No todo tiempo pasado fue mejor pero seguramente fue más romántico. Pero ese romanticismo oculta historias. Hace noventa años, Buenos Aires padeció una ola de violencia similar a la vivida en la Chicago de Al Capone. La guerra entre dos hampones: Julio Valea y Ruggierito. Una historia que merece ser conocida.
Por Tony Aira (*)
La violencia no es patrimonio de éstos últimos años. Desde tiempos de la colonia, Buenos Aires era una ciudad donde circular por ciertas calles era garantía de terminar en un zanjón. A fines de la década de 1920, Buenos Aires padeció una ola de violencia entre bandas y el capo en Buenos Aires se llamaba Julio Valea. .
¿Pero quién era Julio Valea, el Al Capone porteño? ¿Un desalmado que explotaba mujeres y sembraba vicio en la ciudad? ¿Un violento sendiento de sangre? Valea fue todo eso. También el hombre que encarnó el sueño de miles de inmigrantes que llegaron a la gran ciudad sin nada y la quisieron conquistarla. Si era necesario, a sangre y fuego.

El Gallego Julio no había nacido en Galicia sino en la vecina Asturias. Llegó al país con 17 años, escapando del servicio militar cuando su destino era la hostil Marruecos. Su hermano mayor hacía años había instalado un bar en el Paseo de Julio, calle de lupanares y cafetines donde sobraban mujeres pagas y tragos fuertes.
Julio recibió los amores de una prostituta. Todo terminó en un duelo a navaja donde el fiolo salió herido y humillado. Nada quedaba del pibe que había llegado desde Asturias. Audaz y valiente, su fama creció en forma vertiginosa y en poco tiempo formó una banda que se adueñó de la ciudad.
Su negocio fueron los burdeles. La inmigración masiva de hombres solitarios hizo de la prostitución un negocio redituable. Tan así que pagar sobornos a las autoridades municipales y policiales no afectaba sus ganancias. Pero el peligro no estaba en las autoridades. Julio Balea tenía competencia y esa competencia tenía nombre y apellido: Juan Nicolás Ruggiero.
Al igual que Julio, Ruggierito fue producto de la inmigración masiva de finales del Siglo 19. Hijo de un carpintero napolitano, nació en la Isla Maciel el 24 de julio de 1895. Al igual que Julio Valea, Ruggiero quería escapar de la pobreza. Su camino fue diferente al del Gallego.
Su negocio fueron los burdeles. La inmigración masiva de hombres solitarios hizo de la prostitución un negocio redituable. Tan así que pagar sobornos a las autoridades municipales y policiales no afectaba sus ganancias. Pero el peligro no estaba en las autoridades. Julio Balea tenía competencia y esa competencia tenía nombre y apellido: Juan Nicolás Ruggiero.
Avellaneda era el feudo de Alberto Barceló. Descendiente de catalanes que se convirtió en fiel exponente del caudillismo. Don Alberto era hombre de acción. Dominó la ciudad con puño de hierro durante más de tres décadas. Alberto Barceló falleció en 1946. Un año antes, el Coronel Perón dio un discurso de campaña enfrente de su caserón. El fin de una época y el comienzo de otra.

Barceló cobijó a Ruggierito. Se convirtió en su preferido cuando defendió uno de sus prostíbulos del ataque de una banda rival. El juego clandestino y la prostitución movía más dinero que los negocios lícitos y eran ideales para financiar la política conservadora en la provincia de Buenos Aires. Se necesitaba mucho dinero para mantener el aceitado aparato electoral. Ruggierito se convirtió en brazo articulador del conservadurismo en Avellaneda. Una pensión, un empleo municipal o una puerta giratoria en la comisaría era decisión de Ruggierito. Esta política permitió un apoyo popular que otras fuerzas políticas no tenían en la ciudad.
Para Barceló el problema estaba en la otra orilla del Riachuelo. En Buenos Aires estaba el peligro y ese peligro era Julio Valea. El Gallego era líder de su organización y no tenía que rendir cuentas a nadie. No era más que un inmigrante pobre. Un novato cafiolo del Bajo que se había convertido en amo y señor del vicio de la ciudad. Valea tenía contactos con la política porteña, en especial con los radicales de La Boca.
Valea vivía con dos mujeres en una suite del Hotel Castelar, en Avenida de Mayo. Desde allí controlaba el vicio de la ciudad. La alianza con los radicales boquenses le permitió operar en La Boca y Barracas pero los tiburones necesitan nadar siempre y el Gallego puso sus ojos en Avellaneda. No era una empresa fácil. El cruce del Riachuelo era una declaración de guerra. Valea comenzó a operar en garitos pequeños y burdeles de Dock Sud. Nada que llamara la atención. Pero Ruggierito sabía de estos movimientos y comenzó a planear el contagolpe. Sólo tenía que esperar la excusa. Y esa excusa fue la apertura de un importante burdel en la Isla Maciel. El garito del Gallego fue atacados y sus clientes asaltados. Allí comenzó la escalada de sucesos.

