Sobre una ciencia muy avanzada y numerosas incógnitas difíciles de develar. Streamings, pesebres, convicciones. Lo que se puede explicar y lo que sigue resultando inexplicable.
A la docente y escritora Nelva Mary Ciarmela
Por Gabriel Fernández *
Cuando surgió una importante creación de la mente humana, el positivismo -que brinda nervadura al liberalismo y al socialismo-, la idea predominante sobre el Universo era bien estrecha. Los telescopios permitían avizorar las cercanías de nuestro planeta, lo cual implicaba un paso adelante con respecto al derrotero previo, pero no lograban traspasar la Vía Láctea y abrir la mirada al espacio profundo. Como las regiones emergían gigantescas, el sentido común llevó a una gran parte de la humanidad a suponer que se podía hallar vida -y hasta vida inteligente- en cantidad apreciable.
Esto se observó en la Ciencia Ficción. La mayor parte de las narraciones, que anticiparon con brillantez los adelantos científicos y técnicos posteriores, sembraron los miles de mundos que circundan el barrio galáctico con imaginarias, variadas y originales civilizaciones. En la órbita periodística, por asi decir, esto se tradujo en la irrupción de los Objetos Voladores no Identificados, presuntos portadores de vida extraterrestre, jamás confirmados.
Esa dimensión resultó un interesante capital político de quienes dominaban el flujo informativo -y lo siguen haciendo-, para desviar atención sobre asuntos tangibles. También, un reflejo de las necesidades y fantasías de los pueblos: mientras en el hemisferio Norte campeaba la idea de una invasión perjudicial para los seres humanos, en el Sur se anheló un arribo estelar cual posibilidad liberadora, montada sobre tecnologías asombrosas. Nada de eso ha ocurrido.
Con el desarrollo de los imponentes telescopios que observan el horizonte cósmico en la actualidad, y el lanzamiento de otros hacia las profundidades del espacio, los científicos y, lentamente a su través, una gran porción de la humanidad, van admitiendo que la vida es excepcional y por el momento -con estas capacidades para extender la mirada- se restringe a este globo acogedor. Si hay vida más allá, debe ser muy escasa.
Como se apuntó en estas líneas alguna vez, los marcianos no existen.
Las investigaciones relacionadas con la naturaleza y los distintos factores que conforman este planeta, han brindado otra certeza difícil de absorber. La cantidad de circunstancias imprescindibles para la existencia de la vida es tan abrumadora que, si no estuviéramos aquí y ahora, parecería imposible. La vida en este Universo es casi inviable, así que esto que palpamos, sentimos, padecemos y disfrutamos es un portento extraordinario, surgido en este esferoide oblato, ubicado en el espacio con precisión sorprendente.
Por qué. Bueno, si la Tierra estuviera situada unos kilómetros más lejos del Sol, sería una masa hiper congelada sin condiciones para los organismos conocidos; si estuviese posicionada unos kilómetros más cerca del astro, sería una roca candente y todo bicho que camina, iría a parar al asador. Una vez que se observa con detenimiento su ubicación, puede percibirse que parece haber sido colocada con exactitud para evitar ambos extremos y facilitar el despliegue de esa naturaleza que, además, igual amerita evaluarse imposible. Pero existe.
Ni las búsquedas universales ni las indagatorias terrestres han contribuido a explicar las razones por las cuales estamos aquí. Nosotros, las plantas, los animales; ni siquiera el más invisible de los organismos. Tampoco las ballenas o los elefantes. O esos amigos de este redactor: los lobos. Mucho menos el motivo -la concatenación de sucesos- de la existencia de un ser con conciencia que se formula estos interrogantes.
De hecho, esta conciencia es el hecho más difícil de explicar dentro de los 93 mil millones de años luz que, según se informa, componen el tamaño del Todo.
Pero hay más. La ciencia, anclada en comprobaciones irrefutables, ha demostrado una realidad que debería conmover a cada ser humano con aptitud para observar y pensar: nada se crea de la nada. Por lo tanto, la arrogante pretensión de brindar, qué paradoja, una descripción científica del origen, colisiona con sus mismos preceptos. Pues como se sabe, hay de todo en este lugar, el Universo, donde no debería haber nada. Más directo: existen millones de planetas y estrellas, y existen cientos de miles de especies vegetales y animales en uno de esos mundos, sin que se descubra el porqué.
Es que la ciencia puede averiguar y señalar qué sucedió después del impulso creador que se ha dado en llamar -con debates en progreso- Big Bang, pero no antes. La existencia del Universo no tiene explicación corroborada, mientras que la de nuestro planeta posee un ingrediente de probabilidades francamente cercano a ese azoramiento. Sin embargo, las corrientes de pensamiento que se han impuesto desde los siglos XVIII y XIX al menos, están desactualizadas y suponen que todo puede ser dilucidado por la ciencia; así, consideran atrasada y superada la concepción religiosa que, ante la ausencia de datos en firme, responsabiliza de lo existente a un Creador.
El ser humano, su conciencia, ya está en condiciones de efectuar una sencilla evaluación en la cual se sitúen aquello que se puede conocer, investigar y narrar, y aquello que no. Al menos hasta el momento y sin inferir que las respuestas hoy truncas no logren satisfacerse a futuro. Es posible que, física cuántica y adelantos científico técnicos mediante, se descubra el porqué de la existencia y se conozca el segundo previo a la explosión que difundió los elementos que configuran el Universo sobre una Nada que también es, hasta hoy, inexplicable.
