Por Carlos Aira (*)
Ahí está. Se llama Lionel Andrés Messi. El futbolista más trascendente del siglo 21. Pero a ese muchacho de 35 años poco le importan todos los títulos que recolectó en su larga trayectoria. Nada vale más que un campeonato del Mundo con la albiceleste. Porque es el sueño del pibe; y esos sueños no se compran con petrodólares.
Ahí está Lionel Messi. Disputando ante Holanda el mejor de sus 169 partidos con la camiseta argentina. ¿Por qué? Porque ejerció con maestría su capitanía comandante: la habilitación a Nahuel Molina Lucero es propia de un elegido. Pero no sólo eso: se enfrentó con el árbitro español Mateu Lahoz. Gritó, ordenó, protestó y muñequeó. Fue determinante ejecutando con maestría los dos penales que ejecutó.
Pero su partido no finalizó allí. Ante Holanda vimos la versión más maradoniana de Lionel Messi. Esa capitanía comandante lo llenó de valor. No le importó enfrentarse a FIFA y acusar la mordaza que padecen los futbolistas ante los arbitrajes (no olvidemos los tres meses de suspensión que padeció el rosarino luego del bochornoso partido ante Brasil por la Copa América 2019). Tampoco tuvo tapujos contra los siempre modositos holandeses. ¿O se creen que los europeos no cargan ni te amenazan? Este Lionel Messi ya dejó su frase para la historia: “Anda pa´ya, Bobo“, le dijo al grandote Weghorst. Para rematarla, un Topo Gigio a Louis Van Gaal. El mismo entrenador que denostó a Riquelme en Barcelona. ¿Por qué? Porque en verdad se esconde algo más que una declaración previa: los europeos centrales – Inglaterra, Francia, Holanda, Alemania – desprecian a los talentos de este lugar del mundo.
¿Por cual razón? Por qué aquellos que no estamos domesticados, nos plantamos con cara de perro. No somos la samba brasileña. No tenemos una sonrisa para regalar. Cada partido es una batalla simbólica en la dicotomía sur-norte. Sabemos que no somos un paisito y ese manto albiceleste es mucho más que una camiseta: es un símbolo de heroicidad. Todos los pibes en Argentina saben que es un motivo de orgullo y valor. Como nos enseñaron del Ejército de los Andes del General José de San Martín. Como los Héroes de Malvinas, reinvidicados por obra y gracia del ingenio popular en canción de cancha que gritan los jugadores encabezados por Messi.
¿Esto es fútbol? ¡Claro que es fútbol! Pero nosotros – solo nosotros, los argentinos – sabemos que es mucho más que un simple juego.
Ahí va Lionel. Si Diego fue el comandante de mil armadas Brancaleone, a Messi le tocó lidiar con una prensa que lo tildó de catalán y pecho frío. Justo él. El mismo que se fue hace dos décadas y jamás perdió el acento de La Bajada, su barrio natal. Un milagro en tiempos que cualquier cusifai volvió de España luego de tres meses de viaje y te habla como si fuera la misma reencarnación de Cervantes. Sus tres hijos, que jamás vivieron en esta tierra, hablan con el mismo acento que sus padres. Es casi un milagro, pero en verdad es amor a una tierra. Porque esto es más que fútbol, creamé.
Y ahí también está la prensa canalla. Saben que este equipo está despertando el orgullo herido de un pueblo. Por eso golpean. Hacen periodismo de guerra, según la definición de Julio Blanck, extinto General del Grupo Clarín. Apenas finalizado el partido frente a Holanda, desde la calle Tacuarí surgió un artículo titulado: “Cuando termine el partido con Croacia, la Argentina habrá caminado el Mundial sin enfrentar campeones“. Ahí está el enfoque de La Nación: “Lionel Messi, el futbolista extraordinario no pudo contener el hombre vulgar“.
Todo esto tiene un precio. Llegar a Lago Escondido es un placer para pocos y bien sabemos que ese lugar de la patria usurpado por la Corona Británica tiene un agente turístico y sus oficinas están ubicadas en la calle Tacuarí.
El hombre vulgar se asemeja al Hombre Mediocre de José Ingenieros. Pero este hombre vulgar llamado Lionel Messi se mandó un Topo Gigio al poder. No olvidemos ese detalle. Tal vez el mundo no sepa que significa ponerse las manitos en pantalla junto a las orejas, pero nosotros sí. Lo hizo Román en abril de 2001 de frente al Cartonero Báez (AKA Mauricio Macri) cuando el presidente de Boca no quería actualizar los contratos de los laburantes futbolistas de Boca Juniors campeones del Mundo. Riquelme despejó a Macri del poder de Boca Juniors, club al cual había convertido en una unidad de negocios y lanzadera política. Sí, el mismo Mauricio Macri – titular de la Fundación FIFA – y dueño en las sombras de La Nación +.
