Por Alejandro Jasinski
El 15 de agosto de 1946 miles de fanáticos se retiraron del viejo Gasómetro, decepcionados por el pobre espectáculo que brindaron Boca y River en la semifinal de la Copa Británica, en el que triunfó el equipo xeneize por 2 a 0. Sin embargo, la multitud se sintió compensada por el desempeño previo de los equipos kollas de Jujuy y Salta: “Cuando hicieron su aparición en el campo de juego, desde los cuatro costados de la cancha un aplauso cerrado certificó la simpatía de los aficionados al Malón de la Paz”, destacó la prensa.
Los kollas habían llegado a Buenos Aires el 3 de agosto, luego de recorrer 2.425 kilómetros en 84 días. Provenían de las tierras altas jujeñas y del este salteño. No eran equipos rivales, sino comunidades unidas para solicitarle al nuevo Presidente, Juan Perón, la devolución de sus tierras, apropiadas por los latifundistas azucareros de la región, y la aplicación de las nuevas leyes laborales para terminar con el trabajo forzado. Tenían muy presentes las promesas de repartir la tierra hechas por Perón durante la campaña electoral y las iniciativas del Consejo Agrario Nacional cuyo titular, Antonio Molinari, promovía además desde su diario Democracia la expropiación de un millón de hectáreas en la Puna.
En el peronismo norteño miraban con recelo la caravana: por falta de oportunismo, viejos militantes yrigoyenistas como Miguel Tanco, senador nacional por Jujuy, que no dejaba de apoyar los reclamos; por convicción, patrones y terratenientes de antiguo linaje, como Lucio Cornejo Linares, dueño del antiguo ingenio San Isidro y electo gobernador de Salta. Pero también peronistas se sentían los kollas, que habían sabido participar de las experiencias del radicalismo popular y ahora del laborismo que había llevado a Perón a la primera magistratura. Ejemplar era el caso del diputado provincial Viviano Dionisio por el departamento de Cochinoca, él mismo campesino y principal promotor de la caravana. Para las comunidades, era una excelente oportunidad —una más, quizás— para reclamar por lo suyo.
La caravana se inició oficialmente el 15 de mayo de 1946. Bajaron desde la Puna, la Quebrada y las serranías salteñas, 174 personas, mujeres y hombres, viejxs y niños. Fue un acto de rebelión colectivo. No hubo quien se quedara sin aportar comida, un animal o un abrazo. A su frente se destacó la figura del teniente retirado Mario Bertonasco, funcionario de la Secretaría de Trabajo y Previsión, que pregonaba un nacionalismo popular indigenista y que conocía de primera mano los reclamos existentes. Bertonasco oficiaba como una suerte de vocero y la prensa lo identificó como el verdadero líder, “apóstol del indio”. Para los kollas aportaba, principalmente, a un diseño táctico: garantizaba la logística del viaje y la llegada a Perón.
En su paso por las distintas ciudades y pueblos, los kollas recibieron apoyos y afecto popular. Con excepción de la capital jujeña, la logística organizada por Bertonasco les permitió ser bien alojados y alimentados en cuarteles militares, lo que constituía una verdadera nota histórica. Eligieron fechas patrias para ingresar a las grandes ciudades y marchaban con la bandera argentina, un santo, un virgen, la cruz, los tambores y las quenas. La recta final fue improvisada. Tras salir de Rosario, bajaron estratégicamente por el oeste bonaerense: San Antonio de Areco, Pergamino y Luján, epicentro de conflictos por la tierra, donde llegaron incluso a reunirse con comunidades mapuche, llegadas desde el sur.
Con sus carros y mulas, la caravana ingresó a la Capital por el barrio de Liniers y marchó por la avenida Rivadavia, primero hasta el Congreso. “Si señor, queremos trabajar en nuestras tierras, para eso somos argentinos, y Pachamama nos dio esta patria grande y generosa”, comentó un integrante. Horas después, dos mujeres kollas fueron abrazadas por Perón en el balcón de la casa de gobierno. Era 3 de agosto de 1946. En mano, le entregaron un sobre lacrado que contenía sus reclamos.
