La reunión de la Liga Arabe. El retorno de Siria. La Declaración de Jeddah. El G7 en Hiroshima. Los atlantistas se hablan a sí mismos. Henry Kissinger: China no es hitlerista, Europa debería acercarse a Rusia, los intereses por encima de la épica, los riesgos de la Inteligencia Artificial.
Por Gabriel Fernández *
Luego de 13 años de haber padecido la exclusión de la Liga de los Estados Arabes, la República Arabe Siria, representada directamente por su presidente constitucional, el vapuleado Bashar al-Assad, volvió triunfante. Junto al reciente acercamiento entre persas y saudíes, configura un ejemplo vigoroso –no por ello poco sorprendente- de la inclinación planetaria hacia la Multipolaridad.
AGUAS ROJAS, ARENAS DORADAS. La reunión se concretó en Jeddah, ciudad ubicada sobre las orillas del Mar Rojo. La zona es un importante centro comercial y, en sintonía con los enlaces de los tiempos en desarrollo, punto de partida del peregrinaje hacia las ciudades santas de La Meca y Medina. Allí, al-Assad se dio el gusto de lanzar un discurso sobrio y contundente pero también de quitarse los auriculares y lanzarlos sobre su escritorio cuando hizo uso de la palabra el presidente ucraniano Volodímir Oleksándrovych Zelenski .
¿Qué hacía Zelenski allí? Sin que mediara invitación, fue insertado a modo de contrapeso político por el atlantismo, a través de contactos internos que perviven en la inicua monarquía saudita. Un intento de forzar fotos y videos en los medios concentrados para evitar la evidencia de la plena victoria de los emergentes. El triste payaso de Kiev pudo ingresar, pero se le concedieron apenas un puñado de minutos que utilizó para saludar. Eso fue todo, pero la inteligencia anglosajona logró su objetivo visual.
Los cruces no terminaron ahí. La historia de la Liga en cuestión se despliega en este presente; lo condiciona. Creada el 26 de mayo de 1945, nunca logró una amalgama que la potenciara como Unión o Asociación debido a los ostensibles desacuerdos e intereses contrastantes, todos ellos apuntalados por poderes internos pero muy especialmente por la incidencia británica y norteamericana.
Mal que bien integra a los países del Magreb y Oriente Próximo, región con extraordinarios recursos naturales que en lugar de constituir la base de sólidas economías ha sido fuente de tremendos contrastes para hacerse de los mismos. Su sede se encuentra en El Cairo, la trascendente capital egipcia. Desde su origen hasta el presente la Liga ha vivido jaqueada por temas cuasi irresolubles como las exigencias palestinas y el emerger de Israel, la presencia de bandas armadas y las luchas intestinas en cada nación, el precio del petróleo y los volúmenes de extracción.
Todos esos dilemas han contado con la participación externa de las grandes potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial. Con excepciones, no han sido presencias benéficas. Cada una de ellas, incluida la Unión Soviética, ha priorizado los propios intereses por sobre los de los genuinos propietarios de las riquezas. De tal modo, la Liga se constituyó en caja de resonancia de los conflictos y rara vez en un foro destinado a la solución de los mismos. Es posible detectar, en esta electrizante actualidad, el desplazamiento de otro estilo, menos beligerante. Hay un Dragón que se siente cómodo en el desierto.
La presencia de Bashar al-Assad fue vitoreada por la mayoría, mientras que Argelia, Irak y Egipto, entre otros, dieron a conocer su fastidio por el ingreso de Zelenski. A tal punto que cuando se enteró del mismo, el presidente de Argelia, Abdelmajid Tebboune, desistió de participar y envió un delegado. Lo mismo hicieron los Emiratos Arabes Unidos –que se han emperrado en el nuevo curso de acción y no quieren meter las narices en Ucrania pese a la presión de los Estados Unidos– y Kuwait, mostrando que los Al-Sabah, entronizados vergonzosamente por los ingleses, siguen siendo unos salteadores que solo miran el propio destino.
Esas son referencias de valor: que semejante caterva de oportunistas se distancien de las órdenes anglosajonas tras décadas de alinearse sin dudar, habla a las claras de la nueva relación de fuerzas. Ahora, están negociando su petróleo en yuanes con el coloso asiático y concretando sus proyectos de construcciones fantásticas primordialmente destinadas al turismo y el esparcimiento con respaldo multipolar. Para que la esplendente realidad no ciegue una historia infausta –el sol brillando sobre la arena- este periodista quiere remarcar que Kuwait debería ser, como indicó Saddam Hussein, una provincia iraquí.
Durante el encuentro de la Liga la mayoría de los asistentes enfatizaron la necesidad de hallar una urgente solución que garantice el derecho del pueblo palestino sobre su tierra. Al-Assad presentó un discurso donde además de realzar la importancia de la seguridad en la zona, evaluó que el reingreso de su patria implica el comienzo de una era de solidaridad regional frente a un Occidente “vacío de principios y valores“.
