Por Carlos Aira
Lucas González tenía 17 años. Jugador de la sexta división de Barracas Central, cuando el club rojiblanco aún militaba en la Primera Nacional. Desde pibe tuvo un sueño de fútbol. Ese sueño se fue concretando a través de los clubes. Llevaba adelante una vida sana y ordenada. Oriundo de Florencio Varela, su vida era entrenar y estudiar.
Lucas era un pibe solidario. Había jugado en Racing y Defensa y Justicia, pero como tantos pibes quedó libre y encontró su lugar en Olavarría y Luna. Tres pibes de su barrio también tenían sueños de fútbol y Lucas les consiguió una prueba. Una vez que terminó la misma volvían hacia Varela. Al volante del Volswagen Suram iba Joaquín Zúñiga, junto a él Julián Salas, Niven Huanca y el propio Lucas González. 17 de noviembre de 2021. En la esquina de Iriarte y Vélez Sársfield fueron interceptados por un coche sin identificación. Del mismo bajaron tres oficiales armados. Ante el miedo de que fueran ladrones, Zúniga aceleró para escapar. Entonces, sus perseguidores abrieron fuego. Las balas entraron al rodado y dos impactaron a Lucas González en la cabeza. La historia es conocida: Lucas fue asesinado, sus compañeros se salvaron de milagro y la Policía de la Ciudad buscó encubrir el crímen. La sociedad se aterró ante un asesinato aberrante.
Esta última semana llegó la justicia reparadora. El fallo del Tribunal Oral en lo Criminal 25 fue un alivio. El TOC condenó al inspector Gabriel Alejandro Isassi (42), el oficial mayor Juan José López (48) y el oficial Fabián Andrés Nieva (38) culpable de los cargos de «homicidio quintuplemente agravado por haber sido cometido con arma de fuego, alevosía, odio racial, por el concurso premeditado de dos o más personas y por ser integrantes de una fuerza de seguridad”. Junto a ellos, media docena de encubridores.
Sin querer entrás en la polémica del odio racial, una figura mucho más sencilla de deglutir judicialmente que el odio de clase, que generaría – sin dudas – una mayor polémica, hay un punto que pocos hicieron hincapie: la importancia de los clubes en la vida de los pibes argentinos. La vida de Lucas estuvo desde los seis años ligada a un club. Un pibe sano y vital. Sus padres recuerdan la responsabilidad que tenía con su cuerpo y las rutinas. Tenía detrás un sueño de fútbol grande al cual pocos arriban, pero la calidad de vida aprendida dentro de la vida institucional es una marca que muchos jovenes aprovechan el resto de su vida.
Miles de pibes de todas las edades y estratos sociales tienen su vida ligada al deporte a través de los clubes. Un pibe en un club es un pibe dentro de una estructura, con maestros que le permitirán aprender y sostener una vida sana. Un pibe dentro de un club es un pibe alejado de la calle y los flagelos.
Lástima que Lucas y sus amigos se encontraron con una fuerza de tarea de la Policía de la Ciudad…
¿Por cual razón han sido tan pocos los periodistas que hemos alzado la línea de Lucas y el deporte? Lucas era un ejemplo silencioso de miles de pibes argentinos que entrenan y se forman en el deporte. Un trabajo que se multiplica gracias al trabajo abnegado y silencioso de cientos de padres que se organizan y conducen clubes de barrio. De los dirigentes deportivos de clubes que invierten en divisiones inferiores de jerarquía. En nuestros clubes que buscan crecer día a día.
Estamos en un año electoral. ¿nuestros políticos son concientes de la importancia del deporte en la formación de los jóvenes? Por lo que escuchamos en boca de los candidatos: en lo más mínimo. Es más, el deporte pareciera ser que es tan sólo un espectáculo que se observa en televisión y diversas plataformas.
Hace unas semanas, el dirigente Víctor Lupo presentó en Radio Gráfica el Pacto Educativo-Deportivo. Un documento fue elaborado por el Movimiento Social del Deporte en conjunto con la Federación de Hogares de Cristo, entidad presidida por el cura villero Padre Pepe Di Paola. La necesidad de aunar deporte y el estudio a través de una dirigencia que comprenda que es necesario cambiar el paradigma de país.
“El club es un lugar de encuentro donde se desarrollan valores, hay una actividad en conjunto y donde el otro es importante porque es un compañero de equipo. Esto no ocurre ni en los playones ni en los polideportivos”, señaló Lupo.
Para los policías que lo asesinaron, Lucas González era un villero. Un potencial asesino. En verdad, era un pibe sano y vital. Los asesinos son parte de una fuerza formada donde funcionaba el Club Deportivo Español, un club que supo tener 30.000 socios y un rol social integrador inmenso en el Bajo Flores. Nada de eso quedó.
La salida para un país mejor está en la organización. Mientras tanto, el fallo que encarceló a los asesinos de Lucas en una bocanada de aire.
¡Que Lucas descansé en paz! Él y sus sueños de fútbol.
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