Los kollas no querían irse sin saber de las expropiaciones. Ironías al margen, fueron alojados en el Hotel de Inmigrantes de Retiro, a la espera de novedades. Entretanto, se dedicaron a recorrer la gran urbe, pudiendo la prensa porteña acicatear el exotismo del imaginario popular. Visitaron el cementerio de la Chacarita, la ciudad de La Plata y los estadios de fútbol. Obtuvieron el cerrado aplauso del público futbolero, pero en el campo de juego de la política, su prolongada presencia comenzó a resultar incómoda para el nuevo gobierno y para la oligarquía norteña.
Luego de dos intentos fallidos, el 26 de agosto, efectivos de la Policía y la Prefectura ingresaron de madrugada al Hotel de Inmigrantes, los “envagonaron” y, sin escalas y custodiados, los mandaron de regreso al norte. Sin embargo, tres kollas que lograron escabullirse sacudieron la escena política, con sus relatos y denuncias penales contra los funcionarios de Migraciones y Prefectura. Aún así, el hecho de rebelión se había diluido en el bullicio porteño.
Abruptos finales como este y escabrosas masacres como la que sufrieron un año más tarde los pilagá de Rincón Bomba en Formosa, azuzan el demagonómetro del peronismo. Es decir, los antiperonistas se apresuran por medir cuán demagógico fue Perón y cuán distanciadas estaban la diatribas contra la oligarquía de sus prácticas reales. En el sentido inverso, se producen incomodidades para quienes optan por construir memoriales intachables. Para ello, se exige negación o distorsión: no sucedió o estaban guiados por fines inconfesables. Lógicas universales de la política que practicamos, cuando las demandas sociales irrumpen en la superficie y obligan a recalcular tácticas y estrategias en escenarios cruzados por variables indómitas.
La represión al “Malón de la Paz” singulariza esa incomodidad. Antes de su llegada a la Capital Federal, diputados peronistas proponían que el Congreso recibiera con un gran abrazo simbólico a los hermanos del norte y los radicales se oponían, alegando querer conocer detalles y motivos de la caravana. Luego de la represión, el diputado radical, diplomático y acérrimo antiperonista, Alberto Candioti, reclamó conocer quiénes eran los responsables de su expulsión. La revista peronista Ahora responsabilizó a la oligarquía por los hechos represivos y Perón ordenó crear comisiones para investigar lo ocurrido. Se llegó a afirmar que los visitantes no eran verdaderos indios y se entrevieron “influencias extrañas”, magma del comunismo.
Para los kollas, en cambio, la llegada de Perón al poder era una oportunidad histórica para poner un freno a la destrucción de las tradicionales formas de usufructo de la naturaleza y de las prácticas de reciprocidad, tan distintas a la lógica del comercio y la propiedad capitalista. Adoptado este otro ángulo, se recorren otras superficies donde el hecho se estira y cobra densidad y volumen.
Estas comunidades supieron participar en las guerras de la independencia, combatiendo a las tropas realistas. Soportaron durante los primeros tiempos de la vida independiente gravosos impuestos, apropiaciones y arriendos, frente a las cuales supieron rebelarse abiertamente, cuando fracasaba la adaptación y negociación. El hecho más relevante lo produjeron en 1874, cuando los puneños levantaron en armas los campos de Yavi, Santa Catalina, Rinconada y Cochinoca, siendo vencidos, masacrados y fusilados en Quera. Luego siguieron relevando y exponiendo ante los gobernantes, una y otra vez, antecedentes legales y de lucha que acreditaba su derecho a la tierra, como cuando presentaron ante el Presidente Hipólito Yrigoyen, en 1918, las “Cuestiones de derecho colonial y garantías constitucionales”.