Su postura fue refrendada por Arabia Saudita –“esperamos que este regreso ponga fin a la crisis política”-, Jordania –“ahora podemos terminar con la crisis siria, de un costo muy alto”-, Irak – “reforzará el principio de integración árabe y cambiará los focos de poder del mundo oriental”-, Egipto –“gran impulso amparado por la ONU”-, Líbano –“siempre nos opusimos a la exclusión de Siria”-, entre otros. ¿Quién se opuso? Básicamente, Qatar, que se viene presentando como el país de confianza para Occidente.
NOSOTROS MISMOS. De allí surgió la Declaración de Jeddah. La misma contiene 32 puntos que los presentes consideraron esenciales para el mundo árabe y aborda el tema palestino, la realidad siria, la situación libanesa, el acercamiento con Irán. También, las negociaciones de paz para poner fin al conflicto entre Ejército y paramilitares en Sudán, así como el avance de las conversaciones en Yemen, aceleradas, que han registrado este año un avance con el intercambio de unos 900 prisioneros de guerra.
Al presentar el documento, el secretario general de la Liga Árabe, Ahmed Aboul Gheit (ex canciller egipcio), subrayó la determinación de resolver los problemas “por nosotros mismos, sin la visión de las potencias externas”.
Vale aproximarse en profundidad. La Declaración, en síntesis, plantea:
Concretar un futuro que satisfaga las esperanzas y las aspiraciones de los pueblos con el objetivo de lograr beneficios comunes para la región sin injerencias extranjeras.
Un rechazo a la ocupación israelí y sus repetidos ataques y violaciones; un llamado a la comunidad internacional a asumir sus responsabilidades y detener los crímenes de Tel Aviv; intensificar los esfuerzos para llegar a una solución integral y justa de la causa palestina.
La urgencia de un alto al fuego en Sudán y la reafirmación de apoyo a la estabilidad y las aspiraciones del pueblo de Yemen fueron asuntos presentes en el comunicado.
Instar a los sectores enfrentados en Líbano a entablar un diálogo para elegir un presidente que satisfaga las aspiraciones del pueblo y adoptar las reformas necesarias para sacar a la nación de su crisis.
El cese de la injerencia extranjera en los asuntos internos de los países árabes y el completo rechazo al apoyo a la formación de grupos armados y milicias fuera del ámbito de las instituciones estatales.
En el orden económico, la importancia de invertir en tecnología para lograr un renacimiento industrial y agrícola árabe integral, además de sostener las cadenas de suministro de productos alimenticios básicos y elevar el nivel de compromiso del sector cultural hacia los objetivos del desarrollo sostenible.
Con respecto a Sudán, llama a la calma y al diálogo para aliviar el sufrimiento de ese pueblo e impedir toda injerencia externa que alimente el conflicto.
En cuanto a Yemen, subraya la necesidad garantizar su seguridad y estabilidad y llama a apoyar los esfuerzos regionales y de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para alcanzar una solución política integral.
PATALETA COLONIAL. Con este panorama, las corporaciones que controlan el bloque anglosajón y canalizan sus decisiones a través de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no dan abasto con las quejas y pataleos.
Por un lado siguen cuestionando el acercamiento de Arabia Saudita con Irán –“Teherán no tiene voluntad de negociación” evaluó el Departamento de Estado-, por otro, el reingreso de Siria a la Liga –“Damasco no lo merece” expresó el mismo Departamento-, la decisión saudita de recortar la producción petrolera –“deplorable” expresó el gobierno de Washigton-, la creciente del yuan en desmedro del dólar –“No es una moneda merecedora de ser incluida entre las divisas más importantes” apuntó el Fondo Monetario Internacional-.
Como observará, lector, ante las dificultades para esgrimir argumentos concretos que evidencien poderío, el viejo Centro acude a caracterizaciones morales de escueta reverberancia en el ámbito económico. Demás está indicar que la repercusión de las decisiones de la Liga fue satisfactoria en Beijing y en Moscú.
UNA CIUDAD, UN MENSAJE. Apenas horas después del encuentro árabe se congregaron las naciones que forman el Grupo de los 7 ¡en Hiroshima! Allí, sus presidentes resolvieron insistir en la postura belicista que vienen impulsando muy especialmente desde el retorno del atlantismo al gobierno estadounidense y el disciplinamiento alcanzado sobre la Unión Europea (UE). También estuvo presente el siniestro payaso de Kiev, para cumplir con el guión de pedido de ayuda que justifica la decisión occidental de obligar a Ucrania a extender la contienda.
Vale repasar el documento final suscripto por Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y los Estados Unidos:
El G7 resolvió
El apoyo continuado a Ucrania en la guerra contra Rusia, el desacople comercial de China y la tensión en el estrecho de Taiwán.
Condena a la guerra iniciada por Rusia en la vecina Ucrania, que representa una amenaza para el orden internacional.
Seguir apoyando a Kiev durante el tiempo que sea necesario, tanto desde el punto de vista diplomático como financiero, humanitario y militar.
Pedir a China que medie en la guerra para que Rusia retire de forma inmediata sus tropas rusas del territorio del país vecino y cese el conflicto.
