoNativa. Vicepresidente de la Federación de Diarios y Comunicadores de la República Argentina (FADICCRA). Ex Director de la Revista Oveja Negra. Militante peronista. Abogado.

Tags: crisisFernando GómezPOBREZASoldadosuicidio
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