Durante su gira por China, Alberto Fernández selló el ingreso de Argentina a la Ruta de la Seda. Es un proyecto a escala mundial del gigante asiático que tiene implicancias económicas y geopolíticas a largo plazo, ya que se trata de inversiones en grandes obras de infraestructura: energía hidroeléctrica, energía nuclear y ferroviarias, entre otras.
Rubén Laufer, profesor de posgrado especializado en la historia de la República Popular China y su relación con Argentina y América Latina, dialogó con Gabriel Galeano y Martín Maiorana en El Cielo por Asalto, por Radio Gráfica, sobre la posición del país frente a los distintos imperialismos.
– ¿Qué se firmó en Pekín la semana pasada? ¿En qué se basa este acuerdo?
– Se firmó una larga serie de acuerdos, tanto económicos como políticos, que consolidan la asociación estratégica que estableció Néstor Kirchner en 2004 y que en 2014 el Gobierno de Cristina elevó a la categoría integral.
Esto, en una región que Estados Unidos sigue tratando de convertir en su “patio trasero”, lo que se traduce en injerencias políticas directas de EEUU, como fue por ejemplo a través del gobierno de Cambiemos, y otras veces a través del Grupo Clarín, etc.
Lo principal que se estableció en esta visita de Alberto de hace pocos días es que la Argentina se sumó al proyecto chino llamado “La Franja y La Ruta”, contrariando las presiones directas de EEUU. Argentina es el primero de los países grandes de América Latina que se suma a esta iniciativa: Brasil, México y Colombia aún no lo hicieron. La trascendencia que tiene esto para el gobierno de Fernández es que el hecho de sumarse a la Franja y la Ruta despejó el camino para recibir un financiamiento gigantesco, de casi 24.000 millones de dólares.
Otro aspecto a tener en cuenta es que la gran mayoría de las inversiones está referida a servicios; es decir, no incluyen acuerdos que fomenten la producción industrial local: en eso de hecho seguimos dependiendo de China.
En la declaración conjunta se habla de ampliar el comercio (que desde 2008 hasta ahora viene siendo deficitario para la Argentina) y de diversificar el intercambio; esto último se incluye siempre en todas las declaraciones, pero nunca se cumple: por el contrario, lo que se consolida es la especialización primario-exportadora (la Argentina vende a China cereales, minerales, etc., e importa de China productos industriales e inversiones. En la declaración se habla también de un mayor apoyo financiero por parte de China para que Argentina pague las exportaciones que compramos de ese país: es decir, China nos prestará más plata para que le compremos más en las mismas condiciones ya descriptas, y al mismo tiempo también nos endeudamos más.
Se acordó también que China intercedería ante el FMI para que Argentina acceda a los Derechos Especiales de Giro del FMI (DEG), lo que posibilitaría al gobierno nacional acceder a nuevo financiamiento. Debemos recordar que en realidad China ya intercedió ante el Fondo para que le dieran a Macri el gigantesco préstamo que conocemos, incluso sabiendo que no se iba a usar ese dinero para la producción o para mejorar ciertos aspectos sociales, sino para pagar deuda externa a los bancos y para que algunos grupos poderosos los fugaran al exterior.
– Muchas veces en el campo popular se piensa a China como una “potencia emergente”, dejando de lado otras características que vos considerás “imperialistas”.
– Sí, efectivamente. Hay un gran debate, no sólo en Argentina sino en toda América Latina sobre qué tipo de país es China.
La confusión deviene, por un lado, de que efectivamente China fue un país socialista; y por el otro hay una dificultad histórica en la comprensión del tema de la restauración capitalista. China, entre la Revolución de 1949 y fines de los ‘70, fue un país socialista, es decir los trabajadores dirigían las fábricas y las comunas agrarias; y tenía una política exterior que se correspondía con eso: promovía la unidad de los países del Tercer Mundo para defenderse de las dos superpotencias -EEUU y la Unión Soviética ya nuevamente capitalista-, e incluso para impedir la guerra entre ellas. China fue eso, pero a fines de los ‘70 cambió de color y de naturaleza. Con Deng Xiaoping se restableció el capitalismo: se formó una nueva burguesía, se eliminó el poder de los trabajadores, se formaron grandes corporaciones, y la burguesía china acumuló enormes ganancias explotando despiadadamente a su propia clase obrera y a su propio campesinado. Así China ganó mercados en el exterior y empezaron a necesitar cada vez más áreas para invertir el excedente de las corporaciones tanto estatales como privadas; se fueron convirtiendo en una potencia mundial en el comercio, en inversiones, en financiamiento, etc.