Mostrar su grave preocupación por las acciones desestabilizadoras de Irán, especialmente la transferencia a Rusia de drones armados.
Pedir a China que cese en sus demandas de soberanía injustificadas en la zona del mar de China Oriental y que resuelva las tensiones en torno a Taiwán por la vía pacífica.
Llamar a construir relaciones constructivas con China mientras reducen sus excesivas dependencias de abastecimiento de Beijing.
Destacar su preocupación por las prácticas ajenas al comercio internacional de China en su posición dominante como exportador.
Comprometerse a contrarrestar prácticas maliciosas, como la transferencia de tecnología ilegítima o la divulgación de datos.
Reafirmar su compromiso por la consecución de un mundo libre de armas nucleares y la no proliferación atómica.
Dar la bienvenida a los pasos dados para una exportación responsable y efectiva de materiales y tecnologías con potencial uso militar.
Pedir más sanciones a las Naciones Unidas sobre Corea del Norte por su volumen sin precedentes de lanzamientos de misiles en 2022.
Comprometerse a tomar las medidas necesarias para garantizar la estabilidad financiera ante transformaciones como la digitalización bancaria y la proliferación de criptoactivos.
Los bancos centrales de los países miembros ajustarán sus políticas para atajar el alto nivel de la inflación.
Apoyar a las economías pequeñas y medias en sus problemas de deuda y considerar sus vulnerabilidades para favorecer su crecimiento.
Comprometerse a aportar 21.000 millones de dólares para paliar crisis humanitarias como los problemas de abastecimiento alimentaria y la vulnerabilidad de las mujeres.
Promover una reconfiguración de las cadenas de suministro para volver más resilientes y diversas para hacerlas más justas.
Mostrarse favorables a fortalecer sus alianzas con potencias emergentes para contribuir a la construcción de esa nueva estructura de las cadenas de suministro y ayudar a su desarrollo.
Comprometerse a trabajar para crear un marco normativo para las Inteligencias Artificiales generativas para evitar los riesgos que conlleva su rápida expansión desregulada.
Mantenerse firmes en el compromiso del Acuerdo de París, limitando a 1,5 °C el aumento de la temperatura global.
Lograr una transformación verde y alcanzar unas emisiones netas de gases de efecto invernadero cero para 2050.
Abordar de manera integral la seguridad energética, la crisis climática y los riesgos geopolíticos para hacer frente a la actual crisis energética provocada por la invasión rusa de Ucrania.
Subrayar la eliminación de combustibles fósiles.
Continuar esfuerzos para abordar problemas de seguridad alimentaria mundial.
Renovar su compromiso con para crear un sistema de salud mundial centrado en combatir futuras emergencias sanitarias, como pandemias, y reducir su impacto.
Revertir la primera disminución mundial de la esperanza de vida en más de siete décadas a través de la cobertura global sanitaria.
Comprometerse con la igualdad de género y el empoderamiento de mujeres y niñas.
Trabajar para la inclusión de los colectivos LGTB+.
Los organizadores invitaron al presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva. El vecino rechazó una reunión bilateral con Zelenski y concretó dos: con la titular del FMI, Kristalina Georgieva, y con el presidente francés Emmanuel Macron. En ambas cuestionó el rol del organismo y realzó las necesidades de las naciones endeudadas, con especial énfasis en la situación argentina, país al que calificó como esencial para el equilibrio regional. También habló en la sesión plenaria. Habló y dijo: “El endeudamiento externo de muchos países, que victimizó a Brasil en el pasado y hoy destroza a Argentina, es causa de una flagrante y creciente desigualdad, y requiere un tratamiento del FMI que considere las consecuencias sociales de las políticas de ajuste”.
Como percibirán los amigos avispados, resultaba pertinente publicar completas las resoluciones de tan distinguido grupo. Grupo que no escucha a Lula, a Xi Jnping, mucho menos a Vladimir Putin… pero tampoco a Henry Kissinger.
HENRY KISSINGER. A sabiendas del interés del lector de Fuentes Seguras por los materiales de fondo, este periodista resolvió incluir en la edición presente la entrevista publicada cuatro días atrás por The Economist al legendario estratega norteamericano. Es que no tiene desperdicio. Si en esta ocasión alguien estima excesiva la extensión de nuestra columna, es válido recordarle que hay todo un mundo comunicacional pletórico de textos breves y twits llamativos. Quien se zambulla aquí, lo agradecerá.
Leamos juntos.
Henry Kissinger explica cómo evitar la tercera guerra mundial
Estados Unidos y China deben aprender a vivir juntos. tienen menos de diez años *
En Beijing han llegado a la conclusión de que Estados Unidos hará cualquier cosa para mantener a China a raya. En Washington insisten en que China está tramando suplantar a Estados Unidos como primera potencia mundial. Para un análisis aleccionador de este creciente antagonismo -y un plan para evitar que provoque una guerra entre superpotencias- visité el piso 33 de un edificio Art Decó en el centro de Manhattan, el despacho de Henry Kissinger.
