Por Héctor Amichetti*
Hacía apenas un mes que el pueblo argentino había llorado la partida de Juan Perón, las bandas asesinas parecían haber sido liberadas para matar.
Miércoles 31 de agosto de 1974, faltan pocos minutos para que los relojes marquen las diez y media de la noche, esquina de Arenales y Carlos Pellegrini en la ciudad de Buenos Aires, los disparos parten de un Ford Fairlane color verde.
Elena Villagra resulta herida en el rostro, Rodolfo Ortega Peña muere ametrallado.
Cuando la noticia llega al Senado de la Nación se suspende una sesión en la que se había homenajeado al radical Arturo Mor Roig, ex Ministro del Interior de la dictadura de Lannuse. Antonio Tróccoli, jefe de la bancada radical, acababa de decir: “Mor Roig fue víctima de la violencia y el crimen incontrolado con el que se pretende destruir la República y sus Instituciones”.
El presidente de la Cámara de Diputado Raúl Lastiri (yerno de López Rega), ofrece que Ortega Peña sea velado en el Congreso, los familiares y amigos se niegan, Elena decide que la despedida del “Pelado” se realice en la sede de la Federación Gráfica Bonaerense.
El féretro es ubicado en el primer piso de nuestro histórico edificio de Paseo Colón 731 y detrás se coloca una bandera con la consigna “LA SANGRE DERRAMADA NO SERA NEGOCIADA”.
Esa imagen, con el agregado de la dolorida presencia de la compañera de Ortega Peña con una venda en su rostro, aparece en la tapa del diario “noticias” de 2 de agosto.
El diario calificaría a los asesinos como ” verdugos imperialistas que se erigieron en herederos de los fusiladores de José León Suárez y Trelew, en continuadores de la carrera de sangre iniciada por la canalla oligárquica el 16 de junio de 1955″.
Raimundo Ongaro declara que “después del 20 de junio, de la masacre de Ezeiza, los asesinos de los 100 compañeros muertos, no solo han gozado de absoluta libertad, sino que además han tenido más tiempo para reforzar sus bandas mercenarias. En los cuerpos de estos 100 muertos había balas que estaban destinadas a silenciar a millones de compañeros de la clase trabajadora y de nuestro pueblo”.
Unas semanas antes del vil asesinato del Pelado, desde su diario “Argentinisches Tageblat”, el economista liberal Roberto Aleman opinaba: “…el gobierno podría acelerar y facilitar ampliamente su victoria actuando contra la cumbre visible de las organizaciones populares, de ser posible al amparo de la noche y la niebla y calladamente, sin echar las campanas al vuelo. Si Ortega Peña, entre otros, desapareciera de la superficie de la tierra, ello sería un golpe fortísimo para los terroristas. Pero, evidentemente, Perón ve las cosas de otro modo”.
El camino hacia el genocidio ya había comenzado, Ortega Peña sería la primer víctima de la Triple A tras la muerte de Perón, luego vendría un encadenamiento de asesinatos, la intervención y disolución de nuestra Federación Gráfica Bonaerense, la prisión de Raimundo y la salvaje ejecución de su hijo Alfredo el 7 de mayo de 1975.
Meses más tarde se oscurecía totalmente el cielo de la Patria y el crimen se convertía en sostén de la dictadura bajo el auspicio de la misma despreciable oligarquía que había derrocado a Perón dos décadas antes.
PD: Hace un año, en el mismo lugar de nuestra FGB que se le diera el último adiós, homenajeamos a Ortega Peña con la presencia de su hijo Ramiro, colocando una placa recordatoria.
* Federación Gráfica Bonaerense
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