Ruggierito planeó liquidar a su adversario. Le tendió una emboscada en Avenida de Mayo y Piedras. El Gallego escapó de milagro y en su suite del Castelar asestó un contragolpe letal al asesinar, en plena calle Corrientes, al Ñato Rey, mano derecha de Ruggierito.
El golpe fue durísimo. Ruggierito se refugió en su guarida pensando el próximo golpe. Buenos Aires conmocionada. La guerra entre bandas se llevó todos los títulares de la prensa. Pero hubo un diario y un cronista que se llevaron toda la atención. Fue Gustavo Germán González. El mítico GGG, Jefe de Policiales de Crítica. Se convirtió en leyenda en 1925 con la muerte del concejal radical Carlos Rey. Su muerte dudosa era el tema de conversación del país. Gonzalez se disfrazó de plomero del cementerio de Recoleta y fue testigo de la autopsia. Crítica tituló la primicia con letras de molde: “No hay cianuro“. Ese título fue tan famoso que Osvaldo Fresedo le hizo un tango. González se prodigaba en emocionar al lector. No sólo con balazos y sangre, también con los pormenores del infame comercio de la prostitución.
el Gallego puso sus ojos en Avellaneda. No era una empresa fácil. El cruce del Riachuelo era una declaración de guerra. Valea comenzó a operar en garitos pequeños y burdeles de Dock Sud. Nada que llamara la atención. Pero Ruggierito sabía de estos movimientos y comenzó a planear el contagolpe. Sólo tenía que esperar la excusa. Y esa excusa fue la apertura de un importante burdel en la Isla Maciel. El garito del Gallego fue atacados y sus clientes asaltados. Allí comenzó la escalada de sucesos.
Mientras tanto, Balea decidió dar otro golpe a Ruggierito. Esta vez, en su propia Avellaneda. Avenida Pavón 252. Una balacera nunca vista. Ruggierito zafó de casualidad pero dos de sus hombres, Monte de Oca y Lucachi, cayeron muertos. El velatorio de ambos se realizó en la casa de Lucachi. En la madrugada apareció Isaac Cucci, alias “El gordo Ceferino”. Luego de dar el pésame preguntó por Ruggierito. Las sospechas eran demasiadas. Sobre todo por el aroma a desinfectante que emanaba, necesario para curar heridas de bala sin pasar por un hospital. La banda de Ruggierito lo identificó cercano al Gallego y lo liquidaron sobre la Avenida Mitre.

Valea ubicó a Ruggerito herido en el Hospital Fiorito. Tenía una segunda oportunidad para liquidarlo. Esa noche, la banda del Gallego se infiltró en el hospital. Colocaron una escalera en el patio interno justo hasta la ventana donde se encontraba el capo rival. Era subir y disparar al herido. Pero el ruido delató a los sicarios y los guardaespaldas repelieron el ataque.
El Gallego Julio y Ruggierito tenían la muerte en la frente. Sus bandas diezmadas y sus contactos políticos cansados de ellos. Valea convocó a GGG al Hotel Castelar y le pidió que fuera el mediador con Ruggierito. Valea propuso un trato: “Yo no cruzo Avellaneda y él no viene a Capital“. González aceptó y habló con el Comisario Santiago, Jefe de Investigaciones, para hacer la reunión en su oficina.
Pero no hubo reunión. Una tarde de octubre de 1929, después de comer en el Hotel Castelar con sus dos mujeres, Valea fue hasta Palermo para ver correr a Invernal, su caballo preferido. Al tener prohibido el ingreso al hipódromo, vio la carrera desde el techo de su automóvil. Su pura sangre dominó desde las cintas hasta la meta pero no hubo festejo: el Gordo Carranza, hombre de Ruggierito y excelente tirador, estaba escondido en el puente de Dorrego. El Winchester de alto poder fue infalible. Un tiro certero acabó con la vida del Gallego Valea, quién lentamente cayó en el techo de su auto.
Más de cuarenta crímenes se cometieron entre ambas bandas. Las más poderosas del hampa de su época. Con la muerte del Gallego, sus sucesores no tuvieron valor ni fuerza para seguir la guerra. Ruggierito era el amo y señor del vicio.

Pero a la mano derecha de Barceló le llegó su hora. 21 de octubre de 1933. Luego de concurrir al hipódromo de La Plata, Ruggierito fue a la casa de su amante en Crucesita. Lo acompañaban Josecito, su chofer, y Moretti, su culata. Al salir de la casa no se percataron que un hombre los siguió. Con sigilo, aprovechando la oscuridad de la noche, le metió a Ruggierito un plomo calibre 45 por la nuca. El asesino sabía que su víctima usaba chaleco antibalas.
El velorio de Ruggierito fue multitudinario al igual que su entierro. Su ataud fue envuelto en una bandera nacional y llevado a pulso por una multitud incalculable.
Nunca se supo si lo mató la gente del Gallego Valea. Están quienes sospechan que Barceló fue quién puso punto final al enorme crecimiento popular de Juan Nicolás Ruggiero. Con su muerte concluyó una época marcada por el fraude y la violencia.
(*) Columnista de Ay Che Domingo.
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