El 27 de mayo Kissinger cumplirá 100 años. Nadie vivo tiene más experiencia en asuntos internacionales, primero como estudioso de la diplomacia del siglo XIX, más tarde como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado de Estados Unidos, y durante los últimos 46 años como asesor y emisario de monarcas, presidentes y primeros ministros. Kissinger está preocupado. “Ambas partes se han convencido de que la otra representa un peligro estratégico”, afirma. “Vamos camino de una confrontación entre grandes potencias”.
A finales de abril, The Economist habló con Kissinger durante más de ocho horas sobre cómo evitar que la contienda entre China y Estados Unidos desembocara en una guerra. Actualmente está encorvado y camina con dificultad, pero su mente es aguda como una aguja. Mientras contempla sus dos próximos libros, sobre inteligencia artificial (IA) y la naturaleza de las alianzas, sigue más interesado en mirar hacia delante que en rememorar el pasado.
Kissinger está alarmado ante la creciente competencia entre China y Estados Unidos por la preeminencia tecnológica y económica. Incluso mientras Rusia cae en la órbita de China y la guerra ensombrece el flanco oriental de Europa, teme que la IA esté a punto de sobrealimentar la rivalidad sino-estadounidense. En todo el mundo, el equilibrio de poder y la base tecnológica de la guerra están cambiando tan rápidamente y de tantas maneras que los países carecen de un principio establecido sobre el que puedan establecer el orden. Si no encuentran ninguno, pueden recurrir a la fuerza. “Estamos en la clásica situación anterior a la primera guerra mundial”, dice, “en la que ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier alteración del equilibrio puede tener consecuencias catastróficas”.
ESTUDIAR LA GUERRA. El Sr. Kissinger es vilipendiado por muchos como belicista por su participación en la guerra de Vietnam, pero considera que el objetivo de su vida es evitar el conflicto entre las grandes potencias. Tras ser testigo de la carnicería causada por la Alemania nazi y sufrir el asesinato de 13 parientes cercanos en el Holocausto, se convenció de que la única forma de evitar un conflicto ruinoso es una diplomacia obstinada, idealmente fortificada por valores compartidos. “Este es el problema que hay que resolver”, afirma. “Y creo que me he pasado la vida intentando resolverlo”. En su opinión, el destino de la humanidad depende de que Estados Unidos y China puedan llevarse bien. Cree que el rápido progreso de IA, en particular, les deja sólo entre cinco y diez años para encontrar un camino.
Kissinger da algunos consejos iniciales a los aspirantes a líderes: “Identifica dónde estás. Sin piedad”. Con ese espíritu, el punto de partida para evitar la guerra es analizar la creciente inquietud de China. A pesar de su reputación de conciliador con el gobierno de Beijing, reconoce que muchos pensadores chinos creen que Estados Unidos está en declive y que, “por tanto, como resultado de una evolución histórica, acabarán suplantándonos”.
Cree que a los dirigentes chinos les molesta que los responsables políticos occidentales hablen de un orden mundial basado en normas, cuando lo que realmente quieren decir es las normas y el orden de Estados Unidos. Los dirigentes chinos se sienten insultados por lo que consideran un trato condescendiente ofrecido por Occidente, de conceder privilegios a China si se comporta (seguramente piensan que los privilegios deberían ser suyos por derecho, como potencia emergente). De hecho, algunos en China sospechan que Estados Unidos nunca la tratará como a un igual y que es una tontería imaginar que podría hacerlo.
Sin embargo, Kissinger también advierte del peligro de malinterpretar las ambiciones de China. En Washington, “dicen que China quiere dominar el mundo… La respuesta es que [en China] quieren ser poderosos”, afirma. “No se dirigen a la dominación mundial en un sentido hitleriano”, afirma. “No es así como piensan ni han pensado nunca en el orden mundial”.
En la Alemania nazi, la guerra era inevitable porque Adolf Hitler la necesitaba, afirma Kissinger, pero China es diferente. Ha conocido a muchos líderes chinos, empezando por Mao Zedong. No dudó de su compromiso ideológico, pero éste siempre ha estado unido a un agudo sentido de los intereses y capacidades de su país.
Kissinger considera que el sistema chino es más confuciano que marxista. Eso enseña a los dirigentes chinos a alcanzar la máxima fuerza de la que su país es capaz y a tratar de ser respetados por sus logros. Los dirigentes chinos quieren ser reconocidos como los jueces definitivos del sistema internacional para sus propios intereses. “Si lograran una superioridad realmente utilizable, ¿la llevarían hasta el punto de imponer la cultura china?”, se pregunta. “No lo sé. Mi instinto es No…[Pero] creo que está en nuestra capacidad evitar que se produzca esa situación mediante una combinación de diplomacia y fuerza.”
Una respuesta natural de Estados Unidos al desafío de la ambición china es sondearla, como forma de identificar cómo mantener el equilibrio entre ambas potencias. Otra es establecer un diálogo permanente entre China y Estados Unidos. China “está intentando desempeñar un papel global. Tenemos que evaluar en cada momento si las concepciones de un papel estratégico son compatibles”. Si no lo son, entonces surgirá la cuestión de la fuerza. “¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Yo pensaba y sigo pensando que sí”. Pero reconoce que el éxito no está garantizado. “Puede fracasar”, afirma. “Y, por tanto, tenemos que ser militarmente lo bastante fuertes para soportar el fracaso”.