Admitir que todo esto resulta (vale insistir: hasta hoy) indescifrable, implicaría dejar de lado el desprecio con el cual se trata a pueblos enteros que, ante la necesidad de establecer una historia razonable con las herramientas disponibles, han resuelto creer en la omnipresencia de un Hacedor para desentrañar aquello que la ciencia no ha podido sacar a la luz. Contar. Saber. Es en verdad curioso que vertientes e individuos que poco conocen de los avances prácticos de la humanidad, se arroguen el derecho de cancelar la presencia en el debate público de quienes solicitan permiso para sostener sus convicciones.
Claro: no está nada mal ser ateo, o agnóstico. No está nada mal, en tanto no se pretenda imponer esas miradas como las únicas posibles, y catalogar al resto como un retorno a la prehistoria.
El asunto no termina allí. Como suele ocurrir, las ideas influyen sobre los procesos concretos y viceversa. Por un lado, este narrador, asentado en un materialismo que analiza la cultura y la política en base a sólidas referencias económicas, estima contradictorio que las cosmovisiones surgidas en los siglos anteriores, de enorme valor para la comprensión y la transformación de nuestro mundo, no se hayan adecuado a los descubrimientos antedichos. Al menos deberían aceptar la (inconcebible) excepcionalidad de la vida, la extrañísima ubicación del planeta en el espacio, lo inexplicable de la conciencia, y a partir de allí, respetar las miradas que intentan descifrar aquello que los telescopios y los microscopios no alcanzan a percibir.
Luego, reflexionar sobre la importancia que contienen, para los grandes grupos humanos, ciertas escalas de valores que, aunque a veces bordeen el maniqueísmo, tienden a conjugar esfuerzos para obtener el bien común, en detrimento del escepticismo y el nihilismo; esos que se creen muy listos, y todo lo desdeñan y todo lo menoscaban.
Es claro que las dos ramas surgidas del positivismo poseen intereses dispares, y que las variantes liberales son las más beneficiadas por el vacío espiritual que conduce a la entronización de quienes poseen riquezas como la cúspide de la evolución, pero es llamativo que en la región considerada izquierda se caiga en el mismo esquema y se desestime la Fe de quienes se pretende beneficiar.
Entrambos, han construido un deletéreo movimiento progresista que considera la anulación del debate y la obligatoriedad del disciplinamiento, como ejes del comportamiento adecuado para los tiempos que corren. Todo aquello que unifica acciones en base a intereses comunes ingresa en las categorías de atraso, oscurantismo, populismo, nacionalismo; autocracia, dictadura. Y mucho más, como bien sabe el lector. En deriva, resulta que quienes no se han puesto a reflexionar sinceramente acerca de las grandes preguntas planteadas a lo largo de la historia, juzgan y califican modos de vida y de pensamiento de aquellos que, ante los vacíos conceptuales ostensibles, esbozan su respuesta.
Los conflictos internacionales que se han relatado en estas páginas están atravesados por intereses económicos de fondo, pero también -y muy especialmente- por postulados sobre la vida y los modos organizativos sociales.
Millones de seres humanos lúcidos, alzan por estas horas sus banderas nacionales y bregan en guerras feroces para abrir las puertas del tiempo y delinear un futuro. Se sienten orientados por Dios y combaten al gran capital concentrado, que levanta la insignia del dinero. ¿Esos creyentes merecen la burla? ¿Son atrasados, como se sugiere?
Nadie ignora que a raíz de un reciente streaming se suscitó una nueva polémica acerca de la Navidad, el Pesebre y el Respeto. En una de esas, las líneas precedentes pueden aportar algunas perspectivas. Quién sabe.
Lo que resulta preciso agregar es que, a la hora de mostrar la discusión, varios medios destacaron que uno de los objetores fue defensor de la dictadura militar. La referencia constituye un empujón para que pocos se animen a decir estas cosas. Quién quiere quedar pegado allí. Hubiera resultado de valor la inclusión de otros representantes de la cosmovisión cristiana en el duelo argumental.
Sin necesidad de afrontar un complejo salto cuántico, emergerían varias personas, concientes, capaces de polemizar sin identificarse con el criminal régimen oligárquico ni con la gleba de payasos que llevan adelante el -indudablemente- exitoso programa.
Esas personas (pensadores de matriz popular, teólogos, poetas, curas modestos, historiadores revisionistas, organizadores de base), intentan comprender a los pueblos que bregan por desentrañar lo inasible. No emergen a la luz pública pues los profetas de la disolución social necesitan contrastar con ultramontanos aristocratizantes que justifiquen su accionar demoledor.
He ahí lo que este narrador ansiaba señalar.
Ahora, hace un alto, a partir de este artículo, en las entregas semanales de las Fuentes Seguras.
Se puede repasar lo ofrecido a lo largo del año en la sección Opinión de la web de Radio Gráfica. Los tramos anteriores, usted sabe, están en el libro con el mismo título y un añadido: El sendero de la multipolaridad. Ya llega la segunda parte de este panorama internacional complejo y apasionante.
En febrero se retoma la serie.
Es necesario agradecer la lectura y el interés demostrado por quienes llegaron hasta acá. Esos factores están imbricados por un afecto que los complementan gratamente.
El autor de estas líneas reafirma su adhesión a las Tres Banderas históricas del pueblo argentino. Justicia social, Independencia económica, Soberanía política.
Alza la copa y le desea, lector, una Feliz Navidad.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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