Por Gabriel Fernández *
En medio de un juego mediático en el cual el insulto y el impacto acelerado resultan clave, es difícil desarrollar la tarea informativa describiendo los intereses de base que comandan las acciones de cada estado; y de cada bloque.
Tantos se muestran entusiasmados con las explosiones verbales que atraviesan el océano. Es lógico, pues las declaraciones de un presidente son hechos políticos. Pero como se deja de lado -por desconocimiento o con intención- los motivos que las componen, se termina beneficiando a quienes impulsan acciones perjudiciales para los pueblos.
El gobierno de Javier Milei está avanzando sobre la disgregación nacional, y empieza por el derrumbe industrial argentino, un escandaloso cierre del mercado interno y un progresivo despliegue del desempleo. La política económica, que endeuda y deprime, limita la inversión y canaliza recursos públicos hacia socios privados de la gestión.
En tanto, Milei finge rebeldía en España sumándose a quienes, sin salirse del rumbo general marcado por la Organización del Tratado del Atlántico Norte, cuyo principal rector es el país del Norte, operan como críticos conservadores del socialismo y el comunismo. En traducción franca, cuestionan la “tolerancia” atlantista para enfrentar los proyectos nacionales de orientación productiva.
La confusión está instalada. A nivel planetario la opinión pública viene rechazando el belicismo de las corporaciones financieras encarnado por la OTAN a través de su control antidemocrático de la Unión Europea. Milei brama contra un gobierno perteneciente a ese espacio y se posiciona cual un severo objetor del establishment. Su pataleo sienta bien. Los medios occidentales lo presentan como ajeno a la orientación del poder concentrado.
No se dice que la gestión de Pedro Sánchez, mientras admitía las sanciones contra la Federación de Rusia, se negaba en los hechos a levantar el precio de la energía y se distanciaba de Europa; en línea, diluía la sugerencia de bajar el nivel productivo y la asistencia social.
Esas decisiones, entre otras, llevaron al bloque atlantista a impulsar una acción destituyente asentada en la tradicional acusación de corrupción difundida con altavoz, bombos y platillos. Lo anunciamos en dos textos publicados aquí. Fuentes Seguras. Apuntes sobre el comunismo en España y Fuentes Seguras. Del comunismo al peronismo.
De tal modo, en política interna y en política internacional, se registra un alineamiento nítido del gobierno argentino. Es vanguardia de las campañas manadas en la región financiera destinadas a aniquilar la tarea multipolar para promover la elaboración de bienes de producción y consumo y a mundializar la elaboración de energía para dinamizar la economía concreta.
Milei parece luchar contra el europeísmo progresista cuando en realidad impacta sobre una administración que, sin salirse del borde atlantista, intenta resguardar intereses de fondo en su propio territorio. España no ha dado un paso por fuera de la declamación guerrerista ni ha intentado salirse del radio impuesto por la OTAN a través de la Unión. Solo ha custodiado los ejes de su desarrollo para no emular la dramática caída alemana.
Pero el presidente argentino es altisonante. Grita. Insulta. Llama la atención y todos dicen que bravo es. La utilización avispada de las redes sociales como bombas de racimo conceptuales expande el gesto. Y el desconocimiento de las izquierdas acerca del panorama internacional, completa la escena: ven, la derecha avanza en todo el mundo, dicen. No perciben que esa “derecha” necesita camuflarse de “libertaria” para ahondar en su vorágine anti histórica.
La cobardía de Milei al asumir este rol es indecible. Ese fue su accionar en Davos. Recriminó al gran empresariado financiero mundial por no combatir a fondo el “socialismo”. El blindaje mediático y el empleo de las tramas sociales lo presentó como alguien transgresor, que valerosamente increpaba a los regentes de las compañías que empobrecen a la humanidad. Sin embargo, en verdad los instó a hacerlo con más celeridad y determinación.
Por eso, hay quienes suponen que con su irrupción en el encuentro vertebrado por Vox -un partido bueno para defender la tauromaquia y la banderea hispana, pero sin Voz para cuestionar los intereses que forzaron la guerra en Ucrania y la invasión de Gaza- Milei hizo bailar a la Unión Europea.
Nada de eso sucedió. Él es el danzarín que agita la radicalidad bélica de Joseph Biden, de la Secretaría de Defensa de los Estados Unidos y de las empresas que desterritorializaron esa nación al punto de insertar sus intereses particulares en la administración y hundir en una emergencia humanitaria a su propio pueblo. Él es el bailaor que entrega lo más preciado al Imperio Británico y se consagra empleado del siglo: el Atlántico Sur.
Milei fue a decir a los “rebeldes” de la UE que profundicen los embates contra Eurasia y los agrupamientos continentales productivos. Lo dijo de la manera más pusilánime porque se amparó en el descrédito con que esas mismas políticas sumergieron a la OTAN en la consideración social. Invirtió los términos -allá, como acá- y se montó en la recesión inducida para aparentar una condena a las acciones que la desataron.
Sin entender esto es muy complicado aprehender el sentido de las pugnas en el orden global. Apenas se atisba la superficie, pletórica de vituperios y versiones inventadas por publicaciones de gran nombre y escasa nota. La Argentina tiene un desafío por delante que la beneficiará pero, sobre todo, hará un gran servicio al planeta. No se trata de reducir las emisiones de dióxido de carbono; se trata de sacudirse a Milei.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
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