La prueba urgente es cómo se comportan China y Estados Unidos respecto a Taiwán. Kissinger recuerda cómo, en la primera visita de Richard Nixon a China en 1972, sólo Mao tenía autoridad para negociar sobre la isla. “Cada vez que Nixon planteaba un tema concreto, Mao decía: ‘Yo soy filósofo. No me ocupo de estos temas. Deja que Zhou [Enlai] y Kissinger lo discutan’… Pero cuando se trataba de Taiwán, era muy explícito. Dijo: ‘Son un puñado de contrarrevolucionarios. No los necesitamos ahora. Podemos esperar 100 años. Algún día los pediremos. Pero falta mucho’”.
El Sr. Kissinger cree que el entendimiento forjado entre Nixon y Mao fue anulado después de sólo 50 de esos 100 años por Donald Trump. Quería inflar su imagen de dureza arrancando concesiones a China en materia de comercio. En política, la administración Biden ha seguido el ejemplo de Trump, pero con una retórica liberal.
Kissinger no habría elegido este camino con respecto a Taiwán, porque una guerra al estilo ucraniano destruiría la isla y devastaría la economía mundial. La guerra también podría hacer retroceder a China internamente, y el mayor temor de sus líderes sigue siendo la agitación interna.
El miedo a la guerra crea motivos para la esperanza. El problema es que ninguna de las partes tiene mucho margen para hacer concesiones. Todos los líderes chinos han afirmado la conexión de su país con Taiwán. Al mismo tiempo, sin embargo, “tal y como han evolucionado las cosas ahora, no es una cuestión sencilla para Estados Unidos abandonar Taiwán sin socavar su posición en otros lugares”.
Para salir de este callejón sin salida, Kissinger se basa en su experiencia en el cargo. Empezaría por rebajar la temperatura, y luego, gradualmente, construiría confianza y una relación de trabajo. En lugar de enumerar todos sus agravios, el presidente estadounidense diría a su homólogo chino: “Señor Presidente, los dos mayores peligros para la paz en estos momentos somos nosotros dos. En el sentido de que tenemos la capacidad de destruir a la humanidad”. China y Estados Unidos, sin anunciar nada formalmente, se propondrían practicar la moderación.
A Kissinger, que nunca ha sido partidario de las burocracias políticas, le gustaría ver a un pequeño grupo de asesores, con fácil acceso entre sí, trabajando juntos tácitamente. Ninguna de las partes cambiaría fundamentalmente su posición respecto a Taiwán, pero Estados Unidos tendría cuidado con el despliegue de sus fuerzas e intentaría no alimentar la sospecha de que apoya la independencia de la isla.
El segundo consejo de Kissinger a los aspirantes a líderes es: “Definir objetivos que puedan alistar a la gente. Encontrar medios, medios descriptibles, de alcanzar esos objetivos”. Taiwán sería sólo la primera de varias áreas en las que las superpotencias podrían encontrar un terreno común y así fomentar la estabilidad mundial.
En un reciente discurso, Janet Yellen, Secretaria del Tesoro estadounidense, sugirió que entre ellas se incluyeran el cambio climático y la economía. Kissinger se muestra escéptico sobre ambas cuestiones. Aunque está “totalmente a favor” de la acción sobre el clima, duda que pueda hacer mucho para crear confianza o ayudar a establecer un equilibrio entre las dos superpotencias. En cuanto a la economía, el peligro es que la agenda comercial sea secuestrada por los halcones que no están dispuestos a dar a China ningún margen de desarrollo.
Esa actitud de todo o nada es una amenaza para la búsqueda más amplia de la distensión. Si Estados Unidos quiere encontrar una forma de convivir con China, no debería buscar un cambio de régimen. El Sr. Kissinger recurre a un tema presente en su pensamiento desde el principio. “En toda diplomacia de la estabilidad tiene que haber algún elemento del mundo del siglo XIX”, afirma. “Y el mundo del siglo XIX se basaba en la proposición de que la existencia de los estados que lo disputaban no estaba en cuestión”.
Algunos estadounidenses creen que una China derrotada se volvería democrática y pacífica. Sin embargo, por mucho que Kissinger prefiriera que China se convirtiera en una democracia, no ve precedentes de ese resultado. Lo más probable es que un colapso del régimen comunista condujera a una guerra civil que se endureciera hasta convertirse en un conflicto ideológico y no hiciera sino aumentar la inestabilidad mundial. “No nos interesa llevar a China a la disolución”, afirma.
En lugar de atrincherarse, Estados Unidos tendrá que reconocer que China tiene intereses. Un buen ejemplo es Ucrania.