¿Que pasa en La Nación o Clarín cuando los supuestos hombres de plastilina toman decisiones heroicas? Por arte de magia se convierten en hombres vulgares. Dueños de la sempiterna mala imagen internacional argentina.
Ahí está la prensa alemana, francesa y holandesa pidiendo que FIFA sancione al díscolo Lionel Messi. Por arte de magia, el prestigioso The Washington Post se pregunta desde su perspectiva porqué no tenemos jugadores negros. ¡Justo desde Estados Unidos, que hace un par de años tenía leyes de segregación!
Esta Copa del Mundo tiene la hipocrecía de una publicidad de Benetton. Ahí están los seleccionados europeos mostrando a los hijos de su colonización. Sajones, holandeses, belgas. Los mismos que partieron al mundo en colonias segregadas. Nos golpean porque saben que esta tierra logró algo único en el mundo: una mixtura sincretista. Ahí está Lionel Messi y todo lo que odia el mundo sajón: un muchacho religioso y familiero.
Ahí estuvo Diego cuando le tocó transitar este plano terrenal: enfrentándo al poder cada vez que pudo. Por eso nos golpean. Porque saben que no somos un paisito. ¿Se imaginan el pedido de un cupo étnico en la Argentina? Ojalá que no haya cátedras de UBA que levanten estos enfoques del norte a cambio de unos mangos miserables. Tal vez no lo sepan, pero hubo campeones del mundo hijos de la inmigración africana, como Héctor Baley. Son los que tampoco saben que el fútbol argentino tuvo un enorme crack mundialista como fue José Manuel Ramos Delgado, que su padre nació en la lejana Cabo Verde. Hay una sencilla razón para desconocer estos datos: no son parte de nuestro enfoque nacional. Cuando sus antecesores llegaron a esta tierra se convirtieron en argentinos. Somos un todo multicultural sin necesidad de publicidades de multinacionales. Pregunten en Estados Unidos, Holanda, Francia, Alemania o Inglaterra como es la historia para los hijos de sus colonias.
Las almas candorosas comprendieron que esto no es sólo un juego-espectáculo. Acá está la realidad: para el pueblo argentino esto no es un juego. Desde los albores mismos del deporte organizado, para el pueblo argentino cada deportista fue un hijo que enviaba hacia una guerra simbólica en representación de la patria. ¿O por qué se creen que el país se detuvo el 14 de septiembre de 1923 con la pelea entre Firpo y Depsey? ¿Por el mero triunfo del grandote juninense? No. Para nada. Por que la dicotomía norte-sur se disputaba en el ring del Polo Grounds.
Se viene Croacia. En sus credenciales está el último subcampeonato del Mundo. El mejor equipo de la díscola Yugoslavia que Tito soñó. No es un rival sencillo por dos cuestiones: juegan muy bien al fútbol y tienen una idea de la heroicidad deportiva similar a la nuestra. Conociendo aquellas tierras, a veces pienso que argentinos y yugoslavos tenemos muchas cosas en común.
Sin la obligación de consagrarse campeones, pero con el orgullo de un pueblo en sus espaldas, ahí va esta Selección Argentina. Los hijos del pueblo. Ahí va Lionel Messi, en búsqueda del único título que lo completaría realmente. El héroe terrenal que tomó la posta del héroe celestial que se fue el 25 de noviembre de 2020. En caso que superemos a los balcánicos, la inmensa mayoría de los argentinos desearía con su alma una final contra Inglaterra ¿Por qué? Porque sabemos que sería más que un partido de fútbol. Porque tenemos esa necesidad de ser testigos de la representación helénica de la transmutación de héroes populares.
Lionel Messi, al igual que Maradona, son genios surgidos en el mixturaje vital de esta patria. Ambos recolectaron títulos y pasiones con una premisa: esto es más que un juego. Se puede ganar o perder. No estás obligado a consagrarte campeón, pero al ponerte la camiseta de la Selección Nacional tenés en tus espaldas una historia, un presente, un futuro y la idea heroica de un pueblo en búsqueda de un destino.
Por eso este Lionel Messi sintetiza la identidad del fútbol argentino. No solo por su zurda de porcelana: su capitanía comandante es el pasaporte al amor de un pueblo.
Y ese es el valor indeleble.
(*) Periodista y escritor. Autor de Héroes de Tiento y Héroes en Tiempos Infames. Conductor de Abrí la Cancha.
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