Por Tony Aira (*)
El 14 de junio de 1982 quedó inmortalizado en una fotografía: el comandante argentino, General Benjamín Menéndez firma la rendición ante el comandante británico Jeremy Moore. La imagen tiene algo llamativo. Mientras el militar argentino está perfectamente aseado, Moore no. Es que el alto mando británico había pasado una pésima noche: horas antes, la valentía de un grupo de pilotos de la Fuerza Aérea casi producen la eliminación del estado mayor británico.
En la madrugada del 13 de junio, en la base aérea de San Julián se preparaban para lo que sería la última misión del conflicto. Dos escuadrillas (ocho aviones) de A4 atacarían un supuesto campamento británico, que la inteligencia militar de Puerto Argentino creía en el monte Dos Hermanas. Momentos antes de despegar, el avión del Alférez Guillermo Dellepiane rompió el sistema hidráulico y tiene que abortar su salida. El piloto decide utilizar otro avión de recambio, pero la verificación no llega a tiempo. Para alcanzar el despegue de la segunda escuadrilla, Dellepiane decidió salir con el avión en las condiciones que estuviera (no tenía configurado el sistema Omega, que permite el vuelo de precisión). Una vez que los aviones recargaron combustible en el aire, bajaron a una altitud de 15 metros, y en vuelo rasante, enfilaron hacia las islas.
A las 12:25, los aviones divisaron las islas y escucharon el llamado del radar Malvinas. Por primera vez en toda la guerra, se rompió el silencio de radio y el líder del escuadrón respondió: “- Sí, somos los nenes”.
El radar informó que en ese momento, sobre las islas, había cuatro PAC (parejas de cazas) y una quinta acercándose. El radar pasa rápidamente altitudes y dirección del enemigo. Era momento de decidir el ataque o el regreso al continente. El Capitán Carlos Trucha Varela, comandante de la misión, no dudó y expresó por radio a sus compañeros: “No hay quien pueda“ y soltó los depósitos de combustible adicionales, señal que inicia carrera de ataque. Los pilotos argentinos entraron sobre la superficie de las islas a sólo 10 metros de altura. La velocidad era de 800 km/h y se acercaban Harriers británicos por todas partes.
En esos instantes eternos, los pilotos supieron que hacer. Habían sido preparados para éste tipo de ataques a posiciones terrestres. Instintivamente sacaron el seguro del sistema de armas y contuvieron la respiración. De la nada, apareció un helicóptero enemigo, que le dio el minuto necesario al General Moore para refugiarse. Varela vio a un soldado inglés sobre la cima del monte y apreció su cara de sorpresa al ver aviones argentinos. En el valle, un campamento con carpas muy bien ordenadas, vehículos y una docena de helicópteros en tierra. Son los segundos finales. Los aviones se elevaron y lanzaron las bombas mientras dispararon sus cañones contra otros objetivos. Los ingleses apenas reaccionaron, pero la segunda escuadrilla, al mando del Teniente Luis Tucu Cervera, con el agregado de Dellepiane, no contaba con el factor sorpresa, y fue recibida con un intenso fuego antiaéreo.
Un piloto británico despegó un helicóptero y colocó sus aspas para impactar a los aviones argentinos. Cervera lo eludió y Dellepiane lo derribó con cinco disparos de cañón. Cervera derribó otro helicóptero que estaba despegando. Lanzaron sus bombas sobre los enemigos. Misión cumplida. Ahora debían volver a su base. El fuego antiaéreo se había intensificado. Un misil buscó el avión de Cervera. Dellepiane le avisó y pudo eludirlo. Los pilotos llegaron al mar abierto. Debían tomar altura y bajar velocidad para ahorrar combustible y llegar al continente.
En los auriculares suena de pronto el pedido angustioso del Alférez Dellepiane: – ¡Estoy perdiendo combustible!
Cervera se puso cerca del piloto novato. Observa que una sección del plano del A4 de Dellepiane está casi arrancada por completo. La situación era extremadamente difícil. Al avión le quedaban 10 minutos de vuelo y las opciones no eran fáciles: volvía a las islas para saltar, con el riesgo de ser derribado por los cazas británicos, o intentaba llegar al Hércules de reabastecimiento. Esta última opción también era riesgosa: las Chanchas eran objetivos vitales para los británicos, por eso los Hércules tenían prohibido acercarse a la zona de combate.
Cervera le dio libertad a Dellepiane. El Alferez eligió ir al encuentro de la Chancha. Pero los aviones estaban en zona prohibida para los Hércules. El pedido de Dellepiane era angustioso. El indicador de combustible bajaba muy rapidamente. De pronto, una voz se escuchó por la radio: – ¿A qué distancia estás?
Era el Hércules cisterna en búsqueda del halcón herido. El Vicecomodoro Luis Litrenta Carracedo, haciendo caso omiso a las órdenes, se acercó al rescate de Dellepiane.
– Dale pendejo, con fe, con fe que llegas
Dellepiane no quería mirar los indicadores, la transpiración empapaba su traje de vuelo
_ me quedan 500 (3 minutos de vuelo) ¡Vengan a buscarme, la puta madre, no me dejen solo!
_ Tranquilo que sobran pibe, ya llegamos.
En esos momentos el indicador de combustible marcaba cero. El Alferez pensó en su padre, también aviador. Cerró los ojos y cuando los abrió divisó la Chancha. Planeó en picada y se colocó detrás del aparato. Sólo tenía un intento para enganchar la canasta de carga. El Vicecomodoro y toda la tripulación del Hércules guiándolo y con Cervera escoltándolo el Alférez Dellepiane inicia el intento de acople, en el instante final cierra los ojos y se encomienda a Dios.
– ¡Lo lograste pibe! ¡Muy bien!
El indicador marcó la luz roja. Ya no quedaba combustible cuando el A4 se conecetó a la manguera. Pero había un nuevo problema: el combustible se escapaba por los orificios. Si se desacoplaba, el avión caería. Litrenta tomó una decisión arriesgada: que el A4 se quede enganchado al avión hasta el continente. Era extremadamente peligrosa la maniobra. Jamás se había realizado, ya que existía el temor que una chispa hiciera explotar a ambos aviones. Pero el veterano Vicecomodoro no dudo.
Ambos aviones llegaron hasta la base. Cerca de la pista, el avión de Dellepiane se desacopló, pero la rueda de la nariz se negó a bajar. Era increíble. El piloto se negó a saltar. Las dotaciones de tierra miraron incrédulas como el avión sobrevolaba la base con una estela de combustible por detrás hasta que la maldita rueda bajó y el piloto pudo aterrizar el avión. Al día siguiente la guerra finalizó. Los pilotos sintieron ante la derrota la satisfacción del deber cumplido.
Pasados los años, en julio de 2019, dos héroes que fueron parte de la misión, el Comodoro Héctor Sánchez y el Capitán Luis Cervera, fueron invitados a dar una charla en el Colegio Nacional Buenos Aires. Fueron increpados por varios alumnos y debieron retirarse del establecimiento. Triste destino como Nación si en una institución pública, dos héroes de guerra deben escaparse entre insultos y abucheos.
Para ellos, el recuerdo y nuestro eterno homenaje: llevaron adelante una misión que pudo aniquilar al Estado Mayor Británico.
(*) Columnista de Desde el Barrio.
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