El presidente chino, Xi Jinping, se ha puesto en contacto recientemente con Volodymyr Zelensky, su homólogo ucraniano, por primera vez desde que Rusia invadió Ucrania en febrero del año pasado. Muchos observadores han tachado la llamada de Xi de gesto vacío destinado a aplacar a los europeos, que se quejan de que China está demasiado cerca de Rusia. Por el contrario, Kissinger lo ve como una declaración de intenciones seria que complicará la diplomacia en torno a la guerra, pero que también puede crear precisamente el tipo de oportunidad para construir la confianza mutua de las superpotencias.
Kissinger comienza su análisis condenando al presidente ruso, Vladimir Putin. “Al final, Putin cometió un error de juicio catastrófico”, afirma. Pero Occidente no está libre de culpa. “Creo que la decisión de… dejar abierta la adhesión de Ucrania a la OTAN fue muy equivocada”. Fue desestabilizador, porque la promesa de protección de la OTAN sin un plan para llevarla a cabo dejaba a Ucrania mal defendida, al tiempo que garantizaba la ira no sólo de Putin, sino también de muchos de sus compatriotas.
La tarea ahora es poner fin a la guerra, sin preparar el terreno para la siguiente ronda de conflictos. Kissinger dice que quiere que Rusia ceda la mayor parte posible del territorio que conquistó en 2014, pero la realidad es que en cualquier alto el fuego es probable que Rusia conserve Sebastopol (la ciudad más grande de Crimea y la principal base naval rusa en el Mar Negro), como mínimo. Un acuerdo de este tipo, en el que Rusia pierde algunas conquistas pero conserva otras, podría dejar tanto a una Rusia insatisfecha como a una Ucrania insatisfecha.
En su opinión, es una receta para futuros enfrentamientos. “Lo que dicen ahora los europeos es, en mi opinión, peligrosísimo”, afirma. “Porque los europeos están diciendo: ‘No los queremos en la OTAN, porque son demasiado arriesgados. Y por lo tanto, les armaremos hasta los dientes y les daremos las armas más avanzadas’”. Su conclusión es tajante: “Ahora hemos armado a Ucrania hasta el punto de que será el país mejor armado y con los dirigentes menos experimentados estratégicamente de Europa”.
Para establecer una paz duradera en Europa es necesario que Occidente dé dos saltos de imaginación. El primero es que Ucrania se una a la OTAN, como medio de contenerla, además de protegerla. El segundo es que Europa diseñe un acercamiento a Rusia, como forma de crear una frontera oriental estable.
Es comprensible que muchos países occidentales se opongan a uno u otro de estos objetivos. Con China implicada, como aliada de Rusia y oponente de la OTAN, la tarea será aún más difícil. China tiene un interés primordial en que Rusia salga intacta de la guerra de Ucrania. Xi no sólo tiene una asociación “sin límites” con Putin que cumplir, sino que un colapso de Moscú supondría un problema para China, ya que crearía un vacío de poder en Asia Central que correría el riesgo de llenarse con una “guerra civil de tipo sirio”.
Tras la llamada de Xi a Zelensky, Kissinger cree que China podría estar posicionándose para mediar entre Rusia y Ucrania. Como uno de los arquitectos de la política que enfrentó a Estados Unidos y China con la Unión Soviética, duda de que China y Rusia puedan trabajar bien juntas. Es cierto que comparten el recelo hacia Estados Unidos, pero también cree que desconfían instintivamente el uno del otro. “Nunca he conocido a un dirigente ruso que haya hablado bien de China”, afirma. “Y yo nunca he conocido a un líder chino que dijera algo bueno de Rusia”. No son aliados naturales.
Los chinos han entrado en la diplomacia sobre Ucrania como expresión de su interés nacional, afirma Kissinger. Aunque se niegan a tolerar la destrucción de Rusia, reconocen que Ucrania debe seguir siendo un país independiente y han advertido contra el uso de armas nucleares. Puede que incluso acepten el deseo de Ucrania de unirse a la OTAN. “China hace esto, en parte, porque no quiere entrar en conflicto con Estados Unidos”, afirma. “Están creando su propio orden mundial, en la medida en que pueden”.
El segundo ámbito en el que China y Estados Unidos tienen que hablar es la IA. “Estamos en los inicios de una capacidad en la que las máquinas podrían imponer la peste global u otras pandemias”, dice, “no sólo nucleares, sino de cualquier campo de destrucción humana”.
Reconoce que ni siquiera los expertos en Inteligencia Artificial saben cuáles serán sus capacidades (a juzgar por nuestras conversaciones, transcribir un acento alemán marcado y grave está todavía fuera de su alcance). Pero Kissinger cree que la inteligencia artificial se convertirá en un factor clave de la seguridad dentro de cinco años. Compara su potencial perturbador con la invención de la imprenta, que difundió ideas que contribuyeron a provocar las devastadoras guerras de los siglos XVI y XVII.
“Vivimos en un mundo de una destructividad sin precedentes”, advierte Kissinger. A pesar de la doctrina de que debe haber un humano en el bucle, pueden crearse armas automáticas e imparables. “Si nos fijamos en la historia militar, podemos decir que nunca ha sido posible destruir a todos tus adversarios, debido a las limitaciones geográficas y de precisión. [Ahora] no hay limitaciones. Todo adversario es vulnerable al 100%”.