Hace 10 años China pasó a ser el mayor exportador e importador del planeta. Y pasó a ser el mayor tenedor de dólares, lo que dio un impulso fenomenal a las inversiones de sus corporaciones públicas y privadas. China hace 40 años que ya no es un país del Tercer Mundo, ni un país “en desarrollo”: es una superpotencia que, como todas las grandes potencias imperialistas, necesita áreas de influencia política, económica, diplomática, cultural, militar, donde ejerce lo que los teóricos chinos llaman el “poder blando”, buscando garantizar su propia seguridad alimentaria y energética.
Se hizo oír al entrevistado un audio de Alberto Fernández diciendo que “la Ruta de la Seda no pone condicionamientos políticos, solo se habla de inversiones económicas”.
– La primera pregunta es si efectivamente, como tantos dicen, China en sus acuerdos no pone condicionamientos políticos. Hay una parte de verdad y otra de falsedad.
Es cierto que en sus préstamos e inversiones China no pone el mismo tipo de condicionamiento políticos a los que estamos tan acostumbrados en los convenios con Estados Unidos o con el FMI. Al mismo tiempo, siempre esos convenios con China vienen acompañados de otros compromisos de los países receptores: contratar a empresas chinas, o constituir empresas mixtas de grupos locales con corporaciones chinas, o que el financiamiento de los proyectos provenga de bancos estatales o privados de China, etc.
Muchas veces los propios convenios vienen atados al cumplimiento de ciertos compromisos: en este caso, no hay que olvidar que uno de los compromisos adquiridos y reconocidos fue el propio pre-acuerdo con el FMI que implica reconocer una estafa que se descarga sobre el pueblo mediante un brutal ajuste, y que no solamente China avaló entonces sino sigue avalando ahora.
Hay condicionamientos y cada vez son más gravosos para la Argentina. Por ejemplo, a través de los acuerdos de intercambio de moneda, los swaps, la existencia de reservas, aunque no son de libre disponibilidad, en una tercera parte ya están constituidas por yuanes, que no son una moneda internacional y solo sirven para financiar inversiones de la propia China o pagos de importaciones a las empresas exportadoras chinas. Todo esto va constituyendo con esa potencia una red que no puede llamarse de otro modo que dependencia.
– Hay una idea de que el imperialismo chino no es lo mismo que el de EEUU, porque en China el Partido Comunista organiza todo desde el Estado, contraria a la idea neoliberal de reducir al Estado a su mínima expresión.
– Sí, en todo Occidente hay corrientes de pensamiento que hacen una especie de endiosamiento del Estado, entendiéndolo como contrapuesto a la ideología de la empresa privada, del liberalismo extremo. Muchas vertientes de tipo socialdemócrata abundan en esa interpretación.
Por supuesto que la diferencia consiste básicamente en el carácter del Estado que interviene en la economía y la dirige: si ese Estado es el de una revolución socialista, seguramente las políticas contribuirán a consolidar el poder de los trabajadores en las fábricas, las libertades democráticas para la mayoría, una política internacional tercermundista, etc. En cambio, cuando el Estado se transforma en otra cosa, como es ahora en China, cambia la naturaleza de los acuerdos que empiezan a firmar: son interesados y unidireccionales. Ahora se habla de comercio bilateral y de beneficio mutuo, pero en realidad es deficitario para nuestro lado; y se habla de inversiones en general, pero todas son de China para acá, no se habla de inversiones de Argentina en China.
De modo que ni el Estado de allá ni el de acá son garantía de relaciones igualitarias. Yo creo que Argentina debería tener una política exterior amplia, abierta, en primer lugar, con países del “tercer mundo” o “en desarrollo”, pero también con las grandes potencias. No desde una posición de diversificar la dependencia que es lo que ahora predomina en el estado argentino, alentado por el imperialismo, sino de independencia y unidad con los países similares de América Latina.
- Entrevista en El Cielo por Asalto (lunes de 14 a 16 horas)
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