En aquellas primeras décadas del siglo XX, Jujuy y Salta se insertaron plenamente, como ya lo había hecho Tucumán, al mercado nacional capitalista, ofreciendo una producción azucarera moderna. Ello significó, además, la incorporación de la oligarquía regional al primer plano de la política nacional. Esta inserción se desarrolló gracias a los subsidios del Estado, sobre todo para la infraestructura ferrocarrilera y, a diferencia de Tucumán, con el desarrollo del gran latifundio. Pero fundamental fue conseguir una mano de obra dócil y barata. Los patrones necesitaban que miles de personas, sobre todo entre los meses de marzo y septiembre, tiempos de zafra, acudieran a sus establecimientos.
En una región donde, pese a todo, la población conservaba formas de vida no capitalistas, la atracción no podía hacerse sino por la fuerza. ¿Quién querría dejar su territorio, su casa, su familia, para ir a trabajar 12 a 15 horas a pelar la caña, bajo tratos degradantes y exiguas recompensas salariales, si las había? La semana pasada nos referimos a las poblaciones nativas del Chaco, expropiadas y sometidas por la fuerza, que trabajaban en estos ingenios. Pero los patrones, el capital, precisaba una población de trabajo local. Para ello, apelaron a la masiva usurpación de tierras. Estas fueron las prácticas de ingenios como Ledesma, La Esperanza, Río Grande y San Andrés y también la de empresas como Mina Aguilar. Uno de los casos emblemáticos, razón por la cual se sumaron a la Caravana los kollas de Salta fue el del Ingenio El Tabacal, propiedad del senador Robustiano Patrón Costas, quien en 1942 fue proclamado candidato a presidente de la Concordancia entre el partido conservador y las ramas liberales de la UCR (antipersonalistas) y el Socialismo (Independiente). Pero las elecciones de 1943 se suspendieron por el golpe militar del 4 de junio, una de cuyas motivaciones fue impedir esa candidatura.
Por aquellos años, El Tabacal llegó a apropiarse de casi un millón de hectáreas en el este salteño. En un abrir y cerrar de ojos, se exigió a las comunidades pagar un arriendo. Para cumplir, tenían que trasladarse a los lotes cañeros, vivir y trabajar a destajo arduamente durante varios meses al año. Finalmente, descontado el arriendo y los consumos hechos, quizás recibían un burlesco saldo monetario. Los precios de las mercaderías, el pago con vales y fichas y el “enganche” por deudas, fue muy común desde el norte santafesino hasta la Puna. Se trataba de movilizaciones forzosas combinadas con las modernas formas capitalistas de explotación.
Aún así, la proletarización de estas comunidades no era completa. Resistían y se rebelaban, como campesinos y como asalariados. En los años ’30 se habían formado los primeros sindicatos en los ingenios y minas, que difundían la conciencia sindical moderna. Tras el golpe de junio de 1943 y la construcción de aquel primer peronismo, las luchas sociales crecieron. Desde la Secretaría laboral y la Dirección de Protección del Aborigen, Perón decretó muy importantes cambios, que los empresarios intentaron eludir. Uno de estos fue el Estatuto del Peón, que por fin ofrecía un marco de protección integral para los trabajadores rurales. Otra mejora rehuida por los patrones fue la sanción del aguinaldo, que estaba integrada a la creación del Instituto Nacional de las Remuneraciones. La negativa a abonarlo a fines de 1945 fue señal de combate político. Por ello, a semanas de las elecciones presidenciales, se desató una rebelión obrera inédita en las provincias azucareras, que fue sofocada por un dispositivo de fuerzas conjuntas. Pocos meses antes, pobladores de Caracara, en el altiplano jujeño, habían presentado sus quejas a Perón por los desalojos de tierras y el trabajo forzoso.