La IA no puede abolirse. Por tanto, China y Estados Unidos tendrán que aprovechar su poder militar hasta cierto punto, como elemento disuasorio. Pero también pueden limitar la amenaza que representa, del mismo modo que las conversaciones sobre el control de armamentos limitaron la amenaza de las armas nucleares. “Creo que tenemos que empezar a intercambiar sobre el impacto de la tecnología en los demás”, afirma. “Tenemos que dar pasos de bebé hacia el control de armas, en los que cada parte presente a la otra material controlable sobre capacidades”. De hecho, cree que las propias negociaciones podrían ayudar a crear la confianza mutua que permita a las superpotencias practicar la moderación. El secreto está en unos líderes lo bastante fuertes y sabios como para comprender que no hay que llevar la IA al límite. “Y si luego confías enteramente en lo que puedes conseguir mediante el poder, es probable que destruyas el mundo”.
El tercer consejo de Kissinger para los aspirantes a líderes es “vincular todo esto a sus objetivos internos, sean cuales sean”. Para Estados Unidos, eso implica aprender a ser más pragmático, centrarse en las cualidades del liderazgo y, sobre todo, renovar la cultura política del país.
El modelo de pensamiento pragmático de Kissinger es India. Recuerda un acto en el que un antiguo administrador indio de alto nivel explicó que la política exterior debería basarse en alianzas no permanentes adaptadas a los problemas, en lugar de atar a un país a grandes estructuras multilaterales.
Este enfoque transaccional no es natural en Estados Unidos. El tema que recorre la épica historia de las relaciones internacionales del Sr. Kissinger, en su libro “Diplomacy”, es que Estados Unidos insiste en describir todas sus principales intervenciones exteriores como expresiones de su destino manifiesto de rehacer el mundo a su propia imagen como sociedad libre, democrática y capitalista.
El problema para Kissinger es el corolario, que consiste en que los principios morales anulan con demasiada frecuencia los intereses, incluso cuando no producen cambios deseables. Reconoce que los derechos humanos son importantes, pero no está de acuerdo con situarlos en el centro de su política. La diferencia está entre imponerlos o decir que afectarán a las relaciones, pero la decisión es suya.
“Intentamos [imponerlos] en Sudán”, señala. “Mira Sudán ahora”. De hecho, la insistencia visceral en hacer lo correcto puede convertirse en una excusa para no pensar en las consecuencias de la política, afirma. Según Kissinger, las personas que quieren utilizar el poder para cambiar el mundo suelen ser idealistas, aunque los realistas suelen estar más dispuestos a utilizar la fuerza.
India es un contrapeso esencial al creciente poder de China. Pero también tiene un historial cada vez peor de intolerancia religiosa, parcialidad judicial y una prensa amordazada. Una de las implicaciones -aunque Kissinger no lo comentó directamente- es que India será, por tanto, una prueba de si Estados Unidos puede ser pragmático. Japón será otra. Las relaciones serán tensas si, como predice Kissinger, Japón toma medidas para conseguir armas nucleares en un plazo de cinco años. Con un ojo puesto en las maniobras diplomáticas que más o menos mantuvieron la paz en el siglo XIX, espera que Gran Bretaña y Francia ayuden a Estados Unidos a pensar estratégicamente sobre el equilibrio de poder en Asia.
SE BUSCAN GRANDES ZAPATEROS. El liderazgo también es importante. Kissinger cree desde hace tiempo en el poder de los individuos. Franklin D. Roosevelt fue lo bastante previsor como para preparar a unos Estados Unidos aislacionistas para lo que él consideraba una guerra inevitable contra las potencias del Eje. Charles de Gaulle hizo que Francia creyera en el futuro. John F. Kennedy inspiró a una generación. Otto von Bismarck dirigió la unificación alemana y gobernó con destreza y moderación, pero su país sucumbió a la fiebre de la guerra tras su derrocamiento.
Kissinger reconoce que las noticias 24 horas y las redes sociales dificultan su estilo de diplomacia. “No creo que un presidente de hoy pudiera enviar un emisario con los poderes que yo tenía”, afirma. Pero argumenta que agonizar sobre si un camino a seguir es siquiera posible sería un error. “Si nos fijamos en los líderes a los que he respetado, no se hicieron esa pregunta. Se preguntaban: ‘¿Es necesario?´”.
Recuerda el ejemplo de Winston Lord, miembro de su equipo en la administración Nixon. “Cuando intervenimos en Camboya, quiso dimitir. Y yo le dije: ‘Puedes renunciar y marchar por aquí llevando una pancarta. O puedes ayudarnos a resolver la guerra de Vietnam’. Y decidió quedarse… Lo que necesitamos es gente que tome esa decisión: que viva en esta época y quiera hacer algo al respecto, aparte de compadecerse de sí misma”.
El liderazgo refleja la cultura política de un país. A Kissinger, como a muchos republicanos, le preocupa que la educación estadounidense se centre en los momentos más oscuros del país. “Para tener una visión estratégica necesitas tener fe en tu país”, afirma. Se ha perdido la percepción compartida de la valía de Estados Unidos.