Pero hay más detrás de esta historia. La condición de arrendatarios a la que habían sido sometidos los kollas, los igualaba a otros miles en todo el país que en aquella misma coyuntura de la inmediata posguerra reclamaban el fin de los desalojos, mayor estabilidad para sus explotaciones y una reforma agraria. Junto a los trabajadores rurales, habían formado una necesaria masa electoral aprovechada por Perón, quien devolvía el favor con altisonantes discursos e importantes medidas, como la ley de rebaja del 20 por ciento de los contratos de arriendo, subarriendo y cesión, con base a los valores de 1940 y por el lapso de 5 años, y con expropiaciones de alto impacto. Ello duró al menos dos años, hasta que cambiaron los vientos de la economía, las necesidades del gobierno y las relaciones de fuerza de aquella coyuntura.
Cuando los kollas llegaron a la Capital Federal, la Sociedad Rural Argentina, a través de José Alfredo Martínez de Hoz (padre), su presidente, intentaba frenar los “verdaderos obstáculos” que se imponían a los terratenientes rentistas, entre otros, la extensión del plazo de arriendo a 8 años y el cargo para los propietarios de las variaciones de precios que afectaban a los arrendatarios. En este escenario, el reclamo kolla se hermanaba con el de los productores agrícolas sin propiedad, sobre todo los del oeste bonaerense, que buscaban engrosar su protesta. En un telegrama llegado al Congreso, se podía leer: “Agricultores del Norte de la Provincia de Buenos Aires y Pueblo Pergamino, manifestación pública, 60.000 personas confundidos con hermanos coyas (…) pedimos entreguen tierra de la Puna a estos argentinos. Y los agricultores de esta zona solicitan prórroga arrendamientos hasta año 1950 hasta estabilidad definitiva. Será justicia”.
En aquellos días, Perón asistió al Quinto Congreso Agrario Cooperativo, donde se promovía una economía cooperativista de colonias y campesinos en lugar del “latifundio estéril e improductivo”. Allí anunció la disolución del Consejo Nacional Agrario, aquel que trabajaba para las grandes expropiaciones en la Puna. Semanas más tarde hizo aprobar por el Congreso, con la ley Nº 12.921, decenas de decretos como el del Estatuto del Peón, dictados en los años anteriores. Meses después, el Estatuto fue integrado a una ley general específica para el ámbito rural, forestal, minero y azucarero, que creaba la Comisión Nacional del Trabajo Rural (Nº 13.020). En un contexto que todavía era favorable, el reclamo kolla por la tierra quedaba encerrado en la previa del viejo Gasómetro.
Para seguir conociendo:
Elena Belli, Ricardo Slavutsky y Pantaleón Rueda (Eds.), Malón de la Paz. Una historia, un camino, Instituto Interdisciplinario Tilcara, Editorial Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, 2007.
Jorge Navarro y Marcelo Gaston, “El Ingenio San Martin del Tabacal: Empresa, Estado y Educación.” En XIV Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia de la Facultad de Filosofía y Letras. Universidad Nacional de Cuyo, Mendoza, 2013.
Marcelo Valko, Los indios invisibles del Malón de la Paz, Sudestada.
Adriana Kindgard, Tradición y conflicto social en los Andes argentinos. En torno al Malón de la Paz de 1946, En Revista EIAL, Vol. 15, Nº 1, 2004.
Azucena del Valle Michel y Federico Ignacio Burgos, “Agroindustria azucarera y sindicatos en la provincia de Salta (1943-1955)”, en Historia Política.
Sabrina Rosas, “Violencia e invisibilidad indígena: La cuestión de los pueblos originarios durante el primer peronismo”, En Memoria Académica, UNLP, 2016.
Mario Lattuada, La política agraria peronista (1943-1983), CEAL, Buenos Aires, 1986, 2 tomos.
Mónica Alejandra Blanco, “»Reforma agraria»: discurso oficial, legislación y práctica inconclusa en el ámbito bonaerense, 1946-1955”, Revista Ciclos, 1999.
Película de Jorge Prelorán 1969, Hermógenes Cayo.
Documental de Valeria Mapelman, 2010, Octubre Pilagá.
Documental de Susana Moreira, 2018, Eulogio Frites, Como el barro.
Programa Huellas de un Siglo, TV Pública, “El Malón de la Paz”, Parte 1, Parte 2, Parte 3,
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