También se queja de que los medios de comunicación carecen de sentido de la proporción y del juicio. Cuando él estaba en el cargo, la prensa era hostil, pero él seguía dialogando con ellos. “Me volvían loco”, dice. “Pero eso formaba parte del juego… no eran injustos”. Hoy, en cambio, dice que los medios no tienen ningún incentivo para ser reflexivos. “Mi tema es la necesidad de equilibrio y moderación. Institucionalizar eso. Ese es el objetivo”.
Lo peor de todo, sin embargo, es la propia política. Cuando Kissinger vino a Washington, los políticos de los dos partidos cenaban juntos habitualmente. Se llevaba bien con George McGovern, candidato demócrata a la presidencia. Para un asesor de seguridad nacional del otro bando eso sería improbable hoy en día, cree. Gerald Ford, que asumió el cargo tras la dimisión de Nixon, era el tipo de persona en la que sus oponentes podían confiar para actuar decentemente. Hoy, cualquier medio se considera aceptable.
“Creo que Trump y ahora Biden han llevado [la animosidad] al límite”, afirma Kissinger. Teme que una situación como la del Watergate pueda desembocar en violencia y que Estados Unidos carezca de liderazgo. “No creo que Biden pueda servir de inspiración y… espero que los republicanos puedan presentar a alguien mejor”, afirma. “No es un gran momento histórico”, lamenta, “pero la alternativa es la abdicación total”.
Estados Unidos necesita desesperadamente un pensamiento estratégico a largo plazo, opina. “Ése es nuestro gran reto, que debemos resolver. Si no lo hacemos, las predicciones de fracaso se demostrarán ciertas”.
Si el tiempo apremia y falta liderazgo, ¿dónde quedan las perspectivas de que China y Estados Unidos encuentren una forma de convivir en paz?
“Todos tenemos que admitir que estamos en un mundo nuevo”, afirma Kissinger, “pues cualquier cosa que hagamos puede salir mal. Y no hay un rumbo garantizado”. Aun así, dice sentir esperanza. “Mire, mi vida ha sido difícil, pero eso da pie al optimismo. Y la dificultad también es un reto. No debería ser siempre un obstáculo”.
Subraya que la humanidad ha dado pasos de gigante. Es cierto que ese progreso se ha producido a menudo tras terribles conflictos -después de la Guerra de los Treinta Años, las guerras napoleónicas y la segunda guerra mundial, por ejemplo-, pero la rivalidad entre China y Estados Unidos podría ser diferente. La historia sugiere que, cuando dos potencias de este tipo se enfrentan, el resultado normal es un conflicto militar. “Pero ésta no es una circunstancia normal”, argumenta Kissinger, “debido a la destrucción mutua asegurada y a la Inteligencia Artificial”.
“Creo que es posible crear un orden mundial sobre la base de reglas a las que podrían unirse Europa, China e India, y eso ya es una buena porción de la humanidad. Así que si nos fijamos en lo práctico, puede acabar bien o al menos puede acabar sin catástrofes y podemos progresar”.
Esa es la tarea de los líderes de las superpotencias actuales. “Immanuel Kant dijo que la paz llegaría o a través del entendimiento humano o a través de una catástrofe”, explica Kissinger. “Pensaba que se produciría a través de la razón, pero no podía garantizarlo. Eso es más o menos lo que yo pienso”.
Así pues, los líderes mundiales tienen una gran responsabilidad. Necesitan realismo para afrontar los peligros que se avecinan, visión para ver que la solución está en lograr un equilibrio entre las fuerzas de sus países y moderación para abstenerse de utilizar al máximo sus poderes ofensivos. “Se trata de un reto sin precedentes y de una gran oportunidad”, afirma Kissinger.
El futuro de la humanidad depende de que lo hagamos bien. Bien entrada la cuarta hora de la conversación del día, y a pocas semanas de la celebración de su cumpleaños, Kissinger añade con su brillo característico: “No estaré para verlo de ninguna de las maneras”.
LOS ÁRBOLES Y LOS AUTOS. Suficiente por hoy ¿no? Ahora, unos mates y a pensar sobre lo apuntado. El fresco ha llegado y da para observar sin prisas el movimiento de las copas de los árboles aunque también el andar de los vehículos. Este narrador sugiere enfocar para el realce dos apreciaciones significativas del pensador del Norte: la sugerencia de una aproximación europea a la Federación de Rusia y la de utilizar el realismo en los vínculos internacionales. Mientras tanto, es probable que todos utilicemos buena parte del tiempo para reflexionar, con un leve temblor en el corazón, acerca de las perspectivas de la Inteligencia Artificial.
Quién sabe; quizás sea un error transformar esa inquietud en prioridad absoluta. Hay varios asuntos que se pueden empezar a resolver en los próximos meses. Parece pertinente identificar los ejes.
¿Y el título? Un sutil proverbio árabe.
- Area Periodística Radio Gráfica / Director La Señal Medios / Sindical Federal
- Henry Kissinger explains how to avoid world war three.America and China must learn to live together. They have less than ten years
Pinturas y escultura Salvador